Inicio Cultura y Arte Las fraudulentas clínicas inglesas de fertilización de los 1970’s

Las fraudulentas clínicas inglesas de fertilización de los 1970’s

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Por Adán Salgado Andrade

En la excelente cinta española Torremolinos 73, (2003), dirigida por Pablo Berger, y estelarizada por Candela Peña y Javier Cámara, basada en hechos verídicos, que tomaron lugar en 1973, Peña y Candela personifican a Carmen y Alfredo, una pareja de entonces, incapaz de tener hijos. Alfredo, era vendedor de enciclopedias, de puerta en puerta. Por esos años, con la venta de fascículos semanales de enciclopedias en los puestos de periódicos, eran pocas ya las que lograba vender, así que la situación del matrimonio, era precaria, no teniendo ni para pagar la renta muchas veces.

Sin embargo, un día el jefe de Alfredo, le propone que éste se incorporara a un programa para producir “material didáctico” sobre “reproducción humana”, que se distribuiría y vendería en Escandinavia. Cada video, sería pagado en 50,000 pesetas de entonces, “más un plus”. Alfredo, inicialmente, se rehúsa, diciéndole a Carmen que “mi mujer no hace esas cosas, ni para un experimento científico, ni para el Papa”. Pero, cuando ella le pregunta que cuántas enciclopedias tendría él que vender para juntar tal cantidad, Alfredo le dice que 154. Eso, más la advertencia del jefe de que si no lo hacían, sería el fin de la relación laboral con la editorial, lleva a la pareja a consentir. Los videos fueron tan buenos, que rápidamente tuvieron éxito, convirtiéndose Carmen en un símbolo sexual escandinavo del cine pornográfico. Mas ella no era feliz, por la falta de  hijos. Buscaron adoptar un hijo, pero eran tiempos del franquismo, y los requisitos para conseguirlo eran bastante rígidos, además de que en su nueva condición de pornoactores, menos las monjas (que eran las encargadas de eso), lo habrían permitido.

Alfredo insistía en que el problema de infertilidad era de Carmen. Cuando fueron a hacerse costosos análisis – pues ya tenían dinero de sobra para eso –, resultó que el del problema era Alfredo, porque era azooespermático (carencia de espermatozoides en el semen). Fue un duro golpe para la hombría de Alfredo. Así que, convencida Carmen de que ella sí podía tener hijos, decide aprovechar una escena de una película dirigida por Alfredo, “Torremolinos 73” (de la que existen pocas copias), cuando es penetrada por un pornoactor (Mads Mikkelsen), y evita que él se salga antes de eyacular. De eso, Carmen resultó embarazada y tuvo una linda, rubia niña, que Alfredo, muy a su pesar, quiso como si fuera su propia hija (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Torremolinos_73).

Para muchos matrimonios, en todo el mundo, es algo cotidiano que, por distintas razones de salud o fisiológicas, como en el caso de Carmen y Alfredo, no puedan concebir hijos. Eso ha sido aprovechado por vivales “doctores” de “clínicas de fecundación”, que se han servido de su ventajosa posición y esa fuerte necesidad de matrimonios de tener hijos a como se pueda.

Justamente es lo que expone el artículo de The Guardian, titulado “El gran engaño del esperma: ‘Jugaron con la vida de las personas’ “, firmado por Jenny Kleeman, en el que describe los excesos a los que llegaron las “clínicas de fecundidad” de los 1970’s, con tal de satisfacer a sus clientes, mujeres, sobre todo, para que pudieran embarazarse y procrear hijos (ver: https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2021/sep/25/the-great-sperm-heist-they-were-playing-with-peoples-lives).

Inicia Kleeman exponiendo el caso de Catherine Simpson, quien siempre creyó ser la hija de su padre, George. Pero supo la verdad, cuando él murió y tuvieron problemas con el testamento. Sarah, la madre de Catherine, le confesó que George nunca pretendió tener hijos y por eso, desde que se casaron, él se había hecho la vasectomía. Pero cuando, por fin, George, sí quiso tener hijos con Sarah, la vasectomía, no pudo revertirse. “Fue cuando Sarah acudió a consultar con una obstetra, la doctora Mary Barton, la que la inseminó con semen, que pertenecía, supuestamente, a un donador anónimo”. El hijo mayor de Catherine, nació de ese procedimiento. Pero para muchas otras mujeres, Barton empleó el semen de su esposo, para embarazarlas, así que “se estima que él pudo haber concebido unos 600 hijos”, señala Kleeman.

Catherine fue la segunda hija de Sarah, pero ella fue producto de la fecundación en otra clínica, “ya que, por entonces, Mary Barton, había cerrado su clínica, pero las dirigió a la del doctor Reynold H Boyd, que quedaba “a unas cuantas puertas calle abajo”. Este doctor, igualmente falto de toda ética, como la doctora Barton, aunque tenía donadores, a los que les pagaba unas cinco libras de entonces, por cada muestra de semen, a muchas mujeres, las inseminó con sus propios espermatozoides.

Catherine, veía que su propia hija se parecía a Boyd, así que supuso que ese poco ético doctor sería su verdadero padre biológico y el abuelo de su hija. “Pero Catherine hizo una búsqueda en Ancestry.com, un sitio que archiva la información genética de personas que la han subido allí para hacerla pública. Y, para su sorpresa, al comparar su propio genoma, halló que no era Boyd su padre, sino Paul Watts, un hombre que se dedicó en el pasado a hacer mudanzas”. El hombre, de 83 años en la actualidad, fue tomado por sorpresa, pues “nunca fui donador”, le dijo a su hija biológica. Sin embargo, lo que realmente sucedió fue que en la clínica del doctor Boyd, le habían tomado una muestra de su semen, para determinar las causas de que Watts y su esposa no pudieran tener hijos. No sólo sirvió esa muestra para el análisis, sino para fecundar a Sarah, sin Watts saberlo.

