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El muralismo y la Revolución Mexicana

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Imagen, Mural de Diego Rivera. La Tercera Internacional- Revolución Rusa


Por Luz Elena Mainero del Castillo 

Investigadora del INEHRM

Las grandes conmociones sociales producen alteraciones definitivas en la vida de las comunidades humanas, alteraciones materiales, generalmente dolorosas, que sin embargo, propician cambios y aperturas en el pensamiento, las que a su vez generan modificaciones profundas en las estructuras sociales. Así sucedió en México con la revolución de 1910, que marcó un cambio profundo en la vida de una sociedad que buscaba y necesitaba una transformación en todas sus estructuras. El movimiento armado, a pesar del alto costo que tuvo para la población y para el país en su conjunto, abrió nuevas posibilidades antes no contempladas, cuyo contenido se enriqueció a partir de las más variadas fuentes, creándose proyectos que la llegada de gobiernos estables permitió hacerlos realidad. Entre estos proyectos quedaba incluido el cultural y artístico, cuya principal manifestación fue el movimiento muralista.

El muralismo se convirtió en el fenómeno artístico de mayor importancia del arte mexicano del siglo XX, y es el que finalmente lo proyectó al resto del mundo, independizándolo de manera definitiva de la estética europea. Ya desde principios del siglo pasado, los jóvenes artistas mexicanos, en un momento de franca rebeldía y a pesar de haberse educado todos ellos dentro de la Academia, comenzaron a buscar un cambio en la forma de hacer arte, rechazando todos los convencionalismos en la pintura y promoviendo la búsqueda de un estilo propio. Los muralistas lo lograron, y no sólo cambiaron la forma de hacer arte, sino que, a través de los murales, narraron la epopeya revolucionaria de la que México acababa de salir, y dieron a conocer un país popular, tradicional e indígena que había permanecido oculto para muchos durante el siglo XIX.

El muralismo, la más importante herencia artística de la Revolución Mexicana, se distinguió por estar relacionado muy estrechamente con las ideas políticas y sociales de sus autores, naciendo una unión sin precedente entre el arte y la política. Es una pintura de denuncia con una enorme carga ideológica socialista, ya que los temas que trata son de índole revolucionaria, exaltando la lucha de clases y denunciando la opresión, por lo que es una pintura que se caracteriza por su alto contenido social y por describir el surgimiento de una nueva ideología y de una nueva identidad nacional cuyo origen encontramos en el movimiento revolucionario de 1910, en sus ideales, sus luchas y sus tragedias, en sus exigencias,  sus logros y sus conquistas.

Si bien en México ya existía la pintura mural desde tiempos remotos, el muralismo como tal inició en 1921, al término de la Revolución Mexicana y durante el gobierno de Álvaro Obregón, y culminó en 1955, cuando perdió fuerza como movimiento artístico articulado que cumplía una función política y social específica.

Desde su nacimiento, el muralismo mexicano se caracterizó por tres valores fundamentales: lo nacional, lo popular y lo revolucionario, y en la conjunción de esos tres valores el movimiento logró una fructífera cohesión.

La historia del renacimiento mural mexicano es, en muchos sentidos, una historia larga y compleja, llena de contradicciones y paradojas, de mitos y leyendas. Para algunos fue un movimiento artístico dominado por tres hombres: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, cuya obra llegó a  definir la esencia del movimiento. Para otros, el muralismo  es parte de una revolución cultural que incluyó a muchos otros autores y que floreció en México después del movimiento de 1910. Sin embargo, desde ambas perspectivas, el nacimiento del muralismo dio como resultado la creación de toda una mitología del arte revolucionario que sirvió como catarsis para éste.

El movimiento mural mexicano, que se extendió a lo largo de cinco décadas,  desde principios de los años veinte hasta los años cincuenta,  aunque en el caso de Siqueiros, hasta principios de los años setenta del siglo pasado, representa uno de los acontecimientos más significativos y de mayor empuje del arte público del siglo XX. Nunca antes un movimiento artístico había estado tan íntimamente relacionado con los acontecimiento que se sucedían, al grado de crear una conexión vital entre arte y sociedad, entre el muralismo y el México posrevolucionario.

