Entra la pareja compuesta por Isaak y Melimee Manouchian al Pantheon, el gran monumento solemne en el que Francia honra “a sus grandes hombres” -recientemente poco a poco también a sus mujeres- y frente al cual yo pasaba todos los días en mis años de estudios universitarios en Paris, en el exilio. Su entrada a este lugar monumental ocurre 80 años después del fusilamiento de Isaak en el Mont Valerien, cerca de Paris, por el ocupante nazi, acusado de encabezar el “ejército del crimen” y de terrorista. En efecto, era el jefe del grupo de resistencia FTP-MOI, compuesto por trabajadores extranjeros comunistas, que realizó más de un centenar de acciones armadas contra los nazis antes de ser capturado y diezmado.
Manouchian era un sobreviviente del genocidio armenio de 1915 y años siguientes. Huérfano de padres asesinados por la furia ultra nacionalista turca, fue recogido en el Líbano hasta la mayoría de edad, en que viajó a trabajar a Francia en diversos oficios manuales. También era poeta autodidacta. Se acercó al medio armenio y a los comunistas, y conoció a Melimee, su compañera de militancia, con la qué compartió parte de su destino. En dos ocasiones, como apátrida, pidió la nacionalidad francesa, que le fue denegada.
Eso no le impidió luchar y morir heroicamente, junto a sus compañeros y compañeras por, en sus palabras, la Francia “de la cultura y los derechos humanos”, que admiraba y quiso defender al precio de su vida frente a la barbarie nazi. Este obrero comunista e internacionalista, poeta armenio y mártir de la resistencia antinazi, francés “por opción”, es, luego de la norteamericana Josefine Baker, el primer combatiente extranjero de la resistencia que entra al lugar en que “la patria reconocida”, como reza su visible lema, homenajea a sus forjadores. La patria francesa de los valores, de los principios, de las luces, cuyos ideales no distinguen orígenes, que aún persiste, esperemos por mucho tiempo.
