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¿Seguel? ¿Quién es Seguel?

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Arturo Alejandro Muñoz

Anécdotas de eventos acaecidos en la política, el deporte, el arte, la cultura, el sindicalismo, el agro, la calle y el barrio, aquí y allá, en Chile y en el extranjero …con la particular óptica y vivencia de quien nació antes del año 1950 y puede contarlo porque estuvo presente y sigue vivo.

EL 25 DE febrero de 1982, al caer la noche sobre la región metropolitana, campesinos del sector de Lampa encontraron un taxi abandonado en el camino rural que acostumbraban recorrer de regreso a sus hogares. En el interior del vehículo Datsun yacía el cuerpo de una persona abatida a tiros y con profundas marcas de cuchillazos en el cuello. Horas después el país se conmocionaba con la noticia. El dirigente sindical, presidente de la ANEF, Tucapel Jiménez, había sido asesinado. Obviamente, todos los chilenos supieron de inmediato quiénes eran los responsables. Pinochet y la CNI.

Pero, había también ‘responsables indirectos’ en ese cruel asesinato (y en muchos otros que posteriormente ocurrieron); uno de ellos fue José Piñera –hermano del propietario de Chilevisión y LAN- creador del expoliador sistema previsional privado (AFP’s) y de la infame ‘ley laboral de 1980’ que años más tarde (siempre durante la dictadura) dio origen a un ultra patronal Código del Trabajo, que –en lo esencial- aún nos rige. Ambas legislaciones, altamente lesivas para los intereses de los trabajadores, gatillaron el rechazo amplio por parte de los escasos sindicatos y federaciones que subsistían casi en la clandestinidad. De una plumada, a nombre del empresariado voraz y predador, José Piñera había borrado la falaz promesa que pronunciara Pinochet dos días después del golpe: “los trabajadores chilenos pueden estar ciertos que sus conquistas laborales serán plenamente respetadas por el gobierno militar”.

Tucapel Jiménez fue masacrado por la CNI, cobardemente y a mansalva, porque se alzaba como el líder de un nuevo gran referente sindical que se opondría a las recientes legislaciones predadoras y clasistas. Ese 25 de febrero de 1982, el ‘Tuca’ tenía programada en la sede de la ANEF una vital reunión con algunos conocidos dirigentes sindicales, entre los que estaban Eduardo ‘Paco’ Ríos, Federico Mujica, Hernol Flores y otros, para comenzar la organización de aquel nuevo conglomerado de trabajadores. Nunca llegó. Pero su ejemplo y propuestas fueron las banderas que tomaron el pueblo y el sindicalismo para continuar la lucha por sus derechos, por la paz, la justicia y la democracia.

 EL COBRE ENTRA EN ACCIÓN

Al finalizar ese trágico año 1982 (en el que también la CNI había asesinado, en la Clínica Santa María, al ex presidente Eduardo Frei Montalva), un incidente de significativas proporciones se produjo en la principal Confederación del país, la CTC –Confederación de Trabajadores del Cobre- cuando su recién electo presidente tuvo la mala ocurrencia de enviar a Fidel Castro un telegrama para felicitarle por un nuevo aniversario de la Revolución Cubana. ¡El dirigente fue sancionado y expulsado de su sindicato base! De esa manera, legalmente dejaba de inmediato el cargo de presidente de la CTC. Los generales golpistas aplaudieron el hecho y se frotaron las manos. ¡¡Había una división ostensible al interior del sindicalismo chileno!! Eso fue lo que se pensó en La Moneda.

El Cobre debería elegir a un nuevo líder de su Confederación. Los representantes de los sindicatos de Chuquicamata, El Salvador, Potrerillos, Andina, y El Teniente, se encerraron en las dependencias que la iglesia católica tiene aún en Punta de Tralca, cercana a El Tabo, para efectuar la Convención respectiva y elegir con voto directo al nuevo Presidente.

En el mes de marzo de 1983, se realizó la larguísima y controvertida reunión de la CTC a objeto de elegir a su nuevo mandamás. Asistió la mayoría de los dirigentes sindicales de Codelco, así como también las ‘capillas’ políticas existentes al interior de todos y cada uno de los sindicatos del cobre, con lo cual se repletaron las instalaciones del lugar. En las noches, luego de las extensas y agotadoras sesiones, era habitual ver a grupos de dirigentes bebiendo café (o algo más fuerte) junto a personajes del ‘prohibido’ mundo político, intentando hallar una salida a la complicada situación.

Había también reuniones ‘cruzadas’ entre mineros de Chuquicamata con los de El Salvador, trabajadores de El Teniente con sus pares de Andina…y en varios de esos encuentros participaron dirigentes de federaciones y confederaciones amigas, como la CEPCH, ANEF, Cuero y Calzado, Telefónicos, Bancarios, etc., ya que todos entendían cuán vital resultaba para el sindicalismo y el país contar con una confederación de trabajadores del cobre unida, fuerte y decidida.

