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¿Conoces a Fernando Astorga, el muchacho de Talcahuano que prestigió a Chile en Sao Paulo?

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Arturo Alejandro Muñoz

Todo comenzó en 1967, cuando junto a dos compañeros de universidad realizamos un veraniego viaje ‘mochilero’ que nos llevó desde Santiago de Chile hasta Brasil, a Sao Paulo, al barrio Brooklin Paulista…más precisamente a la “rua Santo Arcádio”. Allí conocí a Paulo, Rogerio y Tonico, quienes hoy son mis “hermanos paulistas” que me prestigian con su cariño y amistad desde hace más de medio siglo. A partir de ese momento, año 1967, una especie de  inextinguible hermandad nos ha unido férreamente,

Un año después, apareció en mi casa un muchacho delgado, algo introvertido, llamado Fernando Astorga. Venía llegando de Concepción y traía un sobre que me entregó sin explicarme de qué trataba su visita. Un jugador del equipo de fútbol Naval de Talcahuano –que estaba al tanto de mis amistades paulistas por boca de otros jugadores que yo conocía- solicitaba mi ayuda para “recomendar” a Fernando a mis ‘hermanos’ de Sao Paulo, ya que el muchacho deseaba radicarse en esa enorme metrópolis. Fue así como ese querido penquista arribó dos semanas más tarde a la “cidade da garoa” siendo recibido con los brazos abiertos por Paulo y Rogerio.

Durante más de cinco años Fernando Astorga trabajó como fotógrafo a domicilio, específicamente retratando bebés. No le fue mal, pero él quería más. Finalmente, habiendo juntado algo de dinero, decidió abandonar el centro de la gigantesca  urbe paulista y trasladarse a un pequeño municipio ubicado a 20 kilómetros: Carapicuiba. Más precisamente a la “Aldea de Carapicuiba”, lugar que posee una hermosa y dura historia que se remonta al año 1580, cuando un sacerdote de apellido Anchieta levantó varias aldeas destinadas a proteger a los indígenas de la esclavitud. De esas aldeas, sólo se salvó de la destrucción de los esclavistas la “Aldeia de Carapicuiba” debido a su difícil acceso en ese lejano entonces.

Allí, en un lugar de historia y  folclor, Fernando instaló su negocio…un local rústico, un restorán que ofrecía  “cardapio” (menú) chileno y que bautizó con el poco original nombre de “Peña don Fernando”. Era el año 1975. Poco a poco –gracias a una humilde publicidad en un par de diarios-  la colonia chilena residente en Sao Paulo adquirió el hábito de ir a esa Peña cada fin de semana, y luego, en cualquier día de la semana ya que Fernando ofrecía no sólo platos criollos chilenos, sino también música en vivo…música que a los chilenos estremecía de emoción y nostalgia por la patria ausente.

En 1978 se produjo el salto que el penquista venía persiguiendo desde su arribo a Sao Paulo. La Peña abrió sus puertas a toda la comunidad hispanoparlante sudamericana sita en Sao Paulo. La música en vivo ya no era solamente chilena; había temas paraguayos, argentinos, bolivianos, colombianos, peruanos…aunque el ’cardapio’ seguía siendo chileno: empanadas de horno, cazuela de ave, cordero al palo, humitas, pastel de choclo, pollo asado, pisco sour, vino chileno, pescado a la lata y el peixe no barro, que elevaron a la Peña a niveles de altura en la gastronomía paulista.

Ese año -1978- estuvo inundado por los aires bélicos que estuvieron en un tris de desatar una guerra fratricida entre Argentina y Chile por la posesión de las islas Lennox, Picton y Nueva situadas en el Canal Beagle, en el austro.  Fernando apostó por la paz entre ambas naciones hermanas…y la Peña se destacó en Sao Paulo en ese sentido, logrando que la prensa paulista le otorgara páginas significativas.

Pero el hecho principal del comentado ‘salto’ ocurrió la noche de año nuevo, en Sao Paulo, en pleno centro de la ciudad. Tradicionalmente, a media noche se iniciaba en esa época la mundialmente famosa “Corrida de Sao Silvestre” (un maratón de 15 kilómetros por el centro de la ciudad), que atraía a los más importantes maratonistas del orbe. Esa noche, ante una multitud agolpada en los últimos 200 metros de la Corrida, y cuando el colombiano Domingo Tibaduiza punteando el evento apareció  trotando con fuerza hacia la meta, surgió de la nada, de la multitud,  un maratonista desconocido portando las banderas de Chile y Argentina alcanzando la meta antes que el chico de Colombia.  Era Fernando Astorga…

Obviamente, la policía lo detuvo de inmediato y la prensa corrió a fotografiar y entrevistar al audaz espectador que se había metido de improviso en la carrera cuando restaban solamente 50 metros para el final. “Es mi grito solitario y honesto en beneficio de la paz eterna entre chilenos y argentinos”, exclamó el penquista. Más pronto de lo esperado la prensa obtuvo la información que señalaba a  Fernando Astorga como dueño de una Peña chilena en Carapicuiba…sus fotos y su historia aparecieron en todos los diarios de Sao Paulo, en la televisión y en las radioemisoras. De la noche a la mañana, la “Peña don Fernando” adquirió enorme popularidad, y mi querido amigo vio cumplidos sus dos sueños: la paz entre Argentina y Chile…y el éxito de su amada ‘Peña’.

Un domingo, uno de los principales diarios paulistas (Folha de Sao Paulo) destacó a la Peña don Fernando como lugar de privilegio para los turistas, sitio al que todos debían acudir si deseaban conocer las delicias culinarias chilenas, argentinas, bolivianas, peruanas, colombianas.

Más de treinta años ese rústico restorán folclórico ubicado en la Aldea de Carapicuiba recibió a cientos de parroquianos de distintas nacionalidades. Allí se respiraba la paz y la hermandad…allí vivía realmente la hermandad latinoamericana.

El año 2006 fue la última vez que estuve en Carapicuiba, en la Peña, junto a Fernando, compartiendo con él y con su familia recuerdos, anécdotas, pequeñas historias y esperanzas. Luego de degustar el famoso pescado a la lata, Fernando nos invitó (a Paulo, a mi esposa y a mí) a beber un “cafezinho” en su casa, ubicada muy cerca del local de la Peña. Fue emotivo recordar el inicio de todo, aquel que habíase despertado en Santiago, en casa de mis padres, el año 1968. Recuerdo que lloramos juntos.

Fernando falleció pocos años después. La Peña, en manos de sus hijos, hoy trabaja solamente como “encomenda” (delivery). No he regresado a Sao Paulo ni a Carapicuiba. Pero les llevo en mi corazón, donde la figura y recuerdo de ese chileno magnífico, de ese verdadero héroe anónimo de la paz y la hermandad, ocupa un lugar especial.

 

 

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