Inicio Análisis y Perspectivas Por qué un gusano neoliberal no puede ser una mariposa libre!

Por qué un gusano neoliberal no puede ser una mariposa libre!

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por Franklin Machiavelo

Anatomía de los parásitos acomodados al sistema por unas migajas de privilegio

En cada sociedad dominada por el capital, surgen criaturas que se deslizan como larvas hacia los resquicios más húmedos y seguros del orden dominante. No son meros oportunistas: son parásitos conscientes, deformados por la codicia y el miedo, que se aferran al cuerpo enfermo del pueblo para nutrirse de su sangre. Su lógica no es la de la transformación ni la dignidad, sino la de la adaptación servil al amo.

Estas figuras humanas —que antaño pudieron proclamarse revolucionarias, críticas o populares— terminan reducidas a gusanos dóciles, arrastrándose por las rendijas del sistema neoliberal, obedeciendo sin cuestionar, y defendiendo las estructuras que los oprimían con más fervor que sus creadores. A cambio, reciben pequeñas prebendas: un sillón en alguna oficina estatal, una asesoría bien pagada, un contrato de consultoría, el privilegio de ser aceptados en la mesa donde se reparten las sobras.

El mecanismo es claro: el neoliberalismo, como máquina de cooptación, no sólo explota a las masas; también domestica a parte de ellas, las engorda con migajas de poder y las convierte en guardianes del orden. La larva que ayer gritaba contra la injusticia, hoy repite el discurso del empresario; el parásito que vivía del hostil suelo de la calle, ahora teme más perder su beca o su auto de empresa que la miseria creciente de su pueblo.

El problema no es sólo moral, sino estructural:

El sistema necesita parásitos internos para sofocar cualquier movimiento radical desde dentro.

La existencia de estos gusanos es funcional: legitiman el discurso oficial de “pluralidad” mientras neutralizan toda resistencia real.

Su metamorfosis hacia el servilismo no es un accidente, sino una estrategia planificada del capital.

En el fondo, estos seres no han dejado de ser larvas: carecen de proyecto propio, dependen de un huésped —el capital— para sobrevivir, y sólo prosperan mientras lo alimenten. Su “comodidad” es frágil, porque está hecha de concesiones que pueden ser retiradas en cualquier momento por la mano que les da de comer. El día que el huésped ya no los necesite, volverán al barro… pero más degradados, incapaces de reconectar con el pueblo que traicionaron.

En la historia, este tipo humano ha sido constante: burócratas del antiguo régimen disfrazados de reformistas, intelectuales críticos que terminan escribiendo columnas para justificar la explotación, líderes sindicales que pactan la miseria “para no perder lo poco ganado”. Son la cadena de transmisión más eficiente del poder, porque no parecen opresores, sino “gente como uno” que aconseja “ser realistas” mientras nos atan las manos.

 

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