por Carlos Pichuante
Vivimos en una era de avances vertiginosos, pero mientras la tecnología y la urbanización progresan, la relación entre los seres humanos y la naturaleza se debilita. Caminamos a pasos agigantados hacia una ecopatía cultural, un estado en el que hemos perdido la capacidad de reconocer nuestra interdependencia con el medioambiente y los principios básicos del sentido común ecológico.
La ecopatía cultural no es solo indiferencia hacia la naturaleza; es una desconexión profunda de la realidad que nos sustenta. Se manifiesta en la incapacidad de comprender que los recursos son finitos, que el aire que respiramos y el agua que bebemos dependen de ecosistemas saludables, y que la sobreexplotación y la contaminación nos afectan a todos.
Las ciudades modernas nos encierran en burbujas de concreto donde el cambio climático se percibe como una amenaza lejana, la extinción de especies como un dato curioso y la degradación ambiental como un problema ajeno. La educación ambiental se relega a un segundo plano, y el consumo desenfrenado se convierte en la norma. Nos alejamos del suelo, del ciclo de las estaciones, del conocimiento ancestral que entendía que el equilibrio con la naturaleza no es una opción, sino una necesidad.
Recuperar el sentido común ecológico no significa volver a la vida primitiva, sino integrar la conciencia ambiental en nuestras decisiones diarias. Necesitamos una cultura que valore la conexión con la tierra, que priorice la sostenibilidad sobre la conveniencia y que entienda que no podemos vivir sanos en un planeta enfermo.
Si no frenamos esta ecopatía cultural, nos encontraremos atrapados en un mundo donde el progreso material esconde un vacío existencial y un deterioro irreversible. Pero aún estamos a tiempo de recuperar el vínculo con la naturaleza, porque el sentido común, aunque dormido, sigue siendo parte de nosotros.