Los Hijos de Mafalda
Vivimos una vida extremadamente acelerada, nos levantamos temprano cada mañana para sortear la histeria colectiva del transporte público expresada en grandes atochamientos vehiculares, bocinas, buses, retrasos en las diversas líneas del metro, miles de personas ansiosas por llegar pronto a su destino, ya sea su lugar de trabajo, el colegio de los niños, alguna consulta médica, universidad, entre tantos otros lugares posibles. Cada uno viaja apretado y ensimismado en sus angustias, preocupaciones, ansiedades y uno que otro pasatiempo personal, mientras tanto, nos peleamos con algún prójimo que nos aprieta o nos pasa a llevar porque no hay más espacio en el carro del metro o del bus.
Llegamos a nuestro destino, un poco apestados con la agitada y densa mañana, realizamos nuestras labores hasta la hora de almuerzo, hora en que engullimos algún comestible rápidamente, con el objetivo de ganar tiempo para poder realizar algún trámite, volver a nuestro quehacer hasta la hora de salida y enfrentarnos nuevamente al transporte público, donde puteamos por los velociraptor que corren a asegurarse con el único asiento disponible, y que en su desesperación nos pasan a llevar. Finalmente llegamos a casa, donde tomamos once, o cenamos, hacemos algún quehacer doméstico que ha quedado pendiente, y vemos los noticieros que nos inundan con portonazos, aumento de los índices de victimización y delincuencia, asumimos el pánico colectivo, a pesar de no tener vehículo, y si lo tenemos, peor aún, vemos como algún caza noticias filmó alguna acción imprudente de un escrupuloso y finalmente la noticia del perro que habla, o de la manzana más grande del mundo, para terminar viendo algún programa de tv que nos haga olvidar un poco, nuestras preocupaciones y el caos cotidiano, y así, lunes , martes, miércoles, jueves, viernes y sábado, para terminar el domingo con los quehaceres domésticos que no pudimos realizar en los días anteriores y prepararnos para una nueva semana.
Frente a este escenario, valdría la pena preguntarse, ¿Qué sentido tiene la vida? O ¿Qué sentido tiene mi vida?, ¿Qué sentido tiene lo que he hecho durante el día? Albert Camus, ya se había hecho esta pregunta en la época del 1940, “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio: Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación”[1]
Lo anterior, puede parecer una simple y para muchos tediosa y aburrida pregunta filosófica, pero en términos materiales, “de los países pertenecientes a la OCDE, Chile presenta la segunda mayor tasa de suicidio adolescente y según estimaciones del INE, para el año 2020 habrá un suicidio adolescente diario.”[2] No contento con la información anterior, según Estadísticas Vitales del año 2015 del Instituto Nacional de Estadísticas “Entre los años 2010 y 2015, un total de 935 mayores de 70 años se suicidó en el país”[3], y si no fueran suficientes estas cifras para preguntarse por el sentido de la vida, debemos agregar que durante los últimos 10 años, la primera causa de licencias médicas son los trastornos psiquiátricos, expresados en estrés, depresión, crisis de pánico, entre otros.
En virtud de lo anterior, es que podemos establecer a ciencia cierta que tenemos una sociedad deprimida, con una sensación permanente de soledad y de carencia afectiva, una sociedad enferma, y lo peor es que no somos consciente de esa situación, porque en la vorágine de nuestra cotidianidad, hemos preferido estar anestesiados por los medios de comunicación que nos infunde el terror, el pánico y la vida privada de Raquel Argandoña en el canal 13, mientras que el grupo Lucksic, dueño de dicho canal, gana $11 mil millones de pesos diarios[4] en circunstancias que el sueldo promedio mensual en chile durante el año 2017 fue de $554.409 pesos, y el ingreso mediano llegó a $379.673 pesos, lo que equivale a una ganancia de $12.656 pesos al día.
Una población deprimida y angustiada, con una vida altamente estresante que debe convivir con la preocupación y el miedo constante y sistemático de perder el empleo[5], el cómo pagar sus deudas, que hasta fines de enero del presente año 2019, llegaba al nivel récord de un 73,3% del ingreso disponible de los hogares, necesita mecanismos de escape o de evasión que le permita sobrellevar la angustiante sensación de vivir atrapados en un sistema que no nos asegura ningún derecho social, en circunstancias que el 80% de los ingresos del Estado, son generados por nuestros impuestos y sobreimpuestos, recursos producidos y elaborados directamente por nuestro pueblo, y que se destina a subsidiar a las empresas de la salud privada, educación, vivienda social, transporte público, pensiones, entre tantos otros. Es en éste escenario, que nuestra población joven a preferido sumergirse en el consumo de sustancias depresoras del sistema nervioso central. En este sentido, un estudio del Servicio para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda) del año 2017, establece que el consumo escolar de marihuana llega al 30,9%, el consumo de fármacos tranquilizantes alcanza el 8,6%, la cocaína es consumida por un 3% de la población escolar, la pasta base se sitúa en 1,4% y por último el tabaco representa un 4,3%, superando los índices de todos los países del continente americano”[6], Con respecto a cifras más generales, no existen estadísticas oficiales actualizadas, sin embargo, según la Revista Médica de Chile, el consumo de antidepresivos aumentó en un 470% en 12 años, comprendido en el periodo entre 1992 y el año 2004[7].