“Se determinó que la esposa de Watts tenía endometriosis (trompas de Falopio obstruidas) y luego de un tratamiento, a los 37 años, ella y él, pudieron tener a una hija, Jane”. Y nunca concibieron más hijos, a pesar de que lo desearon. “Pero cuando Catherine le dijo que él era su padre biológico, Paul y su esposa, se alegraron de saberlo. Finalmente, Jane, la hija de ellos, tenía una media hermana”, señala Kleeman.

Catherine quiso decirle a Sarah, su madre, que por fin sabía quién era su padre bilógico, “pero cuando llegó a su casa, la señora había muerto”. Dice Catherine que le habría gustado que lo supiera, incluso, que ella misma, lo hubiera sabido antes. “Pero mis padres practicaron lo de que era mejor no decir nada, para que no tuviéramos problemas de ansiedad y depresión”.

Es uno de los ejemplos que se dan, de cómo esas fraudulentas, inmorales clínicas, engañaron a mucha gente, “aprovechando la legislación de entonces, de que los donadores de semen, debían de permanecer en el anonimato”. Doctores como Boyd, se precian de ser “pioneros de la fertilización in vitro y de haber hecho felices a muchas mujeres. Eso lo escribió en su obituario, poco antes de morir, a los 90 años, en 1991”.

Claro, ocultaban decir que, para ahorrarse lo de los donadores, muchísimas veces eran ellos los que proporcionaban el fecundador semen. Pero eso no se justifica mucho, pues cobraban muy caros sus servicios, a las desesperadas parejas que los buscaban. En mi opinión, muy probablemente también haya sido por una cuestión de machismo, de “hombría”, sentirse “orgullosos” de fecundar a tantas mujeres, pues seguramente era como si las poseyeran sexualmente, sin hacerlo cuerpo a cuerpo. En el caso de la doctora Barton, es más extraño, pero quizá haya tenido un pacto secreto con su esposo, para fecundar a tantas mujeres con el semen de él. Probablemente, el señor la dominara. Nunca se sabrá, pues ella insiste en que “es confidencial, quiénes fueron los donadores de sus pacientas”.

Ahora, ya, la legislación inglesa, establece la obligatoriedad de que se sepa quiénes son los donadores, para evitar los descritos dramas, de no saber, los que han nacido de donadores, quiénes son sus verdaderos padres biológicos. Eso, sobre todo, por si llegaran a heredar males congénitos, que sólo las historias clínicas de los donadores, pueden proporcionar esa vital información.

Otro caso de fraude biológico, es el de Fiona Darroch, “una sudafricana concebida mediante donador, quien descubrió que su padre biológico era el doctor de fertilidad de su madre. El hombre, había usado su propio semen, sin su conocimiento, ni su consentimiento”.

Lisa Turner, fue otra mujer concebida mediante donador en la clínica del doctor Boyd. A los 26 años, le diagnosticaron diabetes tipo 1 y como los doctores quisieron saber sobre los antecedentes familiares, cuando ella les preguntó a sus padres, “guardaron profundo silencio y fue cuando se enteró de que su padre, no lo era”. Investigando por su cuenta y acudiendo a la ayuda de unos “detectives genéticos”, pudo saber que su padre biológico era un hombre que andaba en sus años 80’s de edad. “Arreglaron para conocerse, pero, por desgracia, el hombre murió de covid y ya no pudieron hacerlo”, dice Kleeman.

Uno de los donadores que llevaban su muestra de semen dos veces a la semana, a la clínica del doctor Boyd es Michael Beeney, actualmente un cirujano retirado. “Yo llevaba mis muestras, me pagaban entre 3 y 5 libras por cada una y ya, era un asunto de mero dinero. El doctor Boyd era un simple negociante, quien hacía las fecundaciones por simple negocio. Eso sí, siempre se aseguraba de que no fuera  mi muestra de semen reciente, pues si sabía que había estado con mi novia la noche anterior, no la aceptaba”, declara a Kleeman.

Pero Beeney se rehúsa a compartir su información genética, “pues podría haber muchas suspicacias”, dice. De todos modos, debió de haber fecundado Boyd a muchas mujeres con el semen de Beeney.

En fin, Catherine, Fiona y Lisa, son sólo tres víctimas de las cientos de miles que debe de haber, creyendo que nacieron del semen de un donador anónimo, cuando que, en realidad, varios doctores que administraban las clínicas de fecundación son sus padres biológicos. “Muchos lo hicieron. El Dr. Jan Karbaat, en Holanda, fue padre de al menos 75, cuyos padres, ni se preocuparon por saber la verdad. El doctor Donald Cline, de Indiana, fue padre de más de 50. El doctor Cecil Jacobson, en Virginia. El doctor Jan Wildshcut, en Holanda y el doctor Norman Barwin, en Ottawa, Canadá, a cuyos pacientes e hijos, se les ofreció recientemente una compensación por 9.58 millones de dólares (192.12 millones de pesos), por el fraude biológico”.

Si para las víctimas es traumático saber que decenas de ellas fueron concebidas por un solo “médico” que engañó a sus madres, diciendo que habían sido fecundadas mediante un “donador anónimo”, para esos inmorales “doctores”, fue, muy probablemente, un experimento para probar su machismo procreador.

Contacto: studillac@hotmail.com

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