¿Ya estamos en un estadio del desarrollo donde el sistema se manda solo –se maneja a sí mismo- y no requiere administradores? Un tema que día a día adquiere más potencia y vigencia
Arturo Alejandro Muñoz
En notas anteriores aventuramos una opinión que cada día se aproxima más a la certeza. Dijimos que el actual sistema socioeconómico se ha transformado en una ‘civilización neoliberal’, y los argumentos que permiten confirmarlo, de verdad sobran.
En esta ‘civilización’ su horizonte cultural parece asentarse en algunas frases que de seguro usted también ha proferido en un mal momento, quizás sin percatarse de la profundidad que ellas puedan tener. “Lo único que vale en este mundo es el dinero, lo demás es paisaje”, u otra como esta: “el dinero lo compra todo, todo… y si no lo compra, lo alquila”. En cierta medida, es la consigna de la sociedad de consumo que hoy nos asfixia al transformarse casi en civilización, la cual tiene como misión fundamental proveer de placeres sin tregua, y como destino, la diversión hasta morir.
La cultura inserta en esta civilización no prospera con ese castigo divino llamado ’trabajo’, sino con la fiesta sin fin. El autor del capitalismo de producción era intrínsecamente avaro y elitista; el autor del capitalismo de consumo –el neoliberalismo- es, sobre todo, consumidor y comunicador.
Durante todo el siglo veinte las nuevas generaciones siempre fueron más ricas que las anteriores, pero esa saga terminó a la altura de los jóvenes adultos de ahora, avanzadas dos décadas del siglo veintiuno. Son jóvenes resentidos por la precariedad de los empleos, desengañados políticamente, y necesitados, como nunca antes, de las consolas, el porno, la droga y las plataformas digitales. ¿Una fiesta sin fin? Claro que sí, pero es importante señalar que a una baja calidad de trabajo corresponde una baja calidad del ocio. Es el consumo desatado y el individualismo como premisa básica.
Nuestros antepasados más egregios lo fueron gracias a los libros, y muchos de nosotros mismos (adultos que nadamos en las aguas de la tercera edad) crecimos desde y con la página impresa. ¿La radio, el cine y la televisión? Fueron para nosotros, adultos mayores, medios de comunicación que a la vez sirvieron como elementos de entretenimiento, pero hoy –para los jóvenes actuales- constituyen verdaderos medios de cultura. Es una nueva civilización, es la civilización neoliberal.
La sociedad de masas junto a las estrecheces de las masas ha enseñado más sobre la política real y efectiva que el juicio de las elites y los pontificados de ensoberbecidos dirigentes de partidos y tiendas. Ello podría –y debería- ser suficiente elemento de juicio para lograr mejoras sustantivas en el acontecer político, sin embargo tal idea requiere necesariamente de la participación, y esta es posible únicamente a través de la solidaridad que otorga el trabajo en equipo, l’esprit de corp. La civilización neoliberal, en cambio, apuesta por el trabajo en solitario. El individualismo consumista como panacea del desarrollo.
En esa civilización, la previsión social, la educación, la salud, el desdén por el tripartismo laboral, y el afán privatizador de los recursos naturales, jamás deben sufrir legislaciones que atenten contra los intereses de los dueños del capital. En estos avatares no hay cabida para los estados de bienestar. Las personas deben rascarse con sus propias uñas y consumir tanto cuanto aguanten sus tarjetas de crédito.
El individuo aislado del grupo, sentenciado a ser un número (de cédula, de celular, de tarjeta plástica), pierde su identidad humana conjuntamente con su intimidad. Cientos de líneas invisibles rastrean su paso donde quiera que vaya. Es un consumidor. Sólo eso. Al sistema interesa precisamente mantenerlo como tal, que gaste, que compre, que se endeude… así se mueve la economía, dicen los arzobispos de la nueva civilización. No importa mucho cómo obtiene su dinero para incrementar el consumo, ese es otro cuento, o mejor dicho, “un cuento para los insoportables amargados que aman las ciencias sociales”, quienes no entienden que las leyes se estructuran para fungir como simple contención, nunca como sanación, prevención ni castigo. Mal que mal, el delincuente comete sus tropelías porque desea consumir tal como lo hacen quienes constituyen el mejor nivel (económico) de la especie, y eso es lo que de verdad importa e interesa a la civilización neoliberal, el consumo.
A lo anterior se agrega una difusa separación de poderes públicos y dictadura parlamentaria; dos pilares más que hacen del neoliberalismo una civilización. En política ya no hay “izquierdas” ni “derechas”, asunto que permite catastrar el triunfo de un sistema devenido en civilización. Audaz afirmación esta, aunque no tanto como para desecharla ya que cabe preguntarse cuál ha sido la reacción de la izquierda ortodoxa respecto del lado más salvaje del neoliberalismo. Recordemos que en Chile esa izquierda (PS, PC) ha formado parte activa de la administración, cobijo y nutrición del sistema. Luego de ello, huelgan los comentarios.
Es suficiente argumento destacar que en este estadio del desarrollo existe también un parlamentarismo abusivo en el que sus integrantes se transforman en juez y parte, en clientes y administradores. Fue así que un todo orgánico llamado ‘duopolio’ logró clavar sus banderas por doquier, difuminando incluso las fronteras que deberían separar a los poderes públicos. Quienes integran las cúpulas de los bloques que lo conforman, todo lo permean con amiguismos, familisterio y corruptelas, legislando para sus mandantes mega empresariales -y para ellos mismos- sin que se active efectivamente ninguna acción sancionadora en su contra.
Reitero lo escrito en otras notas respecto del mismo tema: A estas alturas de nuestra Historia republicana, el país puede confirmar que quien verdaderamente lo administra es el sistema mismo, el cual no requiere de la presencia de ‘estadistas’ ni ‘iluminados’ en el gobierno para seguir procesando su propia marcha.
Lo hemos dicho muchas veces y es conveniente repetirlo una vez más. Ha sido el sistema (y no el público elector) quien encauza el nombramiento de tales y cuales candidatos a tales y cuales cargos de representación pública de alto nivel. Al sistema no le agradan los estadistas de verdad, menos aún le satisface que personas brillantes en materias políticas –y con andar propio– puedan encumbrarse a la primera magistratura de la nación. No, el sistema se maneja solo y es lo que quiere seguir haciendo.
Gradualmente, las elites que ocupan los lugares de privilegio en esta civilización remplazaron el sueño del paraíso en el cielo por la quimera de ser todos como son sus más icónicos líderes: ignorantes, mediocres, deshonestos, inmorales, pero pillines y ultra millonarios. Para ellos la vida en la tierra se reduce a la máxima que caracteriza y promueve este nuevo estadio del desarrollo: “lo único que verdaderamente importa es aquello que produce dinero… el resto es sólo entretenimiento”.
Bienvenidos a la civilización neoliberal, una nueva etapa, un nuevo estadio, en la saga del desarrollo de la Humanidad. ¿En cuál eslabón es posible cortar esta cadena? ¿Cuál es el hilo más delgado que permite deshacer el nudo gordiano? Son muchos los que están trabajando en ello, no le quepa duda. Tarde o temprano lo averiguarán. Y ocurrirá lo que ocurre con todas las cosas. Vendrá el cambio, el verdadero, no el de oropel sino el profundo, el que satisfaga a las grandes mayorías. Pero aún estamos muy lejos de ello.
- Este artículo fue «construido» principalmente a partir de ideas del autor, además de otras pertenecientes al periodista y economista español Vicente Verdú, al ingeniero y docente Luis Casado y al filósofo y magíster en Educación, Alejandro Latorre, ambos chilenos.