La contradicción de los manuales.
La Revolución Cubana nació enfrentada a los manuales de todo tipo, los de la derecha y de izquierda; y parece que ese será su destino para siempre
Autor: Luis Raúl Vásquez
CIEGO DE ÁVILA.— Cuentan que en diciembre de 1958, en los días finales de la guerra, Batista se reunió con la plana mayor del ejército. La situación, según informaron, no podía ser más crítica. En Oriente, Fidel empezaba un cerco sobre Santiago de Cuba, que se apretaría más en las próximas horas. Para ponerle más pimienta al asunto, en el mapa los punteros marcaron a Las Villas. Allí Camilo Cienfuegos y el Che Guevara, junto con el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y la guerrilla del Partido Socialista Popular, habían despejado el territorio en una ofensiva de pocos días.
Si no ocurría un cambio (y el puntero recorrió el mapa), en cualquier momento la Isla quedaría dividida en dos y ningún refuerzo podría llegar a Oriente. Santa Clara estaba en crisis y el asalto a Santiago podía ser el final de todo.
Cuentan que Batista se levantó, empezó a dar un discurso encendido, que remató con un anuncio: él se vestiría de uniforme y se pondría al frente de las tropas. Los aplausos estallaron en el salón. Los que no lo conocían dijeron: «Ahora sí vamos a ganar». Los que lo conocían bien (y de bien atrás), murmuraron: «Se va». Y se fue, casi sin avisar.
II
Los números en el almanaque, por sí solos, no dicen nada. Desde afuera y en la frialdad del tiempo son solo eso: cifras. Si Batista no hubiera tomado el avión en la medianoche del 31 de diciembre, quizá los festejos por el triunfo de la Revolución serían en otra fecha. Quizá en otro día de enero o posiblemente en febrero.
Pero la historia es como es y no como pudiera haber sido, y la Revolución triunfó en la mañana invernal de un jueves 1ro. de enero. Y ahí es cuando la frialdad del calendario adquiere los calores de la vida. Las fechas se llenan de significado por la acción de los hombres y mujeres, incluso hasta de los niños y viejos. También de sus sorpresas.
III
A la Revolución no le habían acabado de poner los pañales, y ya andaba por el mundo derribando dogmas y llevándole la contraria a los manuales.
Hasta ese momento, se creía que cualquier tipo de cambio social se podía hacer con el ejército o sin el ejército; pero nunca contra las instituciones armadas. Y los cubanos hicieron la suya barriendo un cuerpo uniformado, considerado entre los más fuertes de América Latina. También, en aquel entonces, se decía que una Revolución, por demás socialista, no podía durar mucho tiempo ante las playas de los Estados Unidos. La vida, sin embargo, es tozuda y ya el almanaque volteó la hoja del año 61 para empezar a contar el número 62.
IV
No solo desde la derecha se derribaron catecismos. También desde la izquierda, los manuales, en su papel de cinturones de castidad, han querido «manualizar» la realidad de este archipiélago, que se ha visto obligado a reinventar y buscarle camino a su socialismo. En los inicios de la década de los 60 del pasado siglo, si se hubiera seguido el pie y la letra de ciertos libros y criterios —aun desde la buena fe—, la Revolución era en verdad un evento democrático-burgués, obligado —el Manual de Economía Política dixit— a transitar por una serie de estadios porque así lo decían los libritos. El socialismo, por lo tanto, debería esperar tranquilamente su momento. Desde esas posiciones, el Che y Fidel eran unos representantes de la clase media burguesa y para algunos unos aventureros revisionistas, unos tíos vacunados por Bakunin y Trotsky.
La vida volvió a dar otros apretones de tuercas y los manuales se asustaron, porque el carácter socialista se proclamó no desde un Congreso o reunión de académicos, sino en un acto con fusiles levantados, a punto de enterrar a nuestros muertos y a la espera de una invasión. Y entre sus errores, sí; pero también con sus muchos aciertos, entre sus alegrías y sus llantos, esta Revolución ha tenido que buscar las fórmulas para lo que parecía imposible.
