por Jano Ramírez
El caso de Matías Toledo, alcalde electo de Puente Alto, muestra un problema recurrente en nuestra política. Toledo comenzó criticando el sistema y apoyando el espíritu del Estallido Social, pero ahora habla de «consenso» y pone como referente a Michelle Bachelet, quien, aunque es vista como moderada, gobernó sin cambiar las raíces de las injusticias que enfrentamos.
Esto no es un caso aislado. Muchos políticos que empiezan con discursos a favor de la gente terminan atrapados en las reglas de un sistema que siempre favorece a los más ricos. ¿Por qué ocurre esto? Porque no hay una fuerza política sólida que los respalde y que realmente defienda los intereses de la clase trabajadora.
El problema del sistema político actual
El sistema político chileno está diseñado para mantener el modelo económico que beneficia a las grandes empresas y las élites. Cuando políticos como Toledo llaman a “consensos”, en realidad terminan cediendo a las exigencias de los poderosos, dejando de lado a quienes más necesitan cambios.
Esto demuestra que no basta con tener buenas intenciones o con ser una figura carismática. Hace falta algo más: una organización política seria y comprometida que no traicione a la gente trabajadora y que sea capaz de enfrentar al poder económico y político que domina el país.
La solución: un partido político de y para la clase trabajadora
El único camino para evitar que los políticos sigan desviándose hacia el reformismo y la conciliación es construir un partido político que defienda exclusivamente los intereses de la mayoría: la clase trabajadora. Este partido debe ser diferente a los que conocemos hoy, porque:
1. Debe organizar a las personas desde abajo: La clave no está en líderes individuales, sino en construir un movimiento colectivo, donde la clase trabajadora, los estudiantes, las mujeres y los sectores populares se eduquen políticamente y participen activamente.
2. Debe rechazar los pactos con la élite: Este partido no puede caer en la trampa de hacer acuerdos con los mismos grupos económicos y políticos que sostienen el sistema actual. Su único compromiso debe ser con las necesidades y demandas de quienes trabajan y luchan día a día.
3. Debe tener un plan claro para cambiar las cosas: No se trata solo de ganar elecciones, sino de construir un proyecto que enfrente las raíces de las desigualdades. Esto implica transformar el modelo económico, devolviendo el poder y los recursos al pueblo.
4. Debe ser internacionalista: Los problemas de Chile son parte de un sistema global. Este partido debe unirse con luchas similares en otros países para construir un movimiento que enfrente al capitalismo de manera global.
El ejemplo del Estallido Social
En octubre de 2019, vimos el potencial de la clase trabajadora y la juventud para desafiar al sistema. Pero esa energía no tuvo un canal político que la orientara hacia una transformación real. Por eso, terminó siendo absorbida por procesos institucionales como el de la nueva Constitución, que al final no respondió a las demandas del pueblo.
Un partido político genuino podría haber organizado y dado dirección a esa fuerza, evitando que las demandas fueran desvirtuadas. Este partido no es un sueño imposible: es algo que podemos y debemos construir juntos.
¿Qué podemos hacer?
El primer paso es entender que nadie vendrá a salvarnos. No podemos confiar en políticos que buscan «consensos» con los mismos que nos han explotado durante décadas. Necesitamos unirnos para construir un partido político que defienda nuestras necesidades: trabajo digno, salud, educación y una vida sin explotación.
Este partido no debe ser una copia de los que ya existen. Debe ser una herramienta para que la clase trabajadora tome el poder y transforme la sociedad. Un partido de este tipo no solo será una esperanza para Chile, sino un ejemplo para otros países que enfrentan problemas similares.
El cambio no vendrá desde arriba; debe construirse desde abajo, con organización, educación y lucha. Ahora es el momento de dar ese paso y construir el partido que defienda siempre a nuestra clase.
Sabe lo que pasa, es que vamos a terminar peleando entre nosotros. Hay que crear un partido dice, bueno por qué no lo crea. Acaso no basta con recolectar firmar y ya. Ahí está el partido. La pregunta es: ¿están seguros que el partido va a solucionar el problema? Si el problema es que la oligarquía de este país tiene agarrada toda la tierra, tiene dos brazos armados, el ejército y las policías, es dueña de los bancos, dueña de los laboratorios, dueña de los fondos de pensiones, dueña de la minería, dueña del mar, maneja la ley, maneja los sueldos, maneja el parlamento, es amiga de los gringos, está casi todo privatizado, con una constitución del lado de ella, con un derecho del lado de ella, dueña de los medios de información, dueña de los medios de producción, especula, se colude, se corrompe, se lleva la plata para afuera, su manos está sobre todo, en la política, la religión, la economía, la educación, la defensa, la ley. ¿Y ustedes creen que un partido le va quitar todo el poder que tienen? El mundo está lleno de partidos. ¿Ustedes creen que en Haití hace falta un partido? En Cuba no fue un partido el que cambió el orden de las cosas. En Vietnam tampoco. Ni en Rusia. El problema que hay Chile no es de pintura, o de una gotera en el lavaplatos, o de qué hacemos de almuerzo. El problema en Chile es que la burguesía tiene todo el poder y la clase trabajadora no tiene ninguno. En la pared tengo un tipo que me dice todos los días: El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Discúlpenme pero no se puede traicionar los principios de un hombre que murió peleando por los trabajadores.