Ernest Mandel
Viento Sur, 25-9-2020
Este texto fue la contribución de Ernest Mandel a un coloquio celebrado en 1978 en homenaje al filósofo marxista Ernst Bloch (1885-1977) y se publicó por primera vez en 1980 1/. En este artículo, Mandel utiliza categorías desarrolladas por Bloch, como las de todavía no y realmente posible, para examinar la necesidad de incorporar las nociones de futuro en el pensamiento socialista. (Redacción Viento Sur)
Desde el punto de vista marxista, el trabajo y la capacidad de comunicación avanzada son los dos aspectos más importantes del ser humano como ser social. El trabajo social es imposible sin una comunicación humana avanzada, interpersonal, que incluya la capacidad de utilizar herramientas lingüísticas estructuradas, de formar conceptos y de desarrollar la conciencia. Como materialistas, sabemos que la capacidad de comunicarnos de forma más que rudimentaria –la que también tienen los animales–, se basa en la necesidad de la producción social para ganarse la vida. La conexión inextricable entre el trabajo y la comunicación lleva, entre otras cosas, a que “simplemente no podemos eludir el hecho de que todo lo que hace actuar a los hombres debe encontrar su camino a través de sus cerebros, incluso comer y beber, que comienza como consecuencia de la sensación de hambre o sed transmitida por el cerebro, y termina como resultado de la sensación de saciedad igualmente transmitida por el cerebro” 2/.
A este respecto, Marx se expresa muy claramente en el capítulo 7 del primer volumen de El Capital: el trabajo es una actividad específica de la humanidad, es una actividad consciente en un doble sentido. Marx no sólo presupone relaciones articuladas conscientemente entre las personas: la producción social y el intercambio de valores de uso, de bienes materiales necesarios para el mantenimiento y la reproducción de la vida material, van de la mano de la producción e intercambio de sonidos, palabras y conceptos socialmente entendidos. Además, el trabajo humano tiene la característica de requerir proyectos mentales anticipados en la conciencia de los productores como condición para su realización:
Concebimos el trabajo de una forma que lo califica de exclusivamente humano. Una araña realiza operaciones que se asemejan a las de un tejedor, y una abeja avergüenza a muchos arquitectos con la construcción de sus celdas. Pero lo que distingue al peor arquitecto de la mejor de las abejas es esto, que el arquitecto levanta su estructura en la imaginación antes de erigirla en la realidad. Al final de cada proceso de trabajo, obtenemos un resultado que ya existía al principio en la imaginación del obrero 3/.
La capacidad de imaginar
El producto del trabajo como proyecto de trabajo, como realidad material que aún no se ha realizado, es por lo tanto un prerrequisito para su propia realización. La capacidad de la humanidad para anticiparse, imaginar, está indisolublemente ligada a su capacidad de hacer trabajo social. El homo faber puede ser homo faber solo porque el ser humano es al mismo tiempo homo imaginosus.
La capacidad humana de formar conceptos, de abstraer, de imaginar y de elaborar proyectos, es decir, la capacidad de anticipar, está a su vez estrechamente vinculada a las condiciones de vida materiales y sociales. Incluso los conceptos e ideas humanas más elementales, y ciertamente las más complejas, no son productos puros de la imaginación y del trabajo mental, totalmente independientes y ajenos a la producción material. Surgen en última instancia como procesado mental –a cargo del cerebro humano– de elementos de las experiencias de la vida material. Por lo tanto, son inseparables de la participación del individuo en la naturaleza y la sociedad.
El metabolismo entre la naturaleza y la sociedad, que es el fundamento de esta participación, la necesidad material de producir y reproducir la vida de la que surge ese metabolismo, cumple un propósito humano en el trabajo, como dice Marx. O en la explicación más amplia de Engels:
Las influencias del mundo exterior en el ser humano se expresan en su cerebro, se reflejan en él en forma de sentimientos, impulsos, voliciones, en resumen, como “tendencias ideales”4/.
