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Dossier Argentina – Razones y sinrazones del triunfo de Milei

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Lo imposible

La victoria de Javier Milei puede leerse en dos planos. Por arriba, como resultado de la exitosa operación de apoyo de Mauricio Macri. Por abajo, como la expresión de hastío de una sociedad rota. La nueva etapa que se abrió el domingo marca el fin de la Argentina del 2001 y de la Argentina de 1983. El futuro es negro, aunque habrá que esperar para calibrar el tamaño exacto de la distopía que se avecina.

José Natanson

Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, 20-11-2023

https://www.eldiplo.org/

Después del primer shock de las PASO, en las que Javier Milei sacudió al país asomando por primera vez como candidato con chances, el triunfo de Sergio Massa en las generales había producido un efecto engañoso, que nos distrajo durante algunas semanas y al que se sumó después el penoso desempeño del líder libertario en el debate. Pero la realidad seguía obstinadamente ahí, cocinándose desde abajo y desde hacía demasiado tiempo. Nada más había que escuchar, porque lo que pasó ayer no es tan difícil de entender, en dos planos posibles de análisis. Si observamos la superestructura político-partidaria, el voto bronca de la Libertad Avanza se sumó al voto antiperonista de Juntos por el Cambio. Si observamos abajo, una sociedad cansada expresó su hartazgo castigando al gobierno.

Comencemos por el primer plano.

Luego de las elecciones generales, Mauricio Macri entendió que había que sumar al electorado original de Milei –los insatisfechos, los jóvenes, el núcleo duro reaccionario– con el votante anti-peronista, al que conoce mejor que nadie. Una aritmética que podía haber tropezado, que podía haber resultado inverosímil (por momentos así pareció), que podía, en fin, fracasar. Pero funcionó, y Macri demostró una vez más que es un líder político de gran calado, que dispone de una intuición para anticipar el humor social infrecuente en un dirigente no peronista y que además está abierto al riesgo. La operación fue una creación enteramente suya, tan sorpresiva como inconsulta, que se consumó el día después de las elecciones generales, cuando invitó a Milei a su casona de Acassuso (todo un gesto que el libertario se aviniera a trasladarse al hogar de su protector). Macri sumó a un grupo de leales a los que no creyó necesario explicarles a qué iban y cerró en una hora el acuerdo que Patricia Bullrich anunció al día siguiente. Con esta jugada y con un par de intervenciones en medios amigos, condujo en los hechos el último tramo de la campaña.

Así, Milei pasó de impugnar a la casta, agitar la motosierra y prometer un recorte del gasto estatal del 15% a prometer la continuidad mejorada de la educación y la salud públicas en un tono sereno, inaugurando un estilo neomacrista que terminó dando resultados. Al final, lo que hizo Macri con Milei es un espejo de lo que había hecho Cristina con Alberto:  unir a la oposición para enfrentar a un gobierno que detesta.

El segundo plano de análisis, que ya hemos abordado en notas anteriores, es el más decisivo, porque refiere a las mutaciones estructurales que viene atravesando la estructura social, ese mundo nuevo hecho de desigualdades superpuestas, emprendedorismo popular y digitalidad omnipresente. Si alejamos el foco de la política y lo trasladamos por un momento a la sociedad, es fácil comprobar el malestar por la situación económica, la bronca acumulada ante una cotidianeidad imposible y la frustración ante la crisis de los servicios públicos: el salario que no alcanza, el hospital que no da turno, el colectivo que no llega. El hecho de que ni siquiera los elogios de Milei a Margaret Thatcher en un debate con una audiencia equivalente a la final del mundial hayan alcanzado para hundirlo demuestra el grado de saturación social con el actual estado de cosas.

Pasó, decíamos al comienzo, lo lógico, lo que los manuales de ciencia política enseñan desde la primera página: que las elecciones son un plebiscito sobre el gobierno y que con semejantes niveles de inflación y pobreza era muy difícil que el candidato oficialista pudiera ganar. Primó el voto económico, el órgano más sensible según la vieja ocurrencia de Perón. Lo novedoso es que para manifestar este hartazgo la sociedad, que podría haber elegido a Larreta, Bullrich o Schiaretti, optó por el candidato más extremo, el que prometía las soluciones más mágicas, el que estaba dispuesto a exhibir su fragilidad emocional en público y el que, desanclado de tradiciones partidarias, llegaba rodeado de una caravana de oportunistas y losers. Pero Milei también era al outsider que contrastaba con los candidatos de la política tradicional, Massa y Bullrich, más establishment imposible. Y el que supo representar un deseo de reseteo, de shock. Milei encarna novedades: se ha comentado poco en estos días, pero no debe ser casual que en un momento en que la juventud sufre la precariedad y la falta de perspectivas sea el presidente más joven desde la recuperación de la democracia.

