La tierra prometida todavía no está aquí
Robert Greene II
Jacobin, 4-4-2108
Traducción de Viento Sur
El asesinato de Martin Luther King, el 4 de abril de 1968, dejó un vacío en la izquierda estadounidense que nunca volvió a llenarse. La claridad moral que aportó a los debates sobre la guerra, la pobreza y el racismo rampante en la sociedad ha sido subsumida, en los últimos cincuenta años, por una derecha revanchista y una izquierda tímida que propone pequeñas soluciones a grandes problemas.
El triple mal contra el que advirtió King –el militarismo, la grave desigualdad económica y el supremacismo blanco– se ha consolidado de alguna manera en las cinco décadas transcurridas desde su muerte. Ningún dirigente político de EE UU puede decir, cincuenta años después, que el país ha abordado debidamente las cuestiones a las que King dedicó la mayor parte de su vida adulta. Mientras, la izquierda se las ve y se las desea para hacer valer los argumentos que formuló King, o actualizarlos para el siglo XXI. Pero King sigue siendo importante para la gente de izquierdas, pues sus causas han sido las nuestras durante tanto tiempo.
La propuesta de dedicar un día festivo a King, a finales de la década de 1970 y comienzos de la de 1980, era importante por dos razones. En primer lugar, obligaba a la ciudadanía estadounidense a reconocer el papel desempeñado por King y el movimiento por los derechos civiles en la reconfiguración para mejor de la sociedad moderna. Después de 1968, el auge de la estrategia sudista de Richard Nixon y de la nueva derecha –que propulsó a Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1980– amenazó con hacer descarrilar el gran avance realizado por los afroamericanos. Tanto activistas como políticos progresistas alegaron al unísono que un día de conmemoración haría que la ciudadanía pensara sobre el progreso realizado y sobre cuánto quedaba todavía por hacer.
La campaña a favor del día festivo también fue notable por otra razón. En la época en que fue proclamado mediante una ley federal en 1983, la izquierda había sufrido numerosas derrotas. La presidencia de Jimmy Carter impuso cierta desregulación y fue incapaz de construir una confluencia de izquierdas coherente de cara al futuro. La presidencia de Reagan ya había ahondado en las tensiones crecientes entre EE UU y la Unión Soviética que habían marcado el final del mandato de Carter, mientras que los programas sociales en vigor veían cómo menguaban drásticamente sus dotaciones económicas. Una victoria, aunque solo fuera la declaración de un festivo simbólico, era un hecho significativo.
Ese mismo año, el legado de King sirvió de fuente de inspiración de otro acontecimiento. La marcha sobre Washington en 1983, que conmemoraba manifiestamente del vigésimo aniversario de la famosa manifestación de 1963, redobló el llamamiento a la izquierda a autoorganizarse en los EE UU de Reagan. El discurso de Jesse Jackson fue especialmente potente. Todo el mundo sabía que era un probable candidato a la presidencia en las elecciones de 1984. Sin embargo, él entendió que la marcha no era simplemente una oportunidad para reunir apoyos, sino para articular una nueva visión para la izquierda en la década de 1980. “Ahora hemos de soñar un nuevo sueño”, declaró. “Ha de ser un sueño ampliado.” El resultado fue su ambiciosa Coalición Arcoiris, que proponía unificar los grupos de defensa de los derechos civiles y las agrupaciones obreras con otros movimientos progresistas. Pese a depender excesivamente del liderazgo carismático de Jackson, el movimiento fue un rayo de luz en una década oscura de triunfos conservadores.
Desde entonces, los tres males contra los que advirtió King no han hecho más que empeorar. El militarismo ha desencadenado múltiples guerras en Oriente Medio y Asia Central, sin ningún final a la vista. La desigualdad económica se ha desbocado, siendo en particular los negros quienes han perdido lo que habían ganado. El racismo se ha manifiesta a través de la continua brutalidad policial y las instituciones injustas. Es este cóctel tóxico el que pretendía frenar King. Murió en el intento. Hoy corresponde a la izquierda aprovechar su legado para algo bueno.
Si la izquierda ha luchado, más en general, por hacer honor al legado de King, también lo ha hecho, en particular, la izquierda afroamericana. Tras el declive del movimiento del Poder Negro en los años setenta hubo otro esfuerzo abortado, dos décadas después, a finales de los años noventa, en la forma del Congreso Radical Negro. Desarrollando muchas cosas en las que creía King, el Congreso Radical Negro denunció los tres males utilizando el lenguaje de la interseccionalidad y actualizando su análisis del imperio estadounidense para el mundo de la posguerra fría. Sin embargo, cuando la guerra de Irak, el movimiento también había entrado en decadencia, víctima de la “guerra contra el terrorismo” y la histeria contra toda disensión en el interior.
Otros movimientos han conocido destinos similares. Occupy Wall Street –fruto de la incapacidad de EE UU para bregar contra la desigualdad que denunció King– flaqueó y después fue aplastado en 2011. El movimiento Black Lives Matter, siempre nadando contra la corriente de la opinión pública (como ocurrió asimismo con el movimiento por los derechos civiles y el Poder Negro), ahora tiene que defenderse de la acusación del FBI de ser “extremistas identitarios negros”, una expresión escalofriante que podría haberse tomado del manual de estrategia de J. Edgar Hoover.