Por lo tanto, los proyectos de trabajo, que surgen en la mente humana antes de realizarse materialmente, son, en última instancia, productos de la realidad material, incluso cuando todavía no se han realizado materialmente. Ni siquiera la producción de conceptos y del pensamiento humano se puede separar completamente de los procesos materiales que le preceden y acompañan en la naturaleza y la sociedad, aunque no sean imágenes especulares puramente mecánicas de esos procesos. Más bien se trata de elementos que corresponden a procesos materiales, pero que la mente humana combina y reprocesa creativamente, pero siguen estando objetivamente determinados por esos procesos.
La base material de la capacidad humana para anticipar, imaginar y elaborar proyectos que aún no se han realizado se basa en el instinto de conservación, es decir, en el correlato instintivo e inconsciente de la compulsión de producir y reproducir la vida material a la que los humanos están sometidos. Las principales manifestaciones de esta anticipación son el miedo y la esperanza.
Sin embargo, mientras que el miedo puede ser puramente instintivo –no siempre y no necesariamente es así, pero puede ser, y por lo tanto es uno de los instintos más importantes en los animales–, la esperanza puramente instintiva es imposible. Por ello, Ernst Bloch subrayó con razón que incluso en sus expresiones instintivas más elementales, la esperanza ya es más que puro instinto, es la capacidad de imaginación, de anticipación ideal. La esperanza es, por lo tanto, el instinto humano por excelencia. Junto con el trabajo social y la capacidad de formar conceptos y conciencia, pertenece al núcleo duro e inmutable de nuestra especificidad antropológica. El homo faber como homo imaginosus es humano porque la especie humana es homo sperans.
Esperanza realmente posible
El proyecto de trabajo como fruto de las necesidades y deseos materiales está sujeto a las condiciones materiales para su realización. No todos los productos ideales de nuestro cerebro conducen a la producción material real. No todos los proyectos mentales se realizan realmente. No toda esperanza anticipada se hace realidad. Solo se realizan aquellos proyectos laborales que cumplen las condiciones objetivas y subjetivas para su realización. No toda esperanza es una esperanza realmente posible. Bloch establece una clara distinción entre la esperanza realmente posible y el sueño ilusorio. Es precisamente la capacidad del trabajo mental para combinar conceptos, que solo en última instancia corresponden o surgen de las experiencias de la vida, en las direcciones más divergentes. Estas combinaciones no reflejan necesariamente una realidad material ya existente. Esto lleva a la distinción entre la anticipación de lo realmente posible y el sueño ilusorio.
Pero lo realmente posible, a su vez, solo está parcialmente predeterminado. Esto se debe a que los humanos producen sus propias vidas de la misma manera que hacen su propia historia. La dimensión activa de nuestra especificidad antropológica define, por lo tanto, un campo intermedio, una zona de transición entre lo que es material, social e históricamente imposible y lo que es material, social e históricamente posible. Este campo intermedio incluye todos los cambios de la naturaleza y la sociedad que ya son materialmente posibles, pero cuya realización depende de una cierta práctica humana concreta. Esta práctica no emerge ni automática ni simultáneamente de la existencia de esa posibilidad material.
Por otra parte, los límites de lo que es materialmente posible no están definidos de antemano con precisión en todas las direcciones. El marco general es en cualquier caso una condición que viene dada, pero dentro de ese marco existen innumerables variantes y posibilidades.
Una vez que el método de producción capitalista pasó a ser dominante, tanto el surgimiento de la lucha de clases proletaria como, a largo plazo, el desarrollo del movimiento obrero moderno, eran inevitables. Pero la forma concreta y específica en que ese modo de producción capitalista se desarrolló, por ejemplo, en Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos, sus antecedentes históricos concretos, es decir, su pasado político-social y la historia de esos cuatro países, las peculiaridades nacionales en el surgimiento y desarrollo del propio proletariado en cada uno de esos países, las peculiaridades del movimiento ideológico y político que precedieron, acompañaron y sucedieron a la conquista del poder político por la burguesía en esos países: todo ello influyó profundamente en el desarrollo concreto de la lucha de clases proletaria y del movimiento socialista en los cincuenta años siguientes. En consecuencia, los movimientos obreros de esos cuatro países adoptaron formas muy diferentes en un largo período de la historia. Sin embargo, lo realmente posible se inscribía en el marco general del “auge, desarrollo, apogeo y declive del modo de producción capitalista y la consiguiente profundización de sus contradicciones internas”.
