Inicio Análisis y Perspectivas Lo que aún nos debemos. (Pandemia, elecciones y luchas sociales)

Lo que aún nos debemos. (Pandemia, elecciones y luchas sociales)

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REYNALDO LACÁMARA Y VÍCTOR SÁEZ 

Diario Hoja en Blanco 14 JULIO 2021

https://www.diariohojaenblanco.cl/

Imagen: El juramento del juego de pelota (1791). Jacques-Louis David

“Este momento histórico requiere el apoyo y refuerzo de un nuevo sujeto colectivo (activo desde su propia conciencia crítica) capaz de apropiarse y resignificar los espacios públicos en función de un nuevo proyecto de transformaciones estructurales.

Incertidumbre, precariedad e inseguridad, que en el escenario de la pandemia parecen sorprender (cuando no espantar) a muchos son, sin embargo, para otros (la gran mayoría) modos cotidianos de vida con o sin pandemia. 

Ellos son los que reciben los frutos de la unilateralidad económica y social, de la exclusión y del mesianismo político oportunista y corrupto. 

Esa gran mayoría ha aprendido, desde siempre, a vivir (o más bien sobrevivir) con la incertidumbre del día a día. Esto seguirá marcando su vida incluso cuando pase la emergencia sanitaria. 

Por lo mismo, el momento actual requiere una respuesta ético-social nueva y transformadora, cuyo eje sea la justicia, la solidaridad y la dimensión social del ser humano. 

Las últimas décadas han estado marcadas por un trabajo, permanente y consecuente, de diversos movimientos sociales centrado en la lucha por el agua, la recuperación de las cuencas, la lucha contra la deforestación, el monocultivo, acompañado de la lucha sectoriales de género y sus reivindicaciones, de las minorías étnicas y sexuales,  de las demandas anti AFP, la salud, la educación, así como centenares de miles de personas luchando diariamente desde sus barrios y territorios contra las empresas constructoras que depredan los espacios. En pandemia hemos visto el florecer solidario y fraterno de ollas comunes en Santiago y en todas las ciudades del país. 

Millones de personas que no se identifican con los Partidos Aparato (PA) y que de manera consciente no acuden a votar porque no se sientes identificadas con los partidos del Mercado de la Política. 

Los PA trabajan al interior de una economía basada en exportaciones, pero que favorece sólo a empresas gigantescas, de capital privado, apoyadas en nuestro propio dinero, el que han logrado expoliar (sin ningún tipo de escrúpulos) a través de las AFP durante décadas. 

Los PA no pueden (ni tampoco lo intentan siquiera) escapar a ese sistema económico, pertenecen a él, han usufructuado largamente de sus dones. Tampoco pueden escapar del pauteo de una constitución, la actual, que fija sus límites dentro de una institucionalidad que pretende el control absoluto de esas reglas económicas. El ejemplo más elocuente es el Tribunal Constitucional y sus estrictas normas de apoyo a la llamada “libre competencia”. “Libre competencia “ basada en un artículo esencial de esta constitución, el cual no permite al Estado desarrollar o participar en ningún tipo de negocio o emprendimiento, porque esto constituye una desigualdad para la empresa privada y su virtuosa y lucrativa “libre competencia”. 

Algunos intelectuales de izquierda atribuyen a la falta de educación cívica la derrota de la candidata de Apruebo Dignidad en segunda vuelta de gobernadores en Santiago. Sin duda que esta falta de educación cívica existe. La decretó la dictadura y los gobiernos neoliberales que le sucedieron. Pero no se preguntan por los, probablemente más de tres millones de personas, que decidieron no ir a sufragar para no votar por “más de lo mismo”. Miles de esas personas, como hemos mencionado, vienen desarrollando un arduo trabajo en sus comunidades y sus territorios, desde hace decenas de años en algunos casos, sin que la dirigencia de los partidos repare siquiera en ellos o en sus necesidades. 

También cabría preguntarse qué clase de educación cívica necesitamos, cuáles deben ser sus contenidos y si el modo de entender y expresar “lo cívico” por parte de los aparatos de poder merece al menos llamarse “educación cívica”. 

