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El gobierno en su hora más oscura

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Arturo Alejandro Muñoz

Ríase, si eso quiere…pero le aseguro que he vuelto a recordar (tarareando casi en solitario) aquella canción perteneciente a una antigua telenovela mexicana titulada “Muchacha italiana viene a casarse”.  Recuerdo a la simpática Angélica María en el  rol principal y que además  interpretaba el tema que he mencionado. La canción de marras comenzaba con la estrofa que me permite iniciar estas líneas. “¿A dónde va nuestro amor, cariño mío?”.

Varios amigos que son sempiternos votantes por candidatos de la derecha, se hacen la misma pregunta debido a que –según ellos- Sebastián Piñera, en este, su segundo período como gobernante,  ha perdido no sólo el control de sus huestes partidistas sino, también, las riendas de la administración.  Lo peor, para esos amigos, es que al parecer ya no queda tiempo para enmendar el rumbo zigzagueante e impopular que el mandatario ha transitado desde hace 30 meses.

Es así que no debe desestimarse un hecho que se ha repetido en la administración de Sebastián Piñera (tanto en la primera -2010-2014- como en la actual), y que da a entender cuán poco margen de acción deja el presidente a sus jefes de carteras ministeriales, lo que redunda en un concierto de desmentidos, aclaraciones y explicaciones varias, como también en una pérdida de brújula política que resulta ya indesmentible. Un corolario de lo anterior es el ir y venir, el entrar y salir, el juramento y renuncia de muchos ministros que abandonan el barco porque nunca poseyeron autoridad alguna para ejercer sus funciones, y tuvieron que hacerse cargo, cual mochila personal, de las ideas y órdenes del presidente, aún sabiendo que eran absolutamente impopulares. Con ello, por supuesto, pagaron caro por culpas que en estricto rigor no les correspondían. Vea usted lo siguiente, que no es poquita cosa.

Un ministro de cultura (Mauricio Rojas) no alcanzó a durar una semana en su cargo. Y menos de 100 días aguantó Víctor Pérez, transformándose en el ministro del Interior que menos tiempo ejerció ese cargo desde el retorno a la democracia. Cecilia Pérez y Karla Rubilar han estado jugando a las sillas musicales desde la primera administración. Harald Beyer fue destituido el 17 de abril de 2013 por el Senado al considerarlo culpable de uno de los tres capítulos de la acusación constitucional, que le imputaba la negativa de fiscalizar la existencia de lucro en la educación superior. Pero, lo acontecido en este último trimestre del 2020 supera con creces lo anterior, y abre puertas a la crítica ácida y necesaria debido a la existencia de datos indesmentibles que dejan en muy mal pie a algunos ministros.….y a su jefe, obviamente.

El día 13 de junio del año 2010, en su cuenta de Twitter, Sebastián Sichel había escrito: “Piñera vale callampa” (sic). Sin embargo, cuando fue Vicepresidente de CORFO se saltó olímpicamente los requerimientos exigidos por la Alta Dirección Pública, y ‘apitutó’ en puestos claves a varios de sus amigos. No fue la única vez; años más tarde repitió esa misma operación en el Banco Estado.   Y del ‘vale callampa’ saltó magistralmente al “viva Tatán” debido a que este le privilegió nombrándolo jefe máximo del Banco Estado donde, luego de cortos seis meses en los que dedicó su tiempo a hacer campaña política, abandonó el puesto dejando una estela de críticas al interior de esa entidad, como ha sido posible observar y, además enterarse, mediante las declaraciones de los dirigentes sindicales de ese banco, concretamente, las emitidas por el Marcos Beas (presidente del sindicato único de BancoEstado), quien aseguró que la de Sichel ha sido la “administración más nefasta que hemos tenido”. 

No obstante, ello  poco importa al novel aspirante a candidato presidencial ya que desde la Moneda el presidente Piñera le otorgó el visto bueno, y además la llamada “prensa canalla” ha omitido (o minimizado) publicar los hechos denunciados por trabajadores de esa entidad y por economistas y analistas independientes.  Es así entonces que de acuerdo a la faramalla politicastra actual (oficialismo y oposición), los  pecados “administrativos y laborales’ del señor Sichel –que utilizó a la mayor entidad bancaria pública del país en beneficio político personal- no tienen relevancia a la hora de presentarse como precandidato al sillón de O’Higgins, ni ameritan siquiera una investigación.

