Los sitios y viviendas que presentan mayor riesgo y alta probabilidad de ser arrasados por aluviones, marejadas, incendios forestales, o azotados trágicamente por ventoleras invernales, los gobiernos y los capitalistas los destinan a la gente pobre
TENGO MUCHAS amistades de la cuales me siento orgulloso debido a su calidad académica y cultural, pero, sin duda alguna, Manuel Fernández Canque -Licenciado en Historia, Universidad de Chile, y Doctor en Historia Económica, por la Universidad de Glasgow- obtiene uno de mis mayores reconocimientos.
Siempre que nos ataca un temporal de lluvia y viento, o la tierra vibra y se estremece por un sismo, recuerdo los comentarios de Fernández Canque respecto de la responsabilidad, o el verdadero grado de responsabilidad, que en los hechos ciertos pudiera caberle a ‘doña naturaleza’ cuando algunas de sus explosiones de furia y poder provocan muertes de seres humanos y destrucción de viviendas. Definitivamente, no es la madre natura la única y exclusiva culpable de los niveles de pobreza existentes en el mundo. Eso está claro y es innegable.
Siempre que se produce un evento de características catastróficas debido a la manifestación de los elementos del clima o, simplemente, por la explosión de cuestiones naturales como sismos y erupciones volcánicas, el resultado de ello provoca dolor y desgracia en una sola clase social: la de los pobres, los desvalidos, los que carecen de cuenta corriente bancaria, la que sirve al capitalista como ‘mano de obra barata y desechable’.
Pareciera que los gobiernos se esmeraran compitiendo en un torneo del clasismo, pues las poblaciones y villas de la gente menos favorecida en lo económico las construyen –precisamente- en los lugares geográficos donde resulta altamente probable que sean sacudidos por la madre natura. Y junto con ello, la mala calidad de la construcción optimiza la desgracia ante un sismo o un violento temporal.
Es, pues, un insulto a la inteligencia la manida explicación a que echan mano autoridades y prensa en general cuando se refieren a “damnificados por el temporal” (o por el tsunami, o por el sismo), a sabiendas que esas personas -y esas viviendas- constituían presas fáciles ante cualquier evento natural debido, exclusivamente, a las políticas que todos los gobiernos (todos, sin excepción alguna) aplican con la hipocresía que bautizaron con el falaz nombre de “desarrollo social”, el que se expresa mediante bonos, menudos regalitos varios y, principalmente, a través de la mantención del statu quo para que esa clase social siga siendo lo que es, aunque, claro está, asfixiándole el grito libertario y la queja justificada.
Los sitios que presentan mayor riesgo y alta probabilidad de ser arrasados por aluviones, marejadas, incendios forestales, o azotados trágicamente por ventoleras invernales, son destinados a la gente pobre, a aquellos que la banca, la Bolsa, gobiernos y gremios empresariales califican con el mote de “Clases Sociales D y E” para evitar referirse a “pobreza e indigencia” respectivamente. De ese modo, los pobres –ante la ingente necesidad de contar con techo para cobijarse, y producto del abandono a que les somete el “desarrollo social” oficial- se ven imposibilitados de obtener algo mejor y terminan aceptando vivir bajo la espada del riesgo inminente.
Si se revisa el mapa y se establecen las zonas donde los últimos eventos catastróficos acaecidos en Chile han provocado el mayor número de víctimas humanas y destrucción de viviendas, se podrá colegir que en tales lugares se encontraba mayoritariamente población perteneciente a las clases sociales señaladas en el párrafo anterior, y se observará que tales zonas presentaban (y seguirán haciéndolo) un riesgo mayúsculo ante la ocurrencia de fenómenos naturales.
Pero, a los gobiernos no les interesa ello… sólo les mueve dar soluciones-parche gastando el mínimo de dinero en pago de terrenos, construcción, áreas verdes, sistemas de seguridad y similares. Por ello, si el grupo es clase social D o E, simple y claro: se le envía a las puertas del infierno, y si de ese averno surge un incendio forestal, un aluvión o un movimiento telúrico, el establishment dirá que la madre naturaleza ha dejado a cientos de damnificados”… ¡¡pero bien sabemos que no fue la madre naturaleza, fue la asociación de gobierno-empresas-prensa-banca quien, con su perenne clasismo y amoral negocio pingüe, envió a la muerte y al dolor a cientos de personas!! (*1).
No faltará quien salga al paso de estas líneas argumentando que eso no es así, ya que la existencia o inexistencia de determinados recursos (naturales y humanos) marcan en definitiva el carácter económico de una nación. Me permito discrepar.
Ni la naturaleza ni el clima son culpables principales de las muertes de cientos de seres humanos y la destrucción de pueblos enteros. Ni tampoco la naturaleza y el clima son responsables de la existencia de pobres y explotados sobre la faz de la tierra. Algo parece ocurrir en el alma de aquellos que logran escalar a posiciones de alcurnia en lo político o en lo económico, ya que les basta alcanzar un lugar de privilegio en la pirámide del poder para trastocar sus antiguos parámetros humanos y sociales.
No sé si la psicología social, o la sociología, habrá investigado lo suficiente este fenómeno, pero a objeto de explicarlo de buena forma me remito a lo que ocurrió en Ciudad de México cuando la revolución villista-zapatista alcanzó el triunfo y sus tropas de “pelados” y obreros se apoderaron de la ciudad.
El 6 de diciembre de 1914, la Ciudad de México vivió uno de los momentos más trascendentales de la historia de la Revolución mexicana; ese fue el día en que los ejércitos de los generales Francisco Villa y Emiliano Zapata entraron victoriosos a la capital del país: la División del Norte (Villa) y el Ejército Libertador del Sur (Zapata) desfilaron en una marcha triunfal por el Paseo de la Reforma para arribar al Zócalo y luego entrar por la puerta grande al Palacio Nacional.
Fue entonces que el general Villa, mostrándole el sillón presidencial, invitó al general Zapata a tomar asiento en él para una fotografía. Pero Emiliano Zapata declinó la invitación expresando estas sabias palabras:
“No, mi general… muchas gracias, pero no. Mire que todo aquel que se sienta en este sillón, se sienta bueno… pero se levanta malo”.
(*1) Camila Vallejo (Geógrafa): “Si seguimos urbanizando la precordillera aumentará el riesgo de aluviones e inundaciones en la población. Los riesgos no son naturales sino autoproducidos”