JACOBIN
Imagen: Las multitudes levantan los puños y periódicos para saludar a Berlinguer durante su funeral, 13 de junio de 1984. (Getty Images, Alberto Roveri)
TRADUCCIÓN: VALENTÍN HUARTE
En Italia, el sistema de escala móvil logró mantener los salarios por encima de los aumentos de precios. Pero en los años 1980 llegó un gobierno socialista que puso fin a este mecanismo e inició una tendencia que deprimió los ingresos obreros durante décadas.
n agosto de 1983, Bettino Craxi llegó a ser primer ministro en Italia. Fue la primera vez que un socialista ocupó este cargo. Sin embargo, su gobierno no fue un triunfo del socialismo, ni siquiera del Partito Socialista Italiano, del que el mandatario era miembro. De hecho, Craxi es tristemente célebre por haber destruido este partido centenario con un escándalo de corrupción, que culminó con su huida a Túnez para evitar la cárcel. También jugó un rol decisivo en el crecimiento de su aliado, Silvio Berlusconi, a quien otorgó una licencia para construir un imperio televisivo privado que no tardó en conquistar la vida pública italiana. Pero para los trabajadores, el legado más importante de Craxi fue el papel que jugó en el desmantelamiento de la scala mobile [escala móvil], un mecanismo que mantenía los salarios de los trabajadores en línea con la inflación.
El Día de San Valentín de 1984, Craxi anunció lo que definió como un divorcio: una reducción de cuatro puntos del índice. Esto condujo a una larga lucha que terminó con el referéndum de junio de 1985, instigado por el opositor Partido Comunista Italiano (PCI). También planteó una serie de cuestiones decisivas en un país que tenía una orgullosa tradición sindical. ¿Era verdad que la inflación de dos dígitos —que en aquel momento afectaba a todas las grandes economías— se debía a que el sueldo de los trabajadores era demasiado alto? ¿Quién debía pagar los costos de corto plazo de la «modernización»? ¿Y quién debía decidir quién debía pagar?
La principal resistencia vino de los partidarios del PCI que formaban parte de la CGIL (Confederación General Italiana del Trabajo). El 24 de marzo de 1984, esta confederación sindical organizó una manifestación que movilizó a millones de personas. Entre ellas estaba el dirigente comunista Enrico Berlinguer, que marchó blandiendo una copia del periódico del partido, L’Unità, en la que se leía el título «ECCOCI» [aquí estamos]. Esta campaña fue una muestra del gran poder de movilización que todavía conservaba el partido, pero también de sus límites. En el referéndum, el «no» defendido por el PCI obtuvo el 46% de los votos, y no logró derogar la medida. En cualquier caso, la lucha sacó a luz las tensiones que existían entre distintas categorías de trabajadores asalariados, y lo difícil que era movilizar a una mayoría únicamente en función de las reivindicaciones salariales.
¡Fuera esa mano!
La scala mobile fue una conquista extraordinaria del movimiento obrero surgido de la resistencia en la Segunda Guerra Mundial. Introducida primero en 1945 en la industria del norte, terminó aplicándose en todos los sectores, con un único punto de convergencia nacional establecido en 1975. No era una política del gobierno, sino más bien un acuerdo entre los sindicatos y la Confindustria, que era la principal organización patronal italiana. El acuerdo implicaba que los salarios crecían de manera proporcional a una «canasta» de bienes de consumo, y además todos los trabajadores obtenían un aumento idéntico en términos absolutos. Esto hizo que todos los salarios empezaran a igualarse, porque los que cobraban menos recibían una porción relativamente más alta de su salarios a través de la scala mobile. Esta convergencia también sirvió como un impulso a la innovación, dado que los empleadores debieron buscar medios de aumentar la rentabilidad que no implicaran reducir los costos del trabajo.
La scala mobile aplicaba en el caso de los trabajadores que tenían empleos regulares y, por lo tanto, no representaba ningún beneficio para los trabajadores autónomos ni para los subcontratados o los que trabajaban en negro. Pero el mayor problema estaba en el contexto económico más amplio, definido por la crisis del petróleo de 1973, que provocó una espiral inflacionaria en todas las grandes economías. Aunque durante las décadas de la posguerra Italia había sido una economía de bajos salarios, durante los años 1960 y comienzos de los 1970, la militancia de base en las empresas había conquistado aumentos salariales significativos. Sin embargo, la inflación —que un año llegó a crecer 20%— impuso un contragolpe a los aumentos.
Los efectos redistributivos de la scala mobile produjeron tensiones entre distintos tipos de trabajadores. Aunque la CGIL, dirigida por los comunistas, defendía incondicionalmente la scala mobile, la CISL y la UIL, abiertamente menos políticas, no simpatizaban con su aplicación plana, que generaba aumentos uniformes en todas las categorías en un marco de desaceleración del crecimiento económico. En este período, la creciente mano de obra de cuello blanco empezaron a distanciarse de los sindicatos, como mostró la marcha antisindical del personal administrativo de la FIAT de 1980, y a girar hacia los socialistas de Craxi, que abandonaron su antigua alianza con los comunistas.
