Barry Sheppard
A l’encontre, 10-9- 2020
Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa
La Convención Nacional Republicana (CNR) estuvo centrada en dos temas interdependientes.
Uno de ellos fue la aclamación de Trump como el líder fuerte que puede salvar el país y que para ello debe mantenerse en el poder como quiera que sea.
El otro fue el de los medios para lograrlo: un racismo flagrante con un ataque contra el movimiento Black Lives Matter, acusando a «los delincuentes violentos de querer destruir físicamente el país», y con la promesa de aplastarlos en las calles.
Trump dominó cada una de las sesiones de la convención con su presencia y sus discursos y al final, un largo discurso de aceptación de su nominación, con la Casa Blanca como telón de fondo.
En ese último discurso dijo: «Nunca debemos permitir que la muchedumbre gobierne. De la manera más enérgica posible, el Partido Republicano condena los disturbios, los saqueos, los incendios y la violencia que hemos visto en ciudades administradas por los demócratas como Kenosha, Minneapolis, Portland, Chicago, Nueva York y muchas otras. Hay violencia y peligro en las ciudades gobernadas por los demócratas en toda América».
La convención no adoptó ningún programa -lo que el Partido Republicano representa es lo que Trump representa, aunque sepamos que eso puede variar con cada tweet que envía.
Cuando Trump dio inicio a la convención, se oyó el grito: «¡Cuatro años más! ¡Cuatro años más! ¡Cuatro años más!»
Trump dijo, «Ahora, si realmente quieren volverlos locos, griten, ’12 años más’.»
Los delegados respondieron gritando: «¡Doce años más! ¡Doce años más! ¡Doce años más!»
Luego, Trump dijo: «Porque descubrimos que habían hecho cosas muy malas en 2016, estemos atentos a lo que pase». En 2016, Trump había acusado a los demócratas de organizar el voto de más de tres millones de indocumentados, revirtiendo el verdadero voto popular por Trump. (Trump ganó el Colegio Electoral pero perdió el voto popular).
Legalmente, Trump no podría gobernar 12 años más, a menos que logre imponer una enmienda constitucional que permita un mayor número de mandatos que los dos previstos actualmente, lo cual es imposible, salvo si el Partido Demócrata fuera suprimido.
Las declaraciones de Trump equivalen a decir que no aceptaría la votación de noviembre si no resultara a su favor. Pero para eso, tendría que haber un golpe de Estado.
La convención contó con discursos de la esposa de Trump, Melania, de sus hijas Ivanka, Tiffany y Lara, de sus hijos Donald Jr. y Eric, y de la novia de Donald Jr., Kimberly Gullfoyle. Esos discursos ocuparon el 30% del tiempo total disponible durante los cuatro días que duró la Convención, y al menos uno de los miembros de la familia habló cada noche.
Además, la «Trumpsphere», como la llama el New York Times, ocupó otro 30% más del tiempo disponible. El NYT declaró que esas personas eran en gran parte nuevas voces, poco conocidas, que Trump erigió en portavoces por su «defensa implacable de una visión del mundo a la manera del presidente», que «merecían retuits y llegar a tener una gran influencia.» El tiempo de palabra colectiva fue una prueba del lugar que ocupan en el orden republicano actual.
Ningún ex presidente republicano o aliados de Bush, McCain u otras figuras reconocidas de la familia republicana tomó la palabra.
Tanto lo que dijo Trump como lo que ha hecho desde la Convención va en el mismo sentido: Asumió la defensa a la policía en cada uno de los recientes asesinatos de personas negras. Lo mismo hizo con sus partidarios que asistieron armados a las manifestaciones del movimiento BLM para apoyar a la policía, incluso cuando uno de esos «milicianos» disparó contra dos manifestantes desarmados e hirió a un tercero.
Trump sigue alabando su propia grandeza y dice estar seguro de que ganará las elecciones, a menos que éstas sean «manipuladas».
