Por Gustavo Espinoza M., Perú
El 4 de noviembre de 1780, hace 244 años, se produjo en Tinta, localidad de Cusco, la primera gran insurrección indígena ocurrida en los territorios de América bajo el yugo español. José Gabriel Túpac Amaru fue el conductor de este grandioso levantamiento, que antecedió a la Revolución Francesa, acontecida nueve años después, en 1789.
Este episodio de la historia peruana tuvo antecedentes. Desde el levantamiento de Calcuchimac, el general Inca que se sublevó contra los conquistadores en los tiempos de Atahualpa y las rebeliones de Manco II en el Valle del Vilcabamba, hasta la insurgencia de Juan Santos Atahualpa, en 1742 en la sierra central.
En todas ellas. las poblaciones originarias del Perú expresaron su rechazo al dominio imperial y su obsesiva voluntad de construir su propia sociedad a partir de su propio llegado histórico. Así la Rebelión de 1780 fue la culminación de estos esfuerzos.
Se extendió por una buena parte del territorio americano, comprometió a caudillos y pueblos y se proyectó como enseñanza histórica para las nuevas generaciones de habitantes de la América India.
Ese movimiento fue tan importante, que perdura en el tiempo. Hoy, en muchas partes se evoca la figura de Tupac Amaru, convertida en un símbolo de la rebeldía y de la lucha por la dignidad y la justicia. Eso ha inspirado a muchos combatientes en nuestro tiempo. Sus respuesta al torturador que lo agobiaba quedará en la historia: ”Aquí sólo hay dos culpables. Yo por rebelarme; y tú, por aplastar mi rebeldía”
Pero la experiencia tupacamarista, y en general el movimiento de los pueblos originarios, ha dado lugar a dos elucubraciones que se han deslizado a través del tiempo y que asoman como una manera de denigrar la hazaña del Cacique.
La primera, se orienta a minimizar la jornada de 1780 considerándola apenas un grito aislado de un indio ambicioso y resentido. Para quienes sustentan esa idea, el asunto derivó del que le negaran algunos reconocimientos y títulos nobiliarios a los que “aspiraba”.
Es claro que no existe fundamento alguno para tal apreciación, pero además, el desarrollo de los acontecimientos desmintió por completo esa mezquina mirada de los hechos. Solo el prejuicio de unos y el racismo de otros, pueden explicarla
Por lo demás, la reacción del Poder Español, que se propuso no sólo acabar con Tupac Amaru y su familia cercana, sino que intentó exterminar a todos sus descendientes y allegados en todos sus extremos; lo confirma.
El brutal salvajismo que emana de la sentencia leída en la Plaza del Cusco el 18 de mayo de 1871, cuando el caudillo fue ejecutado junto a Micaela Bastidas y sus hijos; revela una óptica distinta: así no se mata a un “resentido social”. Así buscan los opresores exterminar a un tenaz adversario del sistema dominante; acabar con él y todos los suyos.
La otra variante que busca “ponerse de moda”, sugiere que las Comunidades Campesinas del interior del país eran “Monarquistas” en los años de la Independencia. Se cita así, a las poblaciones Iquichanas y hasta a un cacique Ayacuchano que -según parece- se proclamó “hispanista” en esos años. De ambas expresiones se “deduce” que las poblaciones originarias cuestionaban el rol de los libertadores y buscaban obijarse bajo el cálido hálito Imperial.
La realidad es dura y muchas veces hasta difícil de entender, En África, por ejemplo, cuando el Congo Belga mantenía oprimida a la población negra y perseguía vesánicamente a Patricio Lumumba y sus compañeros para matarlos, hubo caudillos negros como Moises Tshombe o Mobutu Sese Seko, que se jugaron al lado de los opresores.
Y eso sucedió también en África de Sui cuando condenaron a Mandela a 27 años de cárcel. Felipillos de color. Traidores a su pueblo, a su raza y a su clase, existieron siempre, y en todas partes. Pero no fueron ellos los que marcaron la ruta de la historia. Hoy sus pueblos son básicamente libres y ellos no son evocados ni siquiera por los suyos.
Lo que ocurre es que, aunque el sistema colonial se derrumbó, el colonialismo como concepción del mundo y “modelo” , subsistió. Y la mentalidad colonial se expresa aún en nuestro tiempo de modo que hay quienes añoran vivir aún un bajo el régimen colonial. Por eso tenemos a un columnista asiduo de Perú 21 hablar sandeces contra los Libertadores, zarandear las batallas de la Independencia y sostener muy orondamente que el Perú no debió abandonar su condición virreinal ni desgajarse de la España Monárquica; y a un alcalde capitalino que tiene como máxima ambición restituir las Calezas, como en los años del Conde de Lemos y el Virrey Amat.
Personajes de ese corte son ciertamente enemigos de Tupac Amaru y de los Libertadores; y sueñan más bien con una nueva Iberoamérica bajo la égida de Carlos V.
Si viviera en nuestro tiempo Tupac Amaru seria llamado por los voceros del régimen “traidor a la patria” por promover la rebeldía ; y perseguido y condenado como “enemigo del orden establecido”. Nuevos Inquisidores buscarían exterminarlo, a él y a los suyos.
No obstante, Túpac Amaru es la contraparte de todos los opresores que agobian a los peruanos y que imponen su poder recurriendo a las amenazas y a las armas, incluso las que traen de los Estados Unidos para “sentirse fuertes” .
Más adelante, como en el pasado, los pueblos habrán de alzarse y señalarán un camino de victoria. En el futuro, la luz de Tupac Amaru, brillará con fuego propio.
Y es que al pueblo de mañana, como al Cacique de ayer “querrán matarlo, y no podrán matarlo…”