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Vuelan los hipócritas sobre Nicaragua

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Nota del gran periodista francés Maurice Lemoine sobre la situación en Nicaragua

Comparto esta nota del gran periodista francés Maurice Lemoine, durante largos años jefe de redacción de LE MONDE DIPLOMATIQUE. sobre el torrente de mentiras que se abaten sobre Nicaragua y las intenciones que se ocultan detrás de esa supuesta defensa de la democracia y los derechos humanos en ese país centroamericano. La documentación remite a fuentes originales del gobierno de Estados Unidos y dibuja con precisión los contornos del proyecto de restauración neocolonial que anima a los críticos del gobierno sandinista.

Atilio Boron

Vuelan los hipócritas sobre Nicaragua

https://atilioboron.com.ar/nota-del-gran-periodista-frances-maurice-lemoine/

Lunes 5 de julio de 2021   |   Maurice Lemoine

“En Nicaragua, la espiral represiva ’decapita’ a la oposición», titula el diario frances Le Monde (17 de junio de 2021), refiriéndose a la detención de trece dirigentes «a cuatro meses de las elecciones presidenciales». El nombre del medio es puramente anecdótico: sean de derechas, de izquierdas, de centro o incluso profesen el «todo a cien», casi todos los medios, a modo de «partido único», publican casi lo mismo para denunciar la «deriva criminal del régimen de Daniel Ortega». Semejante unanimidad debería hacernos dudar. O bien Nicaragua se ha convertido efectivamente en «el Gulag centroamericano» del diario español El País (27 de junio), o este sorprendente consenso es una perversa (o perezosa) abstracción aplicada a la realidad.

Heredero de la lucha de liberación contra la dictadura de Anastasio Somoza (1979) y luego de la resistencia a la guerra de baja intensidad impuesta por Ronald Reagan (1981-1989) y George H.W. Bush (1989-1993), el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) volvió al poder, a través de las urnas, desde 2007 en la persona de Ortega. Sin hacer milagros, y en el marco de una política pragmática, con sus lados buenos y no tan buenos, ésta sacó a los nicaragüenses más modestos de la larga pesadilla en la que la derecha neoliberal los había sumido desde la llegada a la presidencia, en 1990, de la ficha de Washington, Violeta Chamorro. Esta es la razón por la que Ortega ha sido reelegido dos veces con, además, una cómoda mayoría sandinista en la Asamblea.
Aunque aún no lo haya anunciado oficialmente, todo el mundo da por hecho que se presentará el próximo noviembre a su propia sucesión (como Helmut Kohl o Angela Merkel, que se mantuvieron en el poder durante dieciséis años en Alemania). Sin embargo, para no desviarse de lo que se está convirtiendo en una sucia manía dentro de la derecha continental, la oposición «Nica» denuncia una «farsa electoral» por adelantado. Esto es así a pesar de que todas las encuestas dan como ganador al actual jefe de Estado (independientemente de la orientación política del instituto, incluido el CID Gallup, que realizó los sondeos). De ahí la búsqueda de una obsesión: ¿cómo, y con qué medios, deshacerse del sandinismo y de Ortega?

La oposición lo intentó en 2018 mediante la violencia. Sin resultados concretos, salvo un saldo muy elevado: 220 muertos, entre ellos 22 policías y 48 sandinistas, según la Comisión de la Verdad del Gobierno. Al contrario de lo que afirma el poder sandinista, no fue un intento de «golpe de Estado». Para que haya un «golpe», una o varias instituciones del Estado -las Fuerzas Armadas, la Policía, la Justicia, el Parlamento- deben participar en el derrocamiento del presidente -como en Venezuela con Hugo Chávez en 2002 (facciones militares), en Honduras con Manuel Zelaya en 2009 (Parlamento, Corte Suprema de Justicia, Ejército), en el Paraguay de Fernando Lugo en 2012 y en el Brasil de Dilma Rousseff en 2016 (Parlamentos), en la Bolivia de Evo Morales en 2019 (Policía, Ejército) – con una contribución más o menos discreta del USG (US Government)…

Volviendo a 2018, todas las instituciones se mantuvieron fieles al poder legítimo, prueba, por si hiciera falta, de la fortaleza del sistema democrático en Nicaragua. Por otro lado, hubo un intento extra-constitucional de derrocar al presidente elegido. Lo que generalmente se ha descrito como «manifestaciones pacíficas» tenía todas las características de una rebelión antidemocrática llevada a cabo mediante la violencia insurreccional. A ella se opusieron, de manera igualmente rugosa, el gobierno y su base social sandinista, un movimiento de masas organizado, endurecido por una larga historia de agresiones, y ampliamente subestimado tanto por la oposición como por el cártel de «observadores» que le son afines [1].