Anticipación
Por lo tanto, la realidad histórico-material es siempre una totalidad abierta y, por lo tanto, una totalidad incompleta, que incluye al menos numerosos desarrollos posibles diferentes. Algunas de estas posibilidades se realizarán, otras no. Nada es más ajeno al marxismo que el fatalismo histórico o el determinismo mecánico y economicista.
En cualquier modo de producción, la lucha de clases puede comportar la victoria de la clase revolucionaria o la ruina mutua de las clases contendientes: Marx y Engels lo repetían a menudo. El capitalismo no conduce a la victoria inevitable del socialismo, sino al dilema: o la victoria del socialismo o la regresión a la barbarie. Puesto que la materia no es estática e inmóvil, sino que está en constante movimiento; puesto que la sociedad humana está a su vez en constante cambio; puesto que el objeto del pensamiento y de la práctica humana responde a procesos de la naturaleza y de la sociedad en constante desarrollo y cambio; puesto que la propia práctica humana interviene activamente en esos procesos, solo podemos acercarnos a una comprensión completa de esta totalidad. En nuestro análisis hay que incluir el “todavía no se ha hecho” pero que es realmente posible, así como lo que ya existe y lo que potencialmente podría desaparecer.
Reconocer la realidad como una totalidad contradictoria, como una totalidad en desarrollo, impulsada por todas sus contradicciones internas, significa incorporar en ese conocimiento todos los desarrollos posibles de esta totalidad. La anticipación no es, por tanto, solo una categoría antropológica, sino también epistemológica, científica, es una categoría del materialismo histórico, escribe Ernst Bloch:
Precisamente los extremos que anteriormente se han mantenido tan separados como ha sido posible: futuro y naturaleza, anticipación y materia, se unen en el fundamento del materialismo histórico-dialéctico. Sin materia no hay base de anticipación (real), sin anticipación (real) ningún horizonte de la materia es determinable […] Lo realmente posible comienza con la semilla que lleva dentro lo que viene5/.
Ahora podemos describir con mayor precisión la función productiva del factor subjetivo junto con su fuerza impulsora instintiva, la esperanza.
Si quiero realizar un proyecto de trabajo, debo subordinar mi voluntad a este objetivo, dice Marx en el capítulo 7 del primer volumen de El Capital. Esta subordinación, por supuesto, viene estimulada por una actitud subjetiva hacia el proyecto, que no es neutral, sino que consiste en el deseo y la esperanza de conseguirlo. Los incentivos pueden ser muy diversos. Pueden variar desde el miedo hasta el castigo y el deseo de recompensa, desde el deseo individual, la necesidad consciente, hasta la adhesión al grupo social o a la comunidad que consume el producto del trabajo, o incluso ser puro altruismo. Pero la producción siempre viene estimulada por el deseo y la esperanza de su realización efectiva. Cuando no existe tal deseo y esperanza, o cuando incluso lo contrario es cierto, la realización del proyecto se hace considerablemente más difícil, es decir, el productor se comportará de manera indiferente o incluso hostil hacia la producción. Los productores pueden incluso sabotearla continuamente (considérese la actitud de los esclavos o de los trabajadores forzados en determinadas circunstancias). Los productores que están totalmente desprovistos de toda esperanza son malos, es decir, productores improductivos. Esta ley se ha confirmado a lo largo de la historia de la sociedad humana.
Guillermo el Taciturno
Lo que se aplica a la praxis humana elemental se aplica aún más a la praxis social totalizadora que tiene como objetivo la transformación de la sociedad misma. Una figura histórica y transitoria como el líder semifeudal de la gran revolución burguesa holandesa, Guillermo el Taciturno, fue capaz de acuñar el hermoso y estoico lema característico de las pequeñas minorías conscientemente revolucionarias: “Point n’est besoin d’espérer pour entreprendre, ni de réussir pour persévérer” [No hace falta tener esperanza para actuar, ni éxito para perseverar]. Sin embargo, con tal motivación no es posible conseguir que entren en acción las grandes masas de personas, y menos aún las clases sociales en su conjunto. Su actividad está siempre orientada de forma inmediata y directa al presente. Una praxis de clase, que quiere cambiar la sociedad, viene determinada en última instancia por los intereses de la clase, pero crece en alcance y eficacia cuando está acompañada de deseos y expectativas que transmiten estos intereses de una forma inmediatamente comprensible y accesible para las masas.