Como venimos insistiendo desde hace tiempo, la sociedad está rota, astillada en mil pedazos, desacoplada de su dirigencia. El hecho de que la catarata de apoyos de políticos, empresarios, intelectuales, líderes sociales y artistas obtenida por Massa no haya logrado torcer los resultados confirma que la relación de la élite y buena parte de los argentinos está quebrada, que el mundo de los que tienen poder –incluyendo a aquellos que tienen poder simbólico– vive en una galaxia alejada a la de las grandes mayorías. El anti-progresismo es una tendencia en ascenso, y la fotito del artista comprometido o la periodista de izquierda advirtiendo sobre el peligro democrático de un triunfo libertario generó un efecto opuesto al buscado, reforzando la sensación de extrañeza y aún de rechazo entre lo que pasa “arriba” y lo que pasa “abajo”. Quizás cueste percibirlo, pero desde hace tiempo que lo popular transcurre por otros caminos, reflejo cultural de un país que en las últimas décadas ha ido perdiendo su cualidad integrada y su igualitarismo centenario para fracturarse al más puro estilo de las sociedades oligarquizadas de América Latina. No hay que ir muy lejos para entender lo que está pasando socialmente en Argentina: alcanza con mirar Perú, Colombia o Chile.

Sobre este paisaje devastado se recorta el triunfo de Milei, que fue rotundo, policlasista y nacionalmente extendido. Quedará para próximos análisis imaginar cómo se desarrollará su gobierno, calibrar el tamaño exacto de la distopía que se avecina. Pero a juzgar por su discurso del domingo, en el que recuperó el tono exaltado inicial y aclaró que no es tiempo de gradualismos, ya podemos intuir tiempos oscuros: las dos experiencias de gobiernos de extrema derecha que existen hasta ahora –Trump y Bolsonaro- transcurrieron en países poco acostumbrados a la movilización social, con capitales alejadas de los grandes centros poblacionales, sin los niveles de organización popular y potencia sindical típicos de la Argentina, un país mucho más jacobino y movilizado (en cierta forma, es como si la extrema derecha hubiera llegado al poder en Francia). A esta perspectiva pesimista habría que añadir la inexperiencia de Milei, la debilidad institucional y territorial que abre un gigantesco signo de pregunta sobre la futura gobernabilidad y el dato centralísimo de una sociedad ansiosa, cargada de demandas reprimidas y poco dispuesta a conceder períodos de gracia.

Pero ya habrá tiempo para esto. Por ahora digamos que el triunfo de Milei marca el fin de la Argentina del 2001, aquella que logró recuperarse rápido de la crisis de diciembre y que después de unos años de crecimiento y bienestar se hundió en un pantano extenuante de recesión económica y parálisis política: los años perdidos de la grieta. Y digamos también que puede ser el fin también de la Argentina de 1983, aquella en la que los actores políticos competían descarnadamente pero sin romper nunca –ni cuando Menem amenazaba con reelegirse, ni cuando De la Rúa huía en helicóptero, ni cuando Cristina o Macri se pasaban de rosca– los límites de la democracia y la convivencia pacífica.

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Después del ballotage

Un milagro para Milei

La elección fue una competencia contra el pasado: el peronismo planteaba su repudio al pasado autoritario anterior a 1983 encarnado por Javier Milei, mientras que los libertarios rechazaban el pasado reciente de recesión económica encarnado por la “casta”. Ganó la segunda opción, pero las urgencia sociales y la fragilidad del candidato abren una perspectiva muy negativa.

Fernando Rosso

Le Monde diplamatique, edición Cono Sur, 20-11-2023

La tradición de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos: Javier Milei es el presidente electo de la Argentina.

