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LA CAIDA DEL COMUNISMO QUE NUNCA LO FUE

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Pepe Gutiérrez-Álvarez, Estado Español

Se habla de «comunismo» como sinónimo de lo prosoviético, o de militante o simpatizante de un partido identificado con el concepto «comunista» que a su vez confunden con lo peor del estalinismo, así por ejemplo en el ejército norteamericano (y sus aliados) luchaban en Vietnam contra los «comunistas» incluyendo en este apartado a todos los que se oponían aunque fuesen sacerdotes budistas…Como es sabido, el concepto no se refiere a ningún plan de gobierno o manera de gobernar sino a un propósito futuro con el que, por cierto, se han identificado concepciones muy diversas, y sobre el cual Marx se prohibió  hacer elucubraciones. Conviene señalar que esta condena está ligada a un contexto. Comienza a darse en los años ochenta, para establecerse sin discusión como una consecuencia inexcusable de lo que se ha llamado “la caída del comunismo”.

Se desarrollará en una auténtica escalada hasta alcanzar su cumbre denigratoria con la publicación del Libro negro del comunismo, algo así como la sentencia final sobre la que se fundamenta todos los «cursillos» de los cenáculos conservadores del mundo para imponer sus criterios, con la contribución inexcusable de diversos “arrepentidos” del comunismo, un territorio que podría ser tan amplio como el PC italiano casi al completo.

Dicha condena tiene un historial con obvios precedentes, pero que en lo que le diferencia de otros tiempos, tiene su punto de partida en la distinción establecida por la administración Reagan entre el pecado mortal de los “totalitarismos”, vale la pena consultar dos obras para comprender la instrumentalización del concepto: la de Enzo Traverso, El totalitarisme. Història d´un debat (Universitat de València, 2002), y la de Slavof Zizek, ¿Quién dijo totalitarismo? (Pre-textos, Valencia, 2002) que tratan de la utilización abusiva de la palabra «totalitarismo», lo que el segundo interpreta como «el signo más claro de la derrota teórica» de la izquierda, en la medida en que aceptó que la pelota podía estar en su tejado y abandonó o descuidó sus fundamentadas acusaciones contra los males causados por el capitalismo.

El llamado «eje del mal” en contraste con el pecado venial de los “autoritarismos”, justificado o “comprendidos” aunque fuese en parte por tener que defenderse de una amenaza comunista.
Inmersos en este esquema, antiguos intelectuales de izquierdas ahora arrepentidos en republicanos (norteamericanos) como lo serían entre nosotros Jorge Semprún, Octavio Paz o Vargas Llosa o Cabrera Infante y secuaces en los años ochenta-noventa, y que coincidían con dicha administración -y con el Vaticano- en ofrecer el siguiente argumento: -facilitados teóricamente por el último Cornelius Castoriadis– mientras que los regímenes “comunistas” se mostraban irreformables, en tanto que los fascistas –como España, Grecia o Chile- abrían procesos democráticos.

Una vez descompuesta la URSS, todo el llamado “socialismo real” cayó como un castillo de naipes…A partir de esta singular premisa, una nueva extrema derecha, situada en la onda de la intelligentzia republicana norteamericana y que entre nosotros suele hacer comulgar sabiamente a Vargas Llosa con Milton Friedman, una extensa corriente que ocupaba casi sin fisura los medias y para el que el «problema» era ahora el socialismo o el «estatismo”, en realidad toda oposición al ultracapitalismo.

Cualquier crítica al capitalismo liberal llevaba al desastre de las “tentaciones totalitarias”, el “imperio del Mal” liderado por la URSS sin olvidar la responsabilidad de Lenin en el “terror rojo” puesto en práctica durante la guerra civil. El dictamen aparecía en un documental: La culpa fue de Lenin, que aparecía firmado por un actor y director tan inclasificable como el malogrado Patrice Chereau. La lista de descalificaciones ha seguido siendo pertinaz y alcanza un extenso listado de componente del “mundo de la cultura” que ahora aparecía totalmente integrada en los “pasillos del poder”.
Se crea por lo tanto una nueva “historia oficial” dictaminada por el “consenso”, no es difícil llegar a la conclusión de que al fin de cuentas, el franquismo tuvo una justificación frente a la amenaza “comunista”; al final fue la monarquía la que acabó ganando la guerra civil, según una idea ofrecida por Octavio Paz en el Congreso de Intelectuales de Valencia de 1987.

Un Congreso orientado en dirección opuesta al que en 19137 unía a comunistas y antifascistas, y que se manifestaba en defensa de los EEUU contra Cuba, lo mismo que poco después lo haría favor de la “contra” al tiempo que se descalificaba a los sandinista por boca de viejos comunistas Ricardo Muñoz Suay, fervoroso converso partidario abiertamente de la «contra»…La lista es interminable, se puede comprobar cada día leyendo diarios monárquicos como “El País”.

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