Tras la investidura de Mariano Rajoy, gracias a la abstención de 68 diputados del PSOE y al apoyo de Ciudadanos, la “gran coalición” se ha conformado de manera precaria y con muchas debilidades. Este hecho ha pasado desapercibido en los análisis pesimistas y taciturnos que tanto abundan en los círculos de la intelectualidad de izquierdas, pero la verdad es siempre concreta. Las condiciones para una nueva movilización de masas que rompa con una paz social artificial están maduras.
Como ya ha ocurrido en numerosas ocasiones, el impulso no vendrá desde arriba sino desde la presión que las masas impongan frente a la ofensiva de la derecha y la continuidad de los recortes y la austeridad. Las grandes huelgas estudiantiles de octubre y noviembre impulsadas por el Sindicato de Estudiantes, y en las que los jóvenes militantes de Izquierda Revolucionaria han jugado un papel muy destacado, han supuesto una gran victoria. La retirada de las reválidas franquistas prueba que es posible derrotar los planes del PP a condición de levantar una estrategia de lucha consecuente, masiva y sostenida en el tiempo. Pero este ejemplo no es el único. Las movilizaciones que abarrotan las calles de Andalucía desde el pasado mes de noviembre en defensa de la sanidad pública y contra las políticas privatizadoras de Susana Díaz, o la gran manifestación del 19 de febrero en Barcelona, con más de 500.000 personas en apoyo a los refugiados y denunciando las políticas racistas de la UE, refuerzan de lo que decimos. Cuando la población considera que hay una causa justa y encuentra un cauce de expresión, los ataques no se traducen en indiferencia y desánimo sino en determinación, en acción directa que desborda a las burocracias sindicales. La radicalización hacia la izquierda de sectores importantes de los trabajadores, de las capas medias empobrecidas y de la juventud no se ha detenido.
La Gestora en serias dificultades
Las consecuencias del golpe perpetrado para lograr la abstención del PSOE son de largo alcance. La burguesía sopesó mucho este paso, pero finalmente se decantó por acelerar la pasokización del PSOE antes de sacrificar al PP y hacer estallar en su seno una crisis catastrófica (para la que estaban dadas todas las condiciones). Ahí reside la importancia de estos acontecimientos, su dimensión histórica, pues la dirección socialdemócrata ha jugado un papel crucial en la estabilidad del capitalismo español a lo largo de las últimas décadas.
La burguesía ha arrastrado al PSOE hacia la mayor crisis de sus últimos setenta años para asegurarse el control del nuevo gobierno e impedir que Podemos pudiera llegar a la Moncloa. Los efectos se dejan sentir ya en las últimas encuestas electorales, en las que el Partido Socialista se desploma y aparece invariablemente por detrás de Unidos Podemos.
Décadas de degeneración reformista y de fusión con la clase dominante, han hecho del PSOE un partido muy alejado de la clase trabajadora por más que siga contando con una base electoral entre ella. Su degeneración política en líneas burguesas se ha profundizado durante décadas de gobierno y gestión de los intereses capitalistas. Unos vínculos tan estrechos no serán fáciles de romper, y en todo caso entrañarán una batalla a sangre y fuego.
En cualquier caso una cosa está muy clara: la burguesía no está dispuesta a dejarse arrebatar el control del PSOE. Lo demostró en la crisis abierta durante el Comité Federal del 1 de octubre, con la expulsión, de hecho, de Pedro Sánchez de la Secretaria General, y con todas las maniobras políticas y mediáticas que se están sucediendo desde entonces. Las fuerzas que agrupaba Pedro Sánchez dentro del aparato del Partido en vísperas de la abstención, se han disgregado. Muchos diputados y dirigentes que se posicionaron con él han sido comprados por la Gestora y utilizados como mamporreros para disuadirle de presentar su candidatura a las primarias. Pero por abajo, entre la base, Pedro Sánchez cuanta con un apoyo mayoritario indiscutible.
La postulación de Patxi López a la Secretaria General, el mismo que con la boca pequeña apoyó tímidamente a Pedro Sánchez, es un buen ejemplo de la desbandada que se ha producido y del tipo de casta corrupta a la que nos referimos. Este individuo apenas se diferencia de cualquier político burgués al uso. Patxi López fue Lehendakari gracias a los votos y el apoyo del PP, ahora acuerda un gobierno de coalición con el PNV, y pretende presentarse como la alternativa para “regenerar” y “relanzar” el “proyecto socialista” ¡Es una broma de mal gusto!
La situación de la Gestora golpista es altamente complicada. A estas alturas todavía no han decidido si presentarán o no a Susana Díaz, vacilaciones que tienen mucho que ver con las encuestas que barajan, y que dan un triunfo sonado a Pedro Sánchez. Es cierto que las ambiciosas declaraciones del ex secretario general del pasado mes de octubre no se tradujeron en acciones decisivas, y de hecho permitió al aparato tomar la iniciativa, atrasar las primarias y el congreso del Partido. Pero todo apunta a que la Gestora está profundamente desacreditada y sólo concita entusiasmo entre los editorialistas de El País y sus mentores capitalistas. A pesar del retraso y los silencios incomprensibles, la presentación de la candidatura de Pedro Sánchez en un acto multitudinario en Dos Hermanas (Sevilla) representó un desafío completo al aparato.
