por Indymedia Trabajadoras/es
Estados Unidos siempre intentó repetir en Venezuela lo que hizo en Irak o Libia, señala en esta entrevista el economista e investigador del CONICET Claudio Katz. “Las elecciones en territorios con petróleo ambicionado por el imperio nunca son normales, porque incluyen un componente geopolítico de enorme gravitación”.
Indymedia Trabajadoras/es: – ¿Como evalúas la coyuntura imperante en Venezuela luego de las elecciones?
Claudio Katz: – Ya pasaron 13 días y continúa la discusión de las actas, que es un tema muy controvertido y no existen hasta ahora datos sólidos para evaluar lo sucedido. El Consejo Nacional Electoral mantiene el anuncio de un triunfo de Maduro, pero sin la información detallada por provincias, mesas o distritos. Ese organismo cuenta con 30 días para dar a conocer esos informes, pero la demora genera muchas dudas, que no quedan zanjadas con la presentación de las actas por parte de cada partido ante el Poder Judicial.
La principal explicación oficial del bache actual es el sabotaje que sufrió el sistema electoral. Un ciberataque con hackeo general, que saturó las redes mediante un tráfico espurio, es decir utilizando una nueva modalidad de conspiración digital.
La existencia de ese apagón electoral es totalmente creíble en el escenario actual de guerras informáticas. Si Israel utiliza la inteligencia artificial para practicar un genocidio personalizado en Gaza, es totalmente factible que Venezuela haya sufrido la embestida contra las redes que denuncia el gobierno. Pero esa acusación debería ser verificada con indicios o evidencias, que hasta ahora ningún funcionario aportó. De todas formas, me parece que la difusión de las famosas actas no resolverá el problema.
– ¿Por qué?
– Simplemente porque la derecha no reconocerá un resultado adverso. Para ellos cualquier elección perdida equivale a un fraude. Desde 1999 hubo 35 elecciones en Venezuela y sólo convalidaron los dos comicios que ganaron. En los casos opuestos desconocieron los números finales. En la peleada disputa del 2013 se realizó el recuento que demandaron y tampoco aceptaron el veredicto de ese conteo.
La derecha solo acepta competir si previamente tiene garantizado el triunfo. Esa postura invalida cualquier elección. Actúan igual que Trump, que desconoció su derrota frente a Biden, clamando por un fraude que nadie pudo demostrar. Para colmo, ahora difundieron su propio conteo anunciando que González Urrutia ganó por un margen del 60 al 80% a su favor. No muestran ningún documento serio que corrobore esa afirmación. Improvisan e inventan afirmaciones totalmente inverosímiles.
Además, la difusión de las actas no resuelve nada por el carácter atípico de esta elección. Los comicios estuvieron precedidos por el acuerdo de Barbados, que definió una convocatoria acorde a las relaciones de fuerza que mantienen las dos fuerzas en conflicto. La derecha aceptó concurrir al cabo de varios años de fiasco con Guaidó. No pudieron sostener más, al corrupto fantoche que se autoproclamó presidente sin ningún conteo de actas. Por esa derrota avalaron participar en comicios generales, con integrantes en el Consejo Nacional Electoral. Incluso convalidaron la travesura del oficialismo que restringió severamente el voto de los emigrados.
Por su parte, el gobierno aceptó la presencia negociada de observadores internacionales, que no es un dato natural de cualquier elección. En Estados Unidos, Francia, Israel o Inglaterra no irrumpen los inspectores extranjeros, con la naturalidad con que desembarcan en los países de la periferia. La elección estuvo condicionada por ese compromiso previo.
– ¿Y qué pasó?
– La derecha suscribió el acuerdo suponiendo que tenía ganada la elección, pero desconoció ese compromiso cuando comenzó a notar que su victoria era incierta. A partir de ahí reinició las provocaciones de siempre. Corina Machado tomó las riendas de la campaña y el gobierno decidió lógicamente inhabilitarla por su participación en incontables intentos golpistas. El oficialismo también restringió la presencia de conspiradores disfrazados de veedores internacionales, en un legítimo acto de soberanía. El típico escenario de confrontación directa entre el oficialismo y la oposición reapareció a pleno.
– Es decir que, en tu opinión, la derecha retomó la acción golpista…
– Es la conducta que invariablemente recrea ese sector desde el fallido golpe contra Chávez en el 2002. Han acumulado un incontable acervo de provocaciones. Tan solo recordemos el paro petrolero, los ataques armados desde Colombia, las guarimbas, el intento de asesinato de Maduro mediante un dron, el desembarco de mercenarios y una guerra económica que incluye 935 sanciones unilaterales de Estados Unidos.
Ahora intentaron instalar que su triunfo estaba asegurado y cuando percibieron que algo salía mal retomaron la violencia contra el chavismo. A los incendios, asesinatos y convocatorias al golpe militar, esta vez le sumaron la simbólica destrucción de estatuas de Chávez.