Desgraciadamente, más temprano que tarde, producto de las disensiones y controversias explicitadas por los asistentes en los primeros días de reunión, fueron apareciendo –como polillas atraídas por la luz- conocidos representantes de los partidos políticos que, pese a no contar en ese tiempo dictatorial con autorización para funcionar públicamente, ya comenzaban a sacudirse el miedo a Pinochet y a la CNI…aunque no del todo, como se verá en los futuros números de esta misma columna.

La lucha estaba circunscrita al posible grado de influencia que tenían dos tiendas políticas, a saber, la democracia cristiana (PDC) y los comunistas (PC), al interior del mundo sindical. Cada uno de ellas, obviamente, contaba con aliados menores. Pasaron los días y no se alcanzaba el acuerdo para ‘construir’ una lista de consenso que fuera votada mayoritariamente por la asamblea. Por cierto, el dictador y sus ministros –junto a la prensa sojuzgada por ellos- sobaban sus manos ahítos de satisfacción al percatarse de las enormes dificultades que encontraba la principal confederación gremial del país para elegir a quien la presidiese.

 ¿SEGUEL? ¿Y QUIÉN ES SEGUEL?

¡¡Acuerdo por fin, aunque sólo en lo esencial!! Los comunistas concedieron a los democristianos su mejor derecho para proponer un nombre que permitiese la unidad sindical contra la dictadura. Era un asunto político después de todo, pese a que muchos insistían a lo largo de Chile en la necesaria independencia del movimiento sindical si este quería llegar a ser una fuerza respetable en el concierto nacional.

Los democristianos propusieron varios nombres, todos vetados por los comunistas. Ora porque se trataba de alguien muy cercano a la cúpula empresarial, ora porque ese nombre era querido entre los militares, ora porque ese otro nombre había tenido su oportunidad y la había desperdiciado, ora porque el nombre de acullá no era muy afable con los compañeros comunistas, etcétera.

Se acababan los nombres –al menos los de dirigentes conocidos o importantes- y en el ambiente era posible oler aroma a quiebre ya que muchos dirigentes (especialmente los del norte del país) amenazaban con regresar a sus lugares de trabajo, abandonando la asamblea e impidiendo reglamentariamente cualquier elección. En Santiago, el gobierno dictatorial no cabía en sí de alegría y contentamiento.

Entonces, cuando el agua entraba al bote y las conversaciones se entramparon, los propios comunistas sugirieron un nombre. Rodolfo Seguel Molina. ¡¡Imposible que la Democracia Cristiana no lo aceptara!! Cumplía con todas las exigencias para el cargo (según los comunistas, claro). Se trataba del joven presidente de un sindicato de empleados en El Teniente, un sindicato pequeño, pero sindicato a fin de cuentas. No estaba “contaminado” ya que recién ingresaba a la vida organizacional. No odiaba a los comunistas ni le provocaba arcadas trabajar con los socialistas y, además, era democristiano…de partido, con carnet al día y cuotas pagadas.

“¿Seguel? ¿Y quién es Seguel?”, preguntaron muchos. “No tiene experiencia sindical –protestó alguien- y encabezar la CTC no es chiste”. “Demasiado ‘catrutro’ (novel)”, dijeron otros. Pero los comunistas, hábiles en estas lides, insistieron en que sólo ese nombre, y no otro, era el que aceptarían como candidato de consenso. Era, entonces, Seguel o el quiebre. Y fue Seguel.

Rodolfo Seguel fue elegido presidente de la mayor Confederación sindical del país. Carecía absolutamente de experiencia en esas delicadas materias pero, de la nada, así, de la tarde a la noche, su figura se alzó en medio de la debacle para dirigir las huestes trabajadoras en el momento más condenadamente peligroso vivido por Chile en esos último dos o tres años.

Entusiasmado hasta las lágrimas con su nombramiento, Seguel habló a los dirigentes reunidos en Punta de Tralca. Prometió que el Cobre paralizaría sus faenas para presionar al gobierno dictatorial y conseguir las mejoras salariales que los trabajadores mineros requerían con urgencia.

– Compañeros –gritó a los cuatro vientos- el Cobre va a parar si el gobierno del dictador Pinochet no atiende nuestras demandas.

¡¡ El Paro…el Paro…el Paro corre igual…el pueblo hoy lo exige…Paro Nacional!! El griterío atronó el salón. Seguel, confundido en su propia verborrea y maniatado por su inexperiencia, cedió a la presión fácilmente, sorprendiendo a su propio partido con la aceptación de las demandas que, después de todo, le habían llevado al sitial que ahora ocupaba. Además, por primera vez en su vida, enfrentaba a las hordas de reporteros y periodistas que hacían nata en Punta de Tralca.

