Por Adán Salgado Andrade
México, 11 Octubre de 2016
La inseguridad en este golpeado, saqueado país, es ya una constante, debida al empobrecimiento y la descomposición social que el capitalismo salvaje, en contubernio con la corrupción de los poderes fácticos ejercidos por mafias empresariales y políticas, está ocasionando y agravando aceleradamente.
Es obvio que, como en todo, tal inseguridad es un excelente negocio para muchas empresas, que se benefician del crecimiento de dicha inseguridad, tales como aquéllas llamadas de “seguridad privada”, las que se encargan de realizar todos esos trabajos que tengan que ver, por ejemplo, con el transporte de valores o la vigilancia de oficinas, fábricas o unidades habitacionales.
Justamente sostengo una conversación con un guardia de seguridad que se encarga de la vigilancia de una de las nuevas unidades habitacionales que se están desarrollando anárquica y rápidamente en el estado de Morelos, en donde tanto las corruptas mafias en el poder locales, conjuntamente con corruptas inmobiliarias, están saturando con ese tipo de desarrollos, lo que está poniendo en serios problemas la sustentabilidad y recursos de dicho estado (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2016/03/corrupcion-inmobiliaria-y-municipal.html).
En verdad sorprende que en pleno siglo 21, con tantos supuestos “avances”, aun se den injusticias laborales, como la que referiré.
Tomás es un guardia de la compañía Sepocentrro, encargado de vigilar uno de tantos cuestionables desarrollos habitacionales, no importa el nombre.
“Mire, yo quiero enviar una carta al congreso de la unión, porque las garantías constitucionales que tenemos todos los ciudadanos, a nosotros no se nos respetan, de verdad, no tenemos prestaciones, no nos dan seguro las corporaciones… ¡nada!”, declara, enfático.
Y comienza a platicar de sus desventuras como guardia. “Yo, aquí, en el fraccionamiento, lo que hago es vigilar que se cumpla el reglamento y si dice que la alberca se debe de usar de las nueve de la mañana a las nueve y media de la noche, pues es lo que le pido a la gente que respete. A veces, hay personas que están usando la alberca en la noche. Ya si veo que se están comportando, pues les doy chance de otros veinte minutos, ¿no?, pero cuando se les acaba, les pido que se salgan. Pero si veo que están echando relajo y tomando, ni les doy chance y les digo que se salgan y si se me ponen necios, les digo que voy a llamar a la policía… ¡y lo hago… sí! La otra vez, un ejemplo, unos muchachos no se querían salir y que me empiezan a decir, así, con malas palabras que no, que yo quién era, y que me empiezan a amenazar con botellas, y entonces, que llamo a la policía y que entran por ellos y con golpes se los llevaron a la cárcel”. Le digo que está bien, que, por desgracia, a veces es como la gente, demasiada, entiende, mediante la fuerza bruta. “Aquí, de 156 casas… tengo diez reportes, sólo porque me gusta aplicar el reglamento… pues ni modo, no porque me reporten, no voy a cumplir con el reglamento, ¿no?”, agrega, pensativo, quizá temiendo cómo le puedan afectar esos reportes.
Platica las miserables condiciones en cómo las “corporaciones”, refiriéndose a las empresas de seguridad, los tratan. “Fíjese, aquí no nos dan hora de comida, no. Usted se está echando un taco mientras está entrando la gente al fraccionamiento. Está comiendo, y si alguien va a entrar, pues tiene que dejar su plato y atenderlo, y así, porque ni eso nos dan”, se queja. Le pregunto que cuál es su salario. “Gano mil novecientos”, responde. “¿A la semana?”, vuelvo a preguntar. “¡No, cómo cree, a la quincena! Pero, fíjese, Sepocentro le cobra al fraccionamiento ocho mil pesos mensuales por cada uno de nosotros y sólo nos paga tres mil ochocientos pesos, ni la mitad. Y es todo, no tenemos prestaciones de nada, ni horas extras, ni nada. El horario es de veinticuatro por veinticuatro y, un ejemplo, si viene supervisión y lo agarran durmiendo, pues lo reportan y ya le descuentan ¡doscientos pesos, imagínese, para la miseria que uno gana, y todavía que le descuenten, es una injusticia!”, dice en tono reclamante. ”Y si se enferma o le pasa algo, la corporación le hace que firme su renuncia. Fíjese, hace como dos semanas, a unos compañeros que trabajaban en San Carlos, por andar sacando a unos muchachos que estaban drogándose y tomando, les pusieron una golpiza que los dejaron agonizando, en serio. Y la corporación, en lugar de llevarlos al hospital y pagar sus curaciones, no, lo que hizo fue obligarlos a firmar su renuncia, sí… ¡le digo que no nos dan nada!”