En estos días que ―en Chile― la iglesia celebra a María de Nazaret, madre de Jesús y esposa de José, conversamos con Ximena de San Ramón, madre de uno de los jóvenes procesados judicialmente como consecuencia de la Revuelta de Octubre del año pasado. Ella exclama: “mi hijo no mató a nadie, no le robó a nadie, no hirió a nadie, no rompió ningún bien público, ¡nada! ¿Merecemos el costo que hemos tenido que pagar?” Este es su testimonio, como el de María, entre el dolor y esperanza. Octubre del año pasado. Ella exclama: “mi hijo no mató a nadie, no le robó a nadie, no hirió a nadie, no rompió ningún bien público, ¡nada! ¿Merecemos el costo que hemos tenido que pagar?” Este es su testimonio, como el de María, entre el dolor y esperanza.
Fuente: www.kairosnews.info
6 de diciembre del 2020.
Ximena Vidal Pérez, 63 años de edad, es una mujer nacida, criada, casada y que lucha por la vida en la comuna de San Ramón, en el sector sur de Santiago. En estos días camina de su casa al Santuario del Paradero 25 de Santa Rosa y a su trabajo. Lo hace con mucha pena, pero con gran orgullo. “No me arrepiento de haber educado con valores y sueños a mis hijos”, dice.
José Luis Araya Vidal es su hijo menor. “Es inteligente el cabro” (muchacho), cuenta. Estudió en el Instituto Nacional, un liceo con tradición, de excelencia académica y de lucha social. Hoy, en la Universidad de Chile cursa el segundo año de Historia y Teoría del Arte.
Preso Político
El joven, de 22 años de edad, fue detenido el 13 de marzo de este año por participar en manifestaciones que tienen su raíz en el “despertar de Chile”. Fue llevado al recinto penitenciario “Santiago 1” donde permaneció cinco meses. Luego, el 19 de agosto, se le permitió volver a casa pero bajo “arresto domiciliario total”. No podía salir ni a comprar el pan. El 12 de noviembre último, el juez le cambió la medida cautelar a “arresto domiciliario nocturno y arraigo nacional”. Y tuvo suerte.
Porque de los aproximadamente 2.200 adolescentes y jóvenes que aún se hallan en prisión preventiva por participar en manifestaciones públicas, según informaciones que proporcionan algunos parlamentarios, a la gran mayoría ni siquiera les han iniciado el respectivo proceso judicial.
“Mi hijo ha tenido un costo psicológico alto por la detención”, comenta la señora Ximena. “Honestamente, él no ha querido recibir ayuda pero estamos viendo la posibilidad, ahora, de que alguien pueda atenderlo”, dice.
Dolor de Madre
Ella es fuerte y se hace la valiente, aunque la procesión la lleve por dentro. Sufre de lupus que limita su movilidad. Jubiló hace tres años y percibe una pensión de $193.000. “Por eso debo seguir trabajando y en la empresa me lo permiten”, explica.
Cuando joven cursó un secretariado y donde trabajaba demostró su dominio de las matemáticas. “Soy asistente contable en una empresa del área de la construcción. Se han portado de maravilla con los permisos. También, digamos claramente, ellos se han visto súper afectados en las ventas luego del estallido social, y nosotros somos apenas una PYME”, dice de un modo completamente identificada con su empresa.
― ¿Qué ha significado para usted, como madre, vivir este drama con su hijo preso?
― Nosotros somos una familia común y corriente, como cualquier familia que lo único que espera, que desea, es que sus hijos progresen, estudien, sean profesionales. Ahora, gracias a mi participación en la iglesia, tenemos conciencia social. También como familia tenemos una historia de dolor desde el Golpe Militar del 73.
“Entonces, siempre para nosotros ha sido un tema buscar los caminos de justicia e igualdad para todos. El que haya sucedido esto, nos golpeó muy fuerte, ¡muy fuerte! porque una prepara a sus hijos para la vida no para que terminen en una cárcel”.
― ¿Cómo es su hijo?
― Mi hijo es un cabro de familia que todavía vive con nosotros. Él estudió en el Instituto Nacional, siempre perteneció a la rama de fútbol y se pasó organizando campeonatos. Es un buen vecino, no porque yo lo diga, sino porque los mismos vecinos lo dicen y lo quieren. Es un cabro educado, culto, no es atrevido, es normal poh… como cualquier hijo de familia normal basada en el amor. Ellos, mis hijos, nacieron realmente producto del amor. Entonces, todo esto es durísimo. ¡Imagínese!