La esperanza de abolir la explotación y la opresión, la desigualdad y la falta de libertad, es decir, la esperanza de una sociedad sin clases, ha acompañado a la lucha de liberación del proletariado moderno en todas las etapas del ascenso tempestuoso del movimiento obrero. Le ha dado una energía y una fuerza motriz que no puede surgir exclusivamente de la defensa de los intereses materiales cotidianos. En todas las épocas y países en que el movimiento obrero se limitó a esa defensa, esa fuerza motriz fue limitada o incluso inexistente, a pesar del hecho innegable de que en la sociedad burguesa esa esperanza sigue siendo inseparable de la defensa de los intereses materiales cotidianos de la clase obrera, sin los cuales la lucha por la emancipación se evapora en la mera fantasía.
Pero en estrecha relación con la esperanza, propia del proletariado moderno, en el fin de la explotación capitalista mediante la emancipación socialista de la clase obrera como vehículo de la emancipación de la sociedad en su conjunto, existe una anticipación histórica más antigua.
Como seres socialmente productores y comunicadores, los humanos son por naturaleza cooperativos. El salto de una sociedad sin clases a otra dividida en clases sociales antagónicas, que comenzó hace unos 10.000 años, causó un tremendo trauma en el sentimiento y el pensamiento humanos, precisamente porque correspondía muy poco a nuestra naturaleza cooperativa. Por eso la historia de la humanidad no es solo una historia de luchas de clases, sino también una historia de innumerables expectativas, proyectos, anticipaciones, lamentos, poemas, cuentos, discursos filosóficos, planes y batallas políticas, que giran en torno a las siguientes cuestiones: ¿Cómo podemos volver a la edad de oro de la sociedad sin clases? ¿Cuál es el origen de la desigualdad social? ¿Cómo se puede eliminar esta desigualdad social?
Profetas judíos
Los filósofos griegos y los políticos revolucionarios romanos; los profetas judíos y los primeros padres de la iglesia cristiana; los impetuosos precursores y representantes de la Reforma; los primeros socialistas utópicos y los representantes de los movimientos más radicales dentro de las grandes revoluciones burguesas han planteado este problema, cada uno de ellos de la forma particular que correspondía a su época, su sociedad y su clase. Sin embargo, no se puede exagerar el tremendo potencial que se deriva de la continuidad de este problema y el inmanente desarrollo autocrítico de la respuesta al mismo. El poeta austriaco Nikolaus Lenau resumió esta continuidad sintética y simbólicamente en el último cuarteto de su poema épico Die Albigenser: “A los albigenses les siguen los husitas, que pagan con sangre lo que aquellos sufrieron; después de Hus y Ziska vienen Lutero, Hutten, los Treinta Años, los guerreros de las Cevenas, los asaltantes de la Bastilla, y así sucesivamente.”
No hay duda de que la mayoría de los defensores de una sociedad sin clases que acaban de mencionarse eran utópicos en el sentido de que no tenían una idea precisa de las condiciones materiales y sociales necesarias para la realización de su proyecto lleno de esperanza. Indudablemente, por otra parte, todos los intentos prácticos y políticos del pasado para construir una sociedad sin clases fracasaron, ya que las condiciones materiales y sociales para ello no habían madurado todavía. Pero eso no significa en modo alguno que todos los esfuerzos realizados por esos pensadores y luchadores hayan sido inútiles o incluso perjudiciales. Al contrario.
Los socialistas utópicos prepararon, promovieron y aceleraron el pensamiento, la teoría, la ciencia y la práctica del movimiento obrero moderno, ampliando enormemente los horizontes de lo que se creía posible. Al hacerlo, también ampliaron el conocimiento de la propia realidad social, ya que dicho conocimiento requiere una actitud rigurosamente crítica hacia todo lo que existe, todo lo cual debe considerarse transitorio. Y es precisamente la integración en el análisis social de lo que aún no existe, en el punto en que este pasa de ser un deseo a una posibilidad real de futuro, lo que da a la crítica social un alcance mucho más amplio.
