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En EEUU un nuevo estudio arroja una clara correlación entre la subida del salario mínimo y el descenso de la tasa de suicidios

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EL BLOG SALMÓN

Si hay un tema tabú de primer nivel en casi toda socioeconomía, ése es el suicidio de sus ciudadanos. Atendiendo estrictamente a sus cifras de afectados globales, y al hecho de que produce la muerte, puede ser catalogado directamente de pandemia. Pero (casi) nadie osa hablar de ello.

Las razones que pueden conducir a que una persona decida suicidarse pueden ser extremadamente variadas; de hecho, puede haber tantas motivaciones como casuísticas personales de cada caso. Pero en algunos asuntos, puede haber un cierto factor que haga de fatídico nexo común entre unos suicidios y otros, y aunque la heterogeneidad siga subyaciendo, evidentemente es susceptible de emerger una causa raíz para bastantes casos de suicidio.

Y uno de esos factores es ahora revelado por un estudio de investigación como un tema socioeconómico de primer nivel: los datos apuntan a que en EEUU hay una gran cantidad de suicidios debidos a la precariedad económica. De hecho, el estudio afirma que hay una correlación directa entre subir el salario mínimo y que descienda la tasa de suicidios.

Los millones de suicidios que se cometen cada año: una pandemia en toda regla sobre la que se cubre un (es)tupido velo

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Efectivamente, como les decía, los suicidios pueden ser considerados una pandemia global en toda su extensión. Una pandemia silenciosa, muchas veces silenciada, y sobre la que mayormente no se publican ni tan apenas las cifras, y menos estudios lo pormenorizados que el asunto exige sobre las causas últimas de tanta muerte. Y a buen seguro que, en multitud de casos, el fatídico desenlace sería muchas veces evitable si se pusiesen soluciones (de verdad) sobre la mesa de trabajo, en vez de sobre la de disecciones. Porque el suicidio más terrible no es sino el que es una conclusión lógica y la única salida para dejar de sufrir.

Es el suicidio más sombrío, aquel en el que cada minuto de vida se convierte en un sufrimiento insufrible, y en el que se prefiere optar por renunciar a toda posibilidad de solución presente o futura con tal de dejar de padecer. Lo paradójico de este escenario es que, verdaderamente, lo único que no tiene solución en esta vida es la muerte, pero a la vez hay gente para la cual la muerte acaba siendo la única solución que son capaces de vislumbrar. Un siniestro sinsentido que ningún legislador parece querer atacar para así salvar millones de vidas.

El Instituto Nacional de Estadística venía publicando una reveladora estadística sobre los suicidios en España. Una serie que se dejó de publicar como tal allá por 2006, durante la era Zapatero. Los datos correspondientes a ese último año ya revelaban cómo cada año había en España nada más y nada menos que la fatídica cifra de 2017 suicidios, o lo que es lo mismo, un suicidio cada poco más de cuatro horas, o más de cinco suicidios al día. Como podrán ver, las cifras eran apabullantes, y dejan en evidencia no sólo la indiferencia oficial muchas veces existente (empezando por discontinuar incluso la serie estadística anterior como tal), sino también que el problema es de extrema urgencia, con los muertos calientes desplomándose uno encima de otro.

Por desglosar un poco más estas negras cifras, en el enlace anterior podrán informarse de que, de esos 2017 suicidios, 1.480 fueron cometidos por hombres, y 537 por mujeres. Esto arrojaba en 2006 una proporción del 73,4% de hombres, y del 26,6% de mujeres. Y algunos caerán en la treta de afirmar que bueno, que al fin y al cabo son datos de 2006, y que ahora el drama ya no será tal. Nada más lejos de la realidad: de hecho, desde entonces, las cifras han empeorado considerablemente. Porque afortunadamente cifras sigue habiendo de una u otra manera, y los mismos datos pueden ser recabados de la serie general de defunciones en España filtrando por causa de muerte. Ahí sí que ya tenemos datos actualizados, y revelan cómo en 2018 hubo 3.539 suicidios, 2.619 de hombres y 920 de mujeres (tres de cada cuatro suicidas son hombres). En 2018 en media se suicidó alguien en España cada dos escalofriantes horas y media, lo que supone unos 10 suicidios al día. Como ven, desde que la serie específica dejó de publicarse en 2006, los suicidios cotizan fuertemente al alza, y además la proporción entre sexos se mantiene.

