Arturo Alejandro Muñoz
Fue una tertulia luego de la celebración del año nuevo. El grupito de amigos socialdemócratas defendió con dientes y muelas la necesidad de hacer cambios, pero siempre a la sombra del lema que aglutina a liberales que muestran una pizca de conciencia social: «por el pueblo, para el pueblo…pero, sin el pueblo». Temen abiertamente a los cabildos, a la participación masiva de los ciudadanos y del pueblo en general, aduciendo que en esos eventos la gente es fácilmente conquistada por individuos audaces e irresponsables que tienen buen discurso y planteos extremistas.
En suma, gente como ellos es la que se opone a cabildos, asamblea constituyente, elecciones con poder revocatorio, etcétera. Gente como ellos es la que autorizó, silencio mediante, el actuar sibilino y corrupto de las cofradías partidistas que conformaron una sociedad de intereses llamada duopolio. Gente como ellos es la que pretende hoy día que los chilenos sigan esperando otros treinta años para poner de pie lo que está de cabeza. «Pero, con algunos pocos cambios que sirvan para descomprimir el ambiente y no pongan en peligro la estabilidad del país», argumentan. ¿La estabilidad del país, o del sistema? Esa pregunta pocas veces tiene respuesta clara.
Un estimado columnista me asegura que las aguas tibias no tienen recibo, y nadie, absolutamente nadie, hará lo que el pueblo debe hacer. Para los cambios que las multitudes impetran, el tiempo es hoy, y ahora es cuándo. Siempre es difícil navegar en aguas tibias donde pueden sobresalir algunas cabezas calientes. Lo cierto es que las demandas populares, que según encuestas cuentan con un 83% de aprobación en la ciudadanía, están conformadas por requerimientos claros, concisos y consensuados, abarcando sensibles temas como la seguridad, la salud, la educación, previsión social, agua, luz, las carreteras, el transporte público, los recursos minerales, las etnias originarias, entre otros.
Para lograr ello es imprescindible cambiar drásticamente el actual escenario legislativo. Los parlamentarios que hoy ocupan asientos en el Congreso, sin excluir a ninguno de ellos, ofrecerán una defensa cerrada en beneficio de sus propios intereses, sean estos (elija usted, querido lector, el que quiera) la dieta parlamentaria, la eternización en los cargos públicos, legislar preferentemente en beneficio de quienes les otorgan el aromático ’aceite fenicio’, privilegiar a las mega empresas por sobre el interés nacional de las mayorías, en fin, defender a brazo partido lo mismo que sabemos que han defendido durante tres décadas.
Para la gente es imposible esperar algo bueno de una pandilla de politicastros que, en la suma y resta de sus acciones, entregaron sus almas a los dueños del capital. Chile ha sido remecido por las demandas y marchas masivas de sus hijos, pero esos políticos –usted los ve y los oye- continúan actuando, parloteando y mareando con los discursos de siempre, con explicaciones que nada explican y con apoyos «a lo que los chilenos quieren» que, en estricto apego a la verdad, son un poema de palabras inconexas y de mentiras en fila india. Ellos gustan de ofrecer al público una acción verbal que es extensa como océano, pero de un milímetro de profundidad.
¡¡Ya, basta!! ¡¡No más!!
Basta de delincuencia en aumento gracias a leyes que son garantías de libre acción para el delincuente.
Basta de pensiones indignas, propias de naciones cooptadas por el más profundo subdesarrollo donde el 1% de la población es dueño de 60% de las riquezas del lugar (y dueños también de las empresas que ‘administran’ los dineros de los futuros pensionados, en un pingüe negocio que resulta ser escarnio para la mayoría de la sociedad civil).
Basta ya de una indignante defensa oficial a los megamillonarios y megaempresarios permitiéndoles pagar un impuesto enano, dejándoles además las manos libres para que contaminen y expolien a su antojado placer.
Basta ya de ese inaceptable soslayar habitual de la Justicia respecto de los fraudes y robos cometidos por personajes públicos, la mayoría de ellos inscritos en tiendas derechistas, como es el caso de muchos alcaldes…y de otros “servidores públicos” como carabineros y militares cuyas altas oficialidades han birlado al fisco chileno -en total- más de ochenta mil millones de pesos.
¡No me diga que usted sigue creyendo que ‘honorables políticos’ como Iván Moreira, Jacqueline van Rysselberghe, Camila Flores, los Melero (padre e hijo), Felipe Kast, Francisco Chahuán, Fuad Chaín, Guido Girardi, Isabel Allende, Ricardo Lagos Weber, Fidel Espinoza, y otros más, cambiarán su naturaleza para beneficiar al país de a pie! Ni lo sueñe.
¿Y de los ‘nacionalistas’ que dirige José Antonio Kast, alias ‘el panameño’? Que Dios nos pille confesados si esos desquiciados proto fascistas llegan a la Moneda.
La imagen de ese ‘país modelo’ que nuestro mundillo político-empresarial vendió al mundo, se ha venido al suelo…se ha derrumbado completamente gracias a lo que mostraron las movilizaciones y demandas sociales, mismas que han sido informadas una y otra vez a la opinión pública internacional. El planeta ya se enteró que jamás existió ‘maravilla alguna’ en el Chile neoliberal, y que el plan piloto que el Fondo Monetario y el mega empresariado transnacional aplicaron en nuestro país terminó siendo un estruendoso fracaso.
La expoliación de la sociedad civil en beneficio del 1% de la población, las atroces diferencias económicas que construyeron una brecha de ignota profundidad, la inexistencia de salud y educación públicas de calidad, el grave endeudamiento de las familias, el deterioro severo de la salud mental de los chilenos, etc., etc., avalan la acusación de ‘fracaso absoluto’ con que hoy el mundo acusa a nuestras autoridades, políticos y empresarios…y a esa prensa oficial que hemos bautizado como «prensa canalla».
Lo peor de todo es que ha quedado al descubierto un hecho que muestra cuán indigno, manipulador y mentiroso ha sido el establishment chileno dirigido por el duopolio político derechista-centroizquierdista. Estafaron al mundo. Para ello, procedieron incluso a amañar inmoralmente indicadores como la Encuesta CASEN a objeto de mostrar una brecha económica muy inferior a la existente. Hicieron de un ‘cuantuay’ para mantener engañado (y entusiasmado) al pequeño mundillo de capitalistas poderosos que deseaba invertir en este país donde las bondades eran espectaculares, donde el empresario no portaba ya ninguna ‘mochila’ respecto de imposiciones previsionales ni de impuestos similares a los que pagaban en sus propios países, ni gastar dinero en protección y conservación del medio ambiente, donde ‘legalmente’ se le permitía apropiarse del agua dulce, del mar, de los bosques y glaciares, de las carreteras y de los montes. Era el paraíso para los grandes inversionistas.
Definitivamente, si las manifestaciones populares se reiniciaran (con la misma o mayor fuerza que conocimos el 2019), los objetivos que el 80% de los chilenos desean lograr, difícilmente podrían alcanzarse a través del actual poder legislativo que durante décadas se ha esforzado en mantener incólume un sistema que privilegia a los dueños de la férula, y castiga irracionalmente a la mayoría ciudadana. Un poder legislativo que trabaja en beneficio casi exclusivo y excluyente sólo para el 10% de nuestra sociedad.
Seamos claros, los actuales parlamentarios (aunque juren mil veces que han escuchado ‘la voz del pueblo’), no moverán un dedo para cambiar lo esencial y sustantivo del actual sistema. No pueden hacerlo… el sistemita es parte de su naturaleza, como la carroña es para el buitre.