El candidato elegido por los votantes demócratas para impedir un segundo mandato del actual inquilino de la Casa Blanca, está protagonizando una extraña campaña desde su casa en Delaware. Mientras una antigua colaboradora le acusa de agresión sexual, el exvicepresidente de Barack Obama espera ganar el próximo 3 de noviembre valiéndose de la unidad nacional frente a Donald Trump, desacreditado por su gestión de la pandemia.
Mathieu Magnaudeix
Mediapart, 19-5-2020
Joe Biden tiene 77 años. En estos tiempos de coronavirus, es una persona en riesgo. El ex vicepresidente de Barack Obama, que ya no tiene ningún rival en la carrera por la nominación demócrata para las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, vive desde hace dos meses aislado con su esposa en su casa de Wilmington (Delaware), en la costa este de Estados Unidos.
Sus colaboradores cercanos le aconsejan a distancia. Únicamente le visita de vez en cuando, y con mascarilla, su jefe de gabinete. Mientras Donald Trump desborda de impaciencia por retomar sus mítines de campaña, animado por las ruidosas manifestaciones de sus seguidores que reclaman la « reapertura » del país, a pesar de los casi 90.000 muertos causados por el avance de la pandemia hasta por los pasillos de la Casa Blanca 3, Joe Biden no tiene intención de cambiar de planes.
El coronavirus es su divina sorpresa: candidato anacrónico en muchos aspectos, encarnación de los errores políticos de los demócratas desde hace cuatro décadas (pidió perdón varias veces por sus decisiones anteriores, empezando por el apoyo a la guerra de Irak), el moderado Biden quiere forzar el contraste con el 45º presidente de Estados Unidos, que no escucha a los científicos y rehúsa lidiar con una crisis sanitaria que negó durante mucho tiempo.
Mientras treinta y seis millones de estadounidenses se han quedado sin empleo desde marzo, algo nunca visto desde la Gran Depresión, Biden, desde el estudio que ha montado en el sótano de su residencia, se posiciona como el candidato de la unidad nacional: vehículo obligado para dejar la era Trump.
Los episodios de las primarias frente a sus rivales demócratas parecen ya lejanos. A mediados de febrero, el senador socialista Bernie Sanders aparecía como favorito en la carrera para la investidura, pero Biden, alejado del pódium hasta entonces, volvió al ruedo con una espectacular victoria en Carolina del Sur gracias a su popularidad entre el electorado negro del Estado.
.
El 4 de marzo, « Super Martes » en quince Estados, Biden ganó a Sanders con el apoyo de otros candidatos moderados. Fue el resultado de un respaldo espectacular de muchos demócratas a su candidatura, preocupados por la reelección de Trump y a menudo incómodos con el programa de izquierda de Sanders.
Un mes después, Bernie anunciaba su retirada de la carrera: recientemente dio su apoyo a Joe Biden, a pesar de la ira de algunos de sus allegados y voluntarios, para quienes « Uncle Joe» representa lo peor que el Partido Demócrata ha podido producir.
En una pocas semanas, el paisaje de las próximas elecciones ha cambiado radicalmente. La Covid-19 ha causado hasta ahora 90.000 muertos 3 en Estados Unidos, poniendo además en evidencia las alarmantes desigualdades sociales. La economía, parcialmente parada, ha hecho que el desempleo explote hasta alcanzar proporciones históricas, cuando las redes sociales de seguridad son rudimentarias.
A finales de marzo, el Congreso aprobó un plan de 2 billones de dólares para apoyar la economía y los ingresos, tres veces más que la ayuda establecida durante la crisis financiera de 2009, un plan que resultó insuficiente. La Cámara de Representantes, con una mayoría demócrata, aprobó el viernes 15 de mayo la « Heroes Act », con tres billones en medidas suplementarias -en contra de la opinión de su ala progresista, que considera que las medidas votadas no van lo suficientemente lejos en materia de salud, protección de pensiones y pequeñas empresas-. Los republicanos, que tienen la mayoría en el Senado, anuncian por el momento que no votarán a favor.
Hace un año, cuando se lanzaba en campaña presidencial, Joe Biden aseguraba a los ricos donantes neoyorkinos 3 que, con él, « fundamentalmente no cambiaría nada si resultaba elegido ». Ensalzado por su papel de vicepresidente simpático del popular Barack Obama (2009-2017), Biden, que ha sido durante mucho tiempo representante del paraíso fiscal de Delaware en el Senado, donde estuvo 36 años y presidió las comisiones de justicia y de asuntos exteriores, es en efecto uno de los elefantes del Partido Demócrata. Entre las decisiones que arrastra como una cruz: su papel decisivo en la criminalización judicial y penitenciaria de los negros bajo la presidencia de Bill Clinton, la desregulación financiera, el voto a favor de la guerra en el Irak, etc.
Con la pandemia, el que aparecía como el más conservador de los candidatos demócratas, trata ahora de ganar talla: según una descripción del New York Magazine, Biden prevé 3 « una presidencia que, por terrible necesidad, deberá ser más ambiciosa » que la de Franklin Delano Roosevelt, el presidente demócrata que dirigió el New Deal de los años 1930, un inmenso plan de recuperación tras la crisis de 1929.
Como prueba de buena voluntad respecto a sus adversarios que le habían atacado duramente durante las primarias, Biden ha incorporado a su plataforma presidencial propuestas cercanas a las de Elizabeth Warren y Bernie Sanders. El pasado 13 de mayo, Sanders y Biden, que más allá de sus diferencias políticas tienen en común una edad avanzada y una larga carrera en el Congreso, han anunciado incluso « task forces unitaires» destinadas a presentar la unión política de los demócratas frente a Trump, y a negociar el programa presidencial de Biden.
