Pepe Gutiérrez-Álvarez
Entre los proyectos que Trotsky dejó sobre la mesa estaba una biografía de Lenin. Aunque entre los diversos escritos se llegó a conformar un volumen (que conoció una edición soviética de mitad de los años veinte), el proyecto biográfico no pasó de un primer volumen “El joven Lenin” (FCE., 1972, 344 págs.).
Algo similar le sucedió a su discípulo Isaac Deutscher quien consideraba su proyectado estudio de Lenin como la culminación de la obra de su vida. La biografía de Stalin, los tres volúmenes sobre Trotsky y la vida de Lenin habrían de constituir “un solo ensayo de análisis marxista de la revolución de nuestro tiempo además un tríptico con cierta unidad artística”. No había de ser así. Y ello es tanto más lamentable por cuanto él se preparó muy rigurosamente para ese trabajo durante muchos años.
Mientras realizaba sus investigaciones en el Archivo de Trotsky, en 1950, tenía ya un catálogo mental de documentos y papeles que podrían arrojar nueva luz sobre el protagonista del futuro volumen. Sus cuadernos de apuntes de la Houghton Library (que alberga los Archivos) muestran aquí y allá una gran L trazada en lápiz rojo; materiales que habían sido recogidos para la biografía de Stalin contienen a veces una anotación: consúltese para el Lenin.
Cuando, después de 1956, el “culto a la personalidad” empezó a ser reprobado en Moscú, la figura de Lenin cobró de nuevo un aspecto que los fieles debían invocar ritualmente en toda oportunidad posible; las revistas y periódicos se llenaron de recuerdo de antiguos secretarios, colaboradores y hasta enfermeras y médicos que en alguna ocasión estuvieron en contacto con Lenin.
Luego apareció la nueva edición, la quinta, de las Obras de Lenin en 55 volúmenes, que contiene no sólo los escritos, discursos y directivas de Lenin, sino incluso las observaciones que éste había hecho al margen de libros que había leído. Todo esto, junto con un gran número de materiales raros pacientemente recogidos, pasó al estante de libros más cercano al escritorio de Isaac. Allí permanece aún.
Ahora sólo puedo poner frente al lector un fragmento, un capítulo inconcluso, de la obra que Isaac Deutscher tan apasionadamente deseó completar. El primer capítulo de cualquier biografía contiene inevitablemente la acostumbrada descripción de la familia, la infancia, la juventud; pero en el caso el autor, hurgando en los oscuros orígenes de los Uliánov, presenta un llamativo cuadro de las condiciones sociales en las que vivían las más oprimidas, las más atrasadas y las más anónimas de las muchas nacionalidades que componían el extenso y sombrío imperio zarista. Más interesante esto, sin embargo, es la sutil iluminación que da unidad al capítulo inconcluso. Vemos a YIia Nikoláievich, el padre de Lenin, que dedica su vida a la gran causa de la educación de los muzhiks sumidos en la ignorancia, deseando servir lealmente al zar, a la Iglesia y al pueblo.
“Su manera `de ir al pueblo´ amparado en la autoridad del zar” le parece la única forma de acción razonable. Pero es derrotado por la autocracia, por la Iglesia y por la reacción, y muere moralmente destruido. Alexander y sus amigos sostienen que “empeñarse […] en la elaboración de principios teóricos equivaldría a capitular. Cualquier filisteo es capaz de teorizar; el revolucionario tiene que luchar”. Alexander y cinco de sus camaradas mueren en el patíbulo. Y, sin embargo, fue Alexander quien mantuvo que “era suicida emprender cualquier actividad política sin antes aclarar los principios en que esta debía basarse”.
En este sentido, al parecer, Vladímir partió desde donde su hermano se vio tan trágicamente obligado a detenerse. Fue Lenin el teórico marxista, Lenin el filósofo, al igual que el jefe y el hombre de acción, falible y grande, cuya vida de su propósito, el estuvo encaminada al logro de sus propósitos, el hombre que no obstante se empapó en la teoría, que actuó dentro del marco de principios bien elaborados, el que Isaac Deutscher se propuso retratar. Isaac decía, parafraseando a Carlyle, que su labor como biógrafo de Trotsky consistía en extraer a su personaje principal “de debajo de una montaña de perros muertos, de una inmensa carga de calumnia y olvido”.
En su biografía de Lenin, Isaac, que detestaba todas las ortodoxias, concibió que la extraer consistía en extraer a su personaje principal de debajo de una inmensa caga de iconografía y de ortodoxia asfixiante. Tal como Mayakovsky admiraba en Lenin “la auténtica, la sabia, la humana, la enorme frente leniniana” y veía en él “el más terrenal de todos los que pasaron por la tierra”. Dos proyectos inconclusos pues, pero sumamente apasionantes ya que consiguen restituir a un Lenin veraz, con todos sus matices y pueden considerarse entre los primeros aportes del fundador del partido bolchevique, aquel en el que ningún militante debía de actuar en contra de lo que le dictaba su conciencia.