El presidente abrazó abiertamente a miembros del grupo conspirativo de extrema derecha QAnon. Un periodista le preguntó: «El principal postulado de la teoría (QAnon) es la creencia de que usted está, secretamente, salvando al mundo de las garras de un grupo satánico compuesto por pedófilos y caníbales. ¿Es eso lo que usted sostiene?»
Trump respondió: «Bueno, no… no he oído decir eso, pero ¿a usted le parece que es algo bueno o algo malo? Quiero decir que si puedo salvar al mundo de los problemas, estoy dispuesto a hacerlo».
Una republicana de Georgia, Marjorie Greene, ganó recientemente las primarias republicanas para el Congreso y dijo que su victoria fue posible porque apoyaba la extraña teoría QAnon.
Trump elogió su victoria y dijo que se trata de una «figura en ascenso» dentro del Partido Republicano. En otra oportunidad, dijo a propósito de QAnon: «Me quieren mucho» -lo que es una forma de ganarse su aprobación.
Los adeptos de la creencia QAnon dicen que hay «fuerzas oscuras» que practican cultos satánicos, incluyendo a miembros del Partido Demócrata.
En una reciente entrevista brindada a Fox News, Trump declaró que «Ni siquiera me gusta mencionar a Biden, porque no controla nada. Lo controlan a él».
El periodista le preguntó, «¿Quién cree usted que está moviendo los hilos de Biden? ¿Son ex funcionarios de Obama?»
La respuesta del presidente fue: «Gente de la que nunca ha oído usted hablar. Gente que está en las sombras».
«¿Qué significa eso?» le preguntó el periodista. «Suena como una teoría conspirativa: ‘sombras negras’. ¿Qué son?»
«No, es gente de la que nunca ha oído hablar», respondió Trump. «Hay gente en las calles. Hay gente que controla las calles. Este fin de semana, por ejemplo, hicimos subir a alguien a un avión que venía de cierta ciudad y en el avión, la persona estaba rodeada de delincuentes vestidos con esos uniformes oscuros, uniformes negros».
«¿Dónde ocurrió eso?» le preguntaron.
«Se lo diré algún día, por ahora, está se está investigando».
Trump puede creer en lo que dice o no, pero sus partidarios más firmes, sí lo creen.
Como un reflejo de los viejos temores racistas del período de Jim Crow, que terminaron en múltiples linchamientos y de la representación de los hombres negros, imaginados como un peligro para las mujeres blancas, Trump dijo: «Hay una hermosa comunidad en los barrios periféricos, en la que hay mujeres, ¿verdad? Las mujeres. Ellas quieren seguridad. Yo terminé con eso de la construcción de viviendas sociales en medio de su barrio (el del periodista, NdT). Yo acabé con eso.» Se refiere a una regla de «viviendas ‘sociales’» de la época de Obama.
«Si Biden gana las elecciones, ya dijo que va a construir a un ritmo mucho más rápido aún. ¿Y sabe usted quién será el responsable de ese plan? (El senador afroamericano) Cory Booker. No quiera usted imaginárselo».
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Los marxistas utilizan el término «bonapartismo» para referirse al ascenso de ese tipo de hombres fuertes.
Marx lo acuñó al analizar el ascenso de Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón Bonaparte. A diferencia de Napoleón, Luis era una figura política mediocre, como los es Trump hoy en día. Pero, al igual que Trump, era un hábil maniobrero y demagogo. Como Trump, Luis estaba vinculado con el «crimen organizado», es decir, con empresas capitalistas ilegales.
Hay otras similitudes: Luis fue elegido presidente de Francia a finales de 1848. En febrero, había habido una revolución contra la monarquía, que formaba parte de las revoluciones democráticas que se sacudieron a Europa. En junio y julio, por primera vez en la historia del capitalismo, los trabajadores se levantaron y tomaron el control de una capital, París. Fueron aplastados de manera sangrienta por el ejército.
