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Revolución Rusa    – Los bolcheviques y el antisemitismo

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Madrugada del 25 de octubre de 1917. Grupos de obreros toman puntos estratégicos en las calles barridas por el viento de Petrogrado…

Brendan McGeever *

Jacobin, 22-6-2017

https://www.jacobinmag.com/, A l´encontre, 19-7-2017
http://alencontre.org, A l´encontre,

 En el Palacio de Invierno, el jefe del gobierno provisional, Alexander Kerensky, espera inquieto su coche para huir. En el exterior, los guardias rojos han tomado el control de la central telefónica. La toma del poder por los bolcheviques es inminente. En el palacio no hay luz ni teléfono. Desde la ventana, Kerensky puede ver el puente del Palacio: está ocupado por marinos bolcheviques. Finalmente, llega un coche enviado por la embajada estadounidense y Kerensky emprende su huida de la Petrogrado roja. Cuando el vehículo dobla una esquina, Kerensky observa algunas pintadas, recién escritas en las murallas del palacio: “¡Abajo con el judío Kerensky, viva el camarada Trotsky!”

La consigna sigue siendo absurda un siglo después: Kerensky, por descontado, no era judío, mientras que Trotsky sí lo era. Sin embargo, lo que refleja es el papel turbio y contradictorio que desempeñó el antisemitismo en el proceso revolucionario. En buena parte de la literatura publicada sobre la revolución rusa, el antisemitismo se concibe como una forma de “contrarrevolución”, como el coto privado de la derecha antibolchevique. Esto encierra una buena dosis de verdad, por supuesto: el régimen zarista se caracterizaba por su antisemitismo, y en la ola devastadora de violencia antijudía que siguió a la revolución de octubre, durante los años de guerra civil (1918-1921), el grueso de las atrocidades corrió a cargo del ejército blanco y de otras fuerzas opuestas al naciente Estado soviético. Pero este no es el cuadro completo.

El antisemitismo impregnaba a todas las fuerzas políticas de la Rusia revolucionaria, despertando adhesiones en todos los grupos sociales y afinidades políticas. En la corriente marxista, el racismo y el radicalismo político eran a menudo objeto de crítica, pero en 1917 el antisemitismo y el resentimiento de clase podían solaparse, como pasaba también con ideologías contrapuestas.

Febrero: una revolución en la vida de los judíos

La Revolución de Febrero cambió la vida de los judíos. Apenas unos días después de la abdicación del zar Nicolás II se levantaron todas las restricciones legales que pesaban sobre los judíos. Más de 140 estatutos, con un total de unas mil páginas, fueron abolidos de un plumazo. Para marcar este momento histórico, el soviet de Petrogrado convocó una reunión especial en la víspera de la Pascua judía, el 24 de marzo de 1917. El delegado judío que intervino estableció inmediatamente la conexión: la Revolución de Febrero, dijo, podía ponerse a la misma altura que la liberación de los judíos de la esclavitud en Egipto.

Sin embargo, la emancipación formal no vino acompañada de la desaparición de la violencia antijudía. El antisemitismo estaba profundamente arraigado en Rusia, y su persistencia en 1917 estaba estrechamente relacionada con los avances y retrocesos de la revolución. En el transcurso de 1917 se produjeron al menos 235 ataques a judíos. Aunque no representaban más del 4,5 % de la población, los judíos fueron víctimas ese año de alrededor de un tercio de todos los actos de violencia física contra minorías nacionales.

A partir del estallido de la Revolución de Febrero, en las calles de las ciudades rusas circularon rumores sobre pogromos antijudíos, hasta el punto de que en las primeras reuniones de los soviets de Petrogrado y Moscú, la cuestión del antisemitismo era un punto destacado del orden del día. En aquellas primeras semanas apenas hubo brotes de violencia, pero en junio la prensa judía empezó a informar de que “masas de trabajadores” se congregaban en las esquinas para aplaudir discursos pogromistas que declaraban que el soviet de Petrogrado estaba en manos de “los judíos”. En ocasiones, líderes bolcheviques se topaban con estos actos de antisemitismo. Caminando por la calle a comienzos de julio, Vladímir Bonch-Bruevich –el futuro secretario de Lenin– se encontró con una muchedumbre que llamaba abiertamente a realizar pogromos contra los judíos. Con la cabeza gacha apretó el paso. Llegaban cada vez más informaciones sobre reuniones similares.

A veces se solapaba el resentimiento de clase con representaciones antisemitas del judaísmo: más tarde en julio, oradores en una concentración callejera en Petrogrado llamaron a la muchedumbre a “aplastar a los judíos y a la burguesía”. Mientras que en el contexto inmediato de la Revolución de Febrero estas diatribas no cundían entre la gente, en julio atraían a un público amplio. En esta situación se reunió, en Petrogrado, el primer congreso panruso de consejos de diputados obreros y de soldados.

