A la luz de los conocimientos actuales en neurociencia, estaríamos tentados de creer que los viejos prejuicios sobre las diferencias biológicas entre hombres y mujeres ya han sido barridos. Sin duda no es así: los medias y obras de divulgación pretenden que las mujeres son “naturalmente” habladoras e incapaces de leer un mapa de carreteras, mientras que los hombres habrían nacido buenos en matemáticas y competitivos. Estos discursos hacen creer que nuestras aptitudes, emociones, nuestros valores, están conectados con estructuras mentales inmutables desde tiempos prehistóricos. Es necesario colocar el debate alrededor de las diferencias entre los sexos en un terreno científico rigurosos más allá de las ideas preconcebidas. El desafío consiste en comprender el papel de la biología pero también la influencia del ambiente social y cultural en la construcción de nuestras identidades de hombres y mujeres.
por Catherine Vidal
A l´encontre, 7-6-2017, http://alencontre.org/
Traducción de Viento Sur, http://www.vientosur.info/
Los seres humanos, hombres y mujeres, tenemos personalidades y formas de pensar diferentes. ¿Son innatas o adquiridas? ¿Qué parte corresponde a la biología y cuál al entorno social y cultural en la construcción de nuestras identidades? Estas cuestiones son objeto de debates apasionados desde hace siglos. Se podría estar tentados de pensar que con el progreso del conocimiento tanto en biología como en sociología los argumentos se hubiera clarificado y las polémicas hubiera amainado. Nada de eso. Ideas adquiridas y falsas evidencias continúan proliferando sobre este tema. Medias y revistas nos saturan de viejos clichés que pretenden que las mujeres son “naturalmente” dotadas para el lenguaje, multi-atareadas incapaces de leer un mapa, mientras que los hombres serían por esencia buenos en matemáticas y competitivos. Estos discursos sugieren que nuestras aptitudes, nuestros gustos, nuestros comportamientos estarían conectados con estructuras mentales inmutables desde el nacimiento. Sin embargo, el progreso en las investigaciones en neurociencia muestran lo contrario: actualmente, gracias a las técnicas de imágenes cerebrales por IRM (Imagen por Resonancia Magnética) sabemos que el cerebro fabrica sin cesar nuevos circuitos de neuronas en función de los aprendizajes y de las experiencias vividas. Estas propiedades de “plasticidad cerebral” descubiertas hace una quincena de años han revolucionado nuestra concepción del funcionamiento del cerebro (Vidal, 2015). Nada está solidificado ni programado en nuestras neuronas. La plasticidad neuronal es un concepto clave para comprender cómo se construyen nuestras identidades de mujeres y hombres.
¿El cerebro tiene sexo?
En el siglo XIX, la forma del cráneo y el tamaño del cerebro eran utilizados para justificar la jerarquía entre los sexos. Se pensaba que los hombres, pretendidamente más inteligentes, estaban dotados naturalmente de un cerebro más grande que el de las mujeres. Algunos médicos, especialmente Paul Broca, alimentaron esta tesis mediante la medida comparativa de cerebros cuidadosamente seleccionados para confirmar la demostración. Aunque en la misma época otros estudios demostraron, claramente, que el tamaño del cerebro no era la causa de la inteligencia, la ideología conservadora lo llevaba hasta el rigor científico (Gould, 1997).
¿Qué se puede responder hoy a la pregunta de si el cerebro tiene sexo? La respuesta científica es sí y no (Vidal 2015, Vidal y Benoit-Browaeys 2015). Sí porque el cerebro controla las funciones asociadas a la reproducción sexuada que evidentemente son diferentes en los hombres y las mujeres. En los cerebros femeninos, encontramos neuronas que se activan cada mes para desencadenar la ovulación, lo que no sucede entre los hombres. Pero en lo que respecta a las funciones cognitivas, la respuesta es no. Los conocimientos actuales sobre el desarrollo del cerebro y la plasticidad cerebral demuestran que las chicas y los chicos tienen las mismas capacidades de razonamiento, de memoria y de atención.
