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¿Por qué lucharon los jóvenes combatientes?

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por Gustavo Burgos

El Porteño

El día de hoy, 29 de marzo, conmemoramos un año más de los luctuosos asesinatos perpetrados ese ahora lejano 1985 del terror. Los gloriosos nombres de los caídos, Paulina Aguirre, Eduardo y Rafael Vergara y de Mauricio Maigret no sólo enlutan al MIR y a la lucha popular, sino que simbolizan la entrega, el coraje y la inmolación de toda una generación de jóvenes que desde las poblaciones, universidades, liceos y centros de trabajo, entregó su vida por la causa de la revolución. El día anterior habían sido secuestrados los militantes comunistas Santiago Nattino, Manuel Guerrero y José Manuel Parada, quienes a la víspera del 30 aparecerían salvajemente degollados en las inmediaciones del Aeropuerto Pudahuel. La Dictadura pinochetista abría las compuertas del horror en defensa del régimen del gran capital y el imperialismo, bajo el inclemente Estado de Sitio se enfrentaban la revolución y la contrarrevolución.

Somos conocedores de los hechos que llevaron al asesinato de estos compañeros, de quiénes fueron sus autores materiales e intelectuales. Sabemos a quiénes servían estos verdugos. Conocemos igualmente la impunidad que amparó a los criminales, promovida hasta hoy por los defensores de «la medida de lo posible», los defensores del orden capitalista y la transición democrática.

Sin embargo, queremos hoy detenernos en la motivación política subyacente al combate de toda esta generación. No hacemos referencia con ello a cuestiones de orden psicológico ni moral, sino que al carácter de clase del levantamiento popular que se alzara en contra de la Dictadura en 1983, que se iniciara con las Jornadas de Protesta Nacional convocadas por el Comando Nacional de Trabajadores y tuviese como hitos trascendentes los paros nacionales del 30 de octubre de 1984 y el 2 y 3 de julio de 1986.

Se ha hecho lugar común señalar que estos luchadores se alzaron en contra de la Dictadura en reivindicación de la democracia, los DDHH, las elecciones libres y —en un formato aún más degradado— por la hiper abstracción de la «dignidad». Es el discurso democrático y pacifista que ve en ellos «víctimas» carentes de toda significación revolucionaria.

No compartimos esta visión. No los consideramos víctimas, sino que luchadores caídos en el combate por la emancipación de los explotados. No eran inocentes, si por tal se pretende señalar a quienes no son conscientes del papel que juegan en la lucha de clases. Eran culpables de alzarse en contra de los poderosos y el orden patronal, por lo mismo al reivindicar el juicio y castigo a sus asesinos no hacemos otra cosa que dar continuidad a la lucha revolucionaria de la que esta generación fue parte.

Es un hecho que la Dictadura Militar fue derrotada política y socialmente, forzada a abandonar el poder, como el resultado del estallido revolucionario que asoló el país de 1983 a 1988. Si el régimen fue salvado en definitiva, ello se debió única y exclusivamente al accionar de las direcciones políticas de la Alianza Democrática (PS-DC) y el Movimiento Democrático Popular (PC) que condujeron a la oposición a la vía muerta del proceso electoral del Plebiscito de 1988 y a partir de ahí a la transición de los treinta años.

Es un hecho indubitado que la política del Partido Comunista de calificar al año 1986 como «el año decisivo» , lo fue no para propiciar la caída revolucionaria de la Dictadura pinochetista, sino que para abrir paso a una salida pactada en los términos de la Asamblea de la Civilidad, la Concertación y la política de desmovilización por las elecciones libres.

No cabe duda que las direcciones políticas bajo las cuales batalló la generación de los jóvenes combatientes, fueron responsables del curso ulterior del proceso. No trataremos de analizar acá en qué forma tales direcciones, fundamentalmente del PC, PS y el MIR, resultaron totalmente incapaces para dar una conducción clasista y revolucionaria al movimiento.

Pero este problema no puede impedir aquilatar la valiosa experiencia política que aportaron estos combatientes y dentro de este punto, resulta fundamental reivindicar su capacidad de comprensión de que no hay vías institucionales para la resolución de los conflictos sociales. Esta generación contribuyó a demostrar en la práctica que solo mediante la movilización, la acción directa y la organización revolucionaria se abrirán los caminos que el proceso reclama.

En este punto es pertinente poner de relieve que la derrota de las concepciones foquistas, como forma de conceptualizar programáticamente la violencia revolucionaria, debe dar paso a la reivindicación de un debate sobre el problema militar que ponga en el centro la necesidad de la construcción de un partido obrero revolucionario. Acá no se trata de un debate pacifista sobre la legitimidad de la violencia revolucionaria, al estilo voto/fusil. De lo que se trata es entender esta violencia como una acción de las masas, del conjunto de la clase trabajadora cuya orientación ha de ser un auténtico Gobierno de Trabajadores, un gobierno de los explotados asentado en los órganos asamblearios de poder que el propio proceso proponga.

Puesto en un sentido histórico general, es la lucha de clases, el desarrollo del proceso revolucionario socialista el que condiciona la estrategia y los métodos del movimiento. La destrucción del Estado, la socialización de los grandes medios de producción, el desmantelamiento del aparato represivo patronal, son las condiciones necesarias para la estructuración de tal Gobierno de los explotados.

La gloriosa generación de los Jóvenes Combatientes, que encuentra en Paulina, Eduardo, Rafael y Mauricio su mayor representación, nos legó una tradición que debemos atesorar como una expresión genuina de la clase trabajadora. Los Jóvenes Combatientes se alzaron, tomaron las armas, ganaron calles y avenidas con barricadas, pusieron el pecho a las balas, impulsados por la noble tradición de gestas de la clase obrera durante todo el siglo XX. Porque los Jóvenes combatientes tomaron en sus manos la lucha del proletariado pampino, de las Mancomunales, del proletariado industrial que estructuró la FOCH, la CUT, de los gloriosos Cordones Industriales, gérmenes de doble poder. El estruendo de la revolución frustrada en 1973 por el Golpe fascista sostuvo el gesto de esta generación y la dispuso a pasar a la ofensiva.

Por eso, cuando hablamos de los Jóvenes Combatientes no hablamos de algo del pasado, de anécdotas horrorosas que no deben o no pueden volver a ocurrir, como dice la Cantata: «no sigan allí sentados, pensando que ya pasó». Porque reivindicar su memoria es disponerse a golpear en el centro el nuevo proceso reaccionario de transición que disponen Piñera, sus asesinos y la comparsa de piratas del Acuerdo por la Paz. Porque el legado que reivindicamos vive en la Primera Línea, vive en las luchas obreras, en las organizaciones de base, en las asambleas y cabildos que protagonizaron el levantamiento popular del 18 de Octubre. Dar expresión política, de poder, al levantamiento es en estos momentos una cuestión acuciante como lo es derrotar las concepciones reformistas que reducen —desde hace 30 años—todo el accionar de los trabajadores a «unirse para impedir que gane la Derecha». Este 29 de marzo reivindicamos a los caídos, reivindicamos la unidad no con la miserable cantinela de «impedir que gane la Derecha», sino que alzamos las banderas unitarias de la clase trabajadora para que gobiernen los explotados, honraremos su memoria con la revolución obrera.

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