– ¡¡Claro que sí, compañeros…el Cobre llama a todos los trabajadores del país, a todos los sindicatos, federaciones y confederaciones, a realizar el gran Paro Nacional en el próximo mes de mayo!!

Fue el acabose, pues las mentes más lúcidas y frías entendieron rápidamente que la inexperiencia del nuevo presidente de la CTC le había hecho caer en la vorágine instalada por los dirigentes sindicales comunistas (particularmente los que provenían de Valparaíso y Concón), quienes deseaban ‘apurar la causa’ contra el dictador, aunque todos, sin excepción (una vez pasada la fiebre de la euforia), reconocieron que no estaban dadas las condiciones para llevar adelante un paro nacional con éxito. El inexperto Seguel, o mejor dicho una sorprendida CTC, ya lo había hecho…y sólo restaba, como se dice en buen chileno, ‘apechugar’ y aguantar el chaparrón.

Era el desastre total. Ninguna organización respetable estaba en condiciones de movilizar con éxito a sus bases para tamaña acción. Pero, por otra parte, no hacerlo significaba demostrar ante el país que el sindicalismo carecía de fuerza y significación. En las oficinas cercanas al dictador todo era fiesta, pues sabían a ciencia cierta que un paro nacional resultaba punto menos que imposible, ya que nadie en el país arriesgaría su ‘pega’ en un momento en que Chile presentaba una alta tasa de desempleo y, además, una voluminosa masa de mano de obra cesante estaba a la espera para ingresar al mundo laboral ‘por cualquier sueldo’. Todo ello se conjugaba con el miedo a la represión, por cierto.

¿Jaque mate apenas iniciada la partida?

 DEL ‘PARO NACIONAL’ A LAS PROTESTAS SOCIALES

El año 1983 comenzaba así con un nuevo e impredecible horizonte en lo sindical, pues la verdad es que nadie podía siquiera intuir lo que se produciría en el futuro inmediato, ya que el espectro político partidista seguía con sus dirigentes escondidos bajo la cama –temblando de pavor ante cualquier acción represora pinochetista- y dispuesto a aceptar las condiciones que se le antojasen a la junta militar, con tal de poder ‘existir’ nuevamente a objeto de reposicionar sus programas e intereses.

Por ello, los ojos del país real, del Chile trabajador, estudiantil y poblacional, estaban puestos en el mundo del sindicalismo, único actor que tenía la voluntad, el valor y la cohesión necesaria (aunque no suficiente) para desestabilizar al régimen y obligarlo a trazar el calendario de transición hacia la democracia. En ese camino, la CTC era actor fundamental, de primera línea.

La democracia cristiana, pasado el remezón que les significó el llamado a paro nacional, tomó una decisión que después el país agradecería por sabia y oportuna. Colocó a la diestra de Rodolfo Seguel, cual asesor no oficial, al mejor y más sólido de sus dirigentes para ayudar al novel presidente del cobre a caminar sindical y políticamente con paso firme. Se trataba de Manuel Bustos Huerta, presidente de la Coordinadora Nacional Sindical (que era el segundo dolor de cabeza de Pinochet, después del cobre), hombre egresado de los cursos de capacitación dictados por la Fundación Cardjian, de la Iglesia Católica, y que había enfrentado a las hordas uniformadas en la empresa SUMAR el once de septiembre del 73 como presidente del sindicato de esa industria, soportando después una indigna y dolorosa detención en el Estadio Nacional.

Ese mismo año, a mediados del mes de abril, en otras maratónicas e históricas reuniones en la sede de la CTC, ubicada en ese entonces en pleno centro de Santiago, ante la imposibilidad de movilizar el país hacia un verdadero Paro Nacional, y luego de innumerables discusiones e incluso alegatos adornados con insultos y amenazas, Rodolfo Seguel aceptó echar pie atrás y convocar a los chilenos a manifestar su rechazo a la dictadura en las jornadas de “Protestas Sociales”.

Nació, en ese preciso momento, el histórico “Comando Nacional de Trabajadores” conformado por decenas de sindicatos, federaciones y confederaciones, quienes lucharon sin denuedo contra el tirano cobijadas bajo el alero de la poderosa CTC.

Muy pronto, la dupla Seguel-Bustos lograría poner de pie a un país que había estado subsumido en la inopia y el terror. Por cierto, tal inmensa tarea no la realizaron solos. Pero fueron, a no dudar, los líderes que la nación requería en esa vital coyuntura para poner contra la pared al régimen militar y abrir, por fin, las puertas de Chile al regreso de miles de exiliados e insuflar en el alma nacional la decidida acción que posteriormente sacaría del gobierno al dictador y a su tropa de adláteres

 

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