La plasticidad cerebral
Los estudios IRM no cesan de aumentar para mostrar cómo la experiencia modela el cerebro, tanto en los niños como en las personas adultas. (May 211, Vidal 2010). El ser humano recién nacido viene al mundo con un cerebro muy inacabado: posee un stock de 100 000 millones de neuronas pero pocas vías nerviosas para conectarse entre ellas. Solamente el 10 % de las conexiones -sinapsis- están presentes en el momento del nacimiento. Esto significa que el 90 % de las sinapsis se fabrican a partir del momento en el que el bebé entra en contacto con el mundo exterior. Las influencias de la familia, de la educación, de la cultura, de la sociedad, juegan un papel importante sobre las conexiones neuronales y la construcción del cerebro. El término plasticidad describe esta propiedad del cerebro humano de modelarse en función de los aprendizajes y de las experiencias vividas. Por ejemplo, entre los pianistas, se observa un espesamiento de las regiones del córtex cerebral especializadas en la motricidad de los dedos y la audición. Este fenómeno es producido por la fabricación de conexiones suplementarias entre las neuronas. Además, estos cambios del córtex son directamente proporcionales al tiempo dedicado al aprendizaje del piano durante la infancia. La plasticidad cerebral está también activa durante la vida adulta. Así entre las personas que aprenden a hacer malabarismo con tres bolas, se constata después de tres meses de práctica, un espesamiento de las zonas que controlan la coordinación de los brazos y la visión. Y si se interrumpe el entrenamiento, las zonas espesadas anteriormente, se encogen.
Estos ejemplos, y muchos otros, muestran cómo la historia propia de cada persona se inscribe en su cerebro. Resulta que ningún cerebro se parece a otro. La IRM ha permitido revelar que las diferencias cerebrales entre las personas de un mismo sexo son tan importantes que sobrepasan las diferencias entre los sexos (Kaiser 2009, Joel 2015). Cada uno de los 7 000 millones de individuos en el planeta poseen un cerebro único en su género, independientemente del hecho de pertenecer al sexo femenino o masculino.
El concepto de plasticidad permite superar el dilema clásico que intenta oponer naturaleza y cultura. De hecho, en la construcción del cerebro, lo innato y lo adquirido son inseparables. Lo innato aporta la capacidad de conexión entre las neuronas, lo adquirido permite la realización efectiva de esa conexión. Toda persona humana, tanto por su existencia como por su experiencia, es simultáneamente un ser biológico y un ser social. (Rose 2006, Kahn 2007). Todas esas adquisiciones de la neurobiología confirman y enriquecen las investigaciones en ciencias humanas y sociales sobre el género. El sexo y el género no son variables separadas sino que se articulan en un proceso de incorporación (personificación) que designa la interacción entre el sexo biológico y el entorno social y esto desde el nacimiento (Fausto-Sterling 2012 a-b).
Desarrollo del cerebro e identidad sexual
Las propiedades de plasticidad del cerebro aportan una nueva aclaración sobre los procesos que contribuyen a forjar nuestras identidades. Al nacer, las criaturas humanas no tienen conciencia de su sexo. Lo van a aprender progresivamente a medida que sus capacidades cerebrales se desarrollan. Solo a los dos años y medio empieza a ser capaz de identificarse con uno de los dos sexos (Fausto-Sterling 2012a, Le Maner-Idrissi 1997).
Sin embargo, desde el nacimiento, evoluciona en un entorno sexuado: la habitación, los juguetes, la ropa diferente según el sexo del bebé. Además, los adultos, de manera inconsciente, no nos comportamos igual con los bebés. Tenemos más interacciones físicas con los niños mientras que hablamos mucho más con las niñas. Es la interacción con el medio familiar, social, cultural, la que va a orientar sus gustos, las capacidades y contribuir a forjar los rasgos de personalidad en función de los modelos de masculino y femenino ofrecidos por la sociedad.
Pero todo no se juega en la infancia. Los esquemas estereotipados no están gravados en las neuronas de forma indeleble. A todas las edades de la vida, la plasticidad del cerebro permite cambiar de hábitos, adquirir nuevos talentos, elegir diferentes itinerarios de vida. La diversidad de las experiencias vividas hace que cada cual forje su propia manera de vivir, su vida de mujer o de hombre. En materia de identidad sexual, la evolución actual de las costumbres, de las normas culturales y de las layes (paridad entre mujeres y hombres, matrimonio homosexual) es un ejemplo más de nuestra capacidad de plasticidad cerebral.