Durante este periodo de tiempo, México experimentó una enorme transformación, de una sociedad revolucionaria, nacionalista,  semianalfabeta y en su mayoría rural, a un país desarrollado, moderno y en gran medida industrializado. La manera en que los murales de estos tres pintores reflejaron la realidad cambiante de México y de su población, y la manera en que el pueblo percibió esos murales a lo largo de estas décadas de cambio, nos lleva a reflexionar sobre la función que el arte puede llegar a tener dentro de una sociedad, que en el caso del muralismo, deja de ser meramente estético para cumplir una función social, en la que se denuncia la opresión a la que estuvo sometido el pueblo y se alaban los logros de una revolución que le permiten liberarse de ella.

En 1921, México estaba saliendo del estado de convulsión y violencia que conllevó el movimiento armado iniciado en 1910, del que surgió un país anhelante de encontrar su propio camino. Este contexto es el que hace posible el nacimiento del muralismo, un movimiento complejo en el que participaron gran cantidad de artistas, entre los que hubo fuertes diferencias estéticas y diversas visiones, y en el cual cada uno desarrolló una personalidad diferente; sin embargo, todos estos autores compartieron aspiraciones comunes, entre ellas, el plasmar un renovado espíritu nacionalista.

En sus obras, estos tres artistas buscaron glorificar los éxitos de la revolución y la historia precolonial de México. Se les veía como artistas que cumplían una función social, pues en un país donde se leía poco, jugaban un papel importante como educadores y como propagadores de ideas, y su arte era el vehículo perfecto para ello. Esto llevó a que se convirtiera en un arte  patrocinado por el gobierno. Nunca antes un movimiento artístico había sido a la vez oficial y revolucionario.

La monumentalidad era inevitable, no únicamente por los espacios donde se desarrolló, casi todos ellos de arquitectura colonial, sino porque su fin era destacar y engrandecer los logros de la revolución y resaltar el surgimiento de una identidad nacional de la que el mexicano debía sentirse orgulloso. El punto de partida, y la preocupación principal de los muralistas, fue crear un diálogo visual con el público que fuera asequible al pueblo mexicano.

Además de ser un movimiento que glorificaba los logros de la revolución, el muralismo tuvo también una connotación indigenista, ya que buscó la rehabilitación del indígena como factor importante para el nacimiento del México moderno, lo que llevó a sus autores a pretender revisar la historia nacional desde una nueva perspectiva.

Todos los artistas que participaron en él coincidían en la necesidad de socializar el arte, rechazando la pintura tradicional procedente de los círculos intelectuales y proponiendo la producción de obras monumentales para el pueblo, en las que quedara retratada la realidad mexicana, los valores y costumbres de su gente, sus luchas sociales, su búsqueda de libertad y justicia, y otros aspectos de nuestra historia.

Un tercer aspecto del muralismo es que retomó la nueva ideología marxista que surgió a partir de la Revolución Rusa de 1917, con su lucha de clases que colocaba a los obreros y al proletariado como los nuevos protagonistas del progreso de la humanidad, y a los capitalistas, a la burguesía y a la clase dominante como los grandes males de la sociedad.

En cuanto a la técnica, los muralistas redescubrieron el empleo del fresco y de la encáustica, y utilizaron nuevos materiales y procedimientos que aseguraban larga vida a las obras, pues estas se realizaban principalmente en los exteriores.

El introductor de nuevas técnicas y materiales fue Siqueiros, quien empleó como pigmento pintura de automóviles (piroxilina) y cemento coloreado con pistola de aire. Algunos artistas llegaron a utilizar mosaicos en losas precoladas y losetas quemadas a temperaturas muy altas, empleándose también bastidores de acero revestidos de alambre y metal desplegado, capaces de sostener varias capas de cemento, cal, arena y polvo de mármol de hasta tres centímetros de espesor. La imaginación para el empleo de nuevas técnicas y materiales no tuvo límite.

La idea de pintar muros como en los tiempos antiguos fue de Gerardo Murillo (Dr. Atl) y del grupo de pintores que lo siguieron, quienes desde 1910 le exigían al gobierno porfirista les concediera acceso a los muros de algunos edificios  para poder expresarse fuera de la Academia. Este anhelo se materializaría años más tarde, al término de la Revolución Mexicana, cuando durante el gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924), José Vasconcelos, titular de la nueva Secretaría de Educación Pública, que sustituía a la porfiriana Secretaría de Instrucción, creada a fines del gobierno de Díaz por Justo Sierra y desaparecida durante el mandato de Venustiano Carranza, retomó el ideal liberal de que la educación es el motor del progreso y echó a andar un ambicioso proyecto educativo en el cual el arte desempeñaría un papel relevante. Fue él quien ofreció los primeros muros a los pintores mexicanos para que plasmaran la historia, los mensajes y los postulados de la revolución. Es así como la Secretaría de Educación Pública sería la estructura a partir de la cual se definiría el proyecto educativo y cultural de la Revolución.

