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Palestina. Ward (o los niños en prisión)

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Por Leticia Silvestri, Resumen Medio Oriente, 5 julio, 2019

“Mamá, tengo frío”, escuchó Mahaseen desde el otro lado de la línea. Era Ward. Por fin habían logrado con sus compañeros armar un teléfono para llamar a sus familias. Un día, una batería; otro día, una carcasa; otro, un cargador, y así, hasta completar un aparato que funcionara. Podía tardar un tiempo pero finalmente lo lograron.

De fondo, se escuchaba una ducha. No era fácil entender lo que se decían. Se tenían que meter en el baño para llamar, hacer ruidos para que no se escuche, mientras otros dos se quedaban afuera haciendo de “campana” y hablando fuerte para que desde afuera no se escuchara que alguien hablaba por teléfono.

Es invierno. Ward está arrestado en Ofer, en el oeste de Ramallah. El frío se siente, y mucho. En la prisión, las estufas del sector de los menores están rotas.

Entre los chicos lograron arreglar una y la comparten. “Las zapatillas que afuera cuestan 120 shékels, adentro valen 500”, agrega Abu Ward (el papá de Ward).

Mahaseen dice que “Ward” es un nombre que se puede usar tanto para varones como para mujeres. En el primer caso, refiere a una especie única de leones que habitan en algún lugar del norte de África. En el segundo, refiere a la flor rosa.

Ward tiene tres hermanos menores. Mayar, de 15 años, “la que trae las bendiciones a la casa”. Karmel, de 11, por la cordillera Monte Carmelo en la Palestina pre-1948, a lo largo del Mediterráneo. Zain, que significa “hermoso”, y también puede ser usado para varón o para mujer.

Actualmente, hay 5.500 palestinos presos en cárceles israelíes, de los cuales 215 son niños; aunque a partir de los 16 tienen las mismas penas que los adultos. “Lo que no pueden decir las estadísticas es lo que les pasa a las madres cada día que pasan sin sus hijos”, me dice Mahaseen.

La forma más común de arrestarlos es por la madrugada. Aparece un grupo de soldados a la noche, fuerzan la puerta de la casa, y algún integrante de la familia se despierta con un arma en la cabeza. Luego agarran al niño y probablemente digan que le tienen que hacer unas preguntas. Muchas veces les tapan los ojos y los dejan por 5 o 10 horas en el jeep, de noche, sin decirles nada. Ésta es la primera forma de “ablandarlos” para luego poder obtener alguna –falsa- confesión.

Los padres ya saben que no va a volver. Pueden pasar 48 horas hasta que sepan dónde está detenido, varias semanas hasta que logren verlo desde lejos en una audiencia en la Corte militar y varios meses hasta que les den permiso para ir a visitarlo.

Muchas veces, los abogados tampoco pueden verlo hasta el día de la cita judicial, y probablemente hasta ese momento (que puede suceder meses después), no sepan de qué cargos se lo acusa. Mientras tanto, está detenido, incomunicado, probablemente siendo interrogado.

En las salas de interrogación, obtienen confesiones por la fuerza, a través de extorsiones con amenazas o golpes y situaciones de extremo estrés físico. Luego esas palabras son usadas como pruebas en el juicio.

Ward fue arrestado el 7 de agosto de 2018. Su familia obtuvo el permiso de visita en noviembre. Pueden visitarlo 45 minutos cada dos semanas y hablar por teléfono con él a través de un vidrio. Mahaseen está cien por ciento segura de que esas conversaciones son escuchadas por los guardias.

“Un par de medias cuenta como dos prendas de ropa”, me cuenta Mayar. En cada visita a los detenidos menores de edad se les pueden llevar nueve prendas. “Pero no nos dejan llevarle pulóveres de lana”. Las frazadas que tienen son provistas por la Autoridad Palestina porque los israelíes no les dan, o no son suficientes.

Abu Ward y su esposa trabajan para la Autoridad Nacional Palestina. Ella fomenta intercambios comerciales con otros países. Viaja mucho y habla un perfecto inglés.

Mientras cocinamos, me cuenta que estuvo en China, Malasia, Indonesia y más. Este año probablemente venga a América Latina por trabajo y va a estar unos días en Argentina. La invité a casa a tomar unos mates. Dice que el mate no le gusta mucho. Lo probó por su amiga siria, que le enseñó que “es un aprendizaje. Al principio no te gusta mucho, pero después te vas acostumbrando y te encanta”. A Mahaseen le resulta amargo y un poco fuerte, pero las dos nos emocionamos por la coincidencia. Ella no sabía del lugar de origen del mate. Me prometió invitarme a conocer a su amiga y yo le prometí llevarle un paquete de yerba traída de Argentina.

  • Comida en la casa de Ward.

Tienen suerte –digamos- de que Ward está en una prisión cerca de Ramallah; queda relativamente cerca de Kobar, donde vive la familia. Aunque ya sabemos cómo es viajar en Cisjordania: lo que debería tardar 25 minutos tarda 3 horas. Por los checkpoints, las rutas que sólo pueden usar los israelíes, los pasos bloqueados.

En las cárceles, los chicos palestinos no pueden continuar la escuela. No hay sistema educativo para los palestinos en cárceles israelíes, pero además no están autorizados a leer libros de estudio, cuenta su madre. La última vez que fueron a visitarlo, les pidió libros; pero sólo les pueden llevar libros de ficción. Entonces no puede tampoco estudiar para el Tawjihi, el examen que acredita la finalización del secundario y posibilita la entrada a la universidad. Se preparan durante un año para rendirlo.

El Tawjihi se rinde en junio. Después de seis meses en prisión, Ward ya lo daba por perdido. No le quedaría tiempo suficiente para estudiar. Si quiere ir a la universidad, mejor será rendirlo el año que viene.

A Mayar le gusta mucho leer. Salió primera en un concurso de ensayos de la región, para el que escribió sobre el Che Guevara. Habla excelente inglés. Hasta el año pasado tenía una beca de  AIPAC (el Comité de Asuntos Públicos Estadounidense Israelí). Hace unos días le informaron que recortaron el presupuesto y se quedó sin la ayuda. Está triste, dice, pero de alguna manera va a seguir.

El mismo día que le dieron de baja la beca, a Abu Ward le cancelaron el permiso de visita a Ofer. Según cuenta, tuvo una discusión por mensaje de texto con Zain, en la que nombraban a los soldados israelíes. A la mañana siguiente, recibió un llamado del organismo de inteligencia local, informando que su permiso de visita había sido revocado. No le dijeron por qué.

Los hombres conversan en el living. Mahaseen, Mayar, Karmel y yo, en la cocina. Mientras preparamos malfouf y una ensalada libanesa con cebolla y sumaq, Mayar me muestra el colgante hecho con semilla de palta que le mandó Ward. Dice su nombre. Su madre y hermana también tienen uno. A su papá le hizo una funda para encendedor. Mahaseen cuenta que en la última visita a Ward fue demorada en la entrada porque lo llevaba puesto. Los guardias saben que adentro se hacen esas artesanías y está prohibido sacarlas. Ward las mandó a través de otro chico que fue liberado.

Colgante de semilla de palta que dice “Mi Mamá”.

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