Le Monde Diplomatique, Edición Chilena
Hace ya más de un siglo, en 1916, Rosa Luxemburgo, una revolucionaria alemana de origen polaco, advertía de los peligros trágicos que implicaba la mantención de un sistema fundado en la propiedad privada de los medios de producción, señalaba que «la historia de la humanidad no es un proceso inexorable que conduce inevitablemente hacia el socialismo, como sostenía el fatalismo determinista de la Segunda Internacional (socialdemocracia), por lo tanto, el futuro de la humanidad está abierto y será moldeado por el resultado de la lucha de clases (…) o se avanza hacia una sociedad democrática y humanista, es decir socialista, o se cae en la barbarie capitalista”.
Esa sentencia categórica, mirada con la perspectiva del tiempo, no hace más que confirmar la validez de dicha afirmación. El Siglo XX trajo la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuyas devastadoras consecuencias se tradujeron en millones de muertes, hambrunas y pobreza. El pueblo latinoamericano, en el mismo siglo, hubo de soportar la larga noche negra de su historia, con la arremetida de las tiranías sangrientas en la región que durante los 80, arremetieron contra los pueblos y sus ciudadanos, en particular, embistieron contra los derechos y conquistas de las y los trabajadores.
Pero todo continuó y continúa, el Siglo XXI con su impronta tecnológica que podría traer bienestar a los pueblos sólo ha profundizado las desigualdades y ha mostrado con mayor crudeza que la barbarie no es algo del mañana. La barbarie ya comenzó y sus manifestaciones podemos observarlas en diversos acontecimientos: epidemias generalizadas y desastres bacteriológicos; tecnologías nucleares que compiten por los predominios del planeta; masacres que se producen contra los pueblos indefensos, como el genocidio contra el pueblo de Palestina.
El resurgimiento, ahora sin tapujos, de corrientes fascistoides anuncia la llegada de un periodo nuevamente oscuro para la humanidad. Y claro, ante la imposibilidad de consolidar sociedades humanistas y verdaderamente democrática, es decir socialistas, se fue abriendo el camino para el retorno de aquellas concepciones anacrónicas que desprecian los avances civilizatorios de algunas sociedades, en especial, que desprecian los avances de la mujer y sus derechos, desprecian las conquistas sociales y económicas logradas por los y las trabajadoras y buscan rápidamente retrotraer la historia a épocas propias del medioevo y la inquisición. El Siglo XXI, caracterizado por la irrupción acelerada de la tecnología, ha puesto de manifiesto que las sociedades construidas sobre el pilar de la propiedad privada han entrado en una profunda crisis. En el afán de mayor acumulación, el capital destruye fuerzas productivas, concentra la propiedad como nunca, revela y confirma que un mundo basado en las reglas del mercado como paradigma instalado en estas últimas décadas no es sostenible, a pesar de las defensas que hacen de él los detentores del poder junto a la socialdemocracia.
Se confirma, además, con la impulsiva determinación de Trump y su política arancelaria, que el imperialismo en esta fase solo puede destruir y ofrecer a los pueblos del mundo la destrucción, ejemplo de ello son los millones de desempleados, millones emigrando de sus países por hambre, por temor a la represión de los regímenes cada vez más totalitarios.
Si existen dudas respecto de la sentencia de Rosa Luxemburgo hace 109 años atrás, hay que mirar la realidad nacional e internacional y observar la perspectiva, son demasiados los fenómenos políticos y sociales que azotan a los pueblos y son síntomas cada vez más evidentes de la barbarie.
Y es que el capitalismo en esta fase de extrema concentración de la riqueza se torna incapaz de generar bienestar a las sociedades, por el contrario, crecen en su entorno las fuerzas destructivas de la humanidad: la industria armamentista, cuyo financiamiento, especialmente en Europa, requiere bajar los costos de la seguridad social para financiar la guerra; la industria tecnológica que enajena, adormece e idiotiza a niños y jóvenes con juegos completamente funcionales a la doctrina dominante del imperio; el narcotráfico, convertido en una industria que comienza aceleradamente a destruir las bases mismas de la sociedad actual, corrompiendo y promoviendo el miedo como estrategia de sometimiento y vulneración de los sectores más desprotegidos.
Es el Estado capitalista el que está en crisis, incapaz de dar certezas y de avizorar al menos una salida para millones que sufren el desempleo y la violencia del Estado que instala el terror, en especial en los países más pobres haciendo vulnerables a hombres y mujeres.
Como señaló tan visionariamente Rosa Luxemburgo, el mundo hoy se enfrenta a una disyuntiva histórica como nunca: o perecer bajo las garras del capitalismo o, atreverse a romper con las cadenas que lo atan a él para construir una sociedad más igualitaria, más justa y en paz.
2 de junio