La cuestión del antisemitismo

Este primer congreso de los soviets fue una reunión histórica. Asistieron más de un millar de delegados de todos los partidos socialistas, en representación de cientos de soviets locales y de unos veinte millones de ciudadanos rusos. El 22 de junio, cuando llegaron noticias de más incidentes antisemitas, el congreso aprobó la declaración hasta entonces más contundente del movimiento socialista ruso sobre la cuestión del antisemitismo. Escrita por el bolchevique Yevgenii Preobrashenski, la resolución se titula “Sobre la lucha contra el antisemitismo”. Cuando Preobrazhenski acabó de leerla en voz alta, un delegado judío se levantó para declarar su aprobación de todo corazón, añadiendo que, aunque no resucitaría a los judíos asesinados en los pogromos de 1905, la resolución sí ayudaría a curar algunas de las heridas que seguían causando tanto dolor en la comunidad judía. Fue aprobada por unanimidad en el congreso.

La resolución reafirmaba fundamentalmente el punto de vista socialdemócrata clásico de que el antisemitismo era lo mismo que la contrarrevolución. Sin embargo, contenía un importante reconocimiento: el “gran peligro”, leyó Preobrazhenski, es “la tendencia del antisemitismo a ocultarse tras consignas radicales”. Esta convergencia de la política revolucionaria y el antisemitismo, seguía la resolución, representa “un enorme peligro para el pueblo judío y el conjunto del movimiento revolucionario, pues amenaza con ahogar la liberación del pueblo en la sangre de nuestros hermanos y cubrir de desgracia al movimiento revolucionario entero”. Esta admisión de que el antisemitismo y la política radical podían confluir supuso pisar terreno nuevo para el movimiento socialista ruso, que hasta entonces solía situar el antisemitismo en el lado de la extrema derecha. Cuando el proceso revolucionario se aceleró a finales del verano de 1917, la presencia del antisemitismo en algunos sectores de la clase obrera y del movimiento revolucionario se había convertido en un problema creciente que requería una respuesta socialista.

La respuesta de los soviets

Al término del verano, los soviets lanzaron una amplia campaña contra el antisemitismo. El soviet de Moscú, por ejemplo, organizó charlas y reuniones en las fábricas sobre este tema durante los meses de agosto y septiembre. En la antigua Zona de Residencia 1/, los soviets locales se encargaron de prevenir el estallido de pogromos. En Chernigov (Ucrania), a mediados de agosto, las Centurias Negras acusaron a los judíos de acaparar reservas de pan, lo que dio lugar a una serie de disturbios antijudíos violentos. Una delegación del soviet de Kiev tuvo que organizar un grupo de tropas locales para poner fin a los desmanes.

El gobierno provisional trató de lanzar su propia respuesta al antisemitismo. A mediados de septiembre, el gobierno aprobó una resolución en que prometía adoptar “las medidas más drásticas contra todos los pogromistas”. Una declaración similar, emitida dos semanas después, ordenaba a los ministros del gobierno a emplear “todo el poder a su disposición” para acabar con los pogromos. No obstante, cuando ya estaba en marcha la transferencia del poder a los soviets, la autoridad del gobierno provisional se hallaba en plena desintegración. Una editorial del 1 de octubre del periódico progubernamental Russkie Vedomosti captó bien la situación: “la ola de pogromos crece y se expande… Todos los días llegan montañas de telegramas… [pero] el gobierno provisional está desbordado… La administración local es impotente para hacer nada… Los medios de coerción están completamente agotados”.

Pero no los de los soviets. A medida que se profundizó la crisis política y avanzó el proceso de bolchevización, numerosos soviets provinciales lanzaron sus propias campañas contra el antisemitismo. En Vitebsk, una ciudad situada a unos 560 kilómetros de Moscú, el soviet local constituyó a primeros de octubre una unidad militar para proteger la ciudad de los pogromistas. La semana siguiente, el soviet de Oryol aprobó una resolución para combatir con las armas toda forma de violencia antisemita. En el extremo oriente ruso, los soviets de toda Siberia adoptaron una resolución contra el antisemitismo, declarando que el ejército revolucionario local tomaría “todas las medidas necesarias” para impedir cualquier pogromo. Esto demuestra hasta qué punto la lucha contra el antisemitismo estaba profundamente arraigada en el movimiento socialista organizado: incluso en el extremo oriente, donde había relativamente pocos judíos y todavía menos pogromos, los soviets locales se identificaban con los judíos del frente occidental que sufrían la violencia de manos de las bandas de antisemitas.

