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¿A quiénes ha protegido siempre el diario “El Mercurio”?

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En materias políticas “El Mercurio” no es confiable…ni creíble. Definitivamente, no lo es. Revisar parte de su historia permite confirmar lo dicho.

Arturo Alejandro Muñoz

Me había resistido a escribir algo sobre el tema, pero, los fríos  hechos (de ayer y de hoy),  así como la lectura en profundidad (‘entre líneas’, diría alguien) de sus reportajes, columnas y artículos, inclinaron la balanza.

Para ello, primero, es imprescindible revisar parte de su historia, de su recorrido y postura ideológica. No hay ‘idea-fuerza’ sin contexto. Vamos, pues, al asunto que estas líneas convocan.

Hace ya 50 años, en plena efervescencia de la Reforma Universitaria, el entonces presidente de la FEUC (Federación de Estudiantes de la Universidad Católica) , Miguel Ángel Solar, sorprendió a los chilenos (y a los santiaguinos específicamente) al instalar en el frontis de la casa central de esa Universidad un lienzo que señalaba: “Chileno, El Mercurio Miente). En ese entrevero el llamado ‘decano’ de la prensa nacional salió muy mal parado. Miguel Ángel Solar, en un foro televisado, hundió en la vergüenza a René Silva Espejo, director del periódico, al  dejarle sin argumentos ni respuestas convincentes, comprobando con ello que “El Mercurio” mentía a calderadas y no sólo en el tema de la reforma universitaria. Silva Espejo había sido militante nazi y secretario general de la SNA (Sociedad Nacional de Agricultura), y también  había traído a Chile (ilegalmente, a espaldas de la ONU), a varios “técnicos” nazis escapados de Nüremberg, como fue el caso de un tal von Bauer.

La línea editorial del periódico siempre ha sido abiertamente conservadora en términos globales, lo cual en un sistema democrático nada tiene de malo. Desdeña los cambios, los enfrenta con saña y en sus artículos redundan los conceptos “familia”, “seguridad”, “sana economía”, “sano juicio”, etc., aunque todos ellos se afirman en posturas que obligan a pensar en un periodismo propio de los años de Manuel Bulnes, de Antonio Varas y de Manuel Montt. Lo cierto es que “El Mercurio” actual habría dado una feroz batalla a Fermín Vivaceta, a Santiago Arcos y a Francisco Bilbao. ¡Qué duda cabe si después, en 1891, jugó todas sus cartas en apoyo y beneficio de intereses plutocráticos ligados a Inglaterra para derribar el gobierno de José Manuel Balmaceda, incitando al país a una guerra civil!

Años más tarde haría un festín con las actividades de Luis Emilio Recabarren y de Elías Lafferte, en abierta oposición a los intentos de ambos líderes laborales por estructurar organizaciones sindicales  a nivel nacional. Una vez que los trabajadores consiguieron fundar la CTCH (Confederación de Trabajadores de Chile) y afiliarla a internacionales socialistas, el periódico comenzó una incansable labor de zapa para dividir el movimiento sindical chileno, en concomitancia con las persecuciones empresariales desatadas contra quienes pudiesen surgir como potenciales líderes obreros.

Políticamente, El Mercurio ha jugado siempre contra el sistema democrático real. A los chilenos medianamente informados les resultaba extremadamente difícil dar  validez a los argumentos insertos en sus reportajes.  Personas como Gustavo Ross, Julio Durán, Jorge Prat, Hernán Büchi y Joaquín Lavín, son ejemplos de candidaturas derechistas fracasadas en las contiendas electorales, pese a que el ‘decano’ había tirado toda la carne a la parrilla para lograr sus triunfos. Hubo excepciones, como Jorge Alessandri, quien siempre se definió como un “empresario independiente de líneas partidistas”, y en alguna medida lo demostró con dos hechos que seguramente al interior de El Mercurio provocaron dolor y desengaño.

Primero fue el año 1961, cuando pese al apoyo explicito de la derecha conservadora, Alessandri decidió gobernar con los radicales  luego que la derecha liberal hubo perdido el tercio en la Cámara de Diputados producto de la elección parlamentaria de marzo de ese mismo año.

Y después, cuando en plena dictadura cívico-militar encabezada por Augusto Pinochet abandonó el Consejo de Estado argumentado que el proyecto de Constitución Política aprobado por la Junta Militar, impediría que “cualquier civil pudiese gobernar con dignidad”, lo que significaba además un franco desacuerdo con Jaime Guzmán.    