Para los votantes de La Libertad Avanza que hicieron la diferencia —más allá de los apoyos tradicionales de la derecha— se trató de evitar la continuidad de un pasado inmediato que se había transformado en un presente insoportable; para quienes respaldaron a Sergio Massa y al panperonismo, se trató de impedir el retorno de un pasado oscuro que ponía en cuestión libertades y derechos democráticos que están en el haber de la sociedad argentina. En esa batalla contra dos pasados, se impuso el rechazo a aquel que tiene consecuencias inmediatas en la vita cotidiana de la mayoría de las personas desde hace años. Entre otras cosas, porque el pasado inmediato está íntimamente vinculado con el de más largo plazo por vía de las continuidades de un esquema macroeconómico basado en el saqueo de la deuda externa y las contrarreformas neoliberales —nunca revertidas— que explican la realidad actual. Porque la “cuestión democrática” está en la memoria, pero la economía está en las cosas. En esa batalla entre dos pasados, perdió el futuro.  

En una de las elecciones presidenciales más inciertas de las últimas décadas podían acontecer dos «milagros»: que un gobierno pésimo por sus resultados, con una inflación que avanza hacia el 150% anual triunfara sólo por el temor a las locuras de un talibán del anarcocapitalismo, o que un personaje de esa índole, rodeado de una camarilla un poco freak y un poco siniestra, se impusiera por la bronca con una gestión desastrosa y una inflación desbocada. El milagro fue para Milei.

Hay que leer la elección como una manifestación del desmoronamiento de un gobierno y el derrumbe del peronismo (el estallido de la centroderecha de Juntos por el Cambio ya se había producido luego de las elecciones generales de octubre). Los números finales tampoco dan cuenta de la magnitud de esa caída, porque dentro de la cosecha de Massa hubo una importante porción de votos “prestados” que lo respaldaron para manifestar su repudio a Milei. La inflación y el empobrecimiento generalizado de los sectores populares, el deterioro del salario y de los ingresos en general están en la base de esta catástrofe política. Se equivocaron aquellos que luego del resultado de las elecciones generales afirmaban que en este proceso electoral la sociedad estaba votando “más allá de la economía”. La economía volvió a resultar determinante “en última instancia”, que es justamente la instancia decisiva.

Este “2001” que afecta al universo peronista deja un sistema político detonado y despojado de su principal columna vertebral. Un acontecimiento cuyas consecuencias terminarán de impactar en los próximos años. La famosa “grieta” ya es un recuerdo, tanto como la infalibilidad electoral del peronismo no sólo en general, sino su principal bastión: la provincia de Buenos Aires.

El batacazo de Milei, por su parte, reflejó ese derrumbe oficialista y fue el emergente de una crisis de representación (que tiene como base una crisis económica crónica y una crisis social aguda) y posee todas las características de un síntoma antes que una solución. Luego del pacto con Mauricio Macri y Patricia Bullrich, el “programa” de Milei terminó transformado en una amalgama de propuestas discordantes; constituirá uno de los gobiernos más débiles de las últimas décadas (sin mayorías en el Congreso y con administraciones en manos de la oposición en varias provincias y, sobre todo, en la estratégica Buenos Aires); y también genera resquemores en una parte de las clases dominantes locales. Las camarillas que lo acompañan carecen de experiencia y Milei deberá huir del fantasma que ya comienza a acecharlo: terminar transformado en “el Alberto Fernández de Macri”.

Pero más allá de la distribución institucional o territorial, la principal contradicción del nuevo presidente reside en los mandatos implícitos de los que es depositario. Desde arriba, le exigirán que pase de la agitación rabiosa a los hechos y aplique las contrarreformas que permitan una reorganización económica regresiva. Desde abajo, deberá lidiar con las contradicciones que encierra la exigencia de “cambio”: si bien la respuesta a la crisis produjo un desplazamiento hacia la derecha en el electorado, la demanda de “cambio” contiene la aspiración de mejorar los ingresos, el empleo y las condiciones de vida en general. Vale recordar que luego de la primera vuelta, Milei ocultó sus propuestas más extremas (privatizaciones, dolarización) y hasta las negó parcialmente, porque chocaban con los sentimientos de sus potenciales votantes.

Milei comenzó a desalentar ilusiones en su discurso de la noche del triunfo, cuando afirmó que las condiciones del país eran críticas, que iba a “cumplir a rajatabla los compromisos que ha tomado” (acuerdo con el FMI) y que “no hay lugar para el gradualismo” porque la Argentina necesita “cambios drásticos”. Es decir, un ajuste macrista con 40 grados de fiebre. Es difícil pensar que la misma sociedad (y sobre todo sus sectores populares) que le puso un límite a Macri cuando adoptó esta hoja de ruta (con un gobierno con mayor volumen y un mapa político nacional más favorable) no lo haga de nuevo.

