por Gustavo Burgos
EL PORTEÑO
Desde el Gobierno se prepara una ofensiva para reinstalar la represión masiva, como único camino para restablecer el orden público de los capitalistas. No les basta con el castigo indiscriminado e inclemente de las FFEE sobre las movilizaciones, los asesinados, mutildaos, heridos y apresados ilegalmente. Ahora Piñera pide que se le de libertad de convocar a las FFAA para preservar el orden público (la excusa es el cuidado de instalaciones) y en Educación han desempolvado el libreto pinochetista del «adoctrinamiento» y se disponen a imponer un discurso único, que por supuesto llaman «apolítico», en contra de las ideologías.
Esto es lo que ha logrado el Acuerdo por la Paz: envalentonar a un Gobierno moribundo y quebrado, como el de Piñera, y permitirle salir a la ofensiva. Como ya hemos dicho la única pretensión de este Acuerdo es desmovilizar, legitimar la represión y abrir las puertas a una nueva Dictadura. Lo dijimos desde el primer momento y es lo que se ha visto materializado en la práctica. La condena de Amnistía Internacional, la que se espera para mañana de Human Right Watch y la de las Naciones Unidas, ponen de manifiesto el aislamiento internacional del régimen y los crecientes rasgos dictatoriales de un Gobierno que fue ungido por el sufragio, pero que en su ejercicio ha devenido en dictatorial, en un Gobierno que sistemáticamente viola los DDHH. Los recientes gestos represivos de Piñera confirman este aserto y por lo mismo avanza raudo al establecimiento de un régimen autocrático y dictatorial. Si no lo hace, indefectiblemente cae.
Pero la ofensiva piñerista tiene un efecto venenoso que ataca las bases del único sostén que hoy día mantiene colgado, con alfileres, al Gobierno. Efectivamente, esta ofensiva torpedea -un torpedeo bajo la línea de flotación- al propio Acuerdo por la Paz. Cada medida represiva que compulsivamente adopta el Gobierno erosiona la base de sustentación del mismo y lo hace notoriamente inviable. Esta semana se han ido abriendo grietas en el Acuerdo sobre cuestiones claves como la llamada hoja en blanco, la elección de los delegados, el mecanismo de acuerdo, entre otros igualmente sustanciales. La propia oposición se ha dividido sobre estas cuestiones y lo que hace menos de 15 días era un acuerdo que ponía fin al conflicto, ha pasado ser un leño más en la hoguera política.
Esta semana tuve el honor de ser invitado a dos Cabildos en Valparaíso. Uno de Laguna Verde y otro en Barón. Como abogado se me invitó a informar sobre el proceso constituyente y en este marco las discusiones giraron en torno a una idea central: la reivindicación de la Asamblea Constituyente, lejos de ser un estrecho camino uniforme, es, en realidad, un campo de batalla. Mientras para el régimen la Asamblea Constituyente -degradada por el acuerdo a «Convención»- es una forma de expropiar de su fuerza a los organismos de base y dejarla constreñida al aparato estatal patronal, muy por el contrario, lo que entiende el movimiento, es que la Asamblea Constituyente es una soberana expresión de poder popular, de poder generado desde las bases y una nueva forma de Gobierno.
El tipo de discusión que pude observar en estas asambleas populares, y que se replica ampliamente, no se limita a lo informativo ni a lo meramente electoral como pretenden los «demócratas» del Acuerdo por la Paz. En efecto, al revés de lo que pretende el régimen, las bases movilizadas de trabajadores, jubilados, estudiantes, pequeños comerciantes, profesionales y población general, han entendido que durante este mes de movilizaciones nos hemos ganado el derecho a decidir sobre los grandes problemas nacionales. Los Cabildos y Asambleas son, en la práctica Asambleas Constituyentes, por lo mismo en estos espacios se discute no sólo sobre aquello que impulsó originariamente el movimiento , el transporte, sino que también sobre derechos laborales, previsionales, sobre la propiedad de los recursos naturales y los grandes medios de producción, sobre la tierra y el agua y sobre el castigo a los violadores de los DDHH de este propio movimiento. Lo que se discute en las bases es la formación de un nuevo Gobierno, de un Gobierno de los de abajo, un Gobierno de Trabajadores.
Tarea central de este momento, así se debatió, es la unificación de los Cabildos y Asambleas. Primero a nivel ciudad, luego regional y finalmente a nivel nacional. Ya hay algunos intentos en este camino de reunir delegados mandatados por las bases para expresar la voluntad no de las cúpulas y las élites que pontifican desde el Congreso, sino que para expresar la voluntad política de quienes se juegan la vida día a día luchando en contra del régimen y el Gobierno piñerista.
Si las asambleas y cabildos se unifican nacionalmente, estarán echadas las bases no sólo de una nueva forma de Gobierno y Constitución. Tal unificación dará en realidad cuerpo a un gobierno de los explotados, abriendo las puertas de la revolución que se ha iniciado en Chile desde el 18 de octubre . Con esta unificación del movimiento se crearán las herramientas para cambiar desde la base bases la totalidad de la estructura social. Tal cambio pondrá fin al orden capitalista, pondrá el poder en manos de los trabajadores y explotados y será el Chile nuevo, la República de los Cabildos y Asambleas, el rojo amanecer y la liberación popular cuyas banderas enarbolan millones hoy día en las calles. Tal es la tarea, tal es la revolución, en esta lucha desde las bases, habremos de vencer.