Hormonas y cerebro
La acción de las hormonas sobre el cerebro es invocado regularmente para explicar la vida amorosa, los encuentros, los lazos sociales, los conflictos, etc. Por ejemplo, la hormona oxitocina sería responsable del flechazo, de la fidelidad, del instinto maternal. En cuanto a la testosterona, es la que haría a los hombres ligones, competitivos, coléricos y violentos. En realidad, los datos experimentales sobre el papel de las hormonas sobre el cerebro y los comportamientos son mucho menos sólidas de lo que dan a entender ciertos discursos de divulgación científica (Jordan-Young 2016).
¿La oxitocina es la hormona del vínculo social?
La hormona oxitocina, que es segregada a la sangre por la glándula hipófisis, es conocida porque actúa sobre las contracciones del útero en el momento del parto y sobre las glándulas mamarias para la lactancia. Entre los animales (ovejas, ratas, ratones) esta hormona tiene también efectos sobre el comportamiento. Algunas experiencias han mostrado que la inyección de oxitocina directamente en el cerebro refuerza los jadeos recíprocos, el aseo, la interacción entre madres y crías, y entre machos y hembras. De esta forma, la oxitocina ha sido calificada de hormona de la unión y los vínculos sociales (Roos y Young 2009).
¿Pero qué pasa entre los humanos? El problema es que, al contrario de lo que ocurre con los animales, casi es imposible medir la concentración de oxitocina en el cerebro o inyectar en el interior para ver sus efectos… Tampoco se puede inyectar en sangre pues la oxitocina no pasa la “barrera hemato-encefálica” que protege el cerebro. Algunas experiencias han intentado suministrar un spray nasal, pero el acceso directo de la oxitocina al cerebro a través de la mucosa nasal no está demostrado. Además, la presencia de receptores de oxitocina en la membrana de las neuronas no ha sido detectada en el cerebro humano (Galbally 2011).
Al final, los argumentos científicos a favor de un papel de la oxitocina en el instinto maternal, los vínculos, la comunicación social, la empatía, están lejos de estar establecidos, al contrario de lo que dicen los media (Fillod 2012). En relación a los vínculos madre-hijo, los casos de maltrato, de abandono y de infanticidio muestran que el instinto maternal no depende de una ley biológica universal e ineludible. Lo que no afecta al placer que puede procurar la lactancia y ocuparse de un bebé. No se trata de instinto sino de amor, materno y paterno, construido biológicamente, psicológicamente y socialmente. Los lazos afectivos se moldean y evolucionan según las experiencias de vida que se inscriben en el contexto cultural y social. La oxitocina no tiene nada que ver en ello.
¿Es la testosterona la hormona de todos los poderes?
Sin duda, la testosterona tiene, efectos sobre el cuerpo afectando especialmente al volumen y a la fuerza muscular. Pero en lo que se refiere a su efectos sobre el cerebro y la conducta está lejos de haber un consenso científico.
En general, en la población de hombres adultos de buena salud, no hay relación estadística significativa entre el deseo sexual y la concentración de testosterona en sangre (Van Anders 2013). Claro que, en condiciones patológicas de castración, no hay erección, pero esto no provoca necesariamente la pérdida de deseo ni la desaparición de toda actividad sexual. Entre los humanos, el órgano sexual más importante, es el cerebro… Sus capacidades cognitivas confieren a la sexualidad humana múltiples dimensiones que ponen en juego el pensamiento, el lenguaje, las emociones, la memoria… En principio, el deseo sexual es el fruto de una construcción mental que varía según la vida síquica y los sucesos de la vida. No tiene nada que ver con un acto reflejo desencadenado por la testosterona.
En cuanto al pretendido papel de la testosterona en la agresividad y la violencia, tampoco los estudios científicos son concluyentes. Investigaciones realizadas entre varones adolescentes de trece a quince años, muestran que la concentración de testosterona en sangre no está asociada a comportamientos agresivos o de conductas de riesgo presentes, a menudo, mucho antes que la pubertad. Entre los varones autores de actos delictivos, la tasa de testosterona no es correlativa con el grado de violencia del comportamiento. Al contrario, se observa una fuerte correlación entre los factores sociales tales como el nivel de educación y el medio socioeconómico (Archer 2006).
Todos los roles atribuidos a la testosterona, que justifican el apetito sexual y la agresividad de los hombres, no están respaldados por pruebas experimentales que tengan consenso en la comunidad científica (Jordan-Young 2016). Por el contrario, las investigaciones en sociología y en etnología muestran que si muchos hombres adoptan estos comportamientos, es el resultado de una larga historia cultural de dominación masculina aliada a factores sociales, económicos y políticos que favorecen la expresión de la violencia (Héritier 1996).
