Se non è vero è ben trovato
Hubert Krivine
Viento Sur, 4-9-2020
Traducción de Viento Sur
La proliferación de noticias falsas (fake news) no es, desde luego, un fenómeno moderno. Bastante antes de la aparición de la imprenta ya pululaban. La distinción entre mito e historia es relativamente moderna, ¡y ni siquiera siempre completa! Señalemos que las religiones han participado a menudo, y de manera desigual, en esta confusión a escala masiva. Considerar la religión como una enorme fake news puede resultar chocante para muchos y muchas lectoras, aunque conviene precisar qué entendemos por ello, a saber, la lectura literal de los textos sagrados. Por ejemplo: la aparición simultánea, con siete días de diferencia, a lo sumo, del universo, la Tierra, su fauna y su flora, el nacimiento de la humanidad a partir de Adán, hecho a su vez con arcilla.
Se objetará, por supuesto, que hoy ya nadie cree en esas tonterías. Esto es cierto, sin duda, en los medios de comunicación cultos (creyentes o no), pero falso a escala mundial [1], donde domina más bien la fe del carbonero o donde la idea de Dios es la de un señor infinitamente poderoso. ¿Por qué? Esencialmente a causa de la importancia de la oración para obtener alguna cosa. Esa cosa puede ser material (una curación, la lluvia, un ingreso financiero) o espiritual (una esperanza, un consuelo, una explicación). Si se elimina esta función de la oración, la religión quedaría confinada a pequeños cenáculos espirituales [2].
La proliferación de todas las noticias (ciertas o falsas) estaba limitada materialmente: había que difundirlas oralmente o mediante escritos realizados por escribas sobre tablas de arcilla y más tarde por copistas sobre pergaminos, que después había que consultar. La invención de Johannes Gutenberg (1400-1468) cambió todo. Ello no significa que cada quisque tuviera la posibilidad de contribuir a esta difusión: la impresión de un libro seguía siendo costosa y llevaba su tiempo.
Sin embargo, la imprenta permitió un desarrollo fantástico de la cultura con las noticias verdaderas de la ciencia, pero al mismo tiempo otorgó resonancia mundial a las noticias falsas (la Biblia es sin duda el libro más difundido del mundo), incluso a escritos infames. Pensamos, por supuesto, en los 80 millones de ejemplares de Mein Kampf y en menor medida en los cientos de miles del Protocolo de los Sabios de Sion [3].
La aparición de internet, de los datos masivos (big data) y de la inteligencia artificial (IA) marca una revolución igual de significativa. No solo cualquier persona con escasos recursos económicos (¡e intelectuales!) puede difundir su opinión, sino que puede esperar que se propague instantáneamente por el mundo entero. A la inversa, aprovechando estos miles de millones de datos que hay en las redes, cualquier internauta puede tratar de forjarse una opinión. Pero ¿cómo separar el grano de la paja? Veamos dos ejemplos. Si quieres documentarte sobre la auriculoterapia [4], encontrarás más de 20.000 páginas web, de las que prácticamente ninguna te informará de su ineficacia. Si ignoras qué es la energía libre (una magnitud termodinámica utilizada por los físicos, como la temperatura o la presión), la gran mayoría de sus 14.000 referencias te remite a una estafa pura y simple: un motor que produce un movimiento perpetuo.
Veamos el caso emblemático de la homeopatía. ¿Se puede decir que no es efectiva, pues carece de base científica? Esto sería tachar de irracionalidad total a la mayoría del género humano: la medicina homeopática la utilizan millones de personas –sobre todo en Francia– desde hace más de dos siglos, del mismo modo que la oración la practican miles de millones de fieles en el mundo desde hace milenios. Tiene que haber un efecto real.