¿No les resulta absurdo el hecho de vivir en un país que tiene tantas riquezas, como el cobre, litio, el mar, recursos forestales, tierra fértil, entre otros, un lugar donde el trabajo de nuestro pueblo financia el 80% de los ingresos del Estado y que, sin embargo, dichas riquezas se encuentren apropiadas por 36 familias o grupos económicos, mientras el resto de la población vive en las terribles condiciones ya señaladas en los párrafos anteriores? ¿No les resulta absurdo tener que soportar que nuestros jóvenes y adultos mayores se estén suicidando, y que el resto de la población tengamos que sobrevivir consumiendo psicofármacos para poder cumplir con nuestras tareas cotidianas?
Es aquí donde vuelvo a Albert Camus, donde expresa que “suele suceder que los decorados se derrumben. Levantarse, coger el tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo, la cena, el sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo es una ruta que se sigue fácilmente durante la mayor parte del tiempo. Pero un día surge el «por qué» y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro. «Comienza»: esto es importante. La lasitud está al final de los actos de una vida maquinal, pero inicia al mismo tiempo el movimiento de la conciencia.”[8]
Esta vida “maquinal” que estamos llevando es lo absurdo, mientras otros se enriquecen a costa de la riqueza que genera nuestro trabajo, evadir el sentido de ésta vida absurda por medio del suicidio, puede ser un escape, tal como lo han hecho un gran número de adolescentes y adultos mayores de nuestro Chile querido, Sin embargo, dicho acto en contra del absurdo, soluciona ésta problemática sólo en términos individuales, porque quienes seguimos viviendo, nos mantenemos en ésta sociedad del absurdo, es por ésta razón que resulta urgente y necesario vivir a fondo la experiencia del absurdo y ser consciente de ello, vivir y hacer vivir el absurdo, mirarlo de frente sin la anestesia de los programas de tv, sin la anestesia de sustancias depresoras del sistema nervioso central, enfrentarlo cara a cara y rebelarse ante el absurdo, mirar y observar a nuestro alrededor para darnos cuenta que no estamos solos, que el 99% de la población vive en prácticamente las mismas condiciones que yo, que es un prójimo que tiene, con ciertos matices por supuesto, las mismas angustias y preocupaciones que yo, salud, educación, pensiones, vivienda, hacinamiento, endeudamiento ¡y tantos otros!
Este pequeño manifiesto, es una invitación a empezar a creer que otro mundo es posible, un mundo en el que no solo sobrevivamos, sino que vivamos y nos liberemos con el otro, a soñar en un mundo en el que podamos realizar nuestras actividades cotidianas sin tener que drogarnos para soportar la dura realidad a la que nos enfrentamos diariamente.
La única forma de cambiar esta radical situación en la que vivimos, en que nos gobierna el miedo, la paranoia y 36 grupos económicos, es dejar nuestro individualismo de lado, generar conciencia solidaria, tender una mano de ayuda, regalar una sonrisa en lugar de un insulto en el transporte público, pero por sobre todo, debemos organizarnos, tomar conciencia de que el duro escenario en el que nos desenvolvemos, es nuestra responsabilidad, y por lo tanto, también es nuestra la responsabilidad transformar ésta sociedad, en una fundada en la justicia social y la solidaridad, porque con rebeldía, organización y esperanza, podemos conquistar una nueva sociedad y derrotar esta triste realidad del absurdo.
Felipe Reveco Moreno
Secretario de Comunicaciones Los Hijos de Mafalda
La Palomilla Informativa del Pueblo Desorganizado.
El Mayor Compromiso con Nuestro Pueblo es la Organización.
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[1] Albert Camus, El Mito de Sísifo
[2] https://www.adnradio.cl/noticias/nacional/todo-mejora-el-suicidio-es-hoy-la-segunda-causa-de-muerte-no-natural-en-chile/20180523/nota/3753510.aspx
[3] https://www.latercera.com/tendencias/noticia/mayores-80-anos-tienen-la-tasa-suicidio-mas-alta-del-pais/270539/
[4] https://www.loshijosdemafalda.cl/products/ganancias-de-los-empresarios-mas-importantes-de-chile-en-2018/
[5] https://radio.uchile.cl/2019/01/16/endeudamiento-y-mala-calidad-del-empleo-aumentan-inseguridad-laboral-de-los-chilenos/
[6] https://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=528429
[7] https://www.cooperativa.cl/noticias/sociedad/salud/medicamentos/consumo-de-antidepresivos-en-chile-aumento-470-por-ciento-en-12-anos/2008-11-24/180402.html
[8] Albert Camus, El Mito de Sísifo