En términos comparativos, las estadísticas siguen siendo reveladoras, puesto que las muertes por suicidio superan ampliamente a las de cualquier otra causa de muerte que no sea por enfermedad, y los datos evidencian que las víctimas por suicidio duplican a las de accidentes de tráfico, superan en 11 veces a las de los homicidios, y en 80 veces a las de violencia de género. En el mundo, las cifras de la OMS no arrojan una estadística mucho mejor, y el cómputo global es que cada año sufrimos 800.000 suicidios globalmente. Y las cifras de tentativas de suicidio todavía mucho más abrumadoras, pero su estadística no es fiable porque las cifras no son ponderables con rigor, debido al estigma que ello suele suponer y a cómo tanto la familia como los propios suicidas lo ocultan celosamente en muchos casos (en muchos países incluso es delito).

Las cifras estimativas de intentos de suicidios infructuosos al año ascienden a 8.000 en España, y buena parte de ellos dejan a los fallidos suicidas con graves secuelas físicas y psíquicas, muchas veces de por vida. Esta cifra supone un intento de suicidio casi cada hora (sí, cada hora), y, aplicando la misma proporción que la de los suicidios consumados, ocurre un intento de suicidio de un hombre cada hora y media, y uno de una mujer cada 4,2 horas. Y por si la evolución fuertemente al alza desde 2006 no fuese suficientemente reveladora, por último aportamos los datos del INE de 1980 para mayor información: en 1980 se contabilizaron tan sólo 1.652 suicidios, una tasa no muy alejada de la de 2006, y con una composición por sexos similar a la actual. Se debe concluir pues que la explosión en las cifras de suicidios es mayormente un hecho de los últimos 15 años. Y el dato más significativo es que tampoco se ha corregido con la recuperación económica tras la Gran Recesión.

Como además habrán leído en el enlace de la noticia anterior, volviendo de nuevo al nivel mundial, el suicidio supone la segunda causa de muerte en la franja de edad entre los 15 y los 29 años, y el 79% de los casos tienen lugar en países con ingresos medios y bajos ¿Van entendiendo por qué les decía que se trata una auténtica pandemia, que además es incomprensiblemente silenciosa? ¿No creen ustedes que las cifras y la magnitud de esta lacra es como para haber leído titulares sobre ello por doquier? ¿Han visto ustedes un solo Telediario en España abriendo con esta lacerante noticia?

Y ante sombrío panorama de muerte: ¿Qué hace el Plan Nacional de Prevención del Suicidio?

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A la vista de las tremendas cifras, estarán pensando ustedes que, bajando al nivel nacional, en concreto en España el Plan Nacional de Prevención del Suicidio está fallando por todos lados. Pues bien, están ustedes muy equivocados: lo más grave es que, con la dimensión del asunto, hoy por hoy ni siquiera hay un Plan Nacional específico al respecto. Y eso que el asunto no puede ser catalogado de otra forma más que como toda una emergencia nacional. Como decía mi sabia abuela: «Cuando las cosas no se entienden, es que hay algo que no se sabe». Será que las conclusiones a las que podría llevar este Plan Nacional no interesan en absoluto. Porque es que igual incluso hasta descubríamos el porqué (al menos de parte) de las muertes por otras causas distintas al suicidio, que también son una lacra con múltiples muertos cada mes, y que pueden en muchos casos guardar una estrecha relación con éstos. Supongo que el riesgo es que esa relación puede ser muy distinta al relato habitual, (casi) siempre interesado y mayormente electoralista, de (casi) todos nuestros políticos.

No hay que tener nunca miedo a la verdad ni resistencia al descubrirla, sino que lo que hay que hacer es saber utilizarla para solucionar de verdad los problemas reales. Pero claro, esto choca con que los graneros de votos de cualquier partido político no sólo son aprovechados para darles de comer, sino que además se los utiliza para almacenar la cosecha previamente sembrada. Así que, unos por otros, y nunca mejor dicho, se acaba imponiendo la única paz al alcance de los desamparados afectados: la de los sombríos y solitarios cementerios. Y el epitafio sobre su lápida acaba siendo el último testigo de que pasaron por este mundo, padecieron, y decidieron irse por alguna causa de fuerza mayor, pero sobre la cual (casi) ninguna estancia oficial parece pretender arrojar luz, ni tan siquiera para aportar soluciones dignas de toda una urgencia socioeconómica con dimensión personal. En vez de preocuparse exclusivamente por el derecho a una muerte digna, desde algunos sectores deberían abordar también el derecho a una vida (verdaderamente) digna: si no, lo único que sobreviene es una muerte indigna, independientemente de la cobertura legal.