La Escuela Nacional Preparatoria, en el antiguo colegio jesuita de San Ildefonso, se convirtió en el laboratorio del movimiento. Más tarde se utilizaron los muros de Palacio Nacional, los interiores del Palacio de Bellas Artes, de la Escuela Nacional de Chapingo, la Escuela Nacional de Medicina y la Secretaria de Educación Pública, entre muchos otros edificios.

El muralismo no fue una manifestación artística acogida con gran entusiasmo por toda la sociedad. Para muchos fue un escándalo que en los emblemáticos y venerables edificios virreinales quedara plasmada una ideología revolucionaria salpicada de ideas socialistas, pero los tiempos habían cambiado.

Los artistas tenían absoluta libertad para elegir los temas, pero la idea era mostrar el mundo nuevo que surgía de las ruinas y de la destrucción que había seguido a la revolución, así como plasmar el papel vital del indígena en nuestra historia, revelando, asimismo, la importancia de la nueva ideología marxista que nacía con la revolución de 1917. Estos temas fueron abordados de  manera muy particular por cada artista: de forma idealista y utópica por Rivera, más crítica y pesimista por Orozco, y de manera más profunda y radical en Siqueiros. De lo que no debía quedar duda era que el muralismo era un arte comprometido y solidario con la realidad social de los individuos. Lo que se le criticaba era que mostraba una visión maniquea y simplista de la historia.

¿Por qué el tema de la Revolución Mexicana fue abordado de forma tan diferente por los tres artistas? Por la sencilla razón de que los tres la vivieron de manera muy particular.

Diego Rivera (1886-1957) vivió todo el conflicto armado en Europa, hasta donde le llegaban noticias de lo que sucedía en México; por lo mismo, la visión que tiene de ella es tan idealizada. Rivera no representa los horrores de la guerra porque no los vivió, únicamente plasmó en sus obras los logros sociales derivados de ella.

Diego conoció a Siqueiros en París en 1919, y el encuentro entre ambos fue decisivo, ya que éste le habló de la lucha armada que se desarrollaba en México, en la cual él había participado activamente, y pronto lo interesó en la creación de un arte en el que quedara plasmado el mundo nuevo que iba surgiendo de la revolución, en un arte nacionalista y monumental, abierto y accesible a todo público.

Fue en los muros de la Secretaría de Educación Pública donde Rivera pintó acerca de los logros obtenidos en la revolución, y donde plasmó temas que hacen referencia al anhelo del pueblo mexicano por liberarse de todo aquello que lo oprime y lo explota. Diego era un ateo convencido, por lo que en sus obras representa la alianza  obrero-campesino-soldado, que conforma la nueva triada revolucionaria en la que él siempre creyó y con la cual concluiría la transformación histórica de México, pues era la única capaz de crear una nueva sociedad.

En los muros de la Universidad Autónoma de Chapingo buscó honrar a Zapata y a su movimiento, dejando claro su total compromiso revolucionario al plasmar la ideología del movimiento zapatista y su lucha por la tierra, y a los trabajadores en su empeño por mejorar sus condiciones de trabajo para salir de la miseria.

Rivera también realizó varios murales en el Palacio de Cortés en Cuernavaca, en los que denunció la opresión y explotación a la que eran sometidos los indígenas en las haciendas azucareras de Morelos.

Diego Rivera logró elaborar un arte profundamente popular y asequible incluso para los grandes sectores menos cultivados del pueblo, con alusiones y símbolos muy claros y explícitos, y con profusión de detalles, personajes y objetos que se apiñan en sus murales, logrando una gran maestría en el diseño y extremado equilibrio en el ordenamiento de todos esos elementos, lo que los convierte en obras sumamente atractivas en el aspecto visual, en especial por el colorido que maneja.

La mayoría de los murales de la Escuela Nacional Preparatoria fueron realizados por José Clemente Orozco (1883-1949), quien en sus obras representa el origen del México mestizo, los ideales de renovación y la tragedia humana de la revolución. Así como Rivera plasma los ideales y los logros de ésta, Orozco pinta la visión dramática y trágica que tiene de ella y del hombre. Es el único que habla de México como un país mestizo producto de la fusión de dos razas;  así, representa a Cortés y a la Malinche como origen de este mestizaje, pero en una unión cuya armonía depende de la subyugación del indígena al español.