– Con gran acompañamiento de la prensa internacional…
– Sí, por supuesto. Esa complicidad es decisiva porque articula desde Miami toda la campaña contra Venezuela, con el repetido argumento del fraude. Es el mismo estandarte que utilizaron los incipientes bolsonaristas contra Dilma y los racistas de Santa Cruz contra Evo. Pero nunca recuerdan el único fraude efectivamente comprobado, que hicieron sus colegas en México en el 2006.
Los medios también repiten con toda impudicia que en Venezuela impera una dictadura, omitiendo que esa definición se amolda actualmente en la región a un solo país: Perú. Nadie nombra a Boularte y a la cúpula militar que tumbó a Castillo.
Lo más curioso es la denigración del sistema electoral venezolano, cuando incluye mecanismos de mayor legitimidad democrática que los modelos ponderados por la prensa occidental. Ese esquema no está sometido al filtro del Colegio Electoral de Estados Unidos, que permite seleccionar presidentes sin el voto mayoritario de los sufragantes. Y no se sostiene, además, en los pilares plutocráticos que predominan en ese país, donde el dinero define quién se queda con los principales cargos. Tampoco está a sujetos a las distorsiones que imponen las circunscripciones de Inglaterra o Francia o al chantaje del balotaje que prevalece en nuestra región. Más insólitas son las lecciones de republicanismo que enuncian los voceros de la monarquía española.
La vara que se ha impuesto para juzgar a Venezuela es totalmente arbitraria. La gran emigración sufrida por esa nación presentada como un caso único de todo el planeta. Se olvida, por ejemplo, que en términos porcentuales hay más uruguayos que venezolanos fuera de su país y nadie tipificaría de dictadura al sistema político que tienen nuestros vecinos del Plata. Venezuela padece la misma hemorragia de población que México, Centroamérica o el Caribe por las mismas razones de empobrecimiento.
– ¿Quién está ganando la pulseada dentro de Venezuela?
– Es difícil saberlo. Por el momento parecería que la guarimba fracasó y que se repite el gran rechazo de la sociedad a la violencia de la ultraderecha. Después de una o dos jornadas de provocaciones, volvieron las marchas masivas a favor del gobierno y de la oposición y reapareció el terreno favorecido por la mayoría de la población. Hay un gran deseo que paz, que torna muy difícil el golpismo callejero propiciado por Corina y su deslucido candidato a presidente. Ese personaje está acusado de complicidad con actos criminales, porque habría utilizado su cobertura diplomática para facilitar la guerra sucia de la CIA en Centroamérica.
– ¿Cuál es el juego de Estados Unidos?
– El mismo de siempre para apropiarse del petróleo. Conviene recordar el sincericidio de Trump, cuando declaró que bajo su gestión “Venezuela estaba a punto de colapsar y nos hubiéramos quedado con todo el combustible de ese país”. Las elecciones en territorios con petróleo ambicionado por el imperio nunca son normales, porque incluyen un componente geopolítico de enorme gravitación.
El Departamento de Estado siempre intentó repetir en Venezuela lo que hizo en Irak o Libia. Si Chávez hubiera terminado como Sadam Hussein o Gadafi, nadie mencionaría en la prensa mundial lo que sucede en una perdida nación de Sudamérica. Una vez que logran su cometido de tumbar al presidente diabolizado, los voceros mediáticos de la Casa Blanca se olvidan por completo de esos países. Hoy nadie sabe quién es el presidente de Irak o Libia.
Tampoco se habla del sistema electoral de Arabia Saudita. Como Estados Unidos no puede presentar a los jeques de esa península como adalides de la democracia, simplemente silencia el tema. No hay que ser ingenuos en la disputa de Venezuela. Con o sin actas, Estados Unidos quiere el petróleo.
Los mandantes yanquis ya han concertado con la derecha venezolana un compromiso de privatización de PDEVESA y observan con gran preocupación el ingreso del país a los BRICS que está negociando Maduro. Por eso se apropiaron de CITGO, de las reservas monetarias en el exterior, aumentaron las sanciones y cerraron el acceso a cualquier tipo de financiamiento internacional. Anhelan repetir lo hecho en Ucrania para tener un subordinado tipo Zelensky al frente del país.
Pero como fallaron una y otra vez, Biden optó por negociar y Chevron reanudó la perforación en la faja del Orinoco. Compatibilizó ese guiño con provocaciones diplomáticas y ejercicios militares en Guyana. Trump parece apostar a la brutalidad de otro golpe, pero es pragmático y veremos que sucede si logra otro mandato.
– Mientras tanto, trabaja con Milei para crear un eje regional frontalmente contrapuesto a Maduro…
– Sí, y por esa razón, una victoria de la derecha en Venezuela tendría consecuencias nefastas para la Argentina. Milei opera codo a codo con Corina Machado y su canciller y ministra de Seguridad participan con toda naturalidad (como si no fueran funcionarias), en las manifestaciones frente a la embajada venezolana en Buenos Aires. Milei fue el gran auspiciante del fallido pronunciamiento de la OEA a favor del Urrutia. La hipocresía de ese organismo no tiene límites. Luego de avalar el golpe en Bolivia y en Perú, dictan sermones de democracia para Venezuela.
– ¿Por qué Lula se desmarca con otra propuesta?
