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Batalla de Stalingrado

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 Por Juan Castel

El inicio de las agresiones entre el ejército de la Alemania nazi y el ejército rojo en las inmediaciones de la ciudad de Stalingrado respondía a un desvío de la imparable operación “Fall Blau”, que perseguía como fin tomar los pozos petrolíferos a lo largo y ancho del Cáucaso. La Fall Blau era parte del cerco formado por las fuerzas del eje en la masiva operación Barbaroja, encabezadas por las Wehrmacht, acompañadas por los ejércitos de cinco países títeres de la Alemania nazi y los milicianos fascistas de Italia y España que respondían al llamado de odio sanguinario enarbolado por los nazis.

El 22 de junio de 1941: El ejercito de la Alemania nazi invadió la Unión Soviética con más de tres millones de soldados de las Wehrmacht y con un aproximado de novecientos mil soldados de las milicias fascistas de los países satélites de Alemania y de sus  aliados italianos y españoles, en  una traición ya esperada por los servicios de inteligencia occidentales y promovida por la mala organización imperante en el ejército rojo, poco equipado y estratégicamente mal situado. El Estado Soviético depositaba su confianza en el “Tratado de no agresión entre el Tercer Reich y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas” más conocido como pacto Ribbentrop-Mólotov, firmado un 23 de agosto del año de 1939. Este tratado solo hizo que se mantuviera la mala preparación y adiestramiento, junto con el retraso material del ejército rojo. El descuido imperante del Estado Soviético le daría a las fuerzas fascistas el ánimo para lanzar la masiva operación, confiando en que alcanzarían los objetivos de la invasión antes del invierno de 1941. Los errores cometidos por Stalin al negociar con los fascistas permitirían a éstos rápidos avances después de penetrar la frontera soviética, con poca o mínima resistencia, brindada solo por los partisanos soviéticos que mantenían algunas líneas de resistencia, causando bajas en la retaguardia, formada por los aliados fascistas del eje.

La valiente resistencia de las masas obreras a lo largo del frente oriental retrasaría desde los primeros días de la invasión el avance alemán. Al acercarse el invierno de 1941 el alto mando nazi buscaría replantear la invasión, que había entrado en un punto muerto al no poder consolidar el avance hacia Moscú y la toma de Leningrado en el norte. Con la llamada “Operación Azul” el alto mando nazi buscaba capturar los pozos petrolíferos en el Cáucaso, recurso del cual dependía Alemania para mantener el frente oriental. Dejando de lado el objetivo simbólico que significaba la captura de Moscú, se otorgó la misión al  6° Ejército al mando del general Friedrich Paulus, que avanzaba después de tomar la ciudad industrial de Járkov y defenderla de una contra ofensiva fallida de las fuerzas soviéticas. Paulus avanzaría rápidamente junto con  4º Ejército Panzer sobre el siguiente objetivo: la ciudad de  Vorónezh. El 28 de junio comenzó la ofensiva que buscaba cerrar el cerco sur en el Cáucaso, que pronto dejó claro que los alemanes no atacarían Moscú, como lo había predicho Stalin al apostar todas las fuerzas a las afueras de Moscú. A la pronta caída de Vorónezh, se sumaron los errores del mariscal Semión Timoshenko, quien no logró reagrupar el total de sus tropas después de la fallida contra ofensiva para liberar Járkov, y la caída de la ciudad de Rostov, donde se encontraba el resto de ellas.

El 23 de agosto 1942, después de una masiva preparación que no había cambiado mucho la desventaja que poseían las fuerzas soviéticas ante el avance vertiginoso de los nazis, éstos, apoyados por un intensivo bombardeo de la Legión Cóndor, la misma que había contribuido a bombardear Guernica durante abril del 1937, se lanzaron sobre Stalingrado. Los bombardeos continuos sobre la ciudad durante la primera semana de la ofensiva dejaron  reducidas a ruinas todo lo que quedaba de la ciudad industrial y causó cuarenta mil bajas civiles. La Wehrmacht logró penetrar la ciudad, gracias a las directrices criminales del propio Stalin, quien decidió sitiarla para evitar que las masas civiles pudieran escapar de ella, una táctica que buscaba fortalecer moralmente al disminuido Ejército Rojo, y que solo acrecentaría el número de muertos civiles.

