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Óscar Castro, el poeta que el establishment ha olvidado. Un vate de calidad insuperable

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El autor de «Oración para que no me olvides» fue un provinciano enamorado de la cultura campesina de la primera mitad del siglo XX

Arturo Alejandro Muñoz

LA GRAN GABRIELA sufrió el desdén de sus pares debido a su condición –en un Chile ultraconservador y tradicionalista- de mujer, provinciana pobre y maestra. Consciente de que en su patria difícilmente podría hacer huella, decidió irse al extranjero y desde allí alcanzar los máximos niveles de la perfección poética junto al aplauso honesto y encantado de millones de lectores. Obtuvo el Premio Nobel el año 1945, y sólo siete calendarios más tarde Chile le entregó el Nacional de Literatura.

Oscar Castro Zúñiga (1910-1947) experimentó un hecho similar. Fue un provinciano enamorado de sus pagos láricos, describiendo maravillosamente las cosas simples y rutinarias que ocurrían en sus tierras, pero tuvo la peregrina idea de intentar alcanzar la cumbre literaria nacional sin apoyo político ni editorial, lo que en las décadas de 1930 a 1960 era un asunto impensable (¿será hoy distinto?). A temprana edad el joven rancagüino fue ‘descubierto’ por el escritor Augusto D’Halmar, cuando el novel vate se presentó en Santiago leyendo uno de sus poemas más bellos y contundentes: “Responso a García Lorca”, en el que fluye su innato amor a la España republicana y una indesmentible admiración por el poeta y dramaturgo granadino asesinado el año 1936, al inicio de la guerra civil hispánica. 

Dios le regaló el don de la escritura, pero le negó el oro que sí entregó a otros como Neruda y Huidobro. Desempeñó una variada gama de oficios y profesiones. Fue trabajador bancario, profesor de castellano y bibliotecario. Nunca abandonó su ciudad natal ni tampoco mostró interés por viajar al exterior. Sus amores irreductibles le impedían abandonar la ‘ciudad heroica’, y entre esos cariños profundos manifestó preferencias claras por los aromas del trigo, por la historia nacional que cruzó sus tierras y, ya lo dijimos, por esa España revolucionaria en lo literario y político que supo atrapar en el escenario de sus encantos a tantos poetas y novelistas latinoamericanos.

Sus trabajos escriturales lo demuestran sin ambages, pues tales querencias fluyen con aromas propios en obras como “La comarca del jazmín’, ‘La vida simplemente’, o en poemas de inmensa calidad y letanía bucólica, donde los títulos bastan para entender cuánto amaba a su terruño. ‘Para que no me olvides’, ‘Romance de Isolda Pradel’ (su esposa), ‘Despedida’, ‘El sermón de los trigales’, ‘Romance del hombre nocturno’, ‘Por calle del rey arriba’, entre otros, dan fe del aserto anterior.

Algunas anécdotas que se conocen hoy permiten aquilatar mejor la calidad humana de Oscar Castro. En Rancagua, sabedor de la necesidad imperiosa que todo artista requiere para seguir creando, el poeta recorrió oficinas públicas y privadas, locales comerciales e industrias procurando un apoyo que nunca llegó. Sin amilanarse ante el fracaso, o frente a la desidia mostrada por los poderosos de la zona, fundó el Grupo Literario Los Inútiles, respondiendo de esa laya al desinterés del establishment de la época. “A los escritores, cuentistas y poetas, la gente que cuenta con el don del dinero los considera una inutilidad económicamente hablando”, aseguró Castro a sus amigos al momento de proponerles la fundación del nuevo grupo.

También se cuenta que el poema ‘A Isolda Pradel’, el vate lo redactó en un momento que su esposa dudaba de la fidelidad del escritor. Dicen quienes le conocieron que con una pequeña daga Oscar Castro atravesó el papel donde había escrito esa poesía y clavó el cuchillito en la cabecera de la cama, dejándolo allí a objeto que Isolda lo encontrase esa noche y se percatara de cuánto realmente la amaba. El poema es bellísimo, y en varias partes puede leerse: “eres la esposa en el día, pero en la noche eres novia”.

Oscar no participó activamente en ningún movimiento político partidista, lo que le significó –pese a su innegable maestría- el olvido intencional de las cúpulas dirigenciales y del periodismo comprometido, los que negaban sal agua a aquellos escritores que se mantenían fuera de los cuadros partidistas. Incluso se vio en la necesidad de auto editar algunas de sus obras, ya que las casas editoriales mostraban interés solamente en autores ‘recomendados’ por ciertas tiendas del espectro político criollo. Pese a no disponer de base económica personal, de apoyo empresarial o público, y de no contar con aportes de ningún partido –popular o conservador- tozuda y magistralmente continuó creando, escribiendo , proponiendo y haciendo camino al andar.

Fue un hombre que vivió siempre en condiciones precarias, trabajando periódicamente como profesor de castellano, entre Rancagua y un Santiago inhóspito de frías pensiones y hospitales, y acosado tempranamente por una grave enfermedad. 

Murió  joven, debido a una fatal tuberculosis cuyo desenlace fatal llegó  en el Hospital del Salvador, en Santiago, el día 1 de noviembre de 1947. A su esposa, Isolda Pradel (fallecida el año 2012) solicitó desde su lecho de enfermo que lo sepultaran en Rancagua. No quiso abandonar sus pagos ni siquiera en esa hora aciaga.

A finales de los años sesenta el actor Héctor Duvuachelle y el grupo folclórico ‘Los cuatro de Chile’ rescataron parte de la obra de Oscar Castro poniendo en escena un evento cultural y musical que, aún hoy, sigue cantándose por doquier. Posteriormente, una vez que llegaron los años del quiebre político en nuestro país y más tarde la larga noche dictatorial, la voluminosa obra del fallecido poeta rancagüino pareció volver al triste y típico olvido nacional.

Rancagua, en cambio, no ha cejado en extremar esfuerzos para llevar a Oscar Castro al lugar que por calidad le corresponde. Su viuda, Isolda Pradel, presidió la Fundación que lleva el nombre del insigne escritor y desde allí –sin tregua ni descanso- desarrolló un trabajo incesante que alcanzó a estudiantes, medios de comunicación y diversos escenarios regionales. Instituciones como el Consejo de las Artes y la Cultura, la Municipalidad de Rancagua y varias agrupaciones literarias locales, coadyuvan aún en la tarea, destacándose con brillo propio la labor efectuada por Guillermo ‘Tato’ Drago, conocido y respetado historiador rancagüino que –con dineros de su propio peculio- ha rescatado la vieja casa donde nació el poeta, transformándola en un referente importante, y punto de encuentro, para todos los amantes de la poesía, novela y cuento que hoy han vuelto a renacer, afortunadamente, en la capital de la Sexta Región.

Pero, Rancagua es sólo Rancagua y carece del potencial que caracteriza al ‘verdadero Chile’, ergo, Santiago y sus calaveradas de enano gigante. Sin embargo, día tras día Oscar Castro da nuevos pasos rumbeando hacia la cúspide de esa veleidosa pirámide escritural que sigue siendo ocupada –por obra y gracia de intereses políticos y no sólo debido a la calidad de las plumas que redactaron maravillas en prosa y verso- por los sempiternos grandes de la poesía criolla….esos cuya creación ha sido estupenda, pero que, en rigor a la verdad, tienen competidores ocultos tras la sábana del olvido tejida por administradores de la soberbia

 

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