Por último, en términos de estrategia política, la coalición de Unión por la Patria pagó el precio de pretender enfrentar a la extrema derecha con el desangelado «extremo centro». Es decir, con un proyecto político que busque parecerse lo más posible a sus adversarios, se postule como el portador de un orden para un ajuste negociado y contenga la movilización popular en favor de una estrategia puramente electoral. La “táctica magistral” que fue exitosa luego de cuatro años de un gobierno funesto de Macri no podía tener la misma eficacia ante una administración propia que siguió haciendo lo mismo esperando resultados diferentes.

Los famosos asesores brasileños que rediseñaron y profesionalizaron la campaña de Massa y que habían dirigido la de Lula triunfante contra Bolsonaro se equivocaron a una sola cuestión: el contexto. Esta elección era más parecida (incluso en sus resultados) a la que perdió Fernando Haddad con el excapitán en 2018 que a la del Lula victorioso que vino a capitalizar los desastres provocados por Bolsonaro en el poder.

La crisis crónica y la decadencia ininterrumpida de la Argentina parieron un nuevo outsider, producto del agobio de una sociedad que marcha sonámbula hacia ninguna parte, sometida a los golpes de una realidad invivible. Quizá el nuevo “fenómeno aberrante” surgido de lo viejo que no muere y lo nuevo que no nace sea quien esté llamado a sacarla de su letargo para que pueda retomar el carácter contencioso que a lo largo de la historia le permitió defenderse de los agravios y provocar los verdaderos cambios.

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El huracán Milei

Siete claves de la elección argentina

La victoria del referente libertario abre un escenario inédito en Argentina. ¿Cómo entender este viraje político que llevó a un outsider de extrema derecha al poder?

Mariano Schuster y Pablo Stefanoni

Nueva Sociedad, 20-11-2023

https://nuso.org/

El libertario Javier Milei ganó las elecciones presidenciales argentinas con 55,7% de los votos frente a 44,3% del peronista Sergio Massa, un margen mucho mayor que el que anticipaban las encuestas. En solo dos años, este outsider alineado con la extrema derecha global pasó de los estudios de televisión, donde era conocido por su estilo excéntrico y su cabello revuelto, a la Casa Rosada. ¿Cómo llegó Argentina a esta situación que parecía imposible meses atrás? Por primera vez en la historia nacional accede a la Presidencia alguien sin ninguna experiencia de gestión previa, sin alcaldes ni gobernadores propios y sin una representación significativa en el Congreso.

1. Javier Milei, un hombre sin experiencia política, conocido por sus virulentos discursos antikeynesianos y por su desprecio a la «casta» política, expresó, en los comicios argentinos, una suerte de motín electoral antiprogresista. Este proceso tiene, ciertamente, particularidades locales, pero expresa un fenómeno más amplio y que trasciende al país que acaba de elegirlo. Si en las razones del inconformismo que llevaron a parte de la ciudadanía a votar a Milei se pueden encontrar, en muchos casos, fundamentos económicos, la expansión del libertario se vincula también a un fenómeno global de emergencia de derechas alternativas con discursos anti-statu quo que capturan el malestar social y el rechazo a las elites políticas y culturales. Y no en todos los casos el fundamento de la expansión de las derechas es económico. Las extremas derechas construyen clivajes en función de las realidades locales y crecen también en países con elevados niveles de prosperidad. Milei fue incorporando muchos de los discursos de esas derechas radicales globales, a menudo de manera no muy digerida, como el que postula que el cambio climático es un invento del socialismo o del «marxismo cultural», o el que señala que vivimos bajo una especie de neototalitarismo progresista.

En gran medida, el fenómeno Milei creció de abajo hacia arriba, y durante mucho tiempo transcurrió por fuera de los focos de los politólogos -y de las propias elites políticas y económicas- y logró teñir el descontento social de una ideología «paleolibertaria» sin ninguna tradición en Argentina (la oferta creó su propia demanda). Sus eslóganes «La casta tiene miedo» o «Viva la libertad, carajo» se mezclaron con una estética rockera que alejó a Milei del acartonamiento de los viejos liberal-conservadores.

Su discurso conectó con un espíritu de «que se vayan todos», a punto tal que logró convertir aquella consigna, lanzada en el año 2001 contra la hegemonía neoliberal, en el grito de guerra de la nueva derecha.