. Realmente, de no creerse lo que cuenta Tomás, que no sólo se les explote, sino que la empresa no se haga responsable de los problemas que pudieran surgir al ser agredidos sus empleados, y sólo los obligue a renunciar, como a cosas que ya no sirvan. A ese grado de deshumanización y mezquindad hemos llegado, cortesía del inhumano capitalismo salvaje. “Otra vez, hace como dos años, estaba trabajando en Cocoyoc. Una noche, se me hizo fácil subir una barda por un tubo, para descolgar una manta. No me di cuenta que el tubo estaba suelto y ¡que voy para abajo! Y que me lastimo la columna, no me podía levantar. Eso fue como a las tres de la mañana, y ahí me tiene, grite y grite, pidiendo ayuda, ¿no? Pero como no había nadie, pues nada más yo estaba en el turno nocturno, fíjese que hasta que llegaron los compañeros de en la mañana, que ya me ayudaron y, luego, luego, que llega la supervisión y que le digo a mi jefe lo que había pasado y que me dice que no era su culpa, que eran los riesgos de la chamba, y que me obliga a firmar mi renuncia, así, como si nada, ¡nomás para que vea como son esos reee…canijos!”, exclama, enfatizando lo de recanijos. Quizá la palabra que hubiera querido emplear Tomás haya sido recabrones, pero debe de haberse contenido de decirla por respeto a sus incrédulos escuchas.
“¿¡Entonces, así, nomás, con la mano en la cintura, lo hicieron renunciar!?”, lo cuestiono. “¡Sí, así, nada más, ni me llevaron al hospital, ni nada, y me dijo que ni reclamara, porque eran las cláusulas que venían en el contrato, que en caso de accidente, no se hacían responsables y debíamos de renunciar!, ¿cómo la ve?”. Pues tiene razón en quererse quejar Tomás, quien a sus cincuenta años que declara tener, ya no puede conseguir trabajo tan fácilmente en cualquier lugar. “Yo, en esto tengo como cuatro años, pero por pura necesidad. Yo le sé manejar desde una moto hasta un tráiler. Yo soy de Puebla, pero trabajé muchos años en el distrito (federal), en una empresa de transportes. Se llamaba Autotransportes del Sureste. Esa empresa le trabajaba a la CFE (Comisión Federal de Electricidad). Le transportábamos todo, postes, cables, transformadores. A todos los choferes nos iba muy bien, ganábamos nuestro buen dinero, pero, no sé por qué, la empresa quebró, a lo mejor porque el patrón no se sabía administrar, y que la embarga (la secretaría de) Hacienda. Y todo le recogió, camiones, equipo, todo, y nos quedamos sin trabajo todos. Ya, luego, mi yerno, que me dice que me viniera para Oaxtepec, que aquí había trabajo de chofer… ¡Ay, no, error, error!… Me vine a trabajar a una empresa que se llamaba transportes Castillo. Y que dije, ‘pues ya la hice aquí’, ¿no?, no me iba tan mal, estaba ganando bien, pero ¡que se viene lo de la influenza, por a’i del dos mil… del dos mil… ¡no recuerdo!”… “Del dos mil nueve”, intervengo. “¡Ah… sí, sí… ándele, sí, dos mil nueve, y todo se vino para abajo, nos cancelaron los pedidos, porque muchos iban para el norte, así que la empresa nos despidió a muchos… y otra vez que me quedo sin trabajo! Y así estuve, sin trabajar varios meses, y ya se me estaban acabando mis ahorros. Entonces, que un amigo me dice que si no quería trabajar como guardia de seguridad. Pues ya, en esos casos, sin trabajo, lo que sea es bueno, ¿no? Y que le digo que sí, que trabajaría de lo que fuera. Y esa misma noche, que me contratan en la corporación, porque les urgía un relevo para un elemento que se había, accidentado, fíjese, y que lo hicieron renunciar. Así que yo lo sustituí”, dice, con cierto remordimiento, quizá por la acción. Pero, reflexiono, ¿qué le quedaba? Y ahora, Tomás mismo está sufriendo los inhumanos, retrógradas tratos que, al haber ingresado allí, debe de aceptar sin reclamaciones porque viene en las “cláusulas”. Cualquier parecido con la época porfirista, no es coincidencia, pues este saqueado, dominado país, controlado por sucesivos, mafiosos poderes fácticos durante décadas, va en fuerte retroceso y la comparación con la cerrada dictadura porfirista no es lejana, cuando el país fue saqueado por empresas y latifundistas extranjeros, cuando las condiciones de miles de campesinos y trabajadores eran paupérrimas, cuando la ley que privaba era la de la ley fuga (asesinar por la espalda a cualquiera que fuera non grato al dictador), la de “¡Mátenlos en caliente!”, a todo aquél que osara rebelarse…
Sí, estamos en una regresión histórica, en la cual, la expropiación petrolera realizada por Lázaro Cárdenas, ya no tiene sentido, la “independencia”, no significa nada, ante el control neocolonial, ejercido sobre todo por Estados Unidos (EU), la así llamada “Revolución”, por la que un millón de personas murieron, no es más que un hecho histórico, las conquistas obreras han sido pulverizadas por una imposición laboral que sólo favorece a las empresas, los campesinos cada vez están peor, sobreviviendo millones mediante meras limosnas, sin que la mafia en el poder implemente un verdadero apoyo al campo que mejore sus condiciones y que, sobre todo, disminuyera nuestra creciente dependencia alimentaria de importaciones, también muchas de EU, como el maíz transgénico – vergonzoso esto, siendo que México es el país originario de ese cereal, considerado como sagrado por nuestras antiguas culturas nativas.