Cerebro humano y evolución
Los avances de las neurociencias permiten comprender mejor por qué el ser humano escapa a la ley de las hormonas. El homo sapiens posee un cerebro único en su género que le distingue del de los grandes simios. La diferencia es debida al desarrollo del córtex cerebral que recubre el resto del cerebro. A lo largo de la evolución de la especie humana, la superficie del córtex ha crecido de tal forma que debe plegarse formando surcos para poder caber en la cavidad craneal. Hoy, mediante métodos informáticos, se sabe desplegar el córtex virtualmente: mide dos metros cuadrados de superficie sobre tres milímetros de espesor, es decir, 10 veces más que en los monos. Gracias a su córtex cerebral, el homo sapiens ha podido desarrollar su capacidad de lenguaje, de conciencia, de razonamiento, de proyección hacia el futuro, de imaginación… Muchas facultades que le han permitido al ser humano adquirir la libertad de elección en sus acciones y sus comportamientos (Rose 2006, Kahn 2007).
Una de las consecuencias del desarrollo del córtex cerebral es que controla las zonas profundas del cerebro implicadas en los instintos y las emociones. Por esto, el ser humano es capaz de cortocircuitar los programas biológicos instintivos que están regidos por las hormonas. Entre los seres humanos, cada instinto no se expresa en estado bruto. El hambre, la sed o la atracción sexual están claramente ancladas en la biología pero sus formas de expresión están controladas por la cultura y las normas sociales. El ser humano puede decidir hacer huelga de hambre o renunciar a su sexualidad. Las mujeres y los hombres, en su vida personal y social, utilizan estrategias inteligentes, basadas en representaciones mentales que no dependen de la influencia de las hormonas.
Cerebro, ciencia y sociedad
A pesar de los progresos científicos sobre la plasticidad cerebral, el argumento de las diferencias de “naturaleza” siempre está muy presente para explicar las diferencias entre las mujeres y los hombres en la vida social y privada. El ambiente mediático contemporáneo contribuye activamente a reforzar la “biologización” de los comportamientos humanos (Fillod 2015, Jurdant 2012). Televisión, prensa escrita, páginas de internet, nos suministran regularmente “descubrimientos” científicos que explicarían nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestras acciones: gen de la homosexualidad, hormona del deseo, neuronas de la empatía, etc. Necesariamente, este contexto es propicio a la promoción de tesis esencialistas orquestadas por los movimientos conservadores que se oponen a nuevas fórmulas de familia, al matrimonio homosexual, a la legalización del aborto…
Estas ideas tienen implicaciones sociales y políticas de graves consecuencias. Invocar razones biológicas (genéticas, cerebrales u hormonales) para los comportamientos de hombres y mujeres, da por sobrentendido su carácter normal e inmutable. ¿Para qué luchar contra nuestra naturaleza?
Sin embargo, si las chicas y los chicos no hacen la misma opción de estudios o profesional, no es a causa de las diferentes capacidades cognitivas de su cerebro (Vouillot 2015). Afirmar que es más natural que una mujer se ocupe más de los niños que un hombre a causa de la oxitocina es cuestionar las leyes de la igualdad, las vacaciones familiares y la legalización de homoparentalidad. También es frenar las ambiciones profesionales de las mujeres, animar su trabajo a tiempo parcial que va a la par de salarios reducidos. Pretender que la testosterona da a los hombres más apetito sexual que a las mujeres, o incluso que la violencia resulta de pulsiones hormonales irresistibles, lleva a aceptar que esta violencia como inevitable y cuestiona las leyes que reprimen el acoso sexual y la violencia contra las mujeres.
En el contexto actual en el que las tesis esencialistas resurgen para atacar los estudios de género, es crucial que los biologicistas se comprometan al lado de las ciencias humanas y sociales para cuestionar las falsas evidencias que querrían que el orden social fuera un reflejo del orden biológico. Abordar el frente de los prejuicios esencialistas es indispensable para combatir los estereotipos, desenvolver acciones políticas y construir conjuntamente una cultura de la igualdad.
Nota de Correspondencia de Prensa
- Catherine Vidal es neurobióloga, directora de investigación del Instituto Pasteur y miembro del Comité de Ética de Inserm. El artículo fue publicado en la revista Les Utopiques. Cahier de Reflexions, N° 4, febrero de 2017, publicación de la Union syndicale Solidaires de Francia.
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