Para Orozco, al igual que para Rivera, el obrero y el campesino representan el futuro sobre el cual se fincará el nuevo orden. Su crítica a la sociedad burguesa también es muy fuere; es un artista muy intenso y muy crítico, pues en su obra pone en evidencia los excesos, vicios y abusos de una sociedad que deja de lado a los más desvalidos, plasmando todo con una gran fuerza expresiva.

En sus obras, Orozco no presenta ningún  mundo moderno idealizado, como sí lo hace Rivera, sino un mundo caótico, devastado por la violencia, la mecanización y por la debacle espiritual y la descomposición moral, sin mostrar nada del optimismo nacionalista prevaleciente entonces.

Su arte culminó en la segunda mitad de la década de los años treinta de siglo pasado, cuando produjo, entre otras obras notables, los valiosos murales de la antigua capilla del Hospicio Cabañas, en Guadalajara, estimados por muchos como una de las más grandes obras del arte americano y en donde plasma su visión dramática  de la conquista española de México, así como a ese mundo indígena, con sus sangrientos sacrificios, a punto de ser transformado por medios militares y espirituales.

David Alfaro Siqueiros (1896-1974) fue el muralista más activo políticamente hablando, pues a los 18 años se unió al ejército constitucionalista de Venustiano Carranza que luchaba en contra del gobierno de Huerta, por lo que vivió la revolución en primera fila. Sus viajes por México lo expusieron a la cruda realidad de la lucha diaria que enfrentaban los trabajadores y los campesinos para sobrevivir, lo que lo inclinó por el marxismo-leninismo; sin embargo, sus ideas lo llevaron a ser encarcelado siete veces y exiliados otras tantas. Dada su extensa participación política, es admirable su rendimiento académico.

Siqueiros fue dibujante en La Vanguardia, órgano periodístico del ejército constitucionalista, así como minero y obrero. Posteriormente, en 1919, viajó a Europa, entrando en contacto con Diego Rivera.

Los elementos que lo caracterizan en su trabajo son la perspectiva exageradamente dramática, las figuras robustas, el uso audaz del color y la influencia en su obra de varios movimientos: expresionismo, futurismo y surrealismo. Mucha de su obra la encontramos en el Palacio de Bellas Artes, en el Hospital de la Raza, en el Instituto Politécnico Nacional y en el Polyforum Cultural Siqueiros.

Entre los temas que Siqueiros maneja se encuentran los alusivos a la constante búsqueda de la libertad y al rompimiento con todo aquello que ata y esclaviza al hombre; la condena que hace del capitalismo y del fascismo, y la esperanza puesta en las fuerzas de la revolución, en el progreso y en un mundo colectivo e integrado que estará en manos del trabajador, el único capaz de guiar a la sociedad hacia el futuro.

En su obra, Siqueiros exaltó también a los héroes libertarios actuales y del pasado, teniendo un lugar especial Cuauhtémoc, el héroe libertario por excelencia. En el Museo Nacional de Historia fue donde abordó por primera vez el tema de la revolución.

El contenido histórico, político y crítico del muralismo es innegable; esto lo convirtió en un arte comprometido, solidario y directamente vinculado a la realidad social que vivía el país; en un arte profundamente nacional con resonancias universales; en un arte monumental con profundas raíces que se hunden en la herencia cultural del México antiguo y en el resurgimiento nacional que la revolución produjo. Es la exaltación del pueblo mexicano en su lucha por la justicia social y por la libertad.

La intención de los artistas era que, cuando el mexicano observara esos murales, tuviera clara conciencia de su identidad, se sintiera orgulloso de lo logrado en la revolución y germinara en él ese espíritu de confianza en el nuevo orden social y político que surgía, en ese México que era capaz de renacer de sus cenizas.

El muralismo es un movimiento que ha sido muchas veces descrito como socialista, oficial y revolucionario; sin embargo, va mucho más allá, pues se convirtió en la expresión del anhelo universal de libertad y justicia, describiendo también las raíces de un pueblo, su etnicidad y su sentido de origen compartido. Pero lo más importante, representó el inicio de un proceso de rehabilitación cultural y de la reafirmación de una identidad nacional.  Este es el verdadero valor que los Tres Grandes del muralismo, Rivera, Orozco y Siqueiros, dejaron expresado en su arte monumental.

Detalle de un mural de José Clemente Orozco en la Biblioteca Baker, Dartmouth College, Hanover, Nuevo Hampshire.

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