Para los científicos ateos, el éxito de las fake news se debe a una combinación de varios factores:
El efecto placebo
Es bien sabido que un medicamento no solo actúa por su efecto químico directo, sino también por el hecho de que el cerebro anticipa su acción beneficiosa y genera a su vez una química calmante. Este efecto, ampliamente documentado, es propio igualmente de todos los medicamentos, hasta tal punto que a menudo se dice que el mejor medicamento es el médico. Y ¿por qué no, incluso sin medicamento, la palabra del chamán o del sacerdote? Y ¿qué química se puede asociar, en caso de angustia, a la palabra de mamá? Como vemos, el efecto placebo está lejos de limitarse a los gránulos. Es sin duda el (único) mérito de la homeopatía haber puesto de manifiesto este efecto.
La apuesta de Pascal [1623-1662]
Ganar la lotería es poco probable. Incluso se puede afirmar que si el Estado (o el casino) acaba ganando, se debe a que el apostante sale perdiendo en promedio. Sin embargo, entre la gran probabilidad de perder pequeñas sumas y la probabilidad siquiera ínfima de ganar una enorme, “el corazón tiene sus razones que la razón desconoce totalmente”, como enuncia Pascal. Su famosa apuesta obedece a esta lógica:
Dios existe o no existe; pero ¿de qué lado nos inclinaremos? La razón no tiene nada que decir al respecto […] Sopesemos la ganancia y la pérdida tomando la cruz [apostando por una cara de una moneda, N.d.A.] y determinemos que Dios existe. Estudiemos estos dos casos; si ganas, ganas todo, y si pierdes, no pierdes nada: apuesta por tanto a que existe, sin dudarlo. [En Pensées, 1669]
La idea está clara: por mucho que la probabilidad de la existencia de Dios sea baja, la ganancia de esta eventualidad es colosal para el creyente virtuoso. Conformarse con ello cuesta poco, pero puede ser muy beneficioso. En cambio, llevar una vida depravada procura sin duda un placer efímero, pero puede salir muy caro. Así, el cálculo se hace pronto: se tiene interés en creer. Es un poco el principio de cautela adelantado a su tiempo, cuando el riesgo, aunque sea poco probable, puede costar muchísimo.
No obstante, el beneficio que se espera de una creencia no hace que sea más cierta. De hecho, Pascal adujo una razón para encaminarse por la vía piadosa.
La homeopatía cumple sin duda la tradición hipocrática de primum non nocere [ante todo no perjudicar]. Por tanto, aunque su eficacia sea discutible, ¿por qué privarse de ella si no se arriesga nada?
La regresión a la media
La eficacia de las curaciones divinas –en todo caso para los no creyentes– es un caso particular de lo que se denomina científicamente la regresión a la media. En nuestro caso, se hace depender de una causa externa lo que es un resultado puramente estadístico. Veamos dos ejemplos:
– Las lluvias han escaseado especialmente y amenaza la sequía. Muchos campesinos en todo el mundo recurren entonces a la oración. Aunque esta invocación mágica fuera sistemáticamente infructuosa, no se perpetuaría a través de los siglos. Ahora bien (¡alabado sea Dios!), existe el efecto de regresión a la media y una lluvia tardía, que debía llegar de todos modos, seguirá a menudo a la plegaria.
– Te duele la espalda, un dolor a menudo intermitente. Sucede generalmente cuando estás en el punto álgido del sufrimiento que decides utilizar un grisgris. Poco tiempo después, te sientes naturalmente mejor. ¿Efecto placebo? Puede ser, pero no solo; también hay un efecto estadístico: el dolor no se mantiene extremo durante mucho tiempo, cede y por tanto, en muchos casos, acabará desapareciendo espontáneamente.
El sesgo de la confirmación
Este sesgo está muy estudiado [5]. Es el hecho de aislar en las masas de datos los que son favorables a una creencia. Es muy difícil hacer abstracción de ello: las personas que reflexionan sobre un problema no parten nunca de un terreno libre de toda intuición o de todo supuesto previo. Así, es natural tratar de fundamentarla en datos. Tampoco se trata de una novedad, pues está claro que la enorme cantidad de datos masivos constituye una mina casi inagotable y fácil de demostraciones de este tipo. Los testimonios sobre los beneficios de la auriculoterapia abundan, también sobre la Tierra plana. No estamos lejos de afirmar que cualquiera que sea la proposición, siempre se podrá encontrar una prueba en las redes.
