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Adriana Goñi
Uno de los montajes más emblemáticos de la dictadura militar. La Operación Albania o Matanza de Corpus Christi dejó entre el 15 y 16 de junio de 1987 doce frentistas muertos en manos de agentes de la CNI. Los hombres de bigote simularon fuertes enfrentamientos para encubrir la muerte de estas personas, entre ellas la de José Joaquín Valenzuela Levi, uno de los líderes del FPMR y cabecilla del atentado a Pinochet.
La noche de los Cristos Rotos. Matanza de Corpus Christi
“La tarde huele a pólvora esparcida. Los pasos van degollando la noche”.
El 15 y 16 de Junio de 1987, son asesinados 12 miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (Fpmr). Son baleados a mansalva en las calles, ametrallados en los patios. Raptados, apresados, torturados y maniatados para finalmente perecer ejecutados con las manos amarradas, desarmados, solos y acorralados.
Nos hemos reunido en las cuatro esquinas de esta sencilla hoja para desenterrar algunos pétalos que son huesos hechos polvo de recuerdos ausentes, presentes y persistentes.
Nos hemos reunido en las cuatro esquinas de este punto cardinal central que es recordar, rescatar la injusticia escondida y hundida por gruesas capas de tiempo. Buscando encontrarnos quizás en oscuros acordes y versos que vienen desgarrando ropajes ensangrentados que quedaron allí…allá…por todos los rincones donde esas arañas fueron tejiendo vendas y veredas que separan a los hombres de los animales.
Un año antes, cuando el lobo del hombre escapó del cerco lazo impuesto por los humanos, éste, una vez sosegado de sus temblores y dolores, envió una dentellada escondida, un zarpazo encubierto en contra de esos hombres y mujeres que osaron desafiarlo.
Amargo Junio, quincena de penas olvidadas y cubiertas. Junio rebanado en dos, tajeado brutal como una cesárea de mariposas hecha por lagartos que afilan corvos oxidados de sangre y pulen pistolas escondidos en los sótanos.
Bravos de espanto una jauría delinea un círculo de muerte sobre su primera presa.
Va resolviendo la incógnita de ciertas ecuaciones de injusticias cuando lo asaltan. Pretende defenderse, y antes que esto ocurra, el miedo empuja la pólvora sobre su víctima.
Un árbol lo abraza y le da sorbitos de oxígeno con sus hojas. Muere regando con su sangre el viejo árbol. Le colocan un arma en la mano, un pasamontañas en la cara.
Seis horas más tarde la misma diferente jauría contempla como un noble patricio camina cerca de las nubes y las cometas. Le temen, debido a esto no le dan tiempo para nada. Lo acribillan como a una bestia peligrosa.
Le colocan un arma en la mano, un pasamontañas en la cara.
La violación en contra de los Derechos Humanos en Chile bajo dictadura fue groseramente brutal y descarada. Como resultado de esta cruenta política de represión se generó un profundo rechazo tanto nacional como internacional en contra de la dictadura, y sus cientos de desapariciones, violaciones, fusilamientos, ejecuciones sumariadas, torturas, encarcelados, desterrados y otros, que eran y son, el pan de cada día con que se nutren los señores.
Todo lo anterior, sumado al pavor de enfrentarse mano a mano contra los enemigos del sistema autoritario, hace que los sostenedores de este sistema, modifiquen diabólicamente sus planes.
El mar tendía a rebalsarse de tanto cuerpo arrojado por los militares, las olas venían teñidas de sangre, las algas con cabelleras humanas. Las perlas eran dientes arrancados.
Las minas eran inspeccionadas por ciertos curiosos, las cavernas, tumbas y catacumbas clandestinas expelían olores y dolores de cabeza recurrentes a las estafetas de la muerte.
Había que matar para seguir ganando, había que asesinar para seguir disfrutando.
Después de contemplados estos factores, se decidió una solución, simple, eficaz y certera.
Mentir. Pero mentir con comparsa incluida. Con escenografía itinerante. Con actores maquillados de piedra o vestidos de acero. Con los medios de comunicación promocionando los circos y los “valientes” domadores de fieras terroristas, de serpientes subversivas.
Y que cuando hubiesen reclamos, indagaciones o algún impertinente insistente. Las farsas fuesen revisadas y dirimidas por algún arlequín de la justicia militar.
Unierónse los medios de comunicación, el poder judicial, empresarios-sicarios, el gobierno y todos los tormentos.
Se dio paso a un acto mediocre salvaje con telón de sangre en el fondo.
Los falsos enfrentamientos.
Matar por la espalda, raptar tortura matar, no estaba separado ni por una coma. Todo era una sola cosa. Los falsos asaltos, los falsos enfrentamientos, los balazos al aire, las patadas de utilería a las puertas, los gritos de alto, las sirenas aullando desgracias.
Interceptados por la muerte, faenados por los militares, etiquetados por la prensa, procesados por el poder judicial civil-militar.
Terroristas abatidos en enfrentamientos. Subversivos Muertos en escuela de guerrillas.