Incluso en los lugares en que King lidió sus últimas batallas estamos viendo que la lucha contra el triple mal ha acabado en derrota. A finales de la década de 1960, durante su campaña de los pobres, King reclutó a habitantes de Appalachia para que representaran a los más pobres de los blancos pobres de EE UU. Hoy en día siguen sufriendo de pobreza extrema (al tiempo que se ven denigrados como parte del país de Trump, a pesar de las numerosas pruebas que demuestran lo contrario). La campaña de King en Chicago, en 1966, contra la falta de viviendas dignas y el deterioro de las escuelas de los afroamericanos, acabó con una victoria a medias. Hoy en día, el sistema educativo y el sistema económico de EE UU adolecen de la misma segregación racial de siempre. Memphis, donde King batalló junto a los basureros en huelga, sigue estando tan dividida racialmente en 2018 como lo estaba en 1968. Atlanta, la base de operaciones de King y la “Ciudad demasiado ocupada para odiar”, sigue fracturada por divisiones de clase y raciales.
No cabe duda de que King estaría decepcionado por lo poco que se ha hecho frente a tantos problemas que combatió. Pero también era consciente de que la lucha por salvar a EE UU de sus peores impulsos sería larga, una lucha de varias generaciones. Y que ha de incluir tanto la pelea con los amigos como con los enemigos.
La crítica cuidadosa y cariñosa que hizo King del Poder Negro es un buen ejemplo. Antes de caer asesinado, King había pronunciado sermones y discursos y escrito numerosos textos sobre las raíces del Poder Negro y adónde podía llevar, como movimiento, en el marco de la lucha más amplia de los negros por la libertad. Mientras que en el verano de 1966 King, al igual que muchos otros líderes del movimiento por los derechos civiles, criticó al Poder Negro, pronto cambió de la crítica a la comprensión. King, informado a raíz de sus visitas a Watts después de los disturbios de 1965 y su éxito a medias en la campaña de Chicago en 1966, comprendió que la juventud negra estadounidense estaba harta de las promesas incumplidas de la izquierda reformista.
El capítulo “Black Power” de su último libro, Where Do We Go From Here, refleja el intento de King de esbozar una alianza entre los defensores del Poder Negro y otros activistas por los derechos civiles. King sostenía que la del Poder Negro era una “filosofía nihilista derivada de la convicción de que los negros no pueden ganar”. Lo comparó con el movimiento de Garvey de la década de 1920, señalando que ambos “representa(ba)n un rayo de esperanza… y la fe en la infinitud del gueto”. Temía que el llamamiento al separatismo que veía en el Poder Negro destruiría toda posibilidad de construir las confluencias interraciales necesarias para asegurar un cambio radical. No obstante, King sabía de dónde venían los activistas afroamericanos más jóvenes. Después de todo, algunos de ellos –incluido tal vez, en particular, Stokely Carmichael– se habían iniciado en el activismo en el seno del movimiento por los derechos civiles en el sur. Y vio la necesidad del Poder Negro en lugares como el condado de Lowndes, en Alabama, como una vía para lograr un cambio genuino a escala local.
Cuando hoy la izquierda forcejea con la relación entre una política de clase y la llamada política identitaria, haríamos bien en recordar que King apreciaba la importancia de combinar ambas. Toda crítica de izquierdas matizada de la sociedad estadounidense ha de tener en cuenta la dinámica de raza, clase y género. Los más lúcidos entre los activistas e intelectuales de izquierdas se han dado cuenta de ello (pese a que ocasionalmente el propio King no alcanzó a comprenderlo del todo en lo que respecta al género). Aunque en muchos círculos esto se llama interseccionalidad, en realidad debería denominarse, simplemente, sentido común político.
Los debates de King con los nacionalistas negros, los defensores del Poder Negro y otros grupos que aspiraban a un cambio radical agudizaron todavía más sus críticas de la sociedad estadounidense. En una época madura para el cambio ideológico, necesitamos el mismo tipo de críticas cuidadosas, pero enérgicas, a movimientos dentro de la izquierda contemporánea, una especie de intercambio que puede sacar a relucir la mezcla de ideas necesaria para que las ideas de izquierda ganen hegemonía.
Nuevos movimientos han intentado recoger el legado de King y otros. El intento de William Barber en una campaña de los pobres reflotada genera cierta esperanza de que los políticos presten atención de una vez a la pobreza que siguen padeciendo demasiadas personas en EE UU. El movimiento Medicare-for-All lucha por una causa –sanidad universal y de calidad– que King apoyaba incondicionalmente. Y con todas las maravillas tecnológicas de hoy, las palabras que escribió King en su ensayo The World House sirven de estrella polar a la hora de definir las prioridades de la izquierda: “Cuando el poder de la ciencia supera al poder de la moral, acabamos teniendo misiles dirigidos y hombres descaminados.”
Martin Luther King abordó muchas cuestiones que siguen azotando a la sociedad estadounidense. La izquierda se las ve y se las desea para hablar con la claridad moral y la fuerza que tuvo King en su momento, pero esto no debe llevarnos a dejar de intentarlo.