Desde entonces (e incluso antes), si le cuesta enfrentarse a la pareja Ortega-Murillo (Daniel, presidente; Rosario Murillo, su esposa y vicepresidenta) «con justicia», la derecha sólo puede culparse a sí misma. Nostálgica de la época en que los «mendigos» fueron aniquilados por sus políticas, no ha creído necesario elaborar y proponer ningún programa o proyecto para el país que haga olvidar a sus compatriotas el desastre social que les impuso en el pasado. Nada – ¡excepto el odio a Ortega! Y las ambiciones personales. Incluso ambiciones familiares, en el caso del clan Chamorro -Cristiana, Carlos Fernando, Juan Sebastián, Pedro Joaquín- que, como herederos de una dinastía de presidentes conservadores [2], se consideran los legítimos dueños de Nicaragua. De modo que, más allá de los grandes discursos destinados esencialmente a los extranjeros, la cofradía de personalidades que supuestamente combaten juntas al sandinismo se dedica a despedazarse mutuamente.

De la crisis de 2018 han surgido dos corrientes que han sobrevivido. Una, la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD), fue creada desde cero por los obispos conservadores para un supuesto «diálogo nacional» celebrado en mayo y junio de 2018. Desde el principio, la ACJD ha podido contar con una importante presencia en el seno del sector empresarial y de los empleadores. Por su parte, la Unión Nacional Azul y Blanca (UNAB) [3] representa más o menos a la «sociedad civil», una nebulosa de “autoconvocados”, organizaciones no gubernamentales (ONG) que van desde el «feminismo» a la supuesta «defensa de los derechos humanos», pasando por un puñado de partidos políticos sin representación en la Asamblea Nacional, entre ellos el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS). Esos «disidentes» del FSLN se han convertido en los más acérrimos enemigos de su antiguo compañeroOrtega desde que fueron superados en un congreso extraordinario del partido en 1994.

Supuestamente representando a la oposición «de izquierdas», el MRS no dudó en apoyar a los más derechistas en las elecciones celebradas en 2008, 2011, 2012 y 2016. Poniendo fin a una ambigüedad mantenida desde 1995 en torno al adjetivo «sandinista», el partido renegó finalmente de su origen al convertirse en la Unión de Renovación Democrática (Unamos) en enero de 2021. El 3 de marzo, su presidenta Suyen Barahona, así como Tamara Dávila, miembro de su comisión ejecutiva, pero también del Consejo Político de la UNAB, confirmaron claramente su color político al participar en una reunión virtual con el autoproclamado presidente Juan Guaidó para hablar de «la lucha por la democracia» tanto en Nicaragua como en Venezuela.

En octubre de 2018, la ACJD y la UNAB anunciaron su matrimonio con bombos y platillos. Sin ponerse de acuerdo en nada. La UNAB quería una parálisis general del país («paro nacional») [4] [para «derribar a Daniel». La ACJD -director ejecutivo: Juan Sebastián Chamorro- no quería esto, prefiriendo la presión diplomática internacional destinada a imponer reformas al jefe de Estado con el menor daño posible a los sectores económicos. Así comenzó un interminable (y a veces grotesca) telenovela. Así, a principios de enero de 2020, la ACJD anuncia que se separa «amistosamente» de la UNAB para formar… «una gran coalición nacional». Según José Pallais, su director ejecutivo (ex ministro de Relaciones Exteriores de Violeta Chamorro), la ACJD está «superando una etapa de unidad» para pasar a «una etapa superior de integración«. Por su parte, Medardo Mairena, líder de una facción de campesinos antisandinistas, reclama su autonomía. Ante tanta coherencia, hasta el muy conservador diario británico The Economist pronostica que, dada la vuelta a la calma y la paulatina recuperación de la economía, Ortega ganará las elecciones de 2021.