Algo similar ocurrió con otro ministro, Mario Desbordes, quien al igual que su colega Sichel también abandonó rápidamente el cargo de jefe de la cartera de Defensa Nacional, y persiguiendo el mismo objetivo, ser precandidato presidencial, o tal vez para evitar  juicios públicos por su inacción. Sólo cuatro meses se mantuvo en ese puesto. Es poco tiempo tal vez, pero suficiente para enterarse de las graves llagas existentes al interior de algunas de las ramas de las fuerzas armadas, especialmente en el ejército, toda vez que hace escasos días la fiscalía regional de Aysén anunció que está preparando la formalización de 800 militares (270  de ellos actualmente activos) por un fraude al fisco cercano a los tres mil millones de pesos.

No se asfixia ni se detiene allí la corruptela al interior del ejército. En su página web, CNN Chile publicó lo siguiente: El actual comandante en jefe del Ejército, general Ricardo Martínez, en un acto oficial en el aula magna de esa institución –ante 900 oficiales- señaló (sic): “Tenemos información que hay oficiales y cuadro permanente que compra armas por la vía legal, que después las dan por perdidas, pero lo que están haciendo es venderlas al crimen organizado”. El general Martínez se enteró tardíamente que alguna prensa ‘no oficial’ estaba al tanto de sus dichos, pues el audio de ese evento se filtró llegando a manos del medio informativo The Clinic.

Lo que acusó el general Martínez es  algo de la mayor gravedad. Miembros de las fuerzas armadas nutriendo de poder de fuego al crimen organizado, al narcotráfico y a sicarios criminales. Gravísimo.

¿Mario Desbordes, como ministro de Defensa, no lo sabía, desconocía esta cruda y dolorosa realidad? Su rápido alejamiento –y en silencio absoluto respecto de los hechos relatados- obliga a pensar que estaba al tanto de lo acaecido al interior de esa rama de las fuerzas armadas. Por cierto, Piñera también debe haber sabido que Desbordes sabía. Una trenza de silencio y complicidad que en cualquier país con un sistema parlamentario no corrupto ni venal, ya habría tenido a todos los implicados fuera de sus respectivos  cargos y sometidos a la acción de la justicia.  

Pero, el señor Desbordes además de haber callado lo que ocurría en el ejército, retomó su agenda política con una declaración desconcertante por lo bombástica. Refiriéndose a las movilizaciones sociales que pusieron de pie a millones de chilenos y que produjeron el estallido social del 18 de octubre del 2019, haciendo alusión a la inefable reunión que la mayoría de los sectores políticos partidistas sostuvieron en el edificio del ex Congreso Nacional a mediados de noviembre de ese mismo año, aseguró que: “Durante el estallido social (los grupos que protestaban) intentaron quemar el Congreso (en Valparaíso) e intentaron quemar La Moneda, y estuvieron a milímetros de hacerlo”; “habría caído la república” agregó.

Que “caiga la república” debe entenderse como producto obvio de un golpe de estado.  Esa es una lectura válida de lo asegurado por Desbordes, que en esa noche de noviembre 2019 se le notó en extremo ansioso apurando un acuerdo con el cual, rápidamente, regresarfía el poder político a los partidos. ¿Tenía  alguna información de primera mano respecto a un golpe militar si tal acuerdo no se obtenía antes de la salida del sol de aquella jornada?

Si bien este es un gobierno que ciertamente ya va de salida, el zigzagueante accionar de quien debiera ser la cabeza del mismo es el responsable del fracaso de la gestión. El vacilante y accionar de sus ministros lo certifica. Al aproximarse al final de su administración, en la suma y resta del quehacer gubernativo el resultado tiene números rojos, y la tan ansiada ‘buena imagen política’ que el mandatario deseaba poseer, se convirtió en un desencanto de muchos de sus adherentes y, digámoslo sin reticencia, de gran parte de los dirigentes y afiliados de aquellas tiendas partidistas que le llevaron a La Moneda.

¿A dónde va entonces este gobierno en su hora más oscura? Ni Angélica María podría haber satisfecho esa inquietud.

 

 

 

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