No solo el socialismo científico, sino también la economía política clásica inglesa, la filosofía clásica alemana y la historiografía sociológica clásica francesa aprendieron mucho más de los socialistas utópicos de lo que uno podría suponer en un principio. Incluso sin el trabajo previo de los socialistas utópicos, lo más probable es que hubieran logrado sus resultados, pero más lentamente, con más dificultad y con más contradicciones. Si desde el punto de vista histórico el socialismo científico aparece como la superación del socialismo utópico, se trata de una superación en el sentido hegeliano de la palabra, es decir, que conserva y reproduce sus elementos fértiles. Y esto presupone en todo caso la existencia previa del socialismo utópico, de esa anhelada esperanza de una sociedad sin clases, como fase necesaria y fecunda en la lucha de emancipación de la humanidad trabajadora.
Cuando Ernst Bloch escribe: “La ciencia dialéctico-histórica del marxismo es, por lo tanto, la ciencia mediatizada del futuro de la realidad más la posibilidad objetivamente real que encierra; todo esto con la finalidad de la acción […] es el horizonte del futuro, tal como lo entiende el marxismo, con el pasado como antesala, que otorga a la realidad su dimensión real”, expresa una doble verdad6/.
Esperanza de realización
El conocimiento de la realidad es siempre el conocimiento de sus leyes de movimiento, de sus leyes de desarrollo. La grandeza del Capital de Marx radica precisamente en el descubrimiento de las leyes del desarrollo a largo plazo del modo de producción capitalista, leyes que solo se desplegaron plenamente después de la muerte de Karl Marx. El propio Capital, contrariamente a una crítica común (y vulgar) a menudo repetida, es mucho más una obra del siglo XX que del siglo XIX.
Por otra parte, la modificación de la realidad –la realización del programa de la undécima Tesis sobre Feuerbach, la verdadera acta de nacimiento del marxismo– supone no solo una orientación al futuro, no solo la comprensión de lo que todavía no es una posibilidad real, sino también la esperanza de realización de lo realmente posible. Requiere el esfuerzo de todas las fuerzas mentales, de la voluntad y de los sentimientos en pos del objetivo de realizar lo realmente posible, pero todavía no alcanzado, y el mayor esfuerzo del individuo revolucionario entre la realidad existente y la posibilidad, imbuida de esperanza, que hay que hacer realidad.
Alguien que ya no está con los dos pies en el suelo de la realidad y ha perdido la comprensión de las condiciones materiales-sociales, objetivas y subjetivas para la realización del proyecto revolucionario, no es el único tipo de revolucionario malo. Los malos revolucionarios son también aquellos que se han convertido en prisioneros de la realidad existente, que están tan absortos en la rutina diaria que pierden la comprensión, la premonición y la sensibilidad para dar un giro repentino, inesperado y radical a la relación de fuerzas y a la actividad de la clase revolucionaria. Esas personas han sacrificado la atenta mirada al futuro en aras al limitado ajetreo cotidiano acostumbrado, o lo que se llamó en el idioma del movimiento obrero alemán: “die alte bewährte Taktik” [la vieja táctica probada], y por lo tanto se verán irremediablemente sorprendidos, superados y paralizados por las repentinas erupciones volcánicas de la lucha revolucionaria de masas. También en este sentido, el pleno conocimiento de la realidad no es posible si no se amplía el horizonte del futuro.
Después de agosto de 1914, Vladímir Lenin, Rosa Luxemburg y un puñado de sus amigos internacionalistas no solo expresaron su aversión moral por la capitulación de la socialdemocracia oficial a la guerra imperialista. También juzgaron esta capitulación a la luz de la perspectiva, todavía no materializada, pero basada en un análisis científico (y no en un mero deseo) de una inevitable intensificación de la lucha de clases revolucionaria a raíz de aquella guerra mundial. Esta lucha vendría provocada por la inevitable intensificación de las contradicciones económicas, sociales, políticas e ideológicas del modo de producción capitalista, contradicciones de las que la guerra era a la vez la expresión y la fuerza motriz. Los acontecimientos del período 1917-1919 demostraron que tenían razón. Pero los acontecimientos que acompañaron el final de la guerra mundial añaden una dimensión adicional a la lucha de tendencias de 1914-1915 en el seno del movimiento obrero internacional. Sin la anticipación de esos acontecimientos, sin esa perspectiva, la capitulación de 1914 no se puede comprender, explicar y juzgar en su totalidad.