Las Penas de la Familia
No solo su hijo menor es preocupación de la señora Ximena. También su esposo, a quien le gusta trabajar la madera como buen carpintero. En eso estaba cuando se cortó dos dedos de una mano, el índice y el pulgar. Hoy vive yendo al consultorio pues desde hace tres años espera ser operado de su mano mientras a diario resiste grandes dolores. En su amor gratuito de padre, retiró su 10% de la AFP y lo guardó por si la defensa judicial de su hijo lo necesitare.
“Fue un accidente de casa”, explica la señora Ximena. “Imagínese, lo que significa para un hijo ver a su padre así, todo el tiempo, trabajando con dificultades y con estos dolores. A veces han pasado hasta 6 meses que no le pagan sus licencias médica, aunque durante la pandemia se ha regularizado el pago.
“Por eso, cualquier joven con un poco de conciencia sale a reclamar, a gritar. Siempre he dicho: todo esto que ha acontecido con los jóvenes desde el estallido social, es la expresión de la rabia, de la frustración, de la impotencia de todos nosotros. De casi un país entero, y claro, los jóvenes de hoy no tienen miedo. No son como nosotros que ya estamos más viejos y la pasamos tan mal para el ‘73, que todavía nos queda miedo. Ellos no”.
Pero cuando viene una mala…vienen varias se dice en el mundo popular. La señora Ximena relata: “Yo tengo dos hijos. Además de José Luis, está mi hija mayor que ya no vive con nosotros. Tengo mi enfermedad de base y no puedo tomar sol. Por eso, mi hijo era quien que iba a comprar todos los sábados a la feria las verduras de la semana. Además, estoy a cargo de mi mamá, que vive aquí, a la vuelta de mi casa. Él la iba a buscar para que viniera a almorzar y después la iba a dejar. Siempre con una voluntad increíble. Un cabro normal, con buenos sentimientos, que nosotros buscamos siempre transmitirle”.
Educación en Valores
― ¿Se arrepiente de algún modo haberle transmitido esos valores?
― ¿Que yo me arrepienta de eso? ¡Jamás! Una no se puede arrepentir de eso. En una oportunidad dije: el pecado más grande que pude haber cometido es enseñarle a mi hijo a tener valores y a buscar siempre verdad, justicia, y dignidad para todos. Pero eso una lo dice de rabia porque resulta muy doloroso. Es muy doloroso ser consecuente, como Jesús.
“Pero tengo la confianza en Dios y eso es lo que me hace, creo, caminar tranquila, con una angustia, claro, que cuesta mucho contenerla, pero por lo menos creo que el día de mañana, cuando me tenga que morir, lo voy a hacer tranquila. Esa es la verdadera libertad, la que uno tiene en el Espíritu, en el corazón, de poder caminar tranquila a la luz del evangelio”.
― Señora Ximena, ¿qué otras consecuencias ha tenido vivir esta experiencia de dolor?
― De partida a una le altera la vida totalmente, más con la pandemia. Nosotros quedamos solos con mi marido, porque mi hija también se contagió de Covid. Estuvimos dos meses sin verla. Justamente cuando mi hijo estuvo en prisión. Y el costo mayor y más palpable, es que mi hijo en casa ha caído en estados depresivos fuertes. Además, tengo un hermano con un cáncer complicado. Por eso, no puedes vivir una vida tranquila. Tengo a mi suegra en San Felipe, a quien vamos a ver por el día, pero tenemos que estar acá a las diez de la noche. Tenemos miedo que entre diez de la noche y las seis de la mañana llegue carabineros a controlar a mi hijo. Una como madre no duerme tranquila. En mi trabajo me ha significado que tengo que estar pidiendo muchos permisos porque a veces tengo una reunión, y todo eso tiene un costo.
Franciscana de Corazón
― Señora Ximena, ¿usted participa en su parroquia?
― Sí, participo acá en una comunidad cristiana de base de la parroquia de la Inmaculada Concepción, en San Ramón, que está a cargo de los Franciscanos Conventuales. Desde hace siete años soy catequista bautismal. Toda mi vida he participado ahí, desde que tenía cuatro años de edad, más o menos. Ahí me llevaba mi mamá. Ahí me casé hace 33 años. Ahí mis hijos, también, hicieron su primera comunión. Y después hemos seguido participando. Soy franciscana de corazón.
― ¿Y su comunidad cristiana qué piensa de esto?
― Ellos están al tanto, todos saben…
― ¿Y la apoyan?
― Yo diría que sí, si no me hubieran echado (risas). Nosotros, cuando ocurrió lo de nuestro hijo, lo primero que hicimos con mi esposo fue ir a hablar con nuestro párroco para contarle toda la verdad. Él nos dijo que no tenía inconvenientes. Además, siempre no confundo mi participación en la parroquia con lo social del país porque no quiero crear molestias en mi iglesia. Respeto que hayan hermanos que, si bien tienen una profunda fe, puedan ser indiferentes a estas situaciones que vivimos como país. Creo que una tiene que ser respetuosa de los procesos que otros viven.