Fuerza en ascenso durante las décadas de la posguerra, el PCI respaldó desde fuera los gobiernos de la Democracia Cristiana de fines de los años 1970. Esta política obedeció sobre todo a una búsqueda de legitimidad institucional, que había puesto a los comunistas, marginados durante tanto tiempo, en la «zona de gobierno». Sin embargo, también implicó que el PCI tuviera que justificar las medidas que la Democracia Cristiana aplicó durante la crisis. De esta manera, en 1978, los dirigentes sindicales del PCI aceptaron rebajas salariales en nombre de la estabilidad, en el marco de una política que involucró al gobierno en negociaciones de las que hasta el momento solo habían participado los sindicatos y la Confindustria. Esto despertó una fuerte oposición en la izquierda extraparlamentaria, pero el PCI justificó su política argumentando que había que trascender la mera defensa «corporativa» de los intereses obreros.
Sin embargo, este «compromiso histórico» no tardó en desmoronarse. Cuando llegaron los años 1980 fueron los socialistas, no los comunistas, los que establecieron una alianza con la Democracia Cristiana. El retorno del PCI a un rol de oposición elevó el nivel de los conflictos en torno a la scala mobile, que desde entonces jugó el rol de una conquista totémica que debía ser defendida a toda costa. Craxi también intentó abrir una brecha en el movimiento obrero. Por eso a comienzos de 1984, dejando fuera a la CGIL comunista, firmó con los otros sindicatos un acuerdo que estipulaba una reducción de cuatro puntos en la scala mobile.
Craxi hizo pasar esta medida como parte de un plan de reestructuración más amplio destinado a servir a los intereses de los trabajadores en el largo plazo. Más concretamente, el desmantelamiento de la scala mobile vino de la mano de la promesa de fortalecer los límites a los aumentos de los alquileres y los controles de precios, y de un discurso que lo presentaba como una de las tantas medidas que aumentarían la competitividad de la industria italiana. Esto permitió que el dirigente socialista, asegurando que protegería a los trabajadores más pobres de otras maneras, hiciera quedar a la oposición del PCI como dogmática y como si no apuntara realmente a mejorar los niveles de vida de la población.
Una campaña infinita
El PCI respondió con una impresionante demostración de fuerza. Utilizó tácticas de demora parlamentaria y organizó miles de eventos locales para imponer el referéndum. Aunque la organización de extrema izquierda Democrazia Proletaria respaldó la campaña, la dirección del PCI fue indiscutible. De hecho, la manifestación del 24 de marzo de 1984 —inmortalizada en un documental de aquella época rodado por un equipo de más de cien artistas—, de la que participaron millones de personas, fue convocada únicamente por la mayoría comunista de la CGIL, sin la participación de ningún otro sindicato.
Con todo, esta campaña fue el canto del cisne del PCI: la marcha masiva en defensa de la scala mobile solo fue superada en magnitud por el funeral de Berlinguer, tres meses más tarde, que movilizó cerca de 1,5 millones de personas. Los conflictos sociales de la etapa anterior dieron otros coletazos más oscuros. En marzo de 1985, los terroristas de las Brigadas Rojas asesinaron a Ezio Tarantelli, economista de la CISL que había sido uno de los defensores de la desindexación.
La campaña por el «no» del PCI tenía todas las de perder. El partido de Berlinguer había obtenido el 30% de los votos en las elecciones generales de 1983, y ni siquiera sumando algunas porciones de las bases de otros partidos de izquierda podía asegurarse una mayoría absoluta frente a la masiva participación de la Democracia Cristiaana a favor del «sí». Craxi había subido la apuesta prometiendo que renunciaría a su cargo en caso de que ganara el «no». Cuando la victoria estuvo asegurada, el Washington Post felicitó a Craxi por el «alentador» resultado y “por su trayectoria de «recorte de subsidios industriales» y «reducción de prestaciones sociales» para corregir el rumbo de Italia..
En efecto, la destrucción de la scala mobile fue un hito en un proceso mucho más amplio de utilizar la rebaja de los salarios para hacer que la economía italiana fuera más «competitiva». La rebaja de los salarios llegó de la mano de las privatizaciones y de la austeridad presupuestaria, que continuaron su rumbo sin interrupciones hasta comienzos de los años 1990. Hoy vemos los desastrosos resultados de este proceso. La obsesión por reducir los costos del trabajo hundió a Italia cada vez más en un modelo de baja inversión y baja calificación, aun cuando su integración al euro mantiene a su moneda en niveles artificialmente caros.
En 1992, la scala mobile fue abandonada por completo en el marco del presupuesto de austeridad de «sangre y lágrimas» aplicado por otro primer ministro socialista, Giuliano Amato, con el fin de mantener a Italia en el Sistema Monetario Europeo. Bruno Trentin, dirigente de la CGIL, puso la firma justo antes de renunciar. Tres décadas más tarde, este dogma obsesivo de impulsar el crecimiento rebajando los costos laborales sigue desarrollándose a toda velocidad.
Artículo publicado en el número 8 de la edición impresa.
DAVID BRODER
Historiador, editor de Jacobin Magazine (EE.UU) y autor de First They Took Rome (Verso, 2020).