No cabe duda de que los soviets se habían convertido, a mediados de 1917, en la principal oposición política al antisemitismo en Rusia. Un editorial del periódico Evreiskaia Nedelia (La Semana Hebrea) lo reflejó muy bien: “Hay que decir, y se lo debemos agradecer, que los soviets han llevado a cabo una lucha enérgica en contra [de los pogromos]. En muchos lugares, ha sido exclusivamente gracias a su firmeza que se ha restaurado la paz”. Conviene señalar, sin embargo, que estas campañas contra el antisemitismo estaban destinadas a los trabajadores fabriles y ocasionales activistas del movimiento socialista en sentido amplio. En otras palabras, el antisemitismo se identificaba como un problema en el seno de la base social de la izquierda radical e incluso de sectores del propio movimiento revolucionario. Lo que esto revelaba, por supuesto, es que el antisemitismo no emanaba simplemente de “arriba”, de las altas esferas que apoyaban al zarismo, sino que tenía una base orgánica en sectores de la clase obrera y que había que hacerle frente como tal.

El enemigo en el interior

Para la dirección bolchevique, la política revolucionaria no solo era incompatible con el antisemitismo; eran polos antitéticos. Como quedó formulado en un titular de primera página del principal periódico del partido, Pravda, en 1918: “Estar en contra de los judíos es estar a favor del zar”, No obstante, sería un error constatar las declaraciones de Lenin y Trotsky e “ignorar” los pensamientos y sentimientos de las bases. Como demostraron los acontecimientos de 1917, la revolución y el antisemitismo no siempre estaban en polos opuestos. Noticias de prensa del verano y otoño de 1917 revelan que a menudo se acusaba a bolcheviques locales, por parte de otros socialistas, de perpetuar el antisemitismo y a veces incluso de acoger a antisemitas en la base social del partido. Por ejemplo, según el periódico Edinstvo, de Georguii Plejánov, cuando los mencheviques trataron de hablar en los cuarteles del distrito de Vyborg de Petrogrado a mediados de junio, algunos soldados, supuestamente animados por militantes bolcheviques, gritaron: “¡Abajo con ellos! ¡Son todos judíos!” Conviene señalar que Plejánov era a mediados de 1917 un antibolchevique furibundo, de modo que esta fuente ha de tratarse con cautela.

Sin embargo, hubo muchas más denuncias en el mismo sentido. Más o menos por la misma época, el periódico menchevique Vperiod informó de que militantes bolcheviques moscovitas habían boicoteado una concentración de mencheviques, acusándoles de ser “judíos” que “explotan al proletariado”. Cuando el 18 de junio salieron a la calle en Petrogrado cientos de miles de trabajadores, algunos bolcheviques retiraron por lo visto banderas del Bund 2/ y gritaron consignas antisemitas. En respuesta, Mark Liber, miembro del Bund, acusó a los bolcheviques de ser “pogromistas”. Llegado octubre, estas acusaciones se hicieron más frecuentes. En la edición del 29 de octubre de Evreiskaia Nedelia, un editorial llegó a decir que las “centurias negras” antisemitas “llenaban las filas de los bolcheviques” en todo el país.

Estas afirmaciones estaban a todas luces descaminadas. La dirección bolchevique se oponía al antisemitismo y el grueso de los miembros del partido participaron en el desarrollo de la respuesta partidaria al antisemitismo en las fábricas y los soviets. No obstante, la idea de que el bolchevismo podía atraer a antisemitas de extrema derecha no era totalmente descabellada. El 29 de octubre, un sorprendente editorial del periódico antisemita de extrema derecha Groza (Tormenta) declaraba:

Los bolcheviques han tomado el poder. El judío Kerensky, lacayo de los británicos y de los banqueros del mundo, habiéndose arrogado descaradamente el título de comandante en jefe de las fuerzas armadas y nombrado primer ministro del zarismo ruso ortodoxo, será barrido del Palacio de Invierno, donde había desacralizado con su presencia los restos del pacificador Alejandro III. El 25 de octubre, los bolcheviques unieron a todos los regimientos que se negaban a someterse a un gobierno compuesto por banqueros judíos, generales traicioneros, terratenientes traidores y comerciantes ladrones.

Los bolcheviques clausuraron inmediatamente el periódico, pero el apoyo indeseado alarmó a la dirección del partido.

Lo que agravaba la preocupación de los socialistas moderados por la posibilidad de un solapamiento entre antisemitismo y revolución era la manera en que los bolcheviques movilizaban a las masas y canalizaban su resentimiento de clase. El 28 de octubre, cuando la revolución estaba en pleno apogeo, el comité electoral menchevique de Petrogrado emitió un llamamiento desesperado a los trabajadores de la capital advirtiendo de que los bolcheviques habían seducido a “los trabajadores y soldados ignorantes” y de que la consigna de “¡Todo el poder a los soviets!” podía convertirse muy fácilmente en “Abajo los judíos, abajo los tenderos”. Para el menchevique L’vov-Rogachevskii, la “tragedia” de la revolución rusa reside en el hecho evidente de que “las masas oscuras son incapaces de distinguir al provocador del revolucionario, o un pogromo contra los judíos de la revolución social”.

