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Trump ataca a China con una nueva arma, y tras ella puede haber un oscuro juego de intereses mundiales

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La guerra comercial entre Estados Unidos y China se ha venido recrudeciendo progresivamente semana a semana desde sus inicios. Casi no hay quincena en la que no veamos nuevos y agresivos ataques por parte de Trump a golpe de arancel, y sus correspondientes contraataques por parte del gigante rojo, en lo que ya es una espiral de agresión-reacción digna de una tesis doctoral en psicología (y en economía).

Y ahora llegan novedades desde la primera línea de combate, con un novedoso frente abierto de nuevo por el propio Trump. Este frente ya no es un frente de carácter exclusivamente comercial, sino que cubre un espectro más amplio de potencial dañino para el contrincante. Porque no, no se trata de un nuevo arancel: esta vez Trump ha lanzado una ofensiva con una nueva arma de su arsenal socioeconómico.

Esa guerra comercial que ya no lo es tan en exclusiva, y que sigue siendo una guerra sin cuartel

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Cada día que pasa, queda más claro que aquello que empezó como una mera guerra comercial, desatada desde el Despacho Oval para (supuestamente) corregir el déficit comercial estadounidense, va ampliando sus frentes. Si bien sus efectos parece que siguen estratégicamente dirigidos hacia objetivos comerciales, el espectro de actuación se va progresivamente ampliando, lo cual hace que el escenario de un conflicto abierto en múltiples frentes vaya adquiriendo una probabilidad de suceso cada vez más relevante.

Desde estas líneas, siempre les hemos remarcado el riesgo de que este conflicto se generalizase a otros frentes, igual o más dañinos que el comercial (y bilateral EEUU-China). Y las refriegas han empezado ya en otros sectores del tablero mundial. De hecho, hay una nueva y significativa maniobra de ataque lanzada por Trump que daña de nuevo de forma estratégica los intereses chinos. Y ahora lo hace desde una nueva perspectiva potencialmente mucho más amplia y dañina que unos meros aranceles selectivos.

De los aranceles selectivos a penalizar todo el comercio minorista con un solo movimiento

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Desde hace ya varios lustros, los comercios (y locales comerciales) del mundo desarrollado se han poblado de productos “made in China”. Primero fueron aquellos famosos “Todo a 100” que poblaron nuestras calles hasta el último barrio. Después fueron las estanterías de los comercios en general las que se poblaron de productos fabricados en China, que competían por un mismo espacio con los productos nacionales o europeos; a la par esos productos chinos iban ganando en calidad, reputación y… capacidad de competir (o conquistar).

Posteriormente la estrategia comercial de China ya pasó incluso a poder prescindir del comercio minorista nacional, y empezó con furor a vender sus productos directamente desde China con Ali Express. Después llegaron otras opciones igualmente radicadas en China como DealExtreme, y más recientemente Wish o Joom.

Los dirigentes chinos, conscientes de que en el estadio actual de su conquista comercial su gran desventaja es que los consumidores occidentales esperen alrededor de un mes en recibir sus productos, no han parado de explorar nuevas formas de transporte. China ha puesto en práctica todo tipo de innovaciones asociadas al transporte, que van desde abrir milkilométricas rutas ferroviarias de larguísimos convoyes directos China-Europa, pasando por controlar infraestructuras portuarias para facilitar la entrada de sus productos al mismo corazón (o más bien bolsillo) de las economías desarrolladas, hasta explotar nuevas rutas árticas en cuanto el deshielo por el cambio climático ha hecho transitables nuevas rutas, que hasta el momento no lo eran.

¿Cuál podría ser entonces el oportuno Talón de Aquiles de todo este comercio EEUU-China que podría haber buscado Trump si quisiese ampliar horizontes y dañar al comercio chino desde un plano mucho más amplio?

El Talón de Aquiles que tanto buscaba Trump

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Efectivamente, la guerra comercial ya no lo es tanto, al menos no tan en exclusiva. Recientemente, hemos asistido a ver cómo el presidente Trump daba la orden de que se rompiese el tratado postal con China. Algunos tal vez habrán pensado de primeras al leer el titular que este movimiento puede no tener demasiada relevancia, ya que el apellido “postal” lo asocian mayormente a meras cartas en papel con olor a naftalina. Pero lo cierto es que tal vez ésta sea el arma más potente que Trump ha decidido utilizar por ahora en su comercialmente bélica cruzada contra el gigante comunista.

Como habrán podido deducir, ese buscado Talón de Aquiles de todo este boyante comercio minorista vía internet es que todos estos nuevos gigantes del comercio electrónico chino venden a distancia, y luego deben enviar sus productos allende los mares… para lo que no tienen más remedio que hacerlo vía envíos postales. Y da la casualidad de que esos tradicionales envíos postales se enmarcan dentro de un sector económico con varias décadas de historia, y como consecuencia debe cumplir con una regulación bastante estricta y procedimentada.

A nivel internacional, esa regulación se articula en acuerdos postales bien bilaterales o bien universales, que permiten que usted reciba en su casa paquetes enviados desde otro país. Pero esos acuerdos postales bilaterales pueden existir o no existir, aunque lo cierto que la reciente ola de globalización ha hecho que prácticamente haya un marco regulatorio entre casi todos los países del mundo. Eso sí, hay casos y casos.

La importancia de los acuerdos postales bilaterales

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Por experiencia propia, puedo decirles que un servidor ha tenido que llegar a pasar una mañana épica, enteramente dedicada a hacer una fila tras otraen el barrio de la terminal de carga del aeropuerto de mi ciudad. Primeramente a la oficina de Correos del aeropuerto, luego a Aduanas, de ahí a la delegación aeroportuaria de la Agencia Tributaria, de una ventanilla a otra, y finalmente de nuevo a Correos.