Repito, al escuchar a Tomás, no puede dejar de pensarse en aquel libro que escribiera en su momento el periodista estadounidense John Kenneth Turner (1879-1948), “México Bárbaro”, en el cual describía, perfectamente, las condiciones de los trabajadores mexicanos, muchos de ellos enganchados por “deudas” o esclavizados, como aún sucede actualmente. Niños campesinos esclavizados, obreras de maquiladoras que laboran en condiciones insalubres, hasta diez horas o más al día, leoninos créditos con tarjetas de crédito o con tiendas “departamentales”, que nos endeudan (enganchan) por muchos años o por toda la vida, como las deudas con que las tiendas de raya enganchaban a los trabajadores semiesclavos. Sí, seguimos esclavizados, sufriendo explotación y tratos indignos, como los que escucho en ese momento.
“Y, fíjese, tenemos que pagar por el equipo, que las botas, las lámparas, los uniformes, las gorras… que si nos tenemos que poner de gala, pues también tenemos que tener saco, corbata, camisa… ¡nada nos dan, pero sí nos exigen todo! Y para pagarnos… ¡viera cómo la hacen cansada! Los compañeros que están trabajando, se deben de esperar hasta las cuatro de la tarde para que les paguen. Fíjese, entran desde las siete de la mañana del día anterior y se deben de esperar hasta el otro día, a las cuatro de la tarde, para que les paguen. Y como nada más traen comida para el día que les toca, y ni cenan, pues allí tienen que estar, pasando hambre, para que les paguen. Yo, como ya sé eso, me traigo comida suficiente, para comer y cenar y hasta desayunar y comer algo al otro día que nos pagan, pero la mayoría, no, y como no podemos salir para comer, pues se tienen que aguantar el hambre o encargar unas papas o algo a los que estamos francos (los que no trabajan ese día) de la tienda… y es un gasto adicional, para lo poco que ganamos. Yo mejor me quiero cambiar de trabajo. Incluso, fui a hacer mi examen a Estrella Roja, como chofer de autobuses, pasé los exámenes y todo, pero, como ya tengo cincuenta años, me dijeron que ya no podían contratarme, que porque ya estaba grande para ese trabajo, a pesar de que yo todavía me siento con muchas ganas… ya ni eso puede uno hacer, que por la edad, ¿cómo ve?… Por eso, le repito, que yo quiero mandar una carta al congreso o al presidente, para informarles de todo esto, y que nos respeten las corporaciones nuestras garantías constitucionales, porque no podemos seguir así, no, es inhumano esto que nos hacen!”, exclama, finalmente. Me despido de él, prometiéndole que escribiré un artículo exponiendo todo lo que me acaba de platicar.
Espero que quien lea esto, sepa, si lo desconoce, de las grandes injusticias que existen en este depredado, explotado país, en donde, como ya he dicho antes, la única “ley” imperante es la del dinero y de los materialistas intereses de los gánsteres que nos controlan.
Y que, como Tomás, millones de trabajadores sufren indignos tratos, falta de prestaciones y sueldos de hambre que ni siquiera les permiten sobrevivir, sin que tengan que realizar, forzosamente, otra actividad con la cual completen, por lo menos, una magra dieta, pues dejaremos de comprar ropa, muebles, zapatos… pero no podemos dejar de comer.
Sí, a eso se nos ha reducido, a que nuestros magros sueldos, lo más que nos permitan, sea malcomer.
Ese es el “bienestar” tantas veces prometido por las sucesivas mafias en el poder. Lindo “bienestar”.
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