El 25 de febrero de 2020, con las mismas personas y algunas más, nace una supuesta Coalición Nacional, sin realmente haber nacido. Sus estatutos incluyen un «artículo transitorio» que establece que los «desacuerdos y dudas pendientes» pueden discutirse más adelante y que las diferencias fundamentales deben resolverse por consenso. Escisión del antiguo Partido Liberal Constitucionalista (PLC) de los ex presidentes conservadores Arnoldo Alemán (1997-2002) y Enrique Bolaños (2002-2007), Ciudadanos por la Libertad (CxL), más o menos sometido al gran sector privado, se niega a integrarse en el bloque e invita a todos los opositores a unirse en un… «movimiento unitario», ¡que liderará! Sin embargo, la Coalición Nacional despega definitivamente el 25 de junio, con la fuerza de la UNAB, la ACJD, el Movimiento Campesino, una facción del Frente Democrático Nicaragüense (FDN; ex «contras» [5]unos partidos políticos, el PLC, Restauración Democrática (PRD; evangélico) y Yátama (Indígenas de la Costa Atlántica). El proyecto político altamente democrático de esta agrupación salta a la vista: «el fin último de la Coalición»,dice Alexa Zamora, miembro del consejo político de la UNAB, «no son las elecciones [de 2021], nuestro objetivo es sacar a Ortega, nuestro enemigo común». «Para los que no lo han entendido bien, Medardo Mairena aclara, en nombre de su Movimiento Campesino, que “esta es una nueva etapa para unirnos y derrocar a este régimen dictatorial que tanto sufrimiento ha dejado [6].

Entre todo este hermoso mundo, se adivina ya una docena de aspirantes a la presidencia para el «después de Ortega». Los golpes y los colmillos se multiplican. El 26 de octubre de 2020, la ACJD formaliza su salida de la Coalición para (como corresponde) «promover una plataforma política y electoral unitaria e inclusiva». «No es una ruptura», aclara Juan Sebastián Chamorro con la mayor seriedad, «queremos tener una relación respetuosa con todos los opositores, pero nuestra opción es volver a la cuestión de la unidad, y la unidad no es sólo la Coalición Nacional». «En desacuerdo con esta particular concepción de la unidad, dirigentes de las ciudades de León, Estelí, Madriz, Chontales y otras abandonan la ACJD y permanecen en la Coalición. De la cual, en julio, el líder campesino Medardo Mairena se desmarcó: en una reunión virtual con el Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), explicó, «ellos [los dirigentes de la Coalición] solo se despegaron del Zoom de la reunión de la Colación y se conectaron al zoom de Luis Almagro pero ni siquiera se tomaron la molestia de preguntarnos , si ustedes estuvieran al frente de Luis Almagro que le dirían ya por último y mucho menos a que nos invitaran a participar [7]”
Para noser menos, la llamada Coalición expulsa al PLC el 30 de noviembre, acusándolo de estar «bajo el control y la influencia» del «orteguismo»… Sabiendo que dentro de ese mismo PLC, un presidente de facto, Miguel Rosales, se opone a María Fernanda Flores de Alemán (esposa del ex presidente), que también tiene ambiciones.

El primer paso en cualquier reflexión razonable sobre Nicaragua es que todos los estrategas saben que no se debe luchar de forma dispersa. Ante tal desorden, un bloque unido y disciplinado, con una identidad fuerte y dirigido por un «líder» reconocido, tiene todas las posibilidades de ganar. Para salir finalmente victoriosos en las elecciones democráticas de noviembre de 2021, Ortega y el FSLN no tienen necesidad de «decapitar» a la oposición. Son perfectamente capaces de cortar sus propias cabezas. En el extranjero (excepto quizás en Estados Unidos), se ignora. En Nicaragua, incluso los líderes de la derecha lo saben perfectamente. Todavía en octubre de 2020, cuando el Movimiento al Socialismo (MAS) boliviano derrotó el golpe de Estado y llevó a la presidencia a Luis Arce, sucesor de Evo Morales [8], el ex diputado Eliseo Núñez Morales, miembro de la ACJD, se alarmó públicamente: «La oposición en Nicaragua debemos aprender de esto, tenemos que parar las guerras intestinas, parar esos ataques permanentes que hay entre todos los grupos que estamos en la oposición y generar una alternativa a Ortega”.

En 2001 y 2006, durante las campañas electorales, Washington, a través de sus embajadores, había advertido claramente a los nicaragüenses que era necesario bloquear a toda costa el camino hacia el regreso de los sandinistas. Que una victoria de Ortega llevaría a la suspensión de la ayuda y la cooperación. La amenaza era tanto más escuchada cuanto que, en 2001, por ejemplo, de los 6,5 millones de nicaragüenses, el 10% vivía en Estados Unidos, desde donde enviaban decenas de millones de dólares en «remesas». Sin embargo, la exasperación acabó por hacer mella y el chantaje dejó de funcionar. En noviembre de 2006, en la persona del ex banquero millonario Eduardo Montealegre, la derecha fue derrotada. A partir de entonces, Washington volvió a poner en marcha su «diplomacia paralela» (y muscular).