Por otro lado, hay quienes pretenden hacernos creer que la superación de la actual crisis político-social pasa solo por un cierto “cambio de actitud” y no por una transformación del sistema que hoy colapsa ante nosotros. Esa propuesta no es más que el reflejo del análisis sesgado y tendencioso que la clase dominante realiza y socializa acerca de las causas de dicha crisis. 

El proceso deshumanizador puesto en marcha nos es casual ni ajeno a intereses políticos y económicos relacionados directamente con el Poder y sus aparatos orgánicos partidistas. Un sujeto deshumanizado es mucho más fácil de controlar y manipular.

La huida consumista “hacia adelante” que acompaña a la experiencia social en pandemia forma parte sustancial de la instalación de dicho proceso. Una sociedad acrítica se vuelve conformista. Por lo mismo, los operadores del Poder se apresuran (por diversos medios) a silenciar toda crítica que pueda despertar en el sujeto, y en el colectivo,  una conciencia y una acción cuestionadora y/o transformadora. Muchas veces esta práctica se vale del llamado a la “unidad” y a “mirar hacia adelante” como placebo de la verdad y de sus consecuencias políticas sociales y sanitarias. Esta ambigüedad provoca desesperanza, inmovilismo y desencanto. Entonces lo político se reduce a negociar desde, y para la ambigüedad en beneficio de sus postuladores o promotores. 

El paisaje se está democratizando, generando una visión compartida de la polis y su gestión. De esta manera el “futuro”, que pareciese nunca empezar, se logra percibir como desafío y consecuencia y no simplemente como la proyección al infinito de las mismas estructuras y maquinarias de sometimiento que el presente, secuestrado por los mecanismos del Poder y sus estructuras, pretende hacer ver como escrito sobre piedra. 

Los sistemas de dominio vigentes, en especial los proyectados desde las orgánicas político-partidistas hacen suyo en su análisis y propuestas una clara tendencia a la pareidolia social. De ese modo proyectan en la realidad social y política sus matrices inocuas y estériles, alejados de lo real y cotidiano de la gente. Lo mismo que cuando en las nubes creemos ver rostros, animales y castillos que solo habitan nuestra mente. 

La clase política (que se genera y auto valida como tal) se espanta y entra en crisis emocional y estructural en el mismo momento en que la ciudadanía se moviliza y asoma como sujeto protagónico en lo social y político y sobre todo (donde más acusa el golpe) en lo electoral. El “fantasma” de independientes ”inorgánicos” que puedan arrebatarle sus parcelas de poder y privilegios, les causa espanto. Las recientes elecciones municipales, de gobernadores y constituyentes, con la consecuente desesperación reactiva de los aparatos orgánico-partidistas ahorran cualquier tipo de comentarios al respecto. 

Este momento histórico requiere el apoyo y refuerzo de un nuevo sujeto colectivo (activo desde su propia conciencia crítica) capaz de apropiarse y resignificar los espacios públicos en función de un nuevo proyecto de transformaciones estructurales. Es fundamental en este aspecto el tránsito desde una democracia representativa hacia una democracia deliberativa, marcada por una alta participación e incidencia de los movimientos sociales. Frente a esta alternativa opera una clase política que defiende claramente sus propias cuotas de poder e intereses sectoriales. El tránsito requerido supone el cultivo de la conciencia crítica por parte de la ciudadanía, como elemento basal para una nueva experiencia de participación real. 

En este aspecto la cultura (en todas sus expresiones) juega un rol prioritario a la hora de extender e instalar esa conciencia crítica en todos los niveles sociales. Para que la cultura pueda convertirse en ese instrumento privilegiado es prioritario abordar, y desestructurar, el fenómeno de mercantilización (con la emergencia e instalación del concepto de “Industria Cultural” como punta de lanza) que ha dado lugar al florecimiento de corporaciones, fundaciones, sociedades de gestión, observatorios, etcétera que han lucrado de manera permanente con recursos del Estado, que debieran ser adjudicados y gestionados, de un modo menos burocrático por medio de una relación directa y transparente entre los correspondientes organismos estatales y los propios creadores. Es lo menos que se puede exigir a la hora de pensar en una transformación cultural profunda y proyectable en el tiempo, que encarne sobre todo la riqueza humana de un pueblo que aún no termina de luchar, apurando un poco, cada día más, el futuro digno que nos merecemos…y aún nos debemos.

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