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RÁNQUIL, UN EPISODIO OLVIDADO DE LA HISTORIA DE CHILE

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MARIO AGUIRRE MONTALDO <maguirre19@gmail.com>

Con motivo 86° del aniversario del glorioso Levantamiento de Ránquil, compartimos un documento de gran valor histórico para la defensa de este suceso en el camino de la revolución en nuestro país, hecho que expresó la decisión de lucha revolucionaria de obreros, campesinos pobres y mapuche por la conquista de la tierra. «Ránquil entre la sangre y la esperanza». Entrevista a Ismael Carter y Emelina Sagredo se publicó en la Revista Ramona, el 4 de abril de 1972. Este documento se ha publicado ahora por primera vez en formato digital en el portal El Pueblo (www.elpueblo.cl) transcrito a partir del ejemplar de la revista que se encuentra en la Sala de Microformatos de la Biblioteca Nacional.

IMAGEN DE LA PRIMERA PÁGINA DE LA CRÓNICA. FOTOGRAFÍA DE ISMAEL CARTER, HÉROE DEL COMBATE DEL PUENTE RÁNQUIL.

Me llamo Ismael Cárter. Tengo 71 años. Vivo En Ránquil. Nosotros, los del lugar, afirmamos la palabra en la letra ‘a’: Ránquil. Los de afuera, los que no conocen, afirman la palabra donde no se usa. Así que no se les olvide. Ránquil. Algunos creen que es un caserío. No, es un lugar cordillerano de la provincia de Malleco. Cerros boscosos, selva virgen, ríos y quebradas, y mucha nieve.

El Bío Bío baja diagonalmente de sur a norte. Varias leguas más al interior, el río Ránquil es apenas un arroyo de aguas escasas. Un poco más grande que el Mapocho. Hay pequeños vallecitos que sirven para algunos plantíos. Los lugares tienen nombres bonitos: Quillayme, Trollo, Ránquil. Hay algunos fundos que han pertenecido siempre a los ricos del lugar, que acaparan las mejores tierras. Nitrito, Huallalí, Los Guindos… Aquí ocurrieron, hace 38 años, los sucesos de Ránquil. Yo también anduve metido. Y soy el único sobreviviente.

LAS BUENAS TIERRAS

Mi nombre es Emelina Sagredo. Tenía 33 años en aquellos tiempos. Éramos más de 200 hijueleros los que apenas sobrevivíamos en aquellas tierras pobres. Fue entonces cuando el gobierno nos entregó unos terrenos boscosos. Tuvimos que abrirlos a golpes de hacha. Despejamos las tierras y las sembramos con cariño.

Fue un año de buenas cosechas, el trigo, la alfalfa y el arroz se dieron como nunca. Faltaron sacos para guardar tanto grano. Nunca habíamos visto plantíos y sementeras tan brotadoras. Los pastos crecían altos y jugosos, ya que eran tierras nuevecitas. Y las ovejas parían de a tres, y teníamos aves.

Entonces, cuando las tierras empezaron a producir nos desalojaron. El culpable fue Gonzalo Bunster. Era el dueño de toda la región. No podía estar tranquilo con estas tierritas nuevas en manos de nosotros. Y empezó a mover influencias en la capital. Y el Carnicero de La Moneda le dio en el gusto. Todo pasó a poder de los Bunster.

LAS TIERRAS MALAS

Ismael Carter: Allá quedó todo nuestro trabajo. El bosque talado y rozado. El terreno emparejado, despiedrado, arado, picado, hornereado y abonado. Habíamos preparado la tierra para muchos años de cultivo y no nos dejaban terminar ni el primero. Y partimos para arriba, a unos pedregales deshabitado. Eran tierra pobres, duras, rocosas. Les llamamos “El Matadero”. Era a mediados de abril y empezaban a caer las primeras nieves.

Sufrimos mucho. El frío mordía fuerte, el diablazo. Íbamos a estar enterrados en la nieve hasta septiembre. Los pastos que traíamos se empezaron a agotar. Los animales enflaquecían. Entonces empezamos a trabajar la tierra montañosa. Era dura como el demonio. Los arados no entraban. Los bueyes se llegaban a desyungar tirando.

Las provisiones escaseaban. Empezamos a pasar hambre. Entonces subimos al monte. Por allá crece un árbol. Nosotros le llamamos pehuén. Las gentes sabidas lo mentan Pino Araucano. Es un gran árbol. Da unos furtos, los piñones. Era lo único que teníamos para comer. Y la pesca del salmón también.

UN LUCHADOR.

Rocart Hermosilla: Juan Leiva Tapia era de estos lugares. Como la mayoría de nosotros, hijo del valle del Bío Bío. Su padre era un hombre rico. Tenía más de dos mil ovejas. Un fundo entero tenía. Salió estudioso de chiquillo y su padre lo mandó a estudiar a Santiago. De allá se vino como profesor de Castellano. Y ya en ese entonces, hasta donde yo sé, venía de comunista también. Empezó a organizarnos. El fue mi profesor. De las letras y de las cosas políticas. Junto con otras familias, los Lagos, los Sagredo, Santiago Torres y otros, fundamos la organización. Le pusimos “Sindicato Agrícola Lonquimay”.