2. Economista matemático, en sus orígenes defensor de un liberalismo convencional, Milei se convirtió hacia 2013 a las ideas de la escuela austriaca de economía en su versión más radical: la del estadounidense Murray Rothbard. El crecimiento político de Milei fue impulsado por su estilo extravagante, su discurso soez contra la «casta» política y un conjunto de ideas ultrarradicales identificadas con el anarcocapitalismo y desconfiadas de la democracia.

Desde 2016, sobre todo a través de sus apariciones en televisión, presentaciones de libros, videos de Youtube o clases públicas en parques, Milei logró generar una fuerte atracción en numerosos jóvenes, que comenzaron a leer a diversos autores libertarios y se constituyeron en su primera base de sustentación. Luego de su salto a la política en 2021, cuando ingresó a la Cámara de Diputados, consiguió un apoyo socialmente transversal, que incluyó los barrios populares. Allí su discurso, que parecía salir de La rebelión del Atlas de Ayn Rand, conectó con el emprendedorismo popular y con la ambivalencia -a veces radical- de estos sectores respecto del Estado. La pandemia y las medidas estatales de confinamiento alimentaron también varias de las dinámicas pro-«libertad» que encarna Milei.

3. El apoyo de Mauricio Macri, ex-presidente entre 2015 y 2019 y dirigente del «ala dura» de la coalición Juntos por el Cambio (JxC), fue decisivo para que Milei pudiera abordar con posibilidades el balotaje. Con el apoyo de Macri y de Patricia Bullrich (que había quedado relegada al tercer lugar en la primera vuelta electoral), el discurso anticasta de Milei –quien parecía tener como techo el 30% de los votos– mutó al de «kirchnerismo o libertad», que había sido el lema de Bullrich. Su estrategia, a partir de entonces, fue expresar el voto antikirchnerista. Desde esa base se hizo fuerte para enfrentar al peronismo. Pero, al mismo tiempo, Milei se volvió enormemente dependiente de Macri. Este último vio en la falta de estructura y equipos de Milei la posibilidad de recuperar poder tras el fracaso de su gobierno: el macrismo no solo le dará cuadros al naciente mileísmo, sino que este último dependerá de los legisladores de Macri para conseguir una mínima gobernabilidad.

4. Tras la primera vuelta, Milei dejó de lado sus proclamas más radicales de privatización total del Estado, en tanto estas chocaban con las sensibilidades igualitarias y en favor de los servicios públicos de una gran parte del electorado. Este domingo, el candidato de La Libertad Avanza (LLA) logró impresionantes resultados en la estratégica provincia de Buenos Aires, donde quedó solo poco más de un punto por debajo del peronismo. El caso de Buenos Aires es, además, sintomático: durante años el peronismo hizo gala de sostener allí su bastión político-espiritual. El hecho de que la diferencia haya sido exigua exige un replanteo respecto de ese poder territorial histórico del peronismo en la provincia -que en 2015 ya se había visto desafiado por el macrismo- y, sobre todo, en sus áreas más pauperizadas. Milei arrasó, además, en zonas del centro productivo del país como Córdoba, Santa Fe y Mendoza, pero venció también en casi todas las provincias argentinas. La gran pregunta es qué queda ahora de su programa más radical, incluida la dolarización de la economía, que nunca terminó de explicar, o el cierre del Banco Central.

5. Milei logró revertir en su favor su derrota en el debate presidencial. Ese día, Massa lo venció casi por nocaut. Era el hombre que conocía al dedillo el Estado, que sabía a qué cámara mirar y al que «no le entraba ninguna bala» pese a ser ministro de Economía con más de 140% de inflación anual. Enfrente estaba un Milei casi abatido, sin capacidades de polemista -alejado de su particular carisma en los mitines electorales, en los que aparecía con una motosierra y llamaba a «echar a patadas en el culo a los políticos empobrecedores»-. Pero esa victoria de Massa, como se vio luego, fue una victoria pírrica. Además de aparecer como un ministro de Economía que solo «fingía demencia», representaba como nadie al tipo de político híper profesionalizado rechazado por gran parte del electorado. Massa encarnó en la campaña una suerte de frente de la «casta», con el apoyo más o menos explícito de dirigentes de la Unión Cívica Radical (UCR) y de sectores moderados de la centroderecha, como el alcalde saliente de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. Milei logró finalmente transformar el «troleo» antiprogre en proyecto presidencial.

