El Viejo Topo.
La editorial Biblioteca Buridán publica en español la odisea de Amir Aczel, el arqueólogo y matemático que fue en busca del origen de los números.
A finales de 2014 la revista del Instituto Smithsonian publicó una las investigaciones más interesantes de los últimos tiempos, el viaje del matemático Amir Aczel para encontrar el origen del número más importante de todos los inventados por el hombre: el cero. En un artículo que desprendía aventura y misterio al más puro estilo Indiana Jones, el autor de El último teorema de Fermat relataba su odisea para encontrar la primera expresión del número, y cómo lo había localizado en una tableta de piedra que durante mucho tiempo formó parte de la pared exterior, ahora cubierta de enredaderas, de un templo del siglo VII situado en las profundidades de Camboya, a pocos kilómetros del conocido complejo de Angkor Wat.
Lo hizo cuando estaba a punto de desistir. Había cruzado obstinadamente medio mundo, registrando viejos y mohosos documentos cubiertos de polvo, examinando y contrastando las diferentes teorías, buscando esa primera expresión. Cuando iba a rendirse, recibió una beca que le ayudó a continuar. Fue entonces cuando el director general del ministerio camboyano de cultura le sugirió la visita a las dependencias de restauración de objetos de Angkor. Después de dos viajes infructuosos en los que rebuscó por todo el almacén, volvió a ser invitado. Y esta vez, después de dos horas, encontró la piedra con la etiqueta K-127, y una factura de compra-venta en la que se puede leer un claro 605. Era por fin el cero más antiguo, la piedra angular de todo nuestro sistema numérico. El descubrimiento arrojaba luz al origen del número del vacío, el que potencia cualquier cantidad y es sinónimo de neutralidad, pero también aportaba un dato nuevo: ese “cero” era más de dos siglos anterior al más antiguo conocido.
Era la culminación de una pasión que venía de lejos. La fascinación de Aczel por los números había hecho que dedicara gran parte de su vida a preguntarse sobre su origen, su importancia y procedencia. Nacido en Haifa, Israel, Amir Aczel pasó su infancia en el crucero Theodor Herzl en el que su padre trabajaba como capitán, viajando por el Mediterráneo. Fue durante esos viajes cuando se hizo amigo del asistente de su padre, quien había sido en Moscú estudiante de doctorado de matemáticas. Así empezó a fijarse en los números que giraban sin parar en la ruleta del casino, y en cómo todos estaban marcados por el negro o el rojo, a excepción del cero. Esa obsesión se convertiría en profesión (Aczel fue profesor de matemáticas en las universidades de California, Alaska, Italia, Grecia y Massachusetts) y lo llevaría a tratar de averiguar toda su vida, hasta su muerte en 2015, el verdadero origen de los guarismos de nuestro sistema numeral. Primero con Fibonacci, quien había aprendido los números tal y como los entendemos ahora de los árabes, y luego con estos últimos. ¿Trajeron ellos los números de oriente, de sus viajes hasta la India?
El origen: hacia el este
Los mayas tenían su propio cero, pero nunca salió de América, y los romanos y los egipcios no lo utilizaban. Se había pensado que el cero que conocemos en occidente procedía de un círculo inscrito en un templo de Gwalior, en India, que databa del siglo IX, un momento en el que el comercio arábigo-hindú era intenso y continuo. Por ello, Aczel pronto vio que la verdadera procedencia podría estar en cualquier sitio, pero siempre hacia el este.
Todas las teorías cambiaron cuando en 1931 George Coedès, un arqueólogo francés experto en el idioma jemer de Camboya, identificó y tradujo un relieve catalogado con el número K-127, una estela que se lee como una factura de compra-venta que contiene referencias a esclavos, a cinco pares de bueyes y a sacos de arroz blanco. Aunque no se había descifrado completamente la inscripción, Coedès vio en seguida que se trataba de algo histórico, y documentó en su traducción un claro 605, en relación al calendario antiguo que parte del año 78. Correspondía pues a nuestro año 683 después de Cristo, más de dos siglos anterior al del templo de Gwalior. Pero para terminar este apasionante relato de la odisea de Aczel, faltaba la existencia de un problema irresoluble. Junto con más de 10.000 objetos arqueológicos, la estela, la piedra K-127, había desaparecido durante el régimen de terror de los Jemeres rojos.
Aczel dedicó años a buscar la inscripción. Hasta tres veces fue a Camboya para intentar encontrar la K-127, hasta que finalmente lo consiguió en enero de 2013. La losa de piedra de color rojo medía un metro por metro y medio y aún conservaba la inscripción, claramente. “Allí estaba”, relata Aczel en el libro, “reconocí los numerales jemer: 605. El cero era un punto, el primer cero conocido ¿Era realmente aquel? Lo leí de nuevo. La inscripción era clara. Me quedé contemplándola, eufórico. Quería tocarla pero no me atrevía. Era una pieza sólida de piedra tallada que había resistido los estragos de trece siglos y seguía siendo tan legible y clara, y con una superficie tan brillante como siempre. Pero a mí me parecía frágil y delicada; tenía la sensación de que era tan valiosa que casi contenía el aliento al respirar para no estropearla. Pensé que tal vez era una especie de espejismo y que si lo tocaba se desvanecería. ¡Había trabajado tanto para encontrarla! Este es el Santo Grial de las matemáticas, me dije. Y lo he encontrado yo.”
Al poco tiempo de publicar el descubrimiento, Aczel relató su incansable búsqueda en un libro. Una historia en la que no faltan un puñado de fascinantes personajes: académicos que buscan la verdad, senderistas que buscan la aventura, políticos sorprendentemente honestos y hasta ladrones de tesoros arqueológicos no tan honestos. Todos ellos piezas clave en la búsqueda para descubrir dónde empezó la concepción del número redondo, el más útil de la historia. Todos ellos esenciales para entender la historia del matemático que buscó y encontró el origen de los números.
Amir Aczel murió de cáncer el 26 de noviembre de 2015, a los 65 años, pocos meses después de publicar este libro, y tras haber dedicado buena parte de su vida a las matemáticas y la divulgación. Antes, consiguió que la piedra con el cero más antiguo jamás escrito acabase en un museo. Y así, la estela K-127 puede verse hoy exhibida en el Museo Nacional de Camboya, en Nom Pen Su. A su lado puede leerse una detallada descripción de su importancia, escrita por él mismo. Nadie mejor que un matemático que la buscó incansablemente para explicar su incalculable valor.