V
Parecía un imposible eliminar el analfabetismo, y en un año se erradicó. Parecía otro imposible crear un sistema de salud en un país que dejaron sin médicos y hoy a la medicina cubana la respetan en todo el mundo. Era una quimera, aún no digerida por todos, que un Estado tan pequeño contribuyera a liberar los pueblos de África y que solo trajera de allí sus muertos. Ni los soviéticos lo creían. También parecía un cuento de ciencia ficción, que este pedazo de tierra, medio perdido en el mapa, tuviera una industria de biotecnología de altura mundial. Pero el imposible mayor era que pudiera sobrevivir al colapso de Europa Oriental. Las cartas y el espiritismo de afuera dijeron que a la Revolución le quedaban unos días, y hasta ciertos libros —con caprichos de manual— afirmaron que eran 13. Sin embargo, en Cuba los caracoles sonaron y al igual que en el 59 dijeron que no, mis queridos ekobios. No se apuren, que la cuenta sigue.
VI
¿Se puede ser próspero en el socialismo? Ante esa pregunta los manuales de todos los bandos —los de adentro y los de afuera— respondían con un imposible. Incluso los de izquierda (por más que digan lo contrario) han tocado la melodía porque esos libritos enseñan muchas fórmulas para llegar a Adán y Eva en abstracto, pero en la concreta nunca te han dado la verdadera llave del paraíso.
Lo que siempre fue un sueño enunciado en la génesis de las revoluciones, en la práctica debió sufrir su cubo de agua helada con los errores y la incógnita de cómo hacer economía en el socialismo. A esos vaivenes se le sumaron las propagandas del otro lado, y el resultado final fue que en la imaginación se sembró la idea de que el verdadero socialismo era el de repartir la pobreza a partes iguales.
Y ahora por esta parte del mundo se les sube nuevamente la parada a los manuales. Quien lo hizo fue Raúl cuando dijo que el socialismo tenía que ser próspero y sostenible. Y esas palabras, más que exhortación, son una afirmación para sentarse a meditar. Pensar, como dijo él, que en economía dos más dos son cuatro y no cinco, algo tan reiterado en nuestra aritmética.
Reflexionar, por ejemplo, que la economía del socialismo es contraria a la de una burocracia, negadora de los derechos al consumidor y que soslaya las críticas para perpetuarse. O la de siempre pedir permiso hacia arriba cuando abajo está muy claro lo que se debe hacer, con qué y cómo hacerlo. O eliminar para siempre esos amarres que dejan aprovechar con rapidez lo que descubren los científicos. O no olvidar nunca que el jefe no es solo jefe, sino el trabajador con más responsabilidad y que antes de hablar y hablar es mejor hacer, y mucho más con el ejemplo por delante.
VII
A Cuba ya no solo le anuncian que le harán los íconos pedazos. También le piden, melosamente, que borre la memoria.
La Revolución cumple 61 años, tiempo razonable en la vida de una persona, pero muy poco en el tiempo de la historia. Y le queda mucho por hacer. Le queda, algo que no puede olvidarse, superar ese criterio de sobrevivencia que dejó el período especial (y que a veces lo vemos como normal) para ponernos definitivamente en el camino de desarrollarnos aún más contra todos los bloqueos.
Le queda tantas cosas, como, por ejemplo, seguir terca y aferrada a los principios, a los ideales de justicia, a sentir como propio el insulto ajeno —adentro y afuera, en las paradas, en las tiendas, en las oficinas de trámite— porque a veces son las ideas y no solo la economía lo que mueve al mundo. Le queda seguir siendo ella sin perderse en los vericuetos de las dificultades y le queda seguir contradiciendo manuales y pensando lo imposible. ¿Acaso será ese su destino? Parece que sí; incluso cuando todo se borre y, como dice César Vallejo, cuando solo nos quede el viento.
Fuente: Juventud Rebelde. Cuba