En las semanas siguientes seguiría un recrudecimiento de los enfrentamientos entre las fuerzas fascistas y  los milicianos y resabios del Ejército Rojo, que combatían periódicamente para mantener puntos de resistencia. La táctica de guerra de guerrillas es lo que Hitler había querido evitar al avanzar rápidamente sobre las ciudades del sur, y al  tratar de que no se diera un detenimiento de la Wehrmacht, como había sucedido en Leningrado y en Moscú, donde la batalla se encontraba muerta desde el invierno del 1941. El 14 de septiembre, después de un largo estancamiento de la ofensiva alemana, se preparó un gran ataque que buscaba culminar la toma de Stalingrado y así acabar con los reductos de resistencia que se mantenían en el interior de las ruinas de la ciudad. Al avanzar la ofensiva y llegar hasta el enclave del Volga, donde se mantenía un constante envió de refuerzos soviéticos, los alemanes fueron detenidos por fuertes emboscadas, lo que les obligó a abandonar la idea de una asalto masivo.

Las fuerzas fascistas, al no poder tomar la ciudad en su totalidad, pasaron a una táctica de corta distancia, que causaría grandes bajas de ambos bandos y también en las masas civiles, que formaban parte de las milicias que combatían valientemente contra el invasor, dándose caso de mujeres y de niños que luchaban entre las ruinas y en las plazas donde los alemanes colocaban el grueso de su artillería. Esta etapa seria la que más vidas cobraría, ya que muchos soldados soviéticos no contaban con fusiles propios y debían esperar a que sus compañeros murieran para poder seguir combatiendo.

La llamada “Rattenkrieg” o “Guerra de Ratas”, seria la táctica de desgaste que acabaría lentamente con el debilitado ejército alemán, que empezaba a verse disminuido moralmente por el temporal de un crudo invierno y las enfermedades que este conlleva. A esto se le sumaba la llegada de una ofensiva preparada para debilitar los flancos del ejército alemán que se encontraba en las ruinas del centro de la ciudad. La llamada “Operación Urano” buscaba desarticular de una vez por todas las líneas de combate alemanas y dejar aislados a los combatientes que quedaban del 6° Ejército. El cerco levantado por la operación Urano estaba al mando del mariscal Vasily Chuikov. El 31 de enero por la mañana, el recién ascendido mariscal Paulus se rendía junto con noventa mil soldados alemanes de un ejército que comenzó la invasión con doscientos cincuenta mil.

Stalingrado nos dejó la batalla más sangrienta de la historia humana, una batalla que no negoció vencidos ni vencedores, era una batalla de aniquilación de las fuerzas. Las atrocidades de las guerras prolongadas eran algo natural para el ídolo fascista que encarnaba en las filas nazis y de sus aliados. El imperialismo occidental, y los errores de Stalin construyeron los tiempos futuros para las derrotas, para los tiempos de desastre. Solo el valiente esfuerzo y sacrificio de los ideales socialistas de octubre que defendieron las masas populares y obreras, desde el comienzo de la invasión hasta la decisiva victoria de la batalla de Stalingrado, logró mantener una permanece resistencia ante la maquinaria nazi que parecía imparable. Cerca de un año de luchas encarnizadas dejarían destruido el 6to ejército nazi y desmoronaría los planes de Hitler de poder seguir avanzando hacia el Este. Sin las reservas de carburantes del Cáucaso, la máquina de guerra nazi recibía el golpe que evitaría que volviera a tener victorias en el Este y desaceleraría sus ofensivas en los otros frentes.

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