El arte de la predicción
Sin perspectivas revolucionarias no es posible ninguna política revolucionaria genuina, y por lo tanto ninguna práctica revolucionaria real, al menos en el marco del socialismo científico. En cualquier caso, estas perspectivas deben basarse en un análisis correcto de la realidad y no en fantasías, deben partir de un análisis de las contradicciones socioeconómicas reales y revelar su dinámica, deben examinar si y por qué estas contradicciones disminuyen o, por el contrario, se intensifican, y no partir de un desarrollo abstracto y deseado.
Las perspectivas significan una relación con el futuro, es decir, la anticipación, la esperanza y el miedo son aspectos decisivos de cualquier actividad política, ya sea proletaria, pequeñoburguesa o burguesa. Después de haber perdido su carácter revolucionario, la burguesía definió la política como el arte de lo posible. El austromarxista Otto Bauer cambió este lema al definir la política como el arte de la previsión. Esto va sin duda más allá del ciudadano de mente estrecha, que por el conservadurismo social teme todo cambio importante y desea limitar la política a pasos pequeños y sin importancia.
Pero el lema de Bauer también revela la dimensión pasiva y fatalista del austromarxismo: en el arte de la previsión, el elemento activo y transformador de la política está totalmente ausente. Para el marxismo, la política es el arte de ensanchar al máximo los límites de lo posible en beneficio de los intereses de la clase obrera (y del progreso de toda la humanidad), sobre la base de una perspectiva científica de lo que es objetiva y subjetivamente posible, si se amplían al máximo la movilización y la iniciativa de las masas y la práctica del partido revolucionario permanece plenamente integrada en esa perspectiva como elemento constitutivo de la realidad cambiante.
La esperanza y el miedo a la revolución desempeñaron un papel decisivo en las divisiones dentro del movimiento obrero internacional después de agosto de 1914. Inicialmente, los socialdemócratas de derecha justificaron su capitulación ante la guerra imperialista argumentando que no debía perderse el contacto con las masas y que estas, después de todo, estaban entusiasmadas con la guerra. Sin embargo, unos años más tarde, cuando en países como Rusia, Alemania, Austria, Hungría e Italia esas mismas masas se volvieron con tanto entusiasmo en contra de la guerra y a favor de la revolución, el argumento cambió repentinamente.
Ahora se descubrió de repente la necesidad de “defender incondicionalmente los principios”, así como “el sentido de la responsabilidad” y “el coraje de ser impopular”. La conclusión que se puede sacar de esto es que la adaptación automática al “movimiento de masas” no fue el verdadero motivo de la capitulación de agosto de 1914. Y sin duda en los años 1917-1920 el miedo a la revolución, el miedo al riesgo de perder las conquistas duramente conseguidas, el miedo a saltar a lo desconocido, el miedo a romper con la rutina diaria, desempeñó un papel psicológicamente decisivo. Como marxistas, debemos vincular este miedo con los intereses sociales y materiales de un estrato conservador del movimiento obrero.
En sentido contrario, la esperanza de la revolución animó al ala radical de la clase obrera y del movimiento obrero con la misma rapidez con que comenzaron a tomar forma y a hacerse realidad los cambios revolucionarios. La anticipación se convirtió en una experiencia, el proyecto político se convirtió en el objetivo de la acción política de masas.