Tras su victoria este 19 de noviembre, una multitud salió espontáneamente a las calles, como si se tratara de una victoria futbolística. El voto a Milei combinó el voto bronca con un nuevo tipo de esperanza, asociada a un discurso con una fuerte carga utópica y mesiánica y no pocas proclamas reaccionarias: Milei se presentó, llegando a compararse con el propio Moisés, como un liberador del pueblo argentino del «estatismo» y la «decadencia». En solo dos años, pasó de ser una suerte de Guasón, que llamaba a la rebelión en Ciudad Gótica, a ser un inesperado nuevo presidente. «La estrategia de Milei fue un torbellino, errática en muchos momentos, desordenada, pero efectiva y aglutinante del malestar. La gente pagó con su voto la entrada de un nuevo espectáculo con Milei como protagonista», escribió en un hilo de X el analista Mario Riorda.

Cómo aterrizará esta utopía en un programa de gobierno es la gran pregunta en estos momentos. ¿Será algo más que un «macrismo 2.0»? Ya se anticipó que su gabinete será un ensamblaje entre mileístas y macristas, con un rol central para Patricia Bullrich. También habrá que ver cuál será el papel de la vicepresidenta Victoria Villarruel, una abogada asociada a la derecha radical, incluidos ex-militares de la dictadura, y que se referencia en la italiana Giorgia Meloni.

6. Las «micromilitancias» progresistas de estos últimos días -personas comunes que intervenían en el transporte público y otros espacios masivos- no alcanzaron para revertir una ola que fue más potente de lo esperado. Esas micromilitancias, que ponían el acento en el negacionismo de Milei -respecto de los crímenes de la última dictadura, pero también del cambio climático- y en sus propuestas contra la justicia social (que considera una monstruosidad), buscaron ser una voz de alerta. Pero no explicaron por qué el proyecto de Massa podía resultar atractivo, sino tan solo que era necesario un voto barrera para no perder derechos. Muchas de esas micromilitancias progresistas acabaron apelando a una defensa del sistema político (sustanciado en la propuesta de Massa de la «unidad nacional»), contra el cual se había montado el propio Milei con su discurso «contra la casta». Por otra parte, más que destacar las cualidades del candidato peronista (en las que a menudo no creían), las micromilitancias alertaban del peligro «fascista» de su contrincante. El propio debilitamiento del kirchnerismo hizo que estos discursos resultaran a menudo inaudibles o que fueran percibidos como sermones para una parte de la población decidida a votar por «lo nuevo» -aun cuando lo nuevo pudiera ser, efectivamente, un salto al vacío-. A lo que se agrega el hecho de que el mileísmo tuvo sus propias micromilitancias, muchas de ellas digitales.

El resultado de la elección terminó siendo casi calcado del de Jair Bolsonaro frente a Fernando Hadad en 2018. El «miedo» que instaló la campaña de Massa se enfrentó al «hartazgo» de la campaña de Milei. El progresismo argentino se enfrenta ahora a un balance de estos años; a la necesidad de su reinvención en un nuevo contexto político-cultural: una potencial ola reaccionaria. «Estas elecciones no representan solo una derrota del kirchnerismo, de Unión por la Patria o el peronismo en general. Son sobre todo una derrota de la izquierda. Una derrota política, social y cultural de la izquierda, de sus valores, de sus tradiciones, de los derechos conquistados, de su credibilidad», escribió el historiador Horacio Tarcus.

7. ¿Conllevará este triunfo de Milei un cambio cultural en el país en línea con su ideología ultracapitalista? ¿Podrá transformar el apoyo electoral en poder institucional efectivo? ¿Podrá gobernar «normalmente» esta nueva derecha, producto del ensamblaje de libertarios y macristas?

Si Milei dio el sorpasso a Juntos por el Cambio, dependió luego de Macri y Bullrich para conseguir los votos para la segunda vuelta. Milei ganó la Presidencia; Macri ganó poder político. ¿Podrá hacer el ajuste radical que prometió? ¿Cuál será la fuerza de la resistencia -de sindicatos y movimientos sociales- frente a un gobierno que se ubicará muy a la derecha del de Macri (2015-2019) y que promete una terapia de shock? ¿Logrará Milei construir una base social para sostener sus reformas?

Pasadas las 10 de la noche del domingo 19 de noviembre, el presidente electo recuperó ante sus seguidores el tono de barricada y de gesta histórica. Allí se presentó como el «primer presidente liberal-libertario de la historia de la humanidad», se referenció en el liberalismo del siglo XIX y repitió que en su proyecto no hay lugar «para tibios». Sus seguidores respondían cantando «Que se vayan todos, que no quede ni uno solo».

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