Desde mucho antes habíamos conversado entre nosotros. “¿Por qué no nos entregan las tierras?”… Desde niño había escuchado aquello de que la tierra debía ser del que la trabaja. Y yo pensaba igual.

ALGUNOS COMBATIENTES DEL LEVANTAMIENTO. ENTRE ELLOS APARECE EMELINA SAGREDO.

LOS PRIMEROS COMBATES

Emelina Sagredo: Decidimos bajar y reconquistar las tierras. Eran nuestras, siempre habían sido nuestras, de nuestros antepasados mapuches. La voz se extendió por toda la región. Y nos empezamos a reunir en “El Matadero”. Mi hermano Simón era uno de los más entusiastas.

A algunos que venía de abajo se les enredaron algunos novillos de los ricos en los lazos. Mientras carneábamos entre fogatas, planeábamos el zarpazo. Hombres, mujeres, viejos, niños. Entonces llegaron un par de pacos del retén de Huallalí. Eran un par de carajos abusadores. Ya los conocíamos bien. Comenzaron a provocar, a echarnos los caballos encima.

Entonces nuestros hombres reaccionaron. Yo vi cuando los bajaron a peñascazos de los caballos. Entre varios los apresaron y se los llevaron lejos… ¡Dios sabe cómo los mataron, finalmente!

EN EL PUENTE RANQUIL

Ismael Carter: Y nos tomamos las tierras. Contábamos con dos carabinas Winchester, media docena de escopetas de caza. Esas eran todas nuestras armas. Los demás estábamos aperados de palos, azadones, horquetas. Leiva, Simón Sagredo y los otros dirigentes distribuyeron a los 200 hombres.

A mi me encargaron cuidar, junto a otros 80 compañeros, la ribera sur del río Ránquil, frente al puente de troncos. Debíamos vigilar el movimiento de tropas, enviar mensajes. Y si llegara el momento, pelear a muerte para no dejarlos pasar. Al otro lado esperaba el grueso de nuestra gente. Era el día de San Pedro, 29 de junio de 1934.

A las cuatro de la tarde aparecieron los pacos. Venían a caballo, dispersos por el camino. Nosotros también estábamos montados, ocultos entre unos matorrales. Al verlos venir, con los rifles en posición de combate, algunos de los nuestros se dispersaron. Los alertaron y empezó una lluvia de balas de combate. Al lado mío cayó muerto José Figueroa. Yo lo único que sentía era rabia. No teníamos una sola arma de fuego. Solo tenía en mis manos un palo grueso. Entonces yo grité: -“¡A ellos compañeros!”-. Espoleamos nuestros caballos y cargamos de frente.

LOS QUE VAN QUEDANDO EN EL CAMINO

En vida me llamé Rocart Hermosilla. Ese nombre fue un capricho de mi padre. Una vez llegó al pueblo un comerciante francés de apellido Rocart. A mi taita le gustó como sonaba y así le puso al primer hijo que tuvo. Ese hijo fui yo. Y así viví 35 años hasta que vino lo de Ránquil.

Mientras los demás se reunían en Paso Paz, en Paso Caracoles, en el puente y otros lugares, yo debí cuidar la retirada. Armado de una vieja carabina, me enfrenté solo al teniente Cabrera y a 11 carabineros. Pelié horas y horas. Al final se me acabaron las balas y me acribillaron a balazos mientras esperaba de pie, con las manos abajo. Mi cadáver estuvo quince días sin ser levantado.

A veces, cuando se reviven estos hechos, algunos compañeros se acuerdan de mí. Con gratitud y cariño. Yo también los recuerdo.

LA LARGA MARCHA

Clementina Sagredo: Murieron más de cien. En el puente Ránquil fue el encuentro más importante. Después vinieron una persecución y una carnicería que no terminaban nunca. Murieron ocho hombres de mi familia. A José Rosario, mi hermano mayor, le cortaron las orejas, la nariz…, lo castraron. Y a cientos de nosotros nos llevaron amarrados hasta Temuco, a pie por la nieve. Éramos una larga y fantasmal procesión, oscura y cruel.

Yo estaba embarazada de tres o cuatro meses. En los descansos me amarraban a los postes del camino. En una parada, uno de los pacos se me acercó y gritó: -“¡Esta yegua debe estar preñada. Miren como le sale espuma por la boca!”-. A muchos los sacaban de la columna de presos y partían con los pacos. Se despedían de nosotros con una mirada triste. A la hora, los pacos volvían solos. Después de asesinarlos fríamente lo echaban al Bío-Bío.