Stephanie Kelton, economista del entorno de Sanders, creadora de una teoría sobre una reactivación masiva, ha pasado a formar parte de la comisión de economía junto a Sara Nelson, dirigente del sindicato del personal de vuelo y estrella fulgurante del sindicalismo estadounidense.
Por su parte, Biden ha procurado no nombrar a figuras demasiado marcadas por su ortodoxia económica.
¿Un remake de 2016?
Alexandria Ocasio-Cortez, parlamentaria neoyorquina, símbolo del renacimiento de la izquierda estadounidense y autora de una resolución que aboga por un Green New Deal en Estados Unidos, preside el Comité del Clima junto con John Kerry, ex secretario de Estado de Barack Obama, quien firmó el Acuerdo de París en 2015 en nombre de Estados Unidos, acuerdo mundial del que Trump se ha retirado.
Este grupo también incluye a Varshini Prakash, fundadora del movimiento de jóvenes activistas del clima Sunrise, que apoyó a Sanders en las primarias y le dio a Biden una muy mala nota (una « F », o cero puntos).
«Tener que votar a Biden es decepcionante -dijo Prakas-. Se ha equivocado en varios temas importantes para los jóvenes. Es una oportunidad para él demostrar que [él y sus seguidores] quieren de verdad contar con el electorado joven y que se toman en serio la acción climática ». En efecto, las primarias han revelado una fractura demográfica dentro del partido: los más mayores, que son los que más votan, han apoyado masivamente a Biden, mientras que los más jóvenes, electoralmente más volátiles, han preferido a Sanders.
En este momento, es difícil predecir qué resultará de este trabajo conjunto. Otra etapa proporcionará las claves de la línea de política que Biden se propone seguir: la selección de su vicepresidente (será una mujer), esperada antes de la Convención Demócrata -prevista para julio, será pospuesta hasta agosto y podría tener lugar por primera vez de forma virtual-.
Entre los nombres que se barajan: la senadora de California Kamala Harris, hija de inmigrantes indios y jamaicanos; la senadora de Minnesota Amy Klobuchar; la congresista de Georgia Stacey Abrams; todas bastante centristas, aunque Abrams, hija de activistas por los derechos civiles, está luchando en la Georgia republicana contra las purgas electorales que afectan a las minorías.
Otra posible candidata es la socialdemócrata Elizabeth Warren, del centro-izquierda del Partido Demócrata, que defendió a las « clases medias » durante su campaña, un tema muy apreciado por Biden.
La candidata al puesto de vicepresidenta deberá tener la capacidad de asestar un golpe a Trump, cuya estrategia consiste en ocupar el espacio mediático a cualquier precio, aunque sea a base de comentarios sexistas y racistas o de mentiras. El equipo de Biden, que produce vídeos de campaña basados en la incoherencia de las declaraciones de Trump sobre la pandemia (es fácil y eficaz), espera transformar la elección en un « referéndum » contra Trump. Los demócratas acarician ya la idea de recuperar el Senado, hasta ahora en manos -por cuatro escaños- de los aliados republicanos de Donald Trump.
A pesar de su desastrosa gestión de la crisis y de la recesión que se avecina, Trump sigue siendo un fuerte adversario: tiene el bono de presidente saliente, su base es leal y cuenta con un tesoro de 225 millones de dólares para su campaña. Tener a Biden como oponente, un viejo demócrata en primera línea en las administraciones de Clinton y Obama, también le dará munición: el equipo de campaña de Trump ha lanzado anuncios en Facebook 3 dirigidos a su edad (aunque Trump tiene 72 años), cuestionando su salud mental y describiéndole como « la marioneta de China ».
La línea de ataque de Trump parece clara: igual que en 2016 con Hillary Clinton, describe a su adversario como la manifestación del establishment demócrata « corrupto », olvidando su propia corrupción masiva.
Al igual que hace cuatro años, cuando Donald Trump invitó a las acusadoras del expresidente Bill Clinton a un debate contra la ex secretaria de Estado, el presidente, que a su vez ha sido acusado de agresión sexual por una veintena de mujeres, podrá jugar otra baza: Tara Reade, excolaboradora de Joe Biden en el Senado, le acusó de agresión sexual el pasado mes de marzo.
Hasta ahora, era una de las mujeres que había expresado su incomodidad con la actitud a menudo muy táctil de Biden, un mal hábito por el que se disculpó. El 25 de marzo, en el podcast de Katie Halper 3, Reade relató, con detalles, que Biden la agredió sexualmente en los pasillos del Senado en 1993. Su relato fue confirmado por un amigo y por su hermano, a quienes había contado la historia en ese momento, así como por la antigua vecina de Reade y una ex compañera de trabajo.
Reade dijo que había tenido que dejar su trabajo en el Senado después de haber contado el suceso a sus superiores. Éstos lo desmienten y Biden asegura que el episodio « no era verídico », añadiendo: « Lo digo sin equívoco: eso no ha ocurrido nunca, jamás ». Ante los relatos contradictorios y la ausencia de nuevos elementos, a los periodistas les resulta difícil corroborar los hechos relatados por Reade, que pide la dimisión de Biden, apoyada 3 por muchos activistas.
Defender a Biden de las acusaciones de agresión sexual a otra mujer será el ingrato papel que la mujer que Biden elija para aparecer con él en el boleto a la presidencia se verá obligada a asumir.
Donald Trump y los republicanos denuncian ya la hipocresía de los demócratas, que ahora muestran su unidad detrás de Biden, mientras que el año pasado se opusieron al nombramiento al Tribunal Supremo de un magistrado conservador que había sido acusado de agresión sexual en su juventud… y habían conseguido, en pleno movimiento #MeToo, la dimisión del senador Al Franken, también acusado de abuso sexual.