Estamos viendo algo similar con el llamado eurocomunismo. En este fenómeno se cruzan muchas tendencias. Para explicar el eurocomunismo hay que tener en cuenta numerosos procesos históricos, sociales, económicos, políticos, ideológicos (entre otras cosas, la lógica interna del revisionismo teórico) e incluso psicológicos personales, como por ejemplo el trauma de la experiencia personal de algunos de los excesos del estalinismo. (Véase en este contexto el libro de 1978 de un antiguo dirigente del Partido Comunista de España, Jorge Semprún, Autobiografía de Federico Sánchez.) Pero nos parece evidente que la evolución de muchos partidos comunistas hacia posiciones eurocomunistas estuvo (y está) determinada en parte por la convicción de que en los países occidentales la revolución no estará en el orden del día durante mucho tiempo, lo que significa que es imposible, y la mayoría llega a la conclusión adicional de que la revolución también es indeseable, porque en cualquier caso daría lugar a una derrota catastrófica. Desde esta perspectiva, las conclusiones estratégicas siguen su lógica; algo parecido ocurrió con la socialdemocracia clásica antes y después de la primera guerra mundial.
Espejo
La transformación socialista de la sociedad significa el primer intento en la historia de la humanidad de conducirla conscientemente por caminos previamente elegidos, empezando por una transformación consciente de la economía y del Estado, con el objetivo de lograr una sociedad sin clases y la abolición del Estado. Al mismo tiempo, el hecho de que la realización de este proyecto dependa en gran medida de la capacidad de los explotados y oprimidos para organizarse y liberarse, hace que sea aún más audaz y que las dificultades para llevarlo a cabo sean aún más evidentes. Este proyecto liberador y anticipatorio es la culminación de los resultados asimilados críticamente de todas las ciencias sociales, así como de las conclusiones teóricas y prácticas de los pensadores utópicos-revolucionarios y de las revueltas de masas precedentes.
El carácter anticipatorio de este proyecto, a su vez, se ve apoyado y estimulado afectivamente por la esperanza de su realización, una esperanza y un impulso que fecundan la actividad revolucionaria de los individuos, grupos y clases sociales, en la medida en que responde al mismo tiempo a una convicción racional sobre la necesidad y la posibilidad histórico-material de realizar el proyecto. La interacción entre la tendencia objetiva y su correlato en el campo de la esperanza humana se expresa agudamente en el comentario de Trotsky sobre el papel útil de la literatura:
Si uno no puede arreglárselas sin un espejo ni siquiera para afeitarse, ¿cómo puede uno reconvertirse a sí mismo o su vida sin verse en el “espejo” de la literatura? Por supuesto que nadie habla de un espejo exacto. A nadie se le ocurre pedir a la nueva literatura que tenga la misma impasibilidad que un espejo. Cuanto más profunda sea la literatura, y cuanto más imbuida esté del deseo de dar forma a la vida, más significativa y dinámicamente será capaz de “imaginar” la vida7/.
La teoría de la sociedad socialista, de su economía, de su orden político, de la necesaria desaparición de la producción de mercancías y del Estado, de su permanente transformación cultural, de su internacionalismo y de su dinámica emancipadora global ha sido ampliamente desarrollada, pero aún no está completa. Además de un fuerte elemento de procesado crítico (y autocrítico) de todas las experiencias históricas de las revoluciones proletarias del pasado, hay también un elemento creciente de anticipación todavía no confirmado empíricamente. Tal anticipación se ha vuelto indispensable para la coherencia interna de la teoría y a los ojos de las masas para la persuasión de la política que informa. Después de la catástrofe histórica del estalinismo, los marxistas ya no pueden permitirse el lujo de limitarse a proclamaciones del tipo: “Derroquemos primero el capitalismo. En cuanto al tipo de sociedad que se construirá entonces y cómo será el socialismo en términos concretos, eso dejémoslo al devenir histórico (o a las generaciones futuras)”. Hoy en día, omitir la anticipación socialista del proyecto revolucionario concreto significa hacerlo inverosímil a los ojos de las amplias masas.
Una visión concreta del futuro
Una visión concreta del futuro socialista –preferimos esta formulación a la de la utopía concreta, porque estamos convencidos de que la realización de este modelo de socialismo es realmente posible– se ha convertido hoy en día en un requisito imprescindible para la práctica política revolucionaria en los países desarrollados de Occidente. En estos países industrializados, el proletariado no derrocará el capitalismo si no está convencido de que existe una alternativa concreta al mismo. Necesita estar convencido de una alternativa que sea profundamente diferente y superior en comparación tanto con el capitalismo como con el llamado socialismo realmente existente de los países del bloque del Este, ¡que no es en absoluto socialismo!