UNA LARGA AGONÍA

Ismael Carter: Me dirigí en línea recta hacia ellos, blandiendo el garrote. A medio camino, cuando estaba a menos de cincuenta metros, recibí un golpe terrible en el pecho. Luego, semiinconsciente, sentí otros dolores en distintas partes. Había recibido cinco balazos. Uno me destrozó el brazo derecho. Otro me atravesó la clavícula. Otro la pierna derecha.

Me desmayé, pero no solté las crines del caballo. La bestia volvió al galope a mi rancho. Eso me salvó. Varias leguas corrí así, desangrándome. En mi casa estaban mi mujer, Marta Venegas y nuestros cuatro hijos pequeños. La mayorcita tendría unos 3 años.

Entonces mi mujer me cuidó. Estuve tres meses sin ser visto por un doctor. Ella subía al monte a buscar plantas medicinales y así me fue sanando. Con pura agüita de matico y otras yerbas. El hueso del brazo lo tenía roto en mil pedazos. Las puntas me rompían la piel y se asomaban. Se me pudrió entero. Quedé baldado para el resto de mi vida, compañero. Tengo el brazo afirmado en puras astillitas.

Pero tengo otro dolor más sordo. Mientras mi mujer andaba en los cerros buscando medicina y piñones, en tres días se murieron tres de nuestros hijos. El menor tenía un año y murió entre mis brazos heridos (llora silenciosamente). Me quedó la pura Alicita. Perdone si lloro. De hambre deben haber muerto. O de una enfermedad a la garganta. No sé.

Los pacos, cuando me andaban buscando, llegaron a mi casa. Me robaron tres caballos. Eran caballos de bandido. Sin dueños. También tenía cuatro vacas. Una se comieron ahí mismo. Las otras quizás qué se hicieron.

LA HUIDA

Emelina Sagredo: A mí me buscaban para matarme. Todos los hermanos Sagredo debían morir. Entonces, con mis hermanos Benito y Simón y los muchachos Francisco y Pablo Cisternas huimos hacia la cordillera. Hicimos un hoyo entre unos matorrales. Ahí pasamos varios días, acurrucados unos contra otros. Lo único que comíamos era harina tostada revuelta con nieve. Yo no sé como no nos morimos de frío.

Los niños Cisternas andaban sin ropas apropiadas. Para protegerse del frío andaban con unos cueros de animales. Por eso nos llenamos de piojos. Los Cisternas enfermaron del pulmón. Al tiempo los pillaron y al poco tiempo murieron tísicos.

Nosotros, mis hermanos y yo, arrancamos pa’ la Argentina. Cuando vine a probar por fin algo caliente, me quemó el estómago como si me hubiera tragado una brasa.

SOLIDARIDAD CAMPESINA

María Soto: La pobre Emelina Sagredo andaba arrancando. Dicen que era de las más importantes de la organización. Cocinaba para los revolucionarios. Un día, huyendo, llegó a mi casa. Le presté ayuda como era mi deber y aquí se quedó. A la hora llegaron los policías.

  • ¡Buenas, doña! ¿No se ha visto por estos lados a la Emelina Sagredo?
  • Nooo, nadie se ha visto. Habrá muerto por ahí, con estos fríos…

(y ella, escondida entre el cerco y las quilchas, a dos metros de ellos.)

  • ¡No ve, doña! ¡Eso es para que todos ustedes escarmienten! ¡No debían haberse metido en las patas de los caballos!

Y ya la Emelina decía después:

  • ¡Ah, si hubiera tenido un arma en las manos! ¡Por dios que les hago los puntos!

LA MENTIRA HISTÓRICA

La burguesía de la época fue la que monopolizó la información sobre la masacre. Y levantó una calumnia histórica que incluso ha sido recogida, tiempo después, por la propia prensa de izquierda. Se aseguró que un tercer carabinero había sido ejecutado por los campesinos en una sierra eléctrica. Lo que pretendía era presentar a los campesinos como bestias dañinas, sanguinarias, sin sentimientos. Sin embargo, en la zona nunca hubo aserraderos. Toda la madera era trabajada a golpe de hacha.

Esta es una pequeña parte de la historia de Ránquil. La familia Sagredo es la familia Uribe de la obra teatral “Los que van quedando en el Camino”. Doña Emelina es la protagonista. El papel de ella en la obra lo interpreta Carmen Bunster, nieta de Gonzalo Bunster, el latifundista de Lonquimay. El compañero Ismael Carter todavía vive en Ránquil. La familia Sagredo se vino a Santiago y vive en el Paradero 12 de Santa Rosa. Quedan cuatro hermanos vivos.

Mientras tanto, la Corporación de la Reforma Agraria se apresta a expropiar los fundos Huallalí, El Barco y Los Guindos. Un total de 165.000 hectáreas. Treinta y cuatro años después de la masacre se comienza a hacer justicia en Ránquil.-

Revista Ramona, el 4 de abril de 1972

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