No había que dar explicaciones de ninguna índole. Ellos mismos se lo buscaron, ellos son los únicos responsables. Les dijeron alto y no obedecieron, de entre sus ropas sacaron un revólver. Intentaron atacar a funcionarios del estado.
Con este efugio se deshacían de cualquier antagonista, se les rotulaba de violentistas y asunto terminado y procesado.
Seres humanos convertidos en monstruos que no merecen, ni merecerán vivir.
Cualquiera que esté en contra del gobierno y pretenda defenderse es una persona violenta que merece ser muerta.
El asesinar en manadas es la soldadura indestructible del acuerdo siniestro entre matarifes.
Un centenar de funcionarios del estado rodea la calle. Adentro ya saben más o menos que pasa. Se activa la alarma, esperan este tipo de sorpresas.
Dos Henríquez se quedan a proteger el escape de los otros. Mueren reventados a balazos.
Las vainas caen como lluvia de bronce sobre el pasto.
La mayoría logra escapar, algunos de los fugitivos son apresados pero perdonados por cuestiones de suerte, falta de balas, sino, cansancio nocturno de carniceros.
Dos Henríquez ofrendan su vida para salvar la vida de sus otros compañeros.
¿Sirvió de algo ese sacrificio? , ¿Dónde están, qué hacen esos que huyeron de la muerte?
A esa misma hora, en otro lugar observado desde hace tiempo, irrumpe un centenar de funcionarios del estado, intentando forzar cierta puerta.
La puerta no cede. El cerebro chispea una idea brillante. Arrojan una bomba militar para llorar. Luego, con una segunda máscara sobre la primera, entre tinieblas avanza un espectro armado. Indefenso, acurrucado, desarmado, en posición fetal buscando la caricia primaria de sus inicios, le revientan de un balazo cada ojo a un Julio olvidado.
La excitación y el sudor aceitan el rostro de este espectro viviente.
Las gárgolas que cuidan la ergástula de calle Borgoño han decidido terminar las torturas y pasar a la etapa más clara y honesta de sus instintos. Siete prisioneros serán fusilados.
Siete de espadas, siete de mazos sobre sus cuerpos. Fatídica férula sobre sus frentes.
Los suben a los carros. A sabiendas que los llevan para eliminarlos, aún les siguen pegando y humillando. Todo castigo es poco.
Han elegido un escenario donoso. Depositarán los cuerpos repartidos en forma equilibrada sobre este inmueble que pretenden decorar en una nueva morgue como suelen hacerlo.
Un centenar de valientes solados saltan y levantan las manos con sus armas para ser elegidos.
Sólo catorce han sido favorecidos. Cada binomio oficial se encargará de asesinar a un elegido.
Cansados, golpeados, vejados, semidesnudos, hambrientos, nerviosos, angustiados, agotados de torturas y gritos, les dicen amables pero decididos que se paren en ciertos rincones, costados, alerones, umbrales.
Estridente se queja un techo abofeteado de piedra o de ladrillo. Y este sonido es inicio principio para el epílogo de la muerte.
Todos gritan, unos despidiéndose de la vida a puteadas, a llantos, súplicas y oraciones. Los otros gritan intentando anestesiarse de sensaciones y seguir percutando. Todo da vueltas, se triza el momento en dos, el antes y el después de la matanza.
Siguiendo la costumbre de viejos tabúes y creencias ancestrales, pasa un escolta del dolor y los va rematando para asegurar que sus recuerdos no los sigan en sus sueños ni en los reflejos de los espejos.
La sangre empapela los cuartos, va pintando el suelo cuando arrastran sus cuerpos por el piso, para posarlos como espantapájaros futuros que ahuyentarán cualquier intento de rebeldía.
Se cumple el primer mandamiento marcial. El Falso Enfrentamiento.
Los van rompiendo como ramas secas, las costillas crujen ante el plomo. El sonido de sus huesos muriendo no son lo suficientemente fuertes o audibles. A pesar de que el ruido entra por los oídos que se crispan de miedo en los alrededores, sonido que venda los ojos por años. Nadie ve nada, nadie vio nada. Nadie verá nada.
Luego aparecen rémoras periodísticas a devorar lo que ha quedado. Obedientes publican y escriben lo que ciertos distinguidos oficiales les han dictado.
Escarmentados despiadadamente estos niños y niñas del mal.
Operación Albania. Cacería de albatros a balazos.
Los doce peldaños de una escala infinita que conduce a la muerte y a las estrellas.
Gritan los rayos, lloran los relámpagos, aúlla la lluvia de impotencia allá en Junio.
Ver sobre las portadas las fotos de tus seres queridos.
Doce dolores dormidos sobre el talud enterrado de los recuerdos que no se van, que se quedan, que se agigantan como gigantes fueron aquellos que entregaron la vida gota a gota, a borbotones, a barril lleno por un Chile que aún no está terminado.
¿Cuántas maneras hay de matar a un ser humano?
Sólo una, olvidándolo.
Andrés Bianque