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Argentina – El voto del miedo y la ausencia de alternativas

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por Jano Ramírez

Las elecciones de medio término en Argentina dejaron más que cifras, dejaron una radiografía del descontento, del desencanto y del miedo. Milei vuelve a capitalizar una porción importante del voto, pero más por la falta de alternativas visibles que por un entusiasmo real con su programa. Lo que se juega hoy en el país trasandino no es solo una disputa electoral, sino la dirección política y social de un pueblo agotado por décadas de crisis y falsas salidas.

La perspectiva de un pueblo que no ve alternativas

En los barrios populares de Buenos Aires, en Córdoba o Rosario, se escucha una frase que se repite: “No hay otra cosa, si no votamos a Milei, todo se va al carajo.”

Pero lo más fuerte es lo que no se dijo en las urnas, la abstención, millones de personas, cansadas de promesas vacías, eligieron no elegir. No creen en Milei, pero tampoco en quienes antes gobernaron y prometieron cambiar todo para que nada cambie.

Los resultados de las elecciones en Argentina no fueron un apoyo político, es resignación. La propaganda oficialista y la presión mediática lograron instalar la idea de que si Milei pierde, el país se hunde en otro “lunes negro”: el dólar se dispara, los precios explotan, el FMI corta los fondos y vuelve el fantasma del caos.

El pueblo argentino conoce ese libreto porque ya lo vivió en 1989, 2001, 2018… y ahora otra vez.

Ese miedo es utilizado deliberadamente por el poder económico. No es una simple “reacción del mercado”: es un chantaje. Cada vez que se plantea cualquier política que escape a la ortodoxia, el capital financiero reacciona como un ejército invisible, haciendo temblar el peso, la bolsa y los precios de los alimentos.

El pueblo, cansado y sin alternativas creíbles, termina refugiándose en la ilusión del orden o el “shock”, aunque sepa, en su fuero interno, que será un golpe contra sí mismo.

La manipulación del “apoyo de Trump”

Durante la campaña, se difundieron mensajes desde Washington y desde el propio entorno de Donald Trump saludando a Milei, presentándose como un “aliado natural de Occidente y del libre mercado”.

Fue un mensaje político cuidadosamente diseñado, instalar que Estados Unidos respalda a Milei, para dar una sensación de estabilidad externa y aprobación internacional.

En un país como Argentina, históricamente golpeado por crisis cambiarias, el “respaldo” de Washington se presenta como garantía de dólares, de crédito y de calma. Pero esa imagen es completamente falsa.

Trump no controla el FMI, ni la Reserva Federal, ni el Departamento del Tesoro. Su “apoyo” es puramente simbólico, una jugada comunicacional.

Sin embargo, logró su objetivo, reforzar la idea de que si Milei pierde, el caos financiero será inevitable. Fue un mensaje para disciplinar, no para apoyar.

La manipulación mediática convirtió la geopolítica en un arma de control interno, el pueblo votó con el miedo a perder lo poco que le queda.

El progresismo sin alternativa

Frente a esto, el progresismo argentino volvió a mostrar su impotencia.

El peronismo en sus distintas versiones (kirchnerismo, albertismo, peronismo provincial) no supo ofrecer una salida independiente del gran capital ni del FMI.

Durante su gestión, continuaron los pagos de deuda, se ajustaron salarios y se mantuvo la estructura extractivista.

Cuando el progresismo administra el mismo programa económico que la derecha, solo logra un resultado, preparar el terreno para el ascenso de la derecha.

La gente ya no cree que los discursos sobre “defender al pueblo” signifiquen algo real si después se sigue negociando con los mismos organismos que exigen recortes.

El resultado es una descomposición del campo popular, una desmovilización general y un voto que se desplaza hacia la bronca individualizada.

El préstamo del FMI, la “ayuda” que trae dinamita

Ahora Milei celebra un nuevo préstamo del FMI, presentado como “oxígeno financiero”. Pero esa “ayuda” es una trampa.

El acuerdo anunciado por el ministro Caputo ronda los 20 mil millones de dólares, con desembolsos escalonados y metas precisas impuestas por el Fondo.

No se trata de dinero nuevo para inversión, ni para mejorar salarios o viviendas.

La mayor parte irá a sostener las reservas del Banco Central y a pagar deuda vieja, es decir, más deuda para pagar deuda.

El FMI no presta gratis. Cada dólar tiene condiciones:

recortes del gasto público,

congelamiento salarial,

privatizaciones,

reforma jubilatoria,

y eliminación de subsidios esenciales como energía o transporte.

Ya lo vimos en Argentina misma durante el macrismo, esos préstamos no estabilizan, destruyen.

Primero viene la promesa de calma, luego, cuando el gobierno tiene que cumplir las metas, comienza el verdadero terremoto social.

Cuando se empiece a pagar la deuda y los ajustes lleguen a los hogares, el piso va a temblar.

Porque los trabajadores, los jubilados, los estudiantes, las madres que dependen de la AUH o los comedores barriales, ellos serán los que financien la “confianza de los mercados”.

Y eso no es una predicción abstracta, es la historia reciente.

En 2018, el préstamo récord de Macri con el FMI, 57 mil millones de dólares, terminó con miles de despidos, inflación descontrolada y pobreza en 40%.

Hoy Milei repite el mismo guión, pero con un discurso aún más brutal, “no hay plata”.

La diferencia es que ahora el ajuste se aplica en nombre de la libertad.

Perspectiva, el ajuste como antesala de la crisis

El FMI sabe que su “confianza” no se sostiene sin represión.

Cada medida económica de Milei tiene su correlato político, control sobre sindicatos, persecución de organizaciones sociales, deslegitimación del conflicto.

Pero la crisis social que se avecina será profunda.

Los niveles de pobreza superan el 50%, la inflación sigue sin ceder y la deuda en dólares compromete al país durante años.

Cuando se empiece a aplicar el paquete completo del Fondo, los márgenes de resistencia popular volverán a ampliarse, como ocurrió en 2001, 2017 o 2020 con las movilizaciones contra el ajuste.

La pregunta no es si habrá estallido sino cuándo.

Porque un país no puede sostener indefinidamente un modelo basado en deuda externa, recortes y sometimiento.

Milei no ganó por fuerza propia, ganó porque el pueblo no vio una salida.

Ganó por el miedo, por el vacío político y por la manipulación internacional.

Pero la historia argentina enseña que ningún gobierno que se arrodilla ante el FMI logra estabilidad duradera.

Tarde o temprano, las contradicciones sociales vuelven a estallar.

Y será entonces cuando la clase trabajadora argentina, con su historia de lucha y organización, vuelva a irrumpir como protagonista, buscando no una “estabilidad de mercado”, sino una salida verdaderamente suya, socialista, democrática y revolucionaria.

La urgencia de un frente único de la izquierda revolucionaria no es un deseo, es una necesidad. La crisis que se avecina exigirá respuestas audaces, y solo una izquierda con independencia de clase, con un programa de ruptura y con una estrategia de poder podrá estar a la altura de lo que el pueblo trabajador necesita.

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