– Me parece que junto a Petro y López Obrador motoriza una reacción defensiva, registrando las terribles consecuencias que tendría un gobierno ultraderechista en Venezuela. Para disuadir esa perspectiva, buscan restaurar los puentes de negociación entre oficialismo y la oposición. Saben que esas tratativas van más allá de la mera publicación de actas y su consiguiente impugnación con la denuncia de fraude. AMLO centró el problema en rechazar la injerencia de la OEA y sumó a Cristina. En cambio, Lula no logró el aval de Boric, que refuerza su sometimiento a la Casa Blanca.
Yo creo que la crisis de Venezuela transparenta una gran divisoria del progresismo latinoamericano, entre un sector que afianza su perfil autónomo y otro que ha optado por sumarse al libreto del Departamento de Estado. Los medios de comunicación halagan a este último grupo, que todos los días defrauda más a sus votantes.
– En todos los escenarios, Venezuela sigue partida en dos….
– Sí. Es un país fracturado en torno a dos bloques con gran sostén social. Es tan falsa la imagen mediática de un gobierno solitario y aislado, como el supuesto de una derecha sin raigambre. Al parecer el oficialismo recuperó influencia con el repunte de la economía y la mejora de la seguridad en las calles. La masividad de sus actos indicaría cierta recomposición de la decaída moral de sus seguidores. Pero, paradójicamente, si se confirma que triunfaron en los comicios, ese resultado obedecería a la baja participación en las elecciones. Ese ausentismo ilustra un gran nivel de disconformidad que afortunadamente la derecha no captura.
– Por lo tanto, a tu entender, una confirmación del triunfo oficialista debería ser evaluada como un dato positivo para la izquierda…
– Sí, puesto que implicaría una derrota de la ultraderecha en la disputa de esta elección. Es como preguntarnos si aquí celebraríamos una derrota electoral de Milei. Un fracaso de los peones del imperio, en un país asediado por sanciones económicas y atacado por los medios comunicación es siempre promisorio. Ese resultado se inscribiría en los éxitos recientes frente a la derecha que hemos visto en México y Francia.
– ¿Ese es el sentido del Manifiesto que firmaste apoyando el voto por Maduro?
– Si, lo suscribí partiendo de registrar las terribles consecuencias que tendría un triunfo de la derecha para la región y especialmente para nosotros en Argentina. No hay que ser un gran analista, para imaginar el implacable revanchismo contrarrevolucionario que iniciaría Corina Machado si llega al gobierno. Es increíblemente ingenuo suponer que esa victoria abriría un período de mayor democratización. La condición para concebir algún avance popular en el futuro es la victoria del oficialismo.
En cierta medida debemos aprender del pasado. Hay una larga tradición de críticas de izquierda a los gobiernos que se quedan a mitad de camino, o que retroceden en la senda de los cambios radicales que auspiciamos nosotros. En esas situaciones, la solución nunca pasa por tirar el bebé con el agua sucia para empezar todo de nuevo. Por ese sendero, el retroceso siempre es mayor. Observemos lo ocurrido con la restauración del capitalismo luego de la implosión de la Unión Soviética. Por ese desenlace hemos padecido 40 años de brutal neoliberalismo.
– ¿Estás planteando entonces un sostén crítico al oficialismo?
– Yo comparto en muchos terrenos las objeciones del chavismo crítico a la política económica, al debilitamiento del poder comunal, a la convalidación de boliburguesía y a la inadmisible intervención a los partidos de izquierda, que no aceptaron el molde exigido por el gobierno. Hay también problemáticos casos de judicialización de las protestas sociales y una escasa tolerancia a los cuestionamientos expuestos dentro propio campo. El antecedente del rumbo seguido por Nicaragua prende todas las alarmas.
Pero ninguna de estas objeciones me hace dudar del campo en que debe situarse la izquierda. Debemos estar en un terreno frontalmente opuesto al enemigo principal, que es el imperialismo y la ultraderecha. Ese posicionamiento es la condición para cualquier otra consideración.
– ¿Pero no cabe explorar una tercera vía para la izquierda de crítica simultánea a Maduro y a Corina Machado?
– Lo veo totalmente irrealista y te lo resumo en el ejemplo práctico de la participación en las marchas que convulsionan al país. La vida política venezolana está sacudida por grandes movilizaciones del oficialismo y la oposición. En esa acción callejera se juega gran parte del devenir de la crisis. Si uno asume como propia la identidad de la izquierda: ¿a cuál de las dos manifestaciones debería concurrir?
Como es totalmente impensable que un socialista participe en los actos de los colegas de Milei, Trump o Le Pen, si decide no participar en las marchas del chavismo, tan solo queda la opción de quedarse en casa. Allí se podrá profundizar el estudio del marxismo, pero con total divorcio de la acción política.
Esa desvinculación no se remedia escribiendo una proclama, elaborando un artículo, reuniendo a un pequeño grupo o evaluando una y otra vez por qué razón la izquierda está aislada. Tampoco sirve juzgar desde una invariable condición de minoría a los movimientos que mantienen su enraizamiento popular. Hay que intervenir en los escenarios políticos tal cual se presentan, para encontrar vías de construcción de nuestro proyecto socialista.