El que suscribe estas líneas tuvo incluso que pagar un impuesto por un paquete que ni siquiera sabía que contenía, puesto que era un regalo enviado por unos amigos estadounidenses desde el noroeste norteamericano. Tras una mañana absolutamente desesperante, pude hacerme con el ansiado paquete. Es más, tuve que dar unas fingidas gracias al ingenuo amigo que había cometido la osadía de enviarme unos inocentes dulces navideños americanos con la mejor de las intenciones.

Sin embargo, a los quince días me llegó un paquete de una compra comercial en China hasta el mismísimo buzón de mi casa y sin más complicaciones. Aquí es donde entran en juego las notables diferencias en los acuerdos postales bilaterales entre unos países y otros, y en donde se evidencia cómo China se las ha ingeniado para acometer la conquista de nuestros mercados (y buzones).

Extrapolen mi experiencia personal como receptor de mercancía (sea regalada o comprada, a los efectos de hoy da lo mismo) al conjunto de los compradores de un país, y de ahí al conjunto de las economías desarrolladas en las que este nuevo tipo de comercio virtual viene arrasando, con el nexo común de tener su lucrativo origen en China. Las cifras globales a las que podemos llegar son de vértigo.

El «curioso» caso concreto de la relación postal EEUU-China

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Hay que empezar este apartado diciendo que, tal y como informa The New York Times, la UPU fue creada en 1874 e inicialmente concebida para impulsar el desarrollo de países con déficit de desarrollo de África y Asia, pues les permitía exportar vía postal a Estados Unidos y otros países desarrollados mayormente sin pagar por la última milla del reparto en destino, la más costosa económicamente.

Pero el modelo inicial degeneró en una situación en la que, la que ya es segunda economía del planeta (China), se aprovecha impunemente del antiguo modelo postal. Y lo hace acaparando ella sola el 60% de los paquetes postales recibidos por EEUU para enviar por ejemplo la última moda o electrónica puntera, e incluso explotando el sistema hasta el extremo al ofrecer envíos gratuitos desde la lejanísima China.

Por otro lado, debemos hacernos aquí también eco de las voces que hablan abiertamente de un complot postal internacional, que fijando arbitrariamente tarifas de envíos sería capaz de influir poderosamente en el equilibrio del comercio internacional. La opacidad de los órganos de decisión del UPU levantan ciertas sospechas, e incluso The Money Planet hizo un podcast monográfico sobre ello para el que entrevistó a expertos conocedores de los entresijos del sistema (transcripción aquí). Y nota curiosa que aflora en la entrevista: EEUU ha estado décadas explotando el UPU en su propio favor con grandes beneficios para su sistema postal… hasta que las tornas han cambiado y la balanza postal se ha invertido.

Yendo al caso específico del análisis de hoy, y más allá de acuerdos bilaterales, Trump decidió salirse del tratado de las Naciones Unidas que regía para los envíos postales extranjeros entrantes a EEUU desde China. Según un funcionario de la administración norteamericana, este tratado internacional beneficiaba holgadamente a la entrada de productos Chinos con un descuento de entre el 40 y el 70%.

Ésta es la justificación «oval» por la que EEUU se ha desvinculado de la llamada Unión Postal Universal (UPU), ya que su aplicación en el país no sólo favorecía la entrada de productos procedentes de China, sino que además provocaba pérdidas en los balances de la empresa postal estadounidense. Con ello, Trump consuma una nueva retirada de Estados Unidos de acuerdos multilaterales que cree que dañan a su país.

Queda pendiente por parte de la administración Trump empezar a negociar los nuevos términos legales y regulatorios que afectarán a sus envíos postales desde China, una vez que el UPU deje de tener vigencia en el gigante norteamericano. Y no duden de que a estas negociaciones los responsables estadounidenses irán con un talante belicoso, puesto que como arma comercial es como parecen haber gestionado todo este asunto, especialmente teniendo en cuenta la espiral agresión-reacción EEUU-China en la que Trump lleva la iniciativa desde que puso un pie en la Casa Blanca.

Ahora bien, la UPU tenía vigencia de forma multilateral a nivel global. Está por ver si Trump volverá de nuevo a blandir un arma, supuestamente levantada incialmente contra China, pero que también puede acabar siendo utilizada contra Europa y otras potencias. Ya asistimos en el pasado a ver cómo la guerra del acero con China también amenazó en su momento con contagiarse a otras zonas socioeconómicas como la Unión Europea. Las armas las carga el diablo, y luego las dispara el que se hace con ellas, y a veces lo hace a discreción.

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Siempre les hemos dicho desde estas líneas que es mucho más peligroso un país rico venido a menos (y que incluso puede caer en bancarrota), que un país en vías de desarrollo que crece algo menos. Hace ya bastantes años que les advertimos de que la globalización estaba siendo totalmente anárquica y sin planificar lo más mínimo, lo cual la hacía potencialmente muy peligrosa e insostenible socioeconómicamente. Lamentablemente, a la vista están los resultados.

Y esperemos por el bien de todos que se imponga cierta racionalidad en el peligroso proceso de readaptación de todo el escenario global, por difícil que parezca. Es deseable que hacer la globalización socioeconómicamente sostenible también para los países desarrollados sea un (necesario) paso que no degenere en un “todos contra todos”, con el que precisamente todos seríamos los que saldríamos perdiendo. Una cosa es defender el bienestar de tus ciudadanos, y otra muy distinta es liarse a tiros arancelarios y que no quede vivo ni el pianista. Esperemos poder seguir oyendo en nuestras socioeconomías la cromática melodía del comercio internacional (eso sí, sostenible).

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