El mundo de los medios de comunicación franceses – Le Monde, Médiapart, Radio France, etc. – siempre se jacta de su supuesta práctica del «periodismo de investigación». Cuando se trata de cubrir América Latina, estas llamadas «Fuerzas Especiales» de la información se caracterizan sobre todo por un uso particularmente perezoso del conformismo y del «copiar y pegar». Por suerte, unos profesionales… estadounidenses -Max Blumenthal, Ben Norton, etc.- en medios alternativos -The Grayzone [9], Behind Back Doors [10] – salvan el honor de la profesión. Realizando un riguroso trabajo de investigación. Así que… ignorados por sus queridos colegas de los llamados medios de comunicación «mainstream». A quién les arrancaría la lengua, la pluma, el teclado, el micrófono o la cámara transmitir (o simplemente mencionar) la información, aunque no sean la fuente, sobre los métodos utilizados por Washington y su «poder blando» para desestabilizar a Nicaragua (así como a muchos otros países de la región, empezando por Cuba y Venezuela).

Los principales actores de esta guerra no convencional «made in USA» son: la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID); la Fundación para la Nueva Democracia (NED), creada en 1983 por Reagan para sustituir a la CIA en la organización de acciones «no armadas» [11] ; el Instituto Nacional Demócrata (NDI) y el Instituto Republicano Internacional (IRI), dependientes del Congreso estadounidense; Freedom House, la Open Society de George Soros; y algunos comparsas menos conocidos. El objetivo es infiltrarse (si es necesario), crear, financiar, formar, controlar e instrumentalizar las instituciones de la mítica «sociedad civil»: sindicatos, partidos políticos, instituciones académicas o profesionales y, especialmente, la prensa y las ONG.

Entre 2010 y 2020, la USAID planeó transferir la asombrosa cantidad de 68,4 millones de dólares a la derecha nicaragüense para ayudarla a desacreditar al gobierno (internamente y en el extranjero) mientras entrenaba a nuevos «líderes» y creaba una masa crítica de opositores. Dos años antes del levantamiento «espontáneo» de 2018, añadió otros 8 millones, con lo que su contribución total ascendió a 76,4 millones.

En el centro de la trama, la Fundación Violeta Barrios de Chamorro para la Reconciliación y la Democracia (FVBCH o, para abreviar, la Fundación Chamorro) sirvió de centro para la redistribución de una parte sustancial de los 14,6 millones del dineral. Hija del respetado Pedro Joaquín Chamorro, asesinado por la dictadura somocista pocos meses antes del triunfo de la revolución sandinista, y de su esposa Violeta, posteriormente presidenta (1990-1997), Cristiana Chamorro (67 años) está al frente de la Fundación. Durante la presidencia de su madre, dirigió la comunicación y las relaciones públicas del Ejecutivo, así como el diario «de la familia» desde 1926, La Prensa.

Desde el corazón de esta FVBCH que «promueve la libertad de prensa», se inyectaron primero los flujos de dólares proporcionados por la USAID, la NED y el IRI -la caridad empieza en casa- en las cuentas de los miembros de la familia: Carlos Fernando Chamorro, su hermano, propietario del semanario Confidencial y del Centro de Investigación y Comunicación (CINCO), cercano al ex-MRS; Jaime Chamorro Cardenal, su tío, redactor jefe de La Prensa (de la que Cristiana es vicepresidenta), con una línea editorial claramente asumida: «Las grandes victorias de la Contra sobre el Ejército Popular Sandinista», así pregona el diario el 16 de diciembre de 2020, glorificando las horas oscuras de la agresión estadounidense [12].

Al mismo tiempo, la Fundación ha estado alimentando los canales de televisión 10, 11 y 12, Vos TV, Radio Corporación, Radio Show Café con Voz, así como las plataformas digitales 100% Noticias, Artículo 66, Nicaragua Investiga, Nicaragua Actual, BacanalNica y Despacho 505… Omitiremos mencionar (salvo en una nota) [13], para no aburrir al lector, a la pléyade de periodistas «independientes» que son regiamente remunerados por difundir abierta o subliminalmente un mensaje que tiene el mérito de la sencillez: «¡Ortega debe caer! «Con, como colofón, la campaña llevada a la incandescencia en 2018 para exacerbar los ánimos instrumentalizando (en nombre de la ecología) un grave incendio ocurrido en la Reserva de la Biosfera Indio Maíz, y luego (en defensa de la justicia social) una reforma de la Seguridad Social (muy rápidamente retirada ante las protestas). Esto hizo que, en un principio, salieran a la calle multitudes de jóvenes, que creían sinceramente que luchaban por la libertad, sin saber a qué intereses servían en realidad. El enfrentamiento cambió de alma y naturaleza cuando la misma «Camorra mediática» alentó, apoyó y encubrió, sin ninguna distancia, las acciones irresponsables de los criminales hiperviolentos y asesinos.

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