De ahí que en las primeras etapas de toda producción científica convenga un mínimo de colaboración, pues cada participante aporta su sesgo de confirmación, que no suele ser el mismo; una función que debería desempeñar también, en las etapas finales, la revisión por pares (peer review).
La incomprensión del funcionamiento de las nuevas máquinas
Hasta comienzos del siglo XIX, la mayor parte de la población comprendía grosso modo cómo funcionaban las herramientas que utilizaba, desde la tejeduría hasta las máquinas de vapor. La aparición de la electricidad, posteriormente de la radio y finalmente de internet cambió todo. Tan solo una minoría de personas comprenden –aunque sea grosso modo– cómo funciona un receptor de radio o un ordenador. La electricidad, al igual que las ondas electromagnéticas o la radioactividad, no pueden palparse. Después de todo, ¿cómo no creer en la telepatía cuando asistimos a muchas acciones a distancia al menos igual de milagrosas? He aquí cómo, paradójicamente, los instrumentos de la modernidad pueden crear una nueva forma de alienación.
Una mala comprensión de las pequeñas estadísticas
Cuando un fenómeno es raro, las fluctuaciones de los resultados pueden ser considerables, sin que sean significativas de alguna cosa. Esto sucede, por ejemplo, con la probabilidad de morir de la Covid-19, que debe de aproximarse al 0,05 % (porcentaje del número –estimado– de muertos por el virus con respecto a la población total francesa). Sus fluctuaciones según las regiones, por consiguiente, deben tratarse con circunspección. Lo mismo cabe decir de la evaluación de los tratamientos, dado que se trata de una enfermedad que regresa espontáneamente en la inmensa mayoría de los casos. Entonces nos vemos confrontados además con la difícil interpretación de los acontecimientos raros, dado que la Covid-19 mata poco. Hay desde este punto de vista una inversión pasmosa del razonamiento del profesor Didier Raoult para justificar el mal funcionamiento de sus tests. He aquí lo que declaró durante su comparecencia ante la Asamblea Nacional francesa el 24 de junio de 2020:
Error garrafal: cuantas menos personas haya cuando es significativo, tanto más significativo es; cuando estás obligado a realizar 10.000 pruebas para demostrar que es significativo, ocurre que no hay ninguna diferencia […]
Efectivamente, cada vez que un fenómeno es manifiesto, es decir, que tiene una elevada probabilidad, basta una estadística miserable para ponerlo en evidencia, pero la recíproca es evidentemente grotesca. Dado que la mortalidad de la Covid-19 es baja, la medida de la eficacia de los remedios del profesor Raoult solo podría establecerse con grandes cohortes. Ahí se impondría una utilización razonada de los datos masivos.
Las ilusiones sobre las virtudes curativas de la hidroquinona del profesor Raoult –y propagadas por pensadores como Bolsonaro y Trump, incluso algunos médicos como el profesor Christian Perronne o Douste Blazy– ilustran perfectamente todos estos mecanismos. Las diversas teorías del complot se nutren de las mismas fuentes, a las que hay que añadir una desconfianza comprensible ante todo lo que viene de las autoridades.
Notas
[1] Basta ver el número de creacionistas en EE UU…
[2] Los sacerdotes modernos convienen efectivamente en que es indecente, léase contradictorio, pedir un favor a un Dios que ya es omnisciente e infinitamente bueno. Pero no lo dicen a su rebaño. ¿Será por el riesgo de perder a la clientela?
[3] Falsificación publicada a comienzos del siglo XIX en la Rusia zarista y traducida, acto seguido, a más de diez lenguas, convirtiéndose en un éxito mundial. Expone cómo los judíos pretenden repartirse el mundo.
[4] Variante de la acupuntura en la oreja que se basa en su parecido con el feto humano. Carece de todo fundamento científico, ni existen pruebas de su eficacia.
[5] Citemos por ejemplo La démocratie des crédules, de Gérald Bronner, PUF, 2013.