Cientos de miles de revolucionarios de todo el mundo ya esperan la realización de este proyecto. Por lo tanto, son capaces de evitar la resignación ante las catástrofes a las que se dirige el mundo burgués, así como la desesperación autodestructiva. Esta misma esperanza terminará por inspirar a las masas en una escala cada vez mayor y contribuirá de manera decisiva al avance hacia el socialismo mundial.
Hace setenta y cinco años, un entonces poco conocido joven revolucionario escribió un tratado práctico sobre la necesidad de un periódico revolucionario como organizador colectivo de la vanguardia de la clase obrera. Escribía en beneficio de un pequeño grupo de socialistas ilegales que, bajo una sangrienta dictadura, habían dado los primeros pasos hacia el desarrollo de un movimiento obrero moderno. Este tratado contiene una oda peculiar al sueño (o esperanza), en la que muy rara vez se han fijado los innumerables lectores de aquel escrito. Este es el pasaje:
“¡Hay que soñar!” He escrito estas palabras y me he asustado. Me he imaginado sentado en el “Congreso de unificación” frente a los redactores y colaboradores de Rabócheie Dielo. Y he aquí que se pone en pie el camarada Martínov y se encara a mí con tono amenazador: “Permítame que les pregunte: ¿tiene aún la redacción autónoma derecho a soñar sin consultar antes a los comités del partido?” Tras él se yergue el camarada Krichevski (profundizando filosóficamente al camarada Martínov, quien hace mucho tiempo había profundizado ya al camarada Pejánov) y prosigue en tono más amenazador aún: “Yo voy más lejos, si no olvida que, según Marx, la humanidad siempre se plantea tareas realizables, que la táctica es un proceso de crecimiento de las tareas, las cuales crecen con el partido”.
Solo de pensar en estas preguntas amenazadoras me dan escalofríos y miro dónde podría esconderme. Intentaré hacerlo tras Písarev.
“Hay disparidades y disparidades, escribía Písarev a propósito de la existente entre los sueños y la realidad. Mis sueños pueden adelantarse al curso natural de los acontecimientos o bien desviarse hacia donde el curso natural de los acontecimientos no puede llegar jamás. En el primer caso, los sueños no producen ningún daño, incluso pueden sostener y reforzar las energías del trabajador… En sueños de esta índole no hay nada que deforme o paralice la fuerza de trabajo. Todo lo contrario. Si el ser humano estuviese privado por completo de la capacidad de soñar así, si no pudiese adelantarse alguna que otra vez y contemplar con su imaginación el cuadro enteramente acabado de la obra que empieza a perfilarse por su mano, no podría figurarme de ningún modo qué móviles le obligarían a emprender y llevar a cabo vastas y penosas empresas en el terreno de las artes, de las ciencias y de la vida práctica… La disparidad entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que el soñador crea seriamente en un sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje a conciencia por que se cumplan sus fantasías. Cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien.
Este joven revolucionario se llamaba V.I. Lenin y la cita es de ¿Qué hacer?8// Lenin pasa por ser la encarnación de la realpolitik revolucionaria. Como podemos ver, la anticipación, la esperanza y los sueños no son solo categorías del materialismo histórico, sino también categorías de la realpolitik revolucionaria.
Fuente original: https://www.iire.org/index.php/es/node/941
Notas
1/ H. van den Enden (ed.), Marxisme van de hoop – hoop van het marxisme? Essays over de filosofie van Ernst Bloch (Bussum, 1980). Esta traducción es una versión revisada de la publicada en castellano en https://www.iire.org/index.php/es/node/941 El original en neerlandés se publicó en De Internationale, n.º 48, invierno de 1994, volumen 38: https://www.marxists.org/nederlands/mandel/1980/1980hoopbloch.htm
2/ Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1886).
3/ Karl Marx, El Capital, vol. I (1867).
4/ Engels, op. cit.
5/ Bloch, El principio esperanza.
6/ Bloch, op. cit.
7/ León Trotsky, Literatura y revolución (1924).
8/ https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/quehacer/qh5.htm