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18 DE OCTUBRE, LA ÉTICA DE LA DIGNIDAD POPULAR

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por Fernando SoCar

Decenas de estudiantes, gritan, saltan, se aglomeran.

La primavera de octubre de 2019, transcurría en el engranaje de la estresada vida de los chilenos. Esa rutina de trabajo acelerado, de compromisos, de obligaciones. Ya a esas alturas en el tobogán de fin de año, esperando las fechas que permitan un reencuentro familiar, una junta de amigos, un desarreglo cómplice o unos bailes pachangueros que les recuerden las ya pasadas fiestas patrias, luego del largo invierno. Algunos incluso miraban ya de soslayo las vacaciones de verano y se planificaba dónde y cómo descansar o relajarse, para una nueva vuelta al año.

En lo contingente, se sucedían creativos memes por las redes sociales, aprovechando el nutrido material que brindaban ciertas autoridades, encabezadas por el mandamás, que encendían el debate sobre el padecimiento de tener un gobierno de tal calaña. Vida social en los consultorios, levantarse más temprano, comprar flores o que Chile era un oasis, fueron algunas de las desafortunadas y ridículas frases que violentaron a los chilenos. Los más involucrados en la cosa pública, lamentaban la división opositora y la incapacidad de ejercer una alternativa al gobierno en minoría parlamentaria. De fondo, persistían los cuestionamientos al sistema de pensiones, a la salud precarizada, a los desastres ambientales y las zonas de sacrificio, a los recursos naturales sin soberanía, a las deudas educacionales, al endeudamiento, a la desconexión ciudadana de la dirigencia política, entre tantos otros aspectos. Por cierto, siempre, con el anhelo de acabar con la constitución de Pinochet y Lagos.

Pero como invisibles a esa anteojera cotidiana, más estudiantes seguían aglomerando, gritando, saltando. Ya se identificaban estaciones de metro. Algo estaba pasando. Evadir se oía en las consignas, eran estudiantes secundarios. Piquetes, entusiastas, valientes, impetuosos.

Ahí, de a poco y con viva nostalgia, asomaba el recuerdo de la llamada ‘revolución pingüina’ del 2006, con esa característica imagen de las sillas y mesas apiladas en las rejas de los liceos del país. Esa lucha que tuvo al país asombrado, pero que terminó con las manos arriba del gobierno y la oposición, en un acuerdo transversal que poco tuvo de solución profunda (¿les recuerda algo?). Pero el país seguía, la agenda calculada no se detenía. Los tacos, las deudas, el transporte diario abarrotado.

Ya no eran solo secundarios……universitarios y trabajadores mayores se sumaban a las evasiones. Y se asomaba la represión. En regiones también comenzaban a poner atención a Santiago. Volvían recuerdos de las grandes marchas del 2011 con las calles repletas y alegres, de las mujeres, de No más AFP…….se olía esperanza y se juntaba aguante.

La frase ‘cabros, esto no prendió’, debe ser (como varias en la historia) de las más icónicas y emblemáticas de un sistema agobiante que ninguneaba al disidente, al de abajo, al oprimido. Una soberbia que mira displicente al atrevido, pero se sabe imponente, se sabe en comodidad y dominio del poder. Y esa creo, es la justificación ética que tiene la búsqueda disruptiva de la dignidad, que explica todo lo que vino después. A dos días de aquella frase, se produce el mayor episodio de evasión masiva y simultánea.

El salto de los torniquetes del metro de Santiago, el 18 de octubre de 2019, con cientos de estudiantes, trabajadores, mujeres, funcionarios públicos, gritando “evadir, no pagar, otra forma de luchar”, se convirtió en una respuesta, una esperanza, un camino y una ética olvidada, oprimida, que explotó convirtiéndose en la épica que esta sociedad adormecida tanto necesitaba. Nos transportó a las grandes épicas de la historia profunda, las montoneras de la independencia, las luchas obreras, la resistencia contra la dictadura.

Ya mucho se ha escrito de la carga de abusos e injusticias que padecía el pueblo, desde siempre y desde hace poco. De las esperanzas e ilusiones frustradas que ya parecían una molesta normalidad. Ese día y esa noche, donde ardieron símbolos de la modernidad y del mercado, conceptos que se forjaron sobre la explotación de las ciudadanas y ciudadanos, en la comodidad de los poderosos y la complicidad de las élites dirigentes, resurgió la dignidad popular.

Al día siguiente, el gobierno ya identificaba al pueblo como el enemigo poderoso y recurría a la represión y el miedo, imponiendo el toque de queda y el estado de excepción, como en los más tristes días de la dictadura. Pero claro, para los mayores fue una pesadilla en el recuerdo, pero para las nuevas generaciones, los jóvenes pobladores y estudiantes, no más que un desafío a la insurrección, a probar su valentía frente al opresor. Recorrer la noche del 19 de octubre las calles de Valparaíso, las barricadas ardiendo, la multitud decidida y el ímpetu de revuelta, fue caminar por un momento de la historia que nos llamaba a ser protagonistas.

Lo que siguió ya lo conocemos, personas que nunca pensamos ver protestando las vimos en calles, plazas, familias en los patios de sus casas caceroleando, adultos mayores, vimos muchachos desafiando el toque de queda, expulsando a los militares, vimos al pueblo tomar posesión de las plazas, rebautizarlas, con el símbolo máximo de la Plaza Dignidad de Santiago. Ese ejercicio de reconocerse en el otro, de comprobar que lo que padecía uno también lo sufría el otro, también forma parte de la ética de la dignidad, en el fragor de la lucha popular. Ese pueblo unido, que logró movilizar a dos millones de personas por todo el país el día de la marcha más grande, puso en jaque a toda la élite política, que asustada y apremiada se urgió a inventar una salida institucional tramposa.

El levantamiento popular del 18 de octubre de 2019, iniciado por estudiantes y seguido por miles, fue un estallido de presión rebelde que remeció un sistema desigual, germinando la búsqueda de la dignidad como bastión ético intransable, que ojalá se siga reivindicando por las nuevas generaciones, hasta que se haga costumbre, por los que cayeron, por lo que ya no están, por los que perdieron sus ojos, por lo que están presos aún, por los que siguen resistiendo en las calles y en las plazas.

Fernando SoCar

Administrador Público, Comunicador y Gestor Cultural    

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