Habitualmente, desde instancias oficiales y desde los especialistas en el tema, se aduce que el suicidio es muy muy contagioso, y que el fenómeno se extiende cuando se habla de él en los medios. Este razonamiento personalmente a un servidor no le sirve absolutamente de nada, porque ya es extremadamente grave y justificativo el mero hecho de que mueran miles de personas cada año sin que prácticamente nadie se pare a analizarlo como se debiera, sin que tampoco se publiquen los resultados, y sin que se trate siquiera de poner soluciones con políticas que principalmente deberían ser necesariamente estatales.

Pero todavía más sangrante que que sean miles los que optan por la «solución sin retorno», es el hecho de que haya todavía más miles de personas más en una situación similar, y que estén tan a punto de optar por la misma «solución final» que se animan a ello con tan sólo ver cómo otros deciden tomar el solitario camino voluntario al más allá. Parece que el problema es todavía mucho más relevante de lo que las estadísticas oficiales revelan, y la pandemia está terriblemente todavía más extendida por nuestros barrios y ciudades. Pero lamentablemente los muertos suicidas en la práctica no parecen importarle a (casi) nadie más que a los familiares que lloran descorazonadamente su pérdida. Parece que sólo se aspira a que pasen desapercibidos en las cifras socioeconómicas, porque ni tan siquiera se habla apenas de ellos. No existen. Son fantasmas tanto tanto en vida como en muerte, pero fantasmas de los que ni siquiera se aparecen por las noches en las habitaciones de los que les quitaron hasta la sábana-estadística, aunque bien debieran aparecerse para al menos infundirles un mínimo de pavor y cargo de conciencia por la flagrante inacción.

Y por si todo esto no fuera poco, errando el tiro con terrible miopía y casi desaprensión, la práctica totalidad de las más bien escasas iniciativas que tratan de hacer algo por solucionar este tamaño problema se centran en el enfoque paliativo de mejorar la salud mental. En muchos casos, esto puede llegar a ser como recetar paracetamol para curar una infección que ya produce fiebre: te baja la fiebre, pero la infección te sigue corroyendo por dentro. Básicamente, este enfoque apenas sirve de casi nada en numerosos casos, salvo por unos pocos en los que sí que son debidos a afecciones puramente mentales. Para el resto de fallecidos, las soluciones deben ser necesariamente otras, antes de que ellos decidan tomar por sí mismos la única solución a su alcance: tirar definitivamente la toalla y cortar con todo de raíz.

Ya que no hay Plan Nacional que haya podido diseñar soluciones específicas, ¿Qué se puede proponer para paliar esta lacra masiva?

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A buen seguro que las causas de los suicidios varían de país a país, y por supuesto de persona a pesona, pero, como ya les decía antes, hay algunos factores en común que se pueden atacar sí o sí en algunos (o en muchos) de ellos, logrando alcanzar una probabilidad significativa de éxito. Y es en esa meca de la econometría (mientras sigan permitiendo la calidad en sus cifras) que es EEUU donde un estudio de investigación ha arrojado datos de nuevo muy reveladores al respecto, al menos para el caso estadounidense.

Y es que, más allá de entrar en disquisiciones sexistas sobre por qué (aparentemente) las mujeres son menos proclives al suicidio (que habría que ver las causas últimas de que esto sea así más allá de ramplones supremacismos con tintes biológicos al estilo «las mujeres somos más fuertes»), hay un factor que además puede tener su consistencia con este sesgo: las causas económicas. Efectivamente, las penurias económicas a buen seguro son el tipo de penurias que a su vez más penurias de otros tipos pueden traer… O más bien que implican que esos sufridores económicos menos soluciones pueden permitirse para otras penurias.

Si a esto añadimos que, tradicionalmente, a la mayor parte de las generaciones que actualmente están en edad laboral es al hombre al que se le ha inculcado que tiene el deber de sacar la familia adelante con su salario (muchas veces incluso aunque la mujer trabaje también), pues parece que la cosa va tomando forma coherente, y podría llegar a explicar no sólo el aumento sustancial de suicidios desde la Gran Recesión con una coyuntura sostenidamente deteriorada para las clases medias y humildes (incluso a pesar de la reciente recuperación que puede estar llegando demasiado tarde), sino que también explicaría el hecho de que la gran mayoría de suicidas sean hombres: culturalmente todavía a muchos hombres se les hace sentir los responsables últimos de las penurias económicas familiares. Y tomen lo anterior como lo que es: una mera hipótesis, dado que la inexistencia del Plan Nacional reclamado hace totalmente imposible corroborar ésta o cualquier otra hipótesis de trabajo (se me ocurren otras todavía peores e igualmente posibles, incluso al mismo tiempo que la anterior). Simplemente la he enunciado (y que conste que es perfectamente posible) para que se hagan idea de cuán diferente puede ser la realidad cuando se desconoce totalmente, y qué injusta puede llegar a ser la sociedad cuando hay temas muy graves que ni se analizan.