― ¿Ha recibido críticas de vecinos o de la familia?
― Sí. En general, algunas amistades dicen que a lo mejor me expongo mucho. Que a lo mejor no debiera hacer tal o cual cosa, pero yo creo que una no puede, ante esta situación, quedarse de brazos cruzados. Veo mucha gente que se sacrifica y que entrega mucho tiempo para conseguir la liberación de los chiquillos. ¡Cómo me voy a quedar sentada, si mi hijo está ahí! ¡No puh!
“Cualquier condena que pueda recibir, cuánto le va a limitar eso. Si sus papeles quedan sucios… es lo que más nos aflige como familia.
“Ahora, yo digo una sola cosa: nada justifica la violencia ¡nada, nada, nada! Yo menos, se lo digo honestamente, soy súpercobarde, y creo que las cosas, con el diálogo todo se puede cambiar.
“Cumplimos más de treinta años, de la dictadura para adelante, y nunca hubo una solución real para las necesidades de la gente. Uno ve corrupción por aquí, por allá, y no hay institución que se salve de este mal en este momento.
“Entonces, si no hubiera pasado lo del 18 de octubre, ¿estaríamos viviendo o hablando lo que hoy se discute? ¿Todo lo que ha significado, por ejemplo, el tema de las AFP? Todavía seguimos descubriendo la cantidad de millones de pesos que han sacado, que han movido de un lado para otro y los afiliados no han ganado nada. La salud, mire usted ¿para quién realmente está? ¿La educación? Creo que llegó un momento en que ya decimos ¡basta! y desgraciadamente explotó en esto”.
Piedad y Esperanza
― ¿Tiene sentido la rebeldía de los jóvenes?
― Mire, tenemos el deber de entenderla y no ser tan juiciosos con estos cabros, que se les ha tratado de criminalizar totalmente. De ponerlos como delincuentes ante la sociedad. Hasta un delincuente, por muy malo que sea, merece respeto. Y a estos cabros no se les ha tenido ningún respeto. Nada. Nada, nada. El caso de la estación del metro Pedreros, por ejemplo, conozco a sus familias, y sé que son familias común y corriente, la típica familia de la población que se esfuerza para poder llevar el alimento a la casa, pero que tiene que esforzarse el triple o el cuádruple con respecto de cualquier persona que vive en Las Condes o en Lo Barnechea.
“Por qué, dígame: cualquiera de las familias de donde yo vivo ¿puede decir ‘este mes me voy a ir de vacaciones al sur una semana’? Las dueñas de casa ¿pueden decir: ‘una vez que me atiendan’? Aquí todas las mujeres trabajamos y tenemos que llegar a la casa a cocinar, a hacer aseo, lavar, planchar…
“Dígame, entonces, ¿quién no va a aspirar a tener algo mejor? ¿por qué nosotros no podemos tener derecho, por ejemplo, a disfrutar de un acto cultural, ir al cine o al teatro? ¡Cuándo nosotros podemos pensar en ir al teatro!
Por eso, ¿cómo no se puede entender que los jóvenes hayan explotado de esta manera? ¿Usted cree que nuestros hijos no ven todo lo que nos esforzamos su padres? ¿Y por qué los tenemos que enjuiciarlos tanto? Mi hijo no mató a nadie, no le robó a nadie, no hirió a nadie, no rompió ningún bien público, ¡nada! ¿Merecemos el costo que hemos tenido que pagar? Por eso apelamos a los políticos, para que tengan un poquito más de humanidad, que puedan ver esta situación como algo humano”.
― ¿Tiene esperanza?
― Sí, sí, por supuesto. Y tengo mucha confianza en mi Señor… vamos a salir adelante. Seguramente esto va a cambiar muchas cosas en la vida de mi hijo pero siempre va a ser para mejor. Una puede lamentar mucho el tiempo que se ha perdido ―pero perdido así entre comillas― porque este tiempo sirve para crecer, para encontrarse, para descubrirse a sí mismo, como persona, en lo profesional, en todo. Estoy segura que al final… va a valer la pena.
“Siempre digo que todo este sufrimiento que hemos tenido, si va en esa perspectiva…. me va a permitir reafirmar más mi fe, y nos permitirá reconocer al otro, que está al lado, como un hermano. Por eso, tengo por bien sufrido, lo sufrido, y tengo por bien llorado, lo llorado”.
*Entrevista de Aníbal Pastor N.