El desafío de Pedro Sánchez
El 20 de febrero Pedro Sánchez abarrotó el Círculo de Bellas Artes de Madrid. No sólo explicó su voluntad de dar la batalla por la Secretaria General, sino que defendió la unidad de acción con Unidos Podemos y con los sindicatos. Frente a la “gran coalición y su fracaso en la UE”, Sánchez afirmó que la socialdemocracia “viene cometiendo un error las últimas décadas: no presentar una enmienda a la totalidad al sistema imperante, que es el neoliberal. Nuestro adversario político es el neoliberalismo y conservadurismo que encarna el PP…”. “Para cambiar el modelo económico y social neoliberal es necesario potenciar las alianzas con las organizaciones de los trabajadores”, enfatizando su apoyo a los sindicatos, y “ante la involución social y en derechos sufrida en España, hay que desarrollar la unidad de acción de todas las fuerzas que coincidan en la necesidad de desarrollar una democracia avanzada en lo político y en lo económico que haga progresar la justicia social…”. Haciéndose eco de las grandes movilizaciones por el derecho de autodeterminación, dio medio paso adelante al plantear “una reforma constitucional federal, manteniendo que la soberanía reside en el conjunto del pueblo español, pero que debe perfeccionar el reconocimiento del carácter plurinacional del Estado apuntado en el artículo 2 de la Constitución…”.
Pedro Sánchez dice que quiere recuperar las señas de izquierda del PSOE y abandonar su subordinación a la derecha. Son buenas palabras, pero los brindis al sol ya no causan efectos prácticos. De hecho, Sánchez se ha rodeado de viejos dinosaurios del Partido que nunca han hecho nada por torcer el rumbo de la organización. José Félix Tezanos, catedrático de Sociología y presidente de la Fundación Sistema y de la revista Temas para el Debate; el “consultor internacional”, Manuel Escudero y la ex ministra de Medio Ambiente Cristina Carbona, son parte destacada de su equipo. Pero estos antiguos guerristas y seguidores de Borrell, que han vivido muy cómodamente en el aparato, no pueden impulsar la transformación del PSOE.
Para ganar las primarias, Sánchez ha marcado las diferencias ideológicas con la Gestora lo que es completamente correcto. Pero su intento de revivir el modelo socialdemócrata clásico, en una fase de capitalismo salvaje y crisis global del sistema, no es ninguna solución. El problema de fondo es precisamente que la socialdemocracia y sus recetas reformistas son impotentes para enfrentar el neoliberalismo. Lo que hace falta es una vuelta a las ideas del socialismo, de la lucha de clases, del marxismo.
Todo parece apuntar a que es inevitablemente una lucha frontal entre Sánchez contra los barones territoriales y todo ese conglomerado de burócratas y vividores experimentados que pueblan el PSOE en sus alturas. Las condiciones para su victoria son evidentes —cuenta con el apoyo masivo de la militancia—, y por eso mismo la reacción de sus adversarios va a ser brutal. No está claro incluso que Susana Díaz se postule finalmente para disputar la Secretaria General a Sánchez. Ella es una “ganadora”, y sus mítines amañados, con militantes y concejales “animados” a asistir mediante autobuses y dietas pagadas, muestran sus grandes debilidades. No se podría descartar que finalmente se decidiera a dar el paso, pero no es la única posibilidad. También podría ocurrir que el voto de los contrincantes a Sánchez se agrupara entorno a Patxi López. Como señalábamos al principio, la situación es harto compleja para la dirección golpista.
Un enfrentamiento de este calado podría acabar en una escisión del Partido, pues la dirección pro-burguesa del PSOE difícilmente consentirá que Sánchez vuelva a ocupar la Secretaria General. Incluso si gana las Primarias, el aparato golpista, ayudado por la gran escuadra mediática que lo alienta, podría robarle el Congreso y tratar de aislarle. Y una escisión, de darse, abriría un nuevo escenario. La hipótesis de una confluencia entre Pedro Sánchez y Unidos Podemos se pondría encima de la mesa, lo que significaría una nueva fase en el reagrupamiento de la izquierda que despertaría un gran apoyo. Pero es difícil plantear un escenario acabado de un proceso en desarrollo y lleno de interrogantes.
La crisis del PSOE, exactamente igual que la que atraviesa Podemos, es un reflejo del impacto de la lucha de clases en su seno y responde a presiones de clases antagónicas. El debate fundamental que ha recorrido el movimiento obrero contemporáneo, reformismo o revolución, vuelve a escena. En esta época de crisis global del sistema, cualquier mínima reforma en beneficio de la población implica una dura lucha de clases. Los discursos parlamentarios son inútiles, las negociaciones y el espíritu de “consenso” impotentes para torcer la voluntad de los capitalistas. Enfrentarse a sus ataques con éxito requiere levantar un programa socialista basado en la movilización de masas. Ambas cosas son un tabú para la socialdemocracia oficial y muchos de los nuevos líderes que pretenden ocupar su espacio. Por eso los proyectos reformistas que pretenden respetar la lógica del capitalismo están condenados al fracaso.