La prensa judía se hizo eco de estas preocupaciones. Según un artículo de opinión de Evreiskaia Nedelia, “el camarada Lenin y sus compañeros bolcheviques llaman al proletariado a ‘pasar de las palabras a la acción’, pero siempre que se juntan muchedumbres eslavas, ‘pasar de las palabras a la acción’ significa, en realidad, ‘arremeter contra los judíos’.”

Sin embargo, contrariamente a estas predicciones alarmistas, en las horas y los días inmediatamente posteriores a la toma del poder por los bolcheviques no hubo pogromos masivos en el interior de Rusia. La insurrección no se convirtió en la violencia antisemita que se había augurado. Lo que revelan las advertencias antes citadas es lo profundo que estaba arraigado el temor a las “masas oscuras” entre sectores de la izquierda socialista que decían hablar en su nombre. Esto es especialmente cierto en el caso de los intelectuales, que en general contemplaban el levantamiento proletario con horror, debido a la violencia y la barbarie que según ellos sería su corolario inevitable.

Lo que definía a los bolcheviques durante este periodo era precisamente su cercanía con las masas de Petrogrado que tanto miedo infundían a los intelectuales. Sin embargo, el solapamiento entre antisemitismo y política revolucionaria era real. Pocos días después de la Revolución de Octubre, Ilyá Ehrenburg –que pronto sería unos de los escritores judíos más prolíficos y conocidos en la Unión Soviética– se sentó a escribir sus pensamientos sobre los acontecimientos trascendentales que acababan de producirse. Su relato constituye quizá la descripción más vívida de la articulación entre el antisemitismo y el proceso revolucionario de 1917:

Ayer estaba yo en la cola para votar para la Asamblea Constituyente. Había gente que decía “Quién esté contra los judíos, que vote la lista número 5 [los bolcheviques]”, “Quien esté por la revolución mundial, que vote por la lista número 5”. Se acercó el pope rociando agua bendita; todo el mundo se quitó el sombrero. Pasó un grupo de soldados que se puso a cantar la Internacional en dirección al pope. ¿Dónde estoy? ¿O esto es realmente el infierno?

En este alarmante recuerdo, la distinción entre bolchevismo revolucionario y antisemitismo contrarrevolucionario aparece borrosa. De hecho, el relato de Ehrenburg prefigura la inquietante pregunta que se formula en Caballería Roja, la recopilación de historias de la guerra civil de Isaac Babel: “¿Cuál es la revolución y cuál la contrarrevolución?”

Pese a la insistencia de los bolcheviques en calificarlo de fenómeno puramente “contrarrevolucionario”, el antisemitismo se resistía a una categorización tan nítida y se manifestaba en todo el espectro político con formas sumamente complejas e inesperadas. Esto se revelaría con toda claridad seis meses después, en la primavera de 1918, cuando estallaron los primeros pogromos desde la Revolución de Octubre en la Zona de Asentamiento. En pueblos y ciudades del noreste de Ucrania, como Glujov, el poder bolchevique se consolidó mediante la violencia antijudía por parte de los dirigentes locales del partido y los Guardias Rojos. La confrontación de los bolcheviques con el antisemitismo en 1918 fue, por tanto, a menudo una confrontación con el antisemitismo de su propia base social.

Cuando conmemoramos el centenario de la Revolución de Octubre, la celebramos con razón como un periodo de transformación social radical, cuando un nuevo mundo parecía posible. La revolución, sin embargo, también debería recordarse con todas sus complicaciones. El antirracismo hay que cultivarlo y renovarlo continuamente. Un siglo después, cuando lidiamos con los daños causados por el racismo en la política de clase, 1917 puede enseñarnos muchas cosas sobre cómo las ideas reaccionarias pueden enraizarse, pero también cómo pueden combatirse.

* Brendan McGeever es profesor de sociología de la racialización y del antisemitismo en Birkbeck, Universidad de Londres.

Notas

1/ Zona de Residencia: la región fronteriza occidental del imperio ruso en la que estaba permitido el asentamiento de judíos. Abarcaba territorios hoy situados en Ucrania, Bielorrusia, Polonia y Lituania.

2/ El Bund (en yidish: federación) fue un movimiento político judío de corte socialista creado a finales del siglo XIX en el imperio ruso. (N. d. t.)

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