Después de esta derrota de los trabajadores, los distintos partidos capitalistas en el Parlamento estaban, sin embargo, desconcertados, con luchas entre ellos y entre las facciones dentro de cada uno de esos partidos. Luis aparecía como un tío mayor, un hombre fuerte que podía poner fin al desorden y poner las cosas en orden.
Una vez electo presidente, en diciembre de 1848, las disputas entre los partidos y facciones capitalistas continuaron durante años pero Luis Bonaparte maniobraba y negociaba entre ellos. A veces, parecía querer que lo frenaran en su impulso o incluso que lo acusaran de algo, pero siempre ganaba. Por su parte, la población estaba cada vez más exasperada.
Luis Bonaparte construyó su propia base dentro del ejército. Finalmente, las condiciones llegaron al punto, a principios de 1851, en que pudo organizar un golpe de Estado y autoproclamarse Emperador Napoleón III (Napoleón II, puede ser ignorado y olvidado).
Por razones diferentes de las de Francia en 1848, las organizaciones de trabajadores que existen hoy en día en los Estados Unidos tienen muy poco o ningún peso en la política. Como Luis, Trump se presentó como el hombre fuerte. Al igual que en 1849-51, los partidos burgueses se disputan constantemente entre sí y logran muy poco, salvo acuerdos bipartidistas como, por ejemplo, la adopción de presupuestos militares cada vez más voluminosos.
Luis se basó en el pasado napoleónico de Francia, legitimando de esta manera su posición y convirtiéndose en emperador. Trump observa la historia de los EE.UU., en particular el período de Jim Crow. Su objetivo es consolidar el autoritarismo con rasgos democrático-burgueses, mientras limita drásticamente los derechos democráticos, como en los regímenes sureños de Jim Crow, pero con él mismo al frente del Estado.
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Además, Trump está construyendo una fuerza armada que le sea leal. Se supone que las fuerzas federales no deben interferir en la política nacional. Pero desde la creación del Departamento de Seguridad Nacional (DSN) después del 11 de septiembre, las fuerzas federales, que están bajo su jurisdicción, han sido utilizadas en situaciones internas, a menudo con uniformes que las identifican como si formaran parte de la «policía».
Aparentemente, fueron esas fuerzas las que dispersaron violentamente a los manifestantes pacíficos frente a la Casa Blanca, para que Trump pudiera realizar una sesión fotográfica, frente a una iglesia, con la Biblia en la mano.
Ya hemos visto a esas fuerzas actuando en Portland, Oregón, donde fueron utilizadas, pese a las objeciones de las autoridades locales, para atacar violentamente a los manifestantes de Black Lives Matter, para detener a los manifestantes, utilizando gases lacrimógenos y asfixiantes, así como municiones «menos letales», pero que causaron daños físicos, incluyendo una fractura de cráneo en el caso de un manifestante. Los reporteros que filmaban las escenas de brutalidad policial también fueron blanco de los ataques.
Los federales llevaban uniformes de combate que los identificaban como «policías», pero no tenían número de identificación, etiquetas con sus nombres u otra información personal. Ni siquiera se pudo saber en qué dependencia trabajaban esos policías federales. Podrían ser empleados directos del Departamento de Seguridad Nacional, de la Patrulla Fronteriza, del Servicio de Protección Federal (policía de seguridad con uniforme del Departamento de Seguridad Nacional), que se supone debe proteger los bienes federales, del US Marshal Service (agencia de policía del gobierno federal de los EEUU que depende del departamento de Justicia) o, probablemente, del FBI.
Incluso, algunos fueron identificados como mercenarios contratados especialmente para esa ocasión. También asistimos al surgimiento de «milicias» armadas que atacaron a los manifestantes de BLM.
Esos «policías» no parecen ser verdaderos militares. Son más bien una fuerza paramilitar que sólo rinde cuentas a Donald Trump.
Veremos qué va a pasar en los próximos dos meses, antes y después de las elecciones. Por ahora, nada queda descartado.