El estudio anterior, publicado en el «Journal of Epidemiology & Community Health», en concreto se centra en el mercado laboral y en la socioeconomía estadounidense. Vaya por delante que, desde estas líneas, siempre hemos afirmado que en temas de salarios mínimos cada país es un mundo, que es esencial el estudio concienzudo de cada casuística nacional, y que lo que puede ser indicado en un país puede estar contraindicado en otro. No obstante, en EEUU, un país que es la primera economía del planeta pero donde de media el salario mínimo ronda tan sólo los 7$ por hora, los resultados han sido que, de haber subido el mismo entre 1990 y 2015 tan sólo en 1$ por hora en cada estado, se habrían salvado más de 27.000 vidas del suicidio, que habrían llegado a las 57.000 vidas de haber sido el incremento de 2$/hora. Y que conste claramente que, como ya les decía antes, hay casos y casos, y la receta que nunca falla a la hora de crear bienestar económico para los ciudadanos es la de generar crecimiento (pero del que genera empleo de calidad y no aparentes sucedáneos), huir de políticas que sólo generan paro, y no cometer desmanes que potencien la próxima crisis.

Además, el estudio concluye que este efecto anti-suicidio es todavía más intenso en épocas de crisis económica. El objeto del estudio ha sido el rango de clase socioeconómica de los adultos con menor formación, puesto que son los más propensos a tener el salario mínimo como ingresos, además de ser (¡Oh casualidad!) los que en las estadísticas arrojan mayores tasas de depresión y suicidios, lo cual parece suponer otro dato que refuerza la hipótesis de una proporción relevante del «suicidio económico». Y este estudio de referencia no ha sido el único que ha arrojado este tipo de resultado, habiendo incluso un documento de trabajo de la propia Oficina Nacional de Investigación Económica del Gobierno Federal de EEUU concluyendo en este mismo sentido.

Poderoso caballero es Don Dinero

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El dinero no da la felicidad, y los ricos también lloran, pero no es menos cierto que la infelicidad que da el dinero es mucho más llevadera que la que da la incapacidad económica. Porque por ejemplo debe ser duro tener una enfermedad incurable de la que ni todo el dinero del mundo te puede salvar, pero debe ser ya insufriblemente insoportable que un hijo te caiga enfermo de una enfermedad grave pero curable, y que no dispongas de medios económicos para una intervención o tratamiento adecuado que le salve la vida. Ahí sin duda pueden flotar terribles remordimientos y sentimiento de culpabilidad, porque una cosa es que uno se vea obligado a llevar una vida humilde por decisión o errores propios, y otra muy distinta es que tu inocente y adorado hijo o hija pague injustamente las consecuencias de tus errores.

Pocas psicologías son capaces de superar este tipo de trances, y en muchos casos acaban en divorcio para numerosas parejas, o incluso el desenlace es el suicidio. No se engañen, con este estudio no aflora que la gente humilde se suicide simplemente porque quiere cobrar más o porque no puede comprarse una super-pantalla plana: es evidente que la gente humilde se suicida en los casos del estudio por problemas extremadamente graves, y que se podrían llegar a solucionar (o al menos se aliviarían) en muchos casos con dinero. Y ahí está el verdadero drama personal, y también el drama socioeconómico, especialmente dramático en los casos en los que el motivo del suicidio es la falta de una sanidad o una educación básica con una mínima calidad, que garanticen una cierta igualdad de oportunidades.

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Va a ser que muchas muertes no son sólo un estado (inerte), sino que también son la conclusión y la reacción a un estado (económico) para el que no se hay posibilidad de futuro viable. Porque va en la naturaleza de demasiados seres humanos el hecho de que, si no tienen futuro, muchos renuncian al presente, y el pasado acaba siendo una maldición fatídica que tan sólo les ha llevado a tan suicida condición. Pasado, presente y futuro nunca estuvieron tan relacionados, tanto para los que desisten de todos ellos, como para esas socioeconomías que se desangran de individuos cuyo potencial es suicidamente desperdiciado, y cuya vida pasa a ser tristemente resumida por un epitafio esculpido sobre mármol. Y ante este sombrío y depresivo panorama, y ante la inacción de buena parte de nuestros dirigentes, simplemente les digo lo que reza ese hilarante epitafio del gran Groucho Marx: «Perdonen que no me levante».

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