A comienzos de 1970 ese periódico lanzó al aire sus prendas íntimas impulsando una campaña del terror para evitar el triunfo electoral de Salvador Allende. Fue entonces que afloró prístinamente su espíritu golpista y su acendrada pasión por el statu quo llegando a avalar la indignante maniobra propuesta por algunos parlamentarios derechistas en orden a lograr que el Congreso Pleno votara por la segunda mayoría relativa en la elección presidencial de 1970, Jorge Alessandri,, para que este renunciara de inmediato al cargo presidencial dando pábulo a una nueva elección, en la que el democristiano Eduardo Frei Montalva –con el irrestricto apoyo de la derecha- resultaría electo Presidente de Chile.

Fracasada la maniobra (Frei Montalva se había opuesto drásticamente a ella), y ascendido ya Allende a la primera magistratura de la nación,  los titulares de “El Mercurio” se suavizaron durante algunas semanas intentando ofrecer una falsa expresión de ecuanimidad y respeto a la democracia. Mientras ello ocurría, su gerente propietario –Agustín Edwards-se reunía en Washington con el asesor de Richard Nixon –Henry Kissinger- solicitando apoyo para desestabilizar el gobierno de Allende.

No bien comenzó el mes de octubre de 1970, el periódico destacó en sus páginas el nacimiento, ideología y pretensiones del del grupo ‘Patria y Libertad’ comandado por Pablo Rodríguez Grez, pero al producirse el mortal atentado contra el general René Schneider suspendió su apoyo explícito al grupo ultrista y vino a darle nuevamente amplia cobertura a partir de sus ediciones de febrero de 1971, como respuesta a los avances de la reforma agraria, atacando al gobierno de Allende desde todos los flancos, jugando un rol clave en la preparación del ambiente para el futuro golpe de estado al aunar voluntades sediciosas en tal sentido, preferentemente con mensajes a las fuerzas armadas  y abiertos llamados a organizaciones patronales para inmovilizar al país.

En el largo período comprendido entre 1973 y 1998 (e incluso más allá, hasta el momento que se produce la detención de Pinochet en Londres), el decano’ se negó a pronunciarse sobre los trágicos atropellos a los derechos humanos –pese a que todo el país ya estaba en conocimiento de ellos- y con la publicación del “Informe Rettig” pareció que cambiaría su línea editorial acercándose  a la democracia verdadera, pero volvió a su alma ultra conservadora cuando una fracción del FPMR asesinó al senador Jaime Guzmán, acción que dio origen a la creación del mártir que la derecha necesitaba, especialmente, a los antiguos gremialistas de la Universidad Católica.

Necesario es recordar que días después del golpe de estado, el entonces general Sergio Arellano Stark recorrió gran parte del país a bordo de un helicóptero ‘Puma’. Era la caravana de la muerte, la misma que El Mercurio justificó asegurando que los detenidos no habían sido asesinados, sino ejecutados mediante la aplicación de “la ley de fuga”.  Años más tarde, cuando la verdad fue pública, el diario guardó ominoso silencio.

Otra de las tantas infamias políticas fue el “Libro Blanco” escrito por dos conspicuos miembros del ‘decano’: Cristián Zegers Ariztía ( luego fue director del diario La Segunda”) y Gonzalo Vial, responsables también del inexistente ‘Plan Zeta’. Ambas mentiras fueron apoyadas por El Mercurio, amén de haberlas publicado en crónicas, artículos y entrevistas, pero sin embargo nunca mostrado la más mínima señal de arrepentimiento ni vergüenza por haber avalado lo que se menciona en estas líneas.

En los meses de marzo-abril de 1975 comenzó a funcionar la “Operación Colombo” efectuada por la DINA asociada a los aparatos de seguridad de la dictadura argentina. Ciento diecinueve (119)  simpatizantes de la Unidad Popular detenidos, torturados y asesinados por los agentes de la dictadura pinochetista, fueron utilizados para los propósitos descabellados y criminales de esa operación. El ‘almacenero’ de la DINA -Arancibia Clavel- se encargó de llevar las cédulas de identidad de esas 119 personas hasta la organización ultraderechista  “Triple AAA”, la cual había asesinado a militantes argentinos de izquierda. Algunas de estas cédulas de identidad chilenas aparecieron junto a cadáveres argentinos, como ocurrió por ejemplo con las cédulas de judío-chilenos tales como Silberman, Perelman, Guendelman y Robotham (el que no era judío, pero a la “TripleAAA” le pareció que sí lo era).

Para cubrir y justificar esta vil operación, la DINA y los terroristas de derecha argentinos “fabricaron” en los meses de junio y julio de 1975 dos revistas: LEA, argentina, y O’DIA, brasileña (que tuvieron corta vida, solamente dos o tres números cada una), en las que se informaba que elementos de la ultra izquierda de Chile y de Argentina habían eliminado cruelmente a 119 de los suyos  acusándolos de traición.

En la década de 1990 se comprobó que DINA y la TripleAAA fueron quienes planificaron, controlaron y ejecutaron la ‘Operación Colombo’.  El Mercurio a su vez había extendido un manto de informaciones tendenciosas y falaces para proteger a la dictadura cívico-militar ante la dura mirada del mundo civilizado y, de paso, agrandar el entramado a objeto de cargarle los crímenes a los opositores al régimen totalitario.

El cinismo y falacias del ‘decano’ llegaron a extremos en su edición del 28 de febrero de 1978, bajo la dirección de Arturo Fontaine Aldunate, con la publicación de una extensa crónica que aseguraba muy campanudamente que los asesinatos de personas que mostraban –o habían mostrado- ideas de izquierda en Chile, fueron cometidos por agentes de la KGB soviética infiltrados en el país y que, vestidos con uniformes militares chilenos, ingresaban a los distintos domicilios para asesinar a mansalva a sus moradores. Después –eso aseguraba la crónica- los agentes KGB informaban a Radio Moscú culpando de los crímenes al ‘gobierno militar’.

Aún hay más. El año 1987, durante la visita de Juan Pablo Segundo, se produjeron serios incidentes en el Parque O’Higgins mientras el pontífice entregaba su sermón a la multitud. El Mercurio culpó a dos estudiantes de la USACH como instigadores de esos entreveros. Los dos estudiantes no callaron ante la mentira del diario y acudieron a tribunales donde ganaron la demanda comprobando que el ’decano’, como siempre, había mentido maliciosa e intencionadamente. En esa época, el Jefe de Informaciones de El Mercurio, era Joaquín Lavín.

¿Recuerda la red de pederastas existentes el año 2003, con Spiniak a la cabeza?  En esos meses El Mercurio recurrió a métodos reñidos con la esencia ética del periodismo, pues logró que sus reporteros ingresaran a la cárcel de alta seguridad (¿?) para visitar al mismísimo Spiniak  quien, a través de la entrevista, intentó rebajar sus penas y minimizar sus delitos. Junto con ello pretendió liberar de sospechas a ciertos políticos y empresarios comprometidos con su red pederasta, y además, influir en la opinión pública respecto a no validar las declaraciones de los menores abusados por provenir ellos de la marginalidad (y de la calle, en algunos casos).

Existe la razonable sospecha que esa red de pederastas atravesaba diversos sectores de la vida pública nacional y que lo conocido hasta hoy es sólo una parte del entramado general. El Mercurio ayudó a ello, a esconder, a disfrazar la verdad. Nada nuevo para muchos lectores que son conscientes de cuánto y cómo el ’decano’, en pleno siglo veintiuno, continua amañando informaciones para proteger a ciertos sectores. ¿A quiénes? Usted los conoce.

Son los mismos que desde hace décadas venden el país a trozos y a kilos, los mismos que prohíjan negociados insultantes en la educación, en la salud, en la previsión social… los mismos que provocan y aplauden la contaminación de ríos, valles y mares; los mismos que mantienen  la existencia de una brecha económica inhumana y que administran gozosamente pensiones de hambre para millones de chilenos; los mismos que, en fin, han sido capaces de aplaudir y apoyar el asesinato de miles de sus compatriotas para mantener incólume sus privilegios.  

A ellos defiende y representa el ‘decano’ de la prensa nacional utilizando a destajo crónicas, entrevistas, artículos, notas y reportajes donde la mentira intenta cobrar forma de “ecuanimidad política”.   

Al terminar estas líneas, mi mente regresa al año 1968 y  me veo,  de nuevo,  parado frente a la casa central de la Universidad Católica, releyendo una y mil veces aquel lienzo -ya histórico-  de la FEUC: “Chileno, El Mercurio Miente”.

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