El Socialista Centroamericano No 231
Contrario a la mayoría de los pronósticos y encuestas, finalmente se impuso el candidato republicano Donald Trump (47,5%) sobre la candidata demócrata Hilary Clinton (47,7%), a pesar que Clinton obtuvo 210,737 votos populares más que su rival. El arcaico sistema de elección presidencial indirecta, que existe desde la fundación de Estados Unidos en 1789, le permitió a Donald Trump obtener 306 votos de los colegios electorales, contra 232 de Clinton, coronándose como el 45 presidente de Estados Unidos, en un periodo de aguda crisis económica y social sin precedentes.
Atrás han quedado los escándalos mediáticos del circo electoral, sobre si Trump era machista y racista, o sobre si Clinton había sido deshonesta al utilizar un correo electrónico privado cuando fue Secretaria de Estado. Detrás de esa basura ideológica, esparcida por los grandes medios de comunicación, se ocultaban intereses contradictorios de los diferentes grupos de poder del stablishment norteamericano.
Sin lugar a dudas, Trump refleja un fenómeno político, como lo fue la primera candidatura de Barack Obama en su momento. Pero en este caso, es un contra fenómeno que refleja la desilusión con la administración Obama, pero sobre todo el hartazgo y la desesperación política de los trabajadores blancos y la clase media que ha perdido sus empleos privilegiados, sus casas y sus antiguos niveles de vida.
Pero Trump no solo refleja un fenómeno nacional de Estados Unidos, sino un fenómeno político más global, consecuencia directa del estallido de la crisis económica en el año 2008: el viraje a la derecha de millones de trabajadores y de sectores de la clase media de los países imperialistas. La crisis es tan aguda, que también produce el fenómeno contrario de giro a la izquierda (España en menor medida y Grecia como expresión máxima), pero este último es un fenómeno todavía minoritario.
Ante la inexistencia de partidos revolucionarios con influencia de masas, desesperados por la crisis económica, después de tres décadas de ofensiva neoliberal y de proliferación de tratados de libre comercio, las masas de los países imperialistas giran hacia el nacionalismo, la xenofobia, en la búsqueda de gobiernos fuertes que devuelvan el bienestar anterior, algo que el sistema capitalista ya no puede garantizar.
El resultado ha sido el fortalecimiento de los partidos derechistas en Europa. El referéndum que votó por la salida de Inglaterra de la Unión Europea, es una repuesta nacionalista al fenómeno de la globalización capitalista, un rechazo al fortalecimiento del imperialismo alemán y su hegemonía dentro de la UE, contra la decadencia del imperio británico.
En Europa, muchos gobiernos derechistas quieren construir un muro alrededor de las costas del Mediterráneo para evitar a los millones de inmigrantes negros, hambrientos y desesperados que se arriesgan en balsas frágiles a llegar a territorios de la UE. El rechazo a los refugiados sirios refleja el renacimiento del racismo y del cierre de las fronteras nacionales, medidas que son apoyadas por las masas de los países imperialistas.
Es una situación parecida al rechazo de la inmigración en Estados Unidos, donde hay 11 millones de trabajadores indocumentados, uno de los ejes de la campaña electoral de Trump. La propuesta de construir un muro en la frontera con México (que por cierto ya existe en una parte de la frontera) no es más que la pretensión de convertir a Estados Unidos en país amurallado, como lo fueron las ciudades Estado en la antigüedad.
Estamos, púes, ante un fenómeno global en donde todavía predomina la conciencia imperialista que corrompe a la clase trabajadora de Estados Unidos y la Unión Europea. Una expresión colateral de este mismo fenómeno se expresó en América Latina con el declive de los gobiernos de izquierda en América del Sur, aunque en este fenómeno intervinieron otros factores.
Trump ha encandilado a la mayoría de los electores prometiendo un resurgimiento de Estados Unidos como gran potencia. En cierta media, Trump llega a la presidencia como una repuesta derechista al neoliberalismo, pretendiendo cerrar las fronteras también a los productos extranjeros, especialmente chinos, con el argumento de reabrir las fábricas. También en Europa se pretende cerrar fronteras. Estamos ante una recomposición de la economía mundial. Como contra fenómeno a la devastación del neoliberalismo, se han puesto de moda nuevamente las tendencias autárquicas, cuando la economía ya es un sistema integrado mundialmente.
Trump ha prometido crear empleos cerrando las fronteras. Pero esta tendencia al encerramiento no será solo para Estados Unidos, sino para el conjunto de América Latina, lo que presagia una nueva ofensiva por mantener la hegemonía de Estados Unidos en el mundo. Esto generará nuevas contradicciones con China y Rusia, duras pelas por las áreas de influencia con los imperialismos emergentes. Trump mantiene el criterio que América es para los norteamericanos. La nueva administración Trump va a redoblar su control sobre el conjunto de América Latina, su patio trasero y su mercado natural de abastecimiento de materias primas.
En Centroamérica, los efectos se sentirán inmediatamente por los millones de hermanos trabajadores indocumentados que viven en Estados Unidos. Debemos prepararnos para las jornadas de lucha que se avecinan