Arturo Alejandro Muñoz
El cine norteamericano y la televisión –además del concurso de nuestros políticos- han moldeado la aromática argamasa que sirve de cobijo y protección al sistema económico vigente.
Que el cine es una palanca de ideologización en beneficio de tal o cual sistema político, resulta innegable. Más allá de sus aspectos culturales y lúdicos, constituye una empresa de tamaño global, que genera miles de empleos y logra agenciarse millones de euros, dólares o patacones dorados.
Además, no bien fue llevado a la televisión logró cerrar un cuadro en el que la vieja cultura, la “cultura-culta”, comenzó a quedar sin espacio… lo que, por cierto, satisface a los dueños del dinero: tal situación adiciona –a calderadas– droga adormecedora a las mentes de millones de espectadores o “cerebros ociosos” como les llama un director europeo de TV.
Sin olvidar que esa cultura-culta tenía en su seno una mini sociedad atestada de saber elitista, la sociedad actual sólo puede moverse sin cargas ni nudos trascendentes.
La cultura del siglo veintiuno, sin bibliografías, apenas pesa, y la liviandad de su memoria nos señala que se trata de la “cultura de la velocidad virtual”. Los ilustrados odian ciertamente la ligereza pero, a su vez, son también odiados por sus descendientes inmediatos que privilegian lo superficial.
Digámoslo sin vacilación; el cine de hoy, cargado de efectos especiales, junto con la veloz comunicación globalizada, ha derribado las viejas compuertas que protegían la gran dársena donde yacía –casi enferma de inmovilismo– la otrora cultura-culta.
La nueva, la potente y mediática cultura actual se confunde con la forma en detrimento del contenido. Es más publicidad que oración.
Según Vicente Verdú –periodista, economista y escritor español– el antiguo mundo estaba representado por ‘maestros pensadores’ y ‘padres espirituales’, en quienes se concentraba el saber. Ahora, el conocimiento y el saber se expanden en todas las direcciones ocupando extensas superficies a la manera de una sinapsis, aunque (he aquí el meollo del asunto) la cultura pierde profundidad en beneficio de una trama vasta y caleidoscópica.
Eso, el cine, la televisión y los políticos lo captaron con asombrosa rapidez, adelantándose a sabios y académicos, permitiéndoles moldear la aromática argamasa que sirve de cobijo y protección al sistema económico vigente.
Nobleza obliga, es preciso reconocer que más allá de centenares de bodrios fílmicos nacidos en sus escenografías, Hollywood sabe mucho de cine. Algunos de mis amigos –los más radicales– de seguro querrán engullirme aduciendo que el cine de Hollywood no es sino una forma más (y muy atractiva) utilizada por el imperio estadounidense para idiotizar a las masas engañándolas con el prurito de la ‘superioridad yanqui’.
Y yo aceptaré la fuerza de esa aseveración, que se asienta en la verdad, pero debo hacer un alcance que me parece oportuno: Hollywood tiene también un porcentaje nada desdeñable de filmes que han marcado pauta, sin discusión, en la filmografía planetaria.
Nuestro cine nacional comenzó con el nacimiento del siglo pasado. Salvo excepciones, le ha sido imposible despegar exitosamente. Recojo una frase del periodista René Naranjo, pues me parece que refleja con exactitud la realidad de nuestra filmografía: “El cine chileno es como un niño que nace pero que no puede crecer”.
¿Y si creciera? ¿Y si se alzara una estructura parecida a la que los italianos construyeron en Cinecitá? En ese ideal cinematográfico criollo el mundo vería a Lautaro, Caupolicán, Manuel Rodríguez, Portales, Prat, Balmaceda, compitiendo palmo a palmo con Custer, Sitting Bull, Billy the kid, Bonny and Clyde, Capone y otros.
Chile no sabe lo que se pierde careciendo de una industria como Hollywood. Actores sobran… especialmente para completar el reparto exigido por directores de películas con tramas de corrupción, robos, asaltos y traiciones.
Basta ir al Congreso Nacional para encontrar más de un centenar de hábiles personajes que sin haber pasado por una escuela de teatro (ni menos aún por el Actors Studio’) tienen experiencia suficiente, toda vez que vienen representando papeles de “gente buena” y teatralizando engañifas surtidas desde hace décadas.
En su esencia humana son justo lo que las tramas exigen: no les costaría “actuar”, bastándoles pararse ante las cámaras y ser lo que son.
¿No le parece clara la similitud y desea ejemplos concretos? He aquí algunos. En Hollywood, don Corleone era el capo de los casinos de juego y de la importación de aceite de oliva… Por estos lados los “fratelli” Zaldivarini y Longueirini son capos dei capi de la mafia pesquera.
¿Más ejemplos? Allá en Chicago, don Alphonso… acá en Providencia tuvimos a don Cristián. En EEUU, Jesse James… en Chile, don Moreira. En el país del norte, destacan al Yeti, el hombre de las nieves… acá en Pelotillehue tenemos a “Yeta”, el hombre del ‘marepoto’.
Además, cuando Hollywood quiere reflejar en pantalla la peor de las maldades y mostrar la escoria del género humano, recurre a la figura de Adolf Hitler…
¿Y cómo andarían por estos rumbos las figuritas del Mamo y de don Augusto José Ramón? ¿Se da cuenta? Personajes sobran…
Y de los perros-perros.