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Analizando a Chile y pensando en Uruguay

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Voces 1217, Uruguay .

Julio A. Louis

 

Chile y Uruguay poseen diferencias geopolíticas, étnicas, sociales, culturales, etc. Sin embargo, hay elementos políticos comunes, tales como la presencia de sindicatos y fuerzas de izquierda, con peso desde el siglo pasado. Las interinfluencias han sido numerosas  y están presentes en la actual  coyuntura regional. Interesa rememorar algunas.

 

En 1970, el candidato de la Unidad Popular -coalición integrada, entre otros, por el Partido Socialista y el Partido Comunista- Salvador Allende, gana por primera vez las elecciones, con el 36% de los votos, frente al candidato de la derecha, Alessandri (35%) y al de la democracia cristiana, Tomic (28%).  El apoyo de la democracia cristiana en votos es decisivo para permitir a Allende ser presidente. Su gobierno alcanza éxitos en el terreno económico-social, tales como nacionalizar gran parte de la riqueza nacional (minas y bancos), entregar vastas extensiones de tierras a los campesinos, lograr una más equitativa distribución del ingreso y alcanzar incrementos en los niveles de empleo, de consumo y de servicios sociales.

 

Ese año en Uruguay entra a conformarse el Frente Amplio, con los acuerdos entre la democracia cristiana, los socialistas y los  comunistas, más otras expresiones de la izquierda y desprendimientos  importantes de los partidos tradicionales (Erro, Michelini, etc.).

 

En 1973 -junio en Uruguay y setiembre en Chile- se desatan los golpes militares de la supuesta Seguridad Nacional, y el comienzo de tiranías de inspiración fascista, como ya las había y surgirán otras en la región, casos de Brasil y Argentina, antes y después de ese año.

 

En la década de los 80 comienzan procesos de restauración democrática, democracias tuteladas bajo la férula de Fuerzas Armadas  sumisas al imperialismo norteamericano.  Chile es el último en superar la dictadura de la “Seguridad Nacional” (el pinochetismo), y en ese proceso nace la “Concertación”, basada en las fuerzas de avanzada  de la década del 70.  Pero cuando accede al gobierno, se observa que sus dirigentes no están dispuestos ni tienen posibilidades de transformaciones profundas, demostrando ser “la izquierda” permitida por los que tutelan a la democracia. El Partido Comunista -impedido de integrarla- consigue una supuesta “ampliación a la izquierda” y pasa a integrar lo que se conocerá como  Nueva Mayoría. Sin embargo, el gobierno de Bachelet ha continuado la sumisión al imperialismo norteamericano, entre otras cosas, plagada de Tratados de “Libre Comercio” que robustecen la dependencia. Por consiguiente, no extraña que se produjeran alejamientos significativos  surgidos de las principales fuerzas, destacándose la del Partido Movimiento del Socialismo Allendista, emanado del Partido Socialista.  Pero el proceso hacia posturas antiimperialistas ha proseguido y generado diferentes tipos de acuerdos.  El más profundo es el del reciente Movimiento Democrático Popular (MDP) -con los socialistas allendistas, UKAMAU (movimiento político y social), la izquierda cristiana e independientes-  inserto tras superar obstáculos, en una coalición antigubernamental heterogénea, llamado  Frente Amplio, que toma como  ejemplo al de Uruguay. Y esa nueva coalición -de centro-izquierda- acaba de dar la nota en las elecciones de 2017, obteniendo el 20% de los votos, apenas debajo del candidato de la Nueva Mayoría (Guillier) con el 22%, quien irá al balotaje con Piñera (36%). De esa forma, si vence Guillier, lo será por el apoyo del Frente Amplio, que -según ha  propuesto el MDP- no debe comprometerse con el programa de Guillier y mantener su independencia. Es un proceso con similitudes al Frente Amplio de Perú, que apoyó críticamente al actual presidente frente a la extrema derecha.

 

Mientras tanto, Uruguay -bajo los gobiernos del F. A.- a pesar de avances en la lucha contra la pobreza, la indigencia y la desigualdad, y mejoras en la salud, educación, seguridad -mantiene la economía primarizada sin industrialización  innovadora, apostando el gobierno a un acuerdo que ofrece más dependencia ante la multinacional UPM; conviviendo con Fuerzas Armadas que amparan a sus delincuentes de la “Seguridad Nacional”; y ahora clamando (Vázquez, Nin, etc.)  por treparse a Tratados de Libre Comercio (con la oposición de sectores del Frente Amplio) en una marcha zigzagueante que tampoco conforma a su principal fuerza pro sistema, Asamblea Uruguay, pues observa bien que “coexisten visiones claramente diferentes acerca de la realidad nacional e internacional”, según una reciente declaración aprobada por unanimidad.

 

Preguntas y respuestas elementales

 

De la comparación surgen dos preguntas, que en mi opinión, tienen  respuestas positivas.

 

La primera: con el desencanto y desinterés por la vida política de gran parte de la ciudadanía, si en Uruguay no se hubiera impuesto el voto obligatorio ¿el abstencionismo no tendría altos niveles? (en Chile superó al 50%).

 

La segunda: ¿ha llegado el momento de abandonar la obsesión por el gobierno y preocuparse más por el poder real, que es  mucho más que la simple posesión del gobierno? Lo que implica proceder como en Chile han hecho los socialistas allendistas y otras fuerzas, que han roto con lo viejo para gestar instrumentos nuevos.

 

Ha llegado la hora de reflexionar que vivimos no solamente dentro de un Estado, sino dentro de un sistema de Estados (ver Lenin, “Informe sobre el programa del partido al VIII Congreso”, 1919) y que se impone modificar la correlación en ese sistema -mediante un renovado internacionalismo- , y obtener el poder (económico, político, militar, etc.) para después, sí, poder efectuar transformaciones perdurables.

 

Mientras estos fundamentos no se adopten y los gobernantes emanen de fuerzas tan heterogéneas como el F.A. de Uruguay (la que que pierde credibilidad a diario) no apuntarán a transformaciones revolucionarias, y serán -en el mejor de los casos- menos conservadores que los otros partidos del sistema. Por ende, ha llegado la hora de dar prioridad  al esclarecimiento ideológico, a fortalecer las grandes entidades de masas (PIT-CNT, FEUU, ONAJPU, FUCVAM) sin predicar divisiones y mal parir aparatitos sin masas. Y en base -también de ser posible- a la presencia  en el Estado (ediles, diputados, senadores, alcaldes, etc.) a  convertirse en una oposición antiimperialista y de proyección socialista, capaz de enfrentar la ola reaccionaria en Nuestra América.

 

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