“La derecha es y puede vivir en la excrecencia, la izquierda no abreva de esta fuente. Debe comportarse acorde a sus principios, no puede dejarse seducir por cantos de sirena ni relajarse. Cualquier desliz, exceso o desviación la desacredita y resta credibilidad, tanto como genera desafección. No por casualidad se trata de mandar obedeciendo”.
Las derechas del mundo tienen en común ser antidemocráticas. No se trata de una descalificación, es una característica sobre la cual construyen su argumentario. Este ADN es compartido por todas sus vertientes: social, económica, cultural, financiera, religiosa o militar. En caso de no ostentar el poder y menguar sus ganancias, el recurso para evitar su desplazamiento consiste, en última instancia, en eliminar físicamente a sus enemigos. No pueden cerrar los ojos. Siempre alertas y despiertos. Cualquier cambio social democrático lo interiorizan como un ataque a sus privilegios, posesiones y libertad de elegir. En ocasiones son liberales, progresistas, conservadores, fascistas, nazis, neoliberales, en otras se declaran centristas, siempre anticomunistas. Con ideologías mutantes y sin principios, adaptan sus formas políticas al proceso de acumulación de capital. Unas veces bajo máscaras, capitalismo de rostro humano, otras al descubierto, reinventando la esclavitud, la explotación infantil, el empleo precario, el despido libre, la persecución de inmigrantes, la trata de personas, la evasión de impuestos y la corrupción. Conductas recurrentes. Conspiran para derrocar gobiernos y golpes de Estado.
Las izquierdas sueñan. Su ideario se fundamenta en principios irrenunciables. Dignidad y ética. Lucha por la justicia social, la igualdad y el bien común. No aspiran a convertir el planeta en un supermercado, donde todo se compra y vende. Creen en una vida digna y reivindican la democracia como forma de gobierno. Esa es su debilidad. La derecha lo sabe y cuando pierde elecciones o es sometida a fiscalización, aduce el ideario democrático de la izquierda para desestabilizar. En esta lógica, insulta, llama a la sedición, bloquea y ataca. Hace lo indecible por transformarse de victimaria en víctima. Se reagrupa en torno a un objetivo, recuperar su poder y sus privilegios. No tienen dignidad ni la reivindican. En una sociedad fundada en el dinero, parafraseando a Kant, todo lo que no tiene precio, estorba: Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad.
La derecha es y puede vivir en la excrecencia, la izquierda no abreva de esta fuente. Debe comportarse acorde a sus principios, no puede dejarse seducir por cantos de sirena ni relajarse. Cualquier desliz, exceso o desviación la desacredita y resta credibilidad, tanto como genera desafección. No por casualidad se trata de mandar obedeciendo. De allí el inmenso cuidado de quienes se han convertido en referentes, en vidas ejemplares. Sacrificio, entrega, honestidad, valor y amistad como antídoto al egoísmo, la miseria y la traición. La derecha no tiene escrúpulos a la hora de sisar con el fin de amasar fortunas. Tampoco cuando se trata de la violación de los derechos humanos y cometer crímenes de lesa humanidad.
Un ejemplo: Chile. En medio de las actuales protestas, el recrudecimiento de la represión, la tortura, la derecha decide atacar un referente para la izquierda mundial, al profanar la tumba y el mausoleo, en el cementerio de Santiago, de Salvador Allende. Las pintadas llamando a un nuevo golpe, reditan el odio de clase. La derecha no puede soportar que Salvador Allende fuese elegido el chileno más destacado del siglo XX. Una persona íntegra hasta la muerte. No tenía cola que pisar. No se enriqueció ni vivió en el lujo o hizo de la política un negocio. Combatió desde los principios éticos a quienes mostraban comportamientos propios de la derecha y lo hizo abiertamente. No es el único caso. Las vidas ejemplares sobran. Sandino, Fidel, el Che, Juan Bosch, Gladis Marín, Vilma Espín, las hermanas Mirabal, Domitila Barros o la comandancia en pleno del EZLN. La derecha carece de estos referentes éticos. Sólo puede esgrimir empresarios, banqueros como íconos. Rockefeller, Billy Gates, George Soros, Henry Ford, y en América Latina, multimillonarios cuyos apellidos están en la lista de Forbes, pero financian y amparan golpes de Estado. Ellos practican la filantropía para tranquilizar sus conciencias. Pero no tienen remilgos en explotar a sus trabajadores en las empresas de maquila, pagando sueldos de miseria. Como dato, en 2015, el uno por ciento de la población mundial poseía tanto dinero líquido como el 99% restante de la población. El 0.7 por ciento acaparaba 45.2 por ciento de la riqueza total y el 10 por ciento más rico elevaba esta proporción a 88 por ciento del total.
La derecha despoja a los seres humanos de su dignidad. Los convierte en mercancías. De aquí su rechazo a la democracia. Las derechas son una fábrica de indignidad. En la era de capitalismo digital, no hay rama o sector productivo en el cual no ejerzan su poder, sea en forma de oligopolio o monopolio. Su complejo militar, industrial y financiero está en condiciones, y lo hace, de organizar guerras, asesinar dirigentes políticos, sindicales, medio ambientales, poner y quitar presidentes, crear hambruna o exterminar poblaciones. Sea por la vía del hambre, la dependencia financiera, tecnológica, el bloqueo económico, las guerras étnicas, no descansa en sus ansias de engullir el planeta. La derecha no tiene sueños, ni principios, les mueve el ansia de riquezas. Sin escrúpulos están dispuestas a matar con